domingo, 19 de julio de 2009

En el aire - Garraffa

garraffa En el aire Cuento

Corto Leda Garraffa

Nacida en Bariloche,

reside en Viedma



Estamos con Don Petronilo Barata, viejo poblador de “Mala Suerte”, un paraje olvidado en el interior del territorio patagónico. En el camino avistamos gran cantidad de choiques y guanacos y hemos venido observando los colores fluctuantes del verde al amarillo de la vegetación rala, típica de la estepa, que –agazapada- resiste los fuertes vientos. Y queremos hacer una declaración, o declamación: no adherimos al concepto de “desierto patagónico”.

Nada más alejado de un desierto cuando uno aprende a ver los matices y singulares seres que habitan esta extensa región, a la que el hombre llegó hace unos doce mil años, y por la que se desplazó casi en puntillas, con respeto por sus dones que le sirvieron de recursos…

Don Petronilo es un hombre mayor, cuya vida ha transcurrido siempre en “Mala Suerte”,

¿verdad, Don Petronilo?

-Así es. noventa y dos años (dice remarcando el número, como una “negrita” de la oralidad).

Siempre en “Mala Suerte”.

Siempre. No he salido del paraje ni para hacer un documento, ni para la conscripción. Nunca. Nací aquí y aquí me voy a morir, como hubieran querido mis padres. Ellos eligieron este lugar para vivir y para que yo los siga.

-Don Petronilo: ¿tiene idea cuántos habitantes tiene el paraje?, y usted lo ha visto crecer o no, cuéntenos.

-Cuando yo nací, había cuatro casas. Me contó mi mamá. Siempre me contaba. Ellos fueron aventurados en instalarse acá. Pero querían vivir tranquilos, y con sus vecinos, que eran los amigos. Gente que vino con ellos, de Europa, con mi papá. Porque mi mamá era india. Hija de indios, bueno, ella decía que era india.

-¿De dónde vino? ¿De qué parte de Europa?

-De España. De Asturias, creo. De una región, creo que es una región, que se llama así.

-Nos estaba contando que cuando usted nació, en Mala Suerte había sólo cuatro casas, ¿y después?

-Después creció un poco. Llegaron algunos más y otros crecimos y nos hicimos la casa propia. Así que hubo un tiempo que éramos unos cuantos, y de la misma edad, porque estas cuatro casas, estas cuatro familias, tuvieron bastantes hijos, y crecimos juntos, y estábamos acostumbrados a recorrer la zona, como no había ningún peligro (dijo encogiéndose de hombros), a dormir alrededor de un fogón, a la intemperie, y nos cuidábamos unos a otros, como los indios, decía mi mamá.

-Más o menos, cuántos eran, ¿de cuántas personas estamos hablando?

-Y serían ocho grandes, alguna abuela creo que había…que algunos vivían con la abuela, también, en la misma casa. Nosotros no, yo a mis abuelos los conocí por foto y por carta. Muy pocas cartas. Pero ellos no pudieron venir nunca y para nosotros tampoco era fácil. Y nosotros somos once hermanos. El que menos tenía, tenía siete hijos…casi cincuenta personas, seríamos. Éramos muy amigos, los jóvenes, nos llevábamos bien. Los padres eran amigos, y acá, tan pocos, con tantos hijos, había que ayudarse, no quedaba otra. Yo no me acuerdo que haya habido ninguna discusión. Ellos se vinieron buscando una forma de vivir. Y siempre se respetaron y se ayudaron. Con otra gente, poca comunicación había. Ellos se repartían lo que había que hacer.

Cuando fuimos creciendo, se ponían de acuerdo para cuidarnos una vez unos, otra vez otros, y después, los más grandes cuidaban a los más chicos. Yo era de los más chicos. Pero éramos seguidos.

Tampoco era que había mucha diferencia de edad. Al final, cuando crecimos, parecíamos todos iguales.

-Usted se casó…formó pareja

-Sí, claro, con Petronila. Le habían puesto ese nombre por mí, porque yo la acompañé mucho a la señora cuando la estaba esperando. Y tenía algunos años menos que yo, sin embargo, bueno, cosas de la vida, ella se fue primero. Le tocaron la retirada antes de tiempo, a Petronila.

Yo me quedé viviendo con un hijo, que no se había casado. Y después se casó, pero la señora no tiene problema que viva con ellos. Se sacó la lotería con la mujer. Con mi nuera.

-Don Petronilo, usted dice que todo era bueno, estaban bien, se llevaban bien, ¿no recuerda ningún hecho desafortunado en el pueblo? ¿Algo que haya quedado en la memoria de todos?

-Mire: en Mala suerte, hasta la muerte se tomaba bien, porque todos eran de la idea de aceptarla, y en medio de la naturaleza, no sé, parece que la gente está como más dispuesta a aceptar la vida como es, ¿no?, porque no venimos sino para la muerte.

-Está bien, don Petronilo. Pero yo digo algo extraño, que haya sucedido o no. Algo que se pueda contar como un mito, algo que se murmura, que se repite…usted sabe, las historias que suele haber en los pueblos, y más en los pueblos chicos.

