lunes, 27 de julio de 2009

Don Besteine - Valls

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Recuerdos Patagónicos - Página 1 de dos -

Narración de Christian Valls

(Personajes)

Don Besteine

La Patagonia es inmensa en territorio y pobre en densidad demográfica. Sus ciudades son pocas y el resto de sus poblados apenas caseríos. Las condiciones de vida duras, Los inviernos largos y fríos. El carácter de sus gentes no puede ser muy jovial, si apenas risueño cuando hay que luchar muy duro para poder apenas sobrevivir. No obstante, nuestro sureño, roto el primer frío del encuentro suele ser solidario y muy hospitalario. Y por supuesto muy buen amigo.

Es así habitual encontrarse con verdaderos personajes, no tan frecuentes de hallar en otras geografías argentinas. Pienso que las condiciones de vida, tales como el clima y el aislamiento, tallan caracteres tan notables y distintos al de otros compatriotas.

Tal el de aquel solitario buscador de oro, de apellido Besteine, creo que así se escribía pues solamente lo conocí por mentas, y apenas si lo vi una vez en breve encuentro.

Habitaba en los campos de Tufí Breide quien “lo dejaba”, de generoso y gaucho que era el “turco”, como a varios otros ocupar su tierra. Pero no vivía en hospitalaria planicie ni lomada. Ni en algún faldeo o repecho de aquellos cerros cordilleranos. Habitaba un hondísimo cañadón, llamado “de Los Loros” formado por un arroyo de montaña que colectaba los deshielos y vertientes de las cimas cordilleranas. De profundo que era aquel cañadón, quizás en algunos sitios más de trescientos metros, y por lo angosto y arbolado ( ojalá lo siga siendo), el sol apenas si brillaba en los medio días en las cantarinas aguas, que tan claras y frías saltaban entre sus piedras. Cuando en una oportunidad y buscando una piara de jabalí anduve por ese cañadón, duro y difícil, lo rebauticé haciendo alguna mención a la hembra del loro...

En las orillas del arroyo, cada tanto se formaban pequeños explayados arenosos. En uno de ellos “vivía”, por decirlo de algún modo, este increíble personaje. Había arrimado contra la pared de roca casi vertical unas cinco o seis chapas canaleta. Que sostenía apenas con unos palos de coihue y unos clavos. Ahí nomás había cavado un desvío de las aguas que, al formar un tajamar, se volvían más lentas y serenas. Y allí decantaban de vez en cuando alguna pepita o más frecuentemente pequeñas laminillas de oro. Una canaleta de madera, una palangana y unas toscas herramientas completaban el equipo. Y para dormir... el frío del lugar los combatían unos ¡cuarenta gatos! que quien sabe por qué razón compartían aquella miserable y tan dura existencia.

Cada tanto Don Besteine trepaba el cañadón y atravesaba a pie el campo de Tufí hasta llegar a la ruta donde, en el pequeño poblado de Epuyén había una oficina de correos. Miguel Breide le pesaba en la típica balancita de cartas el poco oro que había logrado juntar y luego se iba al boliche de un “turco” que se lo cambiaba por yerba, tabaco, ginebra y hasta a veces por algún costillar de capón si había suerte. Para volver a comenzar, y hasta la próxima vez.

Decía Don Besteine que con el abrigo de los cuarenta gatos y un “taco” de ginebra, se aguantaba bien las heladas del cañadón !

Cuando lo conocí, me confió que en sus sueños veía la veta de oro de la que los deshielos desprendían aquellos trocitos. Que estaría seguramente cerro arriba, en las nacientes del arroyo y que algún día seguramente él la iba a encontrar. Ya por entonces este hombre tenía encima sus sesenta y pico y muchas heladas vividas.

En una oportunidad, a unos kilómetros de allí y en el río Maderas, en el paraje llamado ”el Camping de Luz y Fuerza” , dos infortunados muchachos se ahogaron en las heladas y turbulentas aguas. Acudieron la policía y hasta los bomberos de El Bolsón, pero los cuerpos no aparecían. Fue entonces que a alguien se le ocurrió pedir ayuda a Besteine, tenido como luego se verá, por muy buen nadador. El hombre, ya viejo, vino y recorrió las orillas. Paró en un lugar, se quitó la raída campera y sin titubear se zambulló. Como al minuto emergió y dijo: “allí están, bajo esa piedra”. Y así era, nomás.

Me contó Gómez: “vea si este hombre será buen nadador, que cuando vivía con su madre a orillas del Lago Epuyén, de noche lo cruzaba a nado. Y solamente para ir a tomar unas copas al boliche que estaba en el aserradero de de Rasti”. La madre le dejaba encendido un farol en la orilla, para que Besteine se orientara en su regreso, también a nado.

Personaje inverosímil este Don Besteine, al menos para nosotros que acostumbrados a las comodidades capitalinas, nos cuesta imaginar una vida tan dura como la que llevaba en esa helada y húmeda hondonada...

Nunca supe si encontró la veta. O si alguna pulmonía terminó con sus días.

Patagonia: Son tus personajes tan agrestes como tallados en escoria volcánica. Los puede conocer y tratar. Aunque nunca pretendí entender ese empecinamiento por seguir viviendo allí, como pasaba con ese arquetipo llamado Besteine.

Para los visitantes de paso y si su sensibilidad los habilita, la belleza del lugar, su aire, sus montañas nevadas, sus alerzales, las flores que estallan en primavera, los rojos y naranja del otoño son y serán suficiente motivo para aprender a amarla. Aceptando a cambio lo duro de sus gentes, como aceptamos las espinas de la rosa mosqueta. Porque también así es la Patagonia: tan dulce y cruel a la vez.

“Besteine” ©

Christian Valls

Octubre del 2002

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