jueves, 4 de junio de 2009

Los Solicitantes - Affif

LOS SOLICITANTES
CAPITULO VI - Fragmento de "Solsticio"
Tato Affif

Los tres entusiastas duendes estaban parados uno al lado del otro, con sus puntiagudos gorros rojos calzados hasta las cejas, sus pantalones azules, y sus chaquetas y botas verdes como las hojas de un roble en el estío.
Naturalmente sonreían, y a pesar de ser consientes de lo importante de la situación, se encontraban de muy buen talante.
Aunque su buen humor no parecía contagiar a sus hermanos feéricos, claro está, excepto a los trasgos.
Sus nombres eran Frondoso, Retoño, y Hojarasca.
A diferencia de los humanos que dotan de nombres a sus niños recién nacidos, entre los duendes la costumbre difundida es tomarse un poco de tiempo; ya que cada uno obtiene el suyo luego de haberse identificado de una u otra forma con alguna cosa, objeto, o cualidad que se encuentre estrechamente vinculada a su personalidad.
De modo que, Frondoso debía su nombre a su manía de trepar árboles desde siempre. Alcanzando con increíble destreza la copa de los más altos sin dificultad.
Retoño, era el más tímido y joven de los tres, y se llamó así porque desde su más tierna infancia, había sentido debilidad por los renuevos que crecían en cada rincón del bosque.
Se dedicaba a cuidar y curar a aquellos que alguna bestia o humano había aplastado al caminar perdido lejos de la senda.
Hablaba con ellos, les llevaba agua en las calurosas tardes de verano, y como sabía perfectamente el momento en que la mayoría había surgido de la semilla a la vida, les festejaba el cumpleaños. Por supuesto que para hacer esto se debía tener dos cosas fundamentales: mucha paciencia y una memoria prodigiosa. Y Retoño contaba con ambas.
Por último estaba Hojarasca, cuya mayor virtud era construir confortables y mullidas camas usando solo para ello las hojas secas que alfombraban el suelo del bosque.
Se decía que no existía en toda la isla de Irlanda, un duende capaz de construir camas como las que hacía Hojarasca.
En relación a las hadas; la tradición dictaba que sus nombres deberían estar identificados con las manifestaciones y ciclos de la naturaleza. Ellas eran: Solsticio, Cenit, Estrella, y Nevada.
De las cuatro, Solsticio era la que poseía los ojos más hermosos y enigmáticos.
Eran del color del bosque, pero tenían la particularidad de cambiar; poniéndose a tono con las hojas y las cortezas de los árboles que la rodeaban. Entonces, podían ser verde claros y algo grisáceos; o verde oscuros como el de algunas coníferas. A veces, eran muy intensos; y otras muy suaves casi traslúcidos.
Una cascada de oro los enmarcaba, haciendo juego con el dorado transparente de sus alas. Solsticio, era una joya.
Pero durante el solsticio de invierno y el de verano; por alguna razón inherente a su naturaleza todas sus bondades, como así también sus defectos se potenciaban hasta el infinito.
Su sensualidad se hacía entonces irresistible, sus caprichos más arbitrarios, sus canciones eran más dulces y sus silencios los más cerrados. Nadie compartía con ella aquellos días, nadie que estuviese en su sano juicio; porque irremediablemente caía rendido a sus pies, y luego era sometido a las más terribles excentricidades… Solo los insensatos se le acercaban en los días de solsticio…
Cenit y Estrella llegaron al mundo de las hadas el mismo día. La primera en el momento en que el sol se hallaba en el punto más elevado del cielo. La segunda al declinar el día cuando en el firmamento se dejó ver la primera estrella de la tarde.
Cenit y Estrella además de sus rojas caballeras, compartían un don especial, un verdadero prodigio aún en el mundo feérico; sus mentes estaban entrelazadas, conectadas, como la imagen que devuelve un espejo.
Cada una sabía, pensaba, y sentía como la otra, aunque sus personalidades fueran separadas. Solían hablar juntas a la vez lo que maravillaba a casi todos.
En cuanto a Nevada, muchos creían que llevaba la nieve al bosque durante el invierno; aunque solo era una suposición. Se decía también que su pelo era de nieve por que solo el blanco de la nieve se le podía comparar. Había en ella algo misterioso e inalcanzable. Parecía fría, pero era apasionada; e incluso, en muy raras ocasiones hasta impulsiva.
Cuando los “Solicitantes” estuvieron listos; Musgo se paró sobre la piedra más alta para que todos pudiesen verlo mejor y comenzó:
-¡Silencio! ¡Silencio por favor!- gritó con severidad.
Las hadas, las díadas, los gnomos, los duendes, y hasta los trasgos, se callaron y prestaron atención.
-Ha pasado muchísimo tiempo desde la última vez que una convención se reuniera en este bosque. - dijo – Esta noche, estas hadas y estos duendes nos harán una solicitud, que entre todos deberemos estudiar. La convención decidirá si hace lugar o no, al pedido que nos traen.
Los siete amigos lo miraron expectantes…
-“Solicitantes”- volvió a hablar con una voz solemne- Pueden formular sus términos.

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