viernes, 29 de mayo de 2009

Adios al pasado - Bommecino

SOLAMENTE ADIOS AL PASADO
Cuento Breve
NORBERTO HUGO BOMMECINO

Fue a partir del mismo momento que traspuso el marco de la puerta principal, en que se dio media vuelta; que aprovechó para mirar hacia atrás y ver como todo iba quedando cada vez más distante, más lejos, ahora inalcanzable; en que el aire que golpeaba su angelical rostro parecía más fresco, más duro, más áspero y que las nubes que circunstancialmente se encontraban revoloteando en el firmamento, pintando un cuadro, todo de un tenue color negro, como si fueran las propias sombras de la muerte, en que había desaparecido el sol, fue cuando llegaron a sus oídos los sones de una canción de cuna de una voz femenina interrumpida por la de un hombre, y que alguna vez cuando era muy pequeña, le habían susurrado para que no llorara más y encontrase el sueño que necesitaba.
Detuvo el paso para terminar de escuchar la canción que se fue haciendo cada vez más imperceptible, hasta desaparecer. La pena que la invadió se parecía a un puñal que comenzaba a atravesar su corazón.
Dio las gracias a Dios por lograr que éste hecho de la canción, la hiciera sonreír, mover levemente los músculos faciales y que las lágrimas que enturbiaban pasiblemente su mirada, no fueran tan bruscas indicándole el paso de un fracaso en un tiempo, de una desilusión, de una desazón y sabía que en algún lugar, encontraría un corazón, el que le abriría las puertas para albergarla y darle más fuerzas y energías para seguir con la existencia que le quedaba en su haber, en ese libro de contabilidad en que alguien muy superior llevaba anotados los hechos de su existencia.
Pensaba que si la vida era como la luz de una vela, la que se iba fundiendo poco a poco, en esos momentos una leve brisa habría soplado suavemente la luz que el pabilo de la misma proyectaba, ella habría perecido.
Esta vez no era igual que cuando dejaba su cálido espacio que lo consideraba propio e iba a algún lado para hacer los diversos pedidos que sus Superioras le encomendaban, como tampoco sentía de igual forma la dureza del piso adoquinado por donde caminaba.
Esta vez era más duro, más gris, más pétreo, más inhumano, más áspero, más callado pero, no obstante, ella debía caminar y no esperar a que fuera demasiado tarde o a que la empujaran. El paso firme y continuado era su meta. La suela de sus zapatos parecía que crujía al caminar. Debía poner en marcha toda la energía que disponía para movilizarse, a pesar de todo.
Rememoró la poesía “En Paz” del poeta Amado Nervo, mientras caminaba y observaba los alrededores que serían parte de su nueva existencia y de algunos otros en los que antes no puso reparo alguno:
Muy cerca de mi ocaso, yo te bendigo, Vida,
porque nunca me diste ni esperanza fallida,
ni trabajos injustos, ni pena inmerecida;
porque veo al final de mi rudo camino
que yo fui el arquitecto de mi propio destino;
que si extraje las mieles o la hiel de las cosas,
fue porque en ellas puse hiel o mieles sabrosas:
cuando planté rosales, coseché siempre rosas.

... Cierto, a mis lozanías va a seguir el invierno:
¡más tú no me dijiste que mayo fuese eterno!
Hallé sin dudas largas las noches de mis penas;
más no me prometiste tan sólo noches buenas,
y en cambio tuve algunas santamente serenas...
Amé, fui amado, el sol acarició mi faz.
¡Vida, nada me debes! ¡Vida, estamos en paz!

El cielo ya estaba tan encapotado que al darse cuenta de ello, reflexionó pensando en que no resistiría las gruesas gotas de agua golpear su cuerpo, y aunque meditó por algunos minutos, mientras sentía cómo la planta de los pies se acomodaban a medida que la suela de los zapatos redoblaba sus esfuerzos encima de los imperfectos y descoloridos adoquines, nada quedó librado al azar y a pesar de su imaginaria negativa, repentinamente el cielo lloró y las gotas caían tan fuerte que parecían diminutos cascotes de tierra enojados con ella y hasta le pareció que estaba enojada consigo misma por lo que había realizado, pero no podía arrepentirse y volver a un pasado que ya había sido al cruzar el marco de la puerta color marrón oscuro que detrás de ella la albergaran durante tanto tiempo.
Llevaba en una de sus manos una pequeña maleta que le habían regalado y donde había ubicado sus escasas pertenencias y todo se debía a que el resto había quedado en el pasado, en el Convento, en ese maravilloso lugar donde pasara los mejores años de su aún corta existencia terrenal.

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