martes, 28 de julio de 2009

Aquel gomero de Sierra Colorada - Valls

image Recuerdos Patagónicos

Personajes.

Aquel Gomero de Sierra Colorada©

Autor: Christian Valls

noviembre del 2005


Transcurrían los años sesenta y tantos cuando arribé al pueblecito de Sierra Colorada. Apenas un caserío en la llamada “ruta del estado”.

Enclavado entre cerros donde afloraban aquellas rocas que, por ser tan notablemente rojas le daban nombre. En verdad, si hasta el aire parecía teñido de rojo.

Muy pequeño, el pueblito. Con apenas un “hotel”. En realidad, apenas un despacho de bebidas. Y un anexo donde en larga mesa comían el guisado de capón los ya por entonces escasos peones de Vialidad Nacional, chilenos y muy pobres en su mayoría. Rotos, como se les llamaba, por su vestimenta a la que generalmente algo les faltaba, tal una manga de su chaqueta, o la solapa, dejando entrever los restos de un forro deshilachado.

El dueño del “hotel”, un hombre gordo y velludo, de origen libanés.

El “dormitorio”, un galpón de chapas con cuarenta y tantos catres donde por dos pesos se podía dormir. Eso si se aguantaba el olor a pies y transpiración, los ronquidos y tanto quejarse por los calambres que sufrían aquellos seres miserables. Por apenas dos pesos...

El resto, como dije, apenas un caserío. El infaltable “almacén de ramos generales”, una sucursal de la Anónima, un oxidado surtidor de nafta a palanca, y obviamente una gomería.

Y hasta allí llegué. Con una goma pinchada.

Un hombre flaco y nervudo se empecinaba en inflar un neumático, llanta del 20, con un inflador de mano o de pie, si así se prefiere llamarlo. De esos que tenían una base con sendas aletas para apoyar los pies mientras se bombeaba a fuerza de pulmón.

Estaba aquel hombre en camiseta musculosa, transpirando pese al frío atardecer de aquel otoño. “Ya termino y lo atiendo, don”, jadeó entre bombazos. “Déjeme que lo ayude”, ofrecí mientras me quitaba el gabán. Era una tremenda goma de camión y apenas si empezaba a tomar forma contra la llanta de hierro.

Le pregunté si no tenía compresor y entonces me contó su historia:

“ Vea, aquí en este pueblo no hay electricidad. Yo tengo un motor de un Mercedes convencional, un día de estos tengo que arreglarlo y allí le acoplaré un compresor. Ese motor tiene su historia. Era de mi camión, un jaula con el que llevaba hacienda desde Bahía hasta Tierra del Fuego. Un viaje por mes, todos los meses. Vivía en Bahía y trabajaba con mi camión, que era todo lo que tenía. Pero pasó que un mal día, aburrido por viajar solo haciendo tantos kilómetros, me puse a correrle al tren, ese que hasta hace poco era la Línea del Estado.

Como en varios lugares la ruta cruza las vías, allí estaba el desafío: sobrepasar al tren y cruzar con todo. Pero parece que le erré al cálculo y en uno de esos cruces la locomotora me hubiera agarrado al medio... Así que a último momento y casi sobre el cruce, no me quedó otra que pegarle el volantazo y volcar el camión... La jaula me “hizo tijera” y saltaron los tablones.

Mientras el tren pasaba, las pocas vacas que no se quebraron corrían como locas para todos lados. Y aquí me quedé: sin camión y con deudas. Tiempo después pude vender lo que quedaba del jaula, y me quedé con el motor. Con los pesos de lo que pude vender compré este inflador, unas chapas y alguna herramienta.

Y aquí me ve, Don... Espero que la suerte vuelva y en un par de años tener mi propia gomería, no esta tapera que Ud. ve.”

No volví por Sierra Colorada. Ya no había a quien venderle. En toda esa ruta del Estado no quedó más vida que la de algunos ganaderos, que porfiaban contra la impericia de los peones chilenos y la natural desidia de los mapuches. Desde San Antonio Oeste hasta Ing. Yacobacci, todos aquellos pueblitos quedaron apenas como fantasmas entre la polvareda. Arenal y cardos rusos. Lajones para romper gomas en una ruta a la que ya nadie cuidaba.

Era el “ progreso ” impuesto por aquel nefasto ministro Álvaro Alzogaray, para quien si algo no era “rentable”, tal como calificó a aquel ramal del ferrocarril, era preferible “levantarlo” y dejar morir ese rosario de pueblitos otrora florecientes, los que sirviendo al menos a la economía local, hacían con su presencia nada menos que a nuestra Soberanía Nacional.

Aquel Gomero de Sierra Colorada©

Autor: Christian Valls

noviembre del 2005

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