-Y sí. Una hubo. No sé si se repite. A lo mejor los jóvenes no la conocen. Pero sí…hubo…

-Cuéntenos, Don Petronilo. La audiencia lo escucha ansiosa…

-Bueno. Sí. Habían mandado a una maestra, al pueblo. Era una mujer joven, sola, con dos hijos. No me acuerdo si era separada o había quedado viuda. Uno no le pregunta eso a la señorita, no sé ahora, bueno, pero antes no.

Ella llegó y se instaló en la casa que hizo el gobierno. Que tiene una sala grande que era la que se usaba como aula. Cuando había maestra y se daba clase. Después no vino más nadie y entonces, no hay más escuela. La casa se cerró. Por ahí alguno que necesita consigue que se la den en préstamo hasta que se hace la propia.

Quedaron libros, todo, como estaba. Resulta que esta mujer, joven, sola, viene al pueblo…se instala con sus hijos…estaba bien, pero claro, habrá extrañado, ella no era de acá, venía de la ciudad, nada más había querido venir, no sé por qué, escapando de alguna mala experiencia.

Una mujer que trabajaba mucho, que le cambió la vida a todos, porque iba a las casas, les enseñaba hasta a peinarse, a cuidarse del frío, a abrigarse los pies, a comer bien, lo que el cuerpo necesita…

estaba como todo el día dando clase. Y a la vez, tenía que hacer de todo para vivir, juntar la leña, criar algunas gallinas…y lo hizo y muy bien. Los hijos crecieron. Parece que se adaptaron bastante a la vida del pueblo. De vez en cuando viajaban. Mucho no se daban con los demás, como si …eran los hijos de la maestra, eran diferentes, no sé, no se daban mucho con los otros chicos, hacían juegos que los demás teníamos curiosidad pero que no nos interesaban más que para mirar … eran delicados, también, lo digo bien, no digo que fueran mala gente, pero se veía que estaban acostumbrados de otra manera.

-¿Y qué pasó con ellos? ¿se fueron del pueblo? Usted dice que no hubo más maestra después..

-No. La maestra se enfermó. Y empezó que no había clase, y seguía sin haber clase, y pasaban los días y lo mismo.

La casa, la sala que hacía de aula, todo cerrado. Algunas madres que tenían más confianza y colaboraban, la iban a visitar. Los hijos no estaban, para ese tiempo ya eran adolescentes, no sé, como quince, dieciséis años tendrían, un varón y una mujer.

No me acuerdo si era mayor la mujer…o el varón. La maestra estuvo enferma bastante tiempo, pero no sé de qué, pero no se la veía.

Los grandes la atendían y hablaban bajo. Al final la maestra murió, y la velaron ahí mismo, en la sala de la escuela.

Los hijos vinieron, pero unos días después. Con alguien mayor, no sé, parecía un tío o algo así, por cómo se trataban. Y entonces, dicen, que estuvieron conversando qué hubiera querido la mamá. Esas cosas que uno se pregunta cuando alguien muere. Pero los que mueren viejos, hablan de la muerte. Pero la gente joven es raro que diga “quiero que me entierren acá” “o allá”, porque no se esperan que se van a encontrar la muerte a la vuelta de la esquina, como quien dice.

-Y entonces, ¿qué ocurrió? Cuando ellos llegaron, ¿ya habían enterrado a la señora o no?

-No. Porque se habían comunicado. Y pensaban que la señora quería, parece que le había dicho a alguien que ella creía que la cremación, eso de quemar los cadáveres, vio, era lo mejor.

Así que trasladaron el cadáver hasta el lugar más cercano para hacerlo. Tuvieron que pedir autorización, porque no había cerca horno habilitado para eso, sino que era para otra cosa y lo hicieron ahí. Y entonces, después, volvieron con la urnita que les dan con las cenizas.

-Bueno, hasta ahí todo bien, Petronilo. Como usted dice, aceptaron la muerte, tuvieron en cuenta el deseo de la occisa, lo más grave son los hijos que perdieron a su mamá…y se habrán tenido que ir del pueblo.

-No. Después de la cremación, los chicos volvieron solos. Ahí pasó lo que pasó, que le voy a contar ahora. Y después nunca más hubo maestra ni nada en Mala Suerte.

Estuvieron unos días en la casa y dicen que un día, ésto es lo que cuentan, anduvieron caminando, y que hablaban como discutiendo. A nadie le llamó la atención hasta después, porque, quince, dieciséis, eran dos chicos, dos criaturas, como se dice…y dicen que llegaron a la casa, se recostaron en el piso, la chica del lado del fogón, el muchacho del lado que estaba puesto un pizarrón, que se usaba para las clases. Y hacen una línea gruesa, con algo, la marcan en el piso. Entonces, ahí, los dos solos, el chico abre la urna y la da vuelta. La ceniza que cae, se vuelca, lentamente…la deja caer toda.

Se arma como un montoncito del lado …entre la línea y el pizarrón, ¿no? y el chico le dice a la hermana: “Mamá siempre me quiso más a mi que a vos”…Y la chica, bueno, no sé, cómo se habrá sentido…¿no?

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