lunes, 3 de agosto de 2009

Comisario Antúnez - Cerdá

EL COMISARIO ANTÚNEZ

Cuento Corto

Roberto Miguel Cerdá – Lago Puelo

-¡Oficial, Oficiaaaal! -desde el teléfono.

- ¿Qué pasa, hombre? -el Oficial del Destacamento, acercándose al Cabo.

- ¡Se suicidó el rico, don Janson! ¡Ahí llamaron del casco, llegó ayer de la capital y anoche se pegó un tiro!

- ¡No se muevan de acá, que paso a buscar el médico y voy! Hagan escuchar de radio, y en cuanto llegue el Comisario Antúnez, le dan parte.

En la estancia, a dos leguas del pueblo, el médico constató la muerte acontecida unas doce horas antes: con un 22 en la boca, se había disparado un balazo que salió por su nuca. El muerto estaba sentado en un sillón del escritorio.

Mientras revisaban, una corriente de aire helado se sintió en el ambiente.

- Nunca arregló el ventanal -comentó el médico policial, que también lo era de la familia Janson- cada vez que abren las celosías y hay viento, termina abriéndose.

El Oficial interrogó a los cinco presentes en el casco: el casero, y cuatro hombres que llegaron con el difunto la tarde anterior. Coincidieron todos en que, pese al malhumor conocido de Janson, nada hacía prever que se iba a suicidar.

Habían llegado en dos vehículos, tras una leve nevada, y con el frío pegando fuerte.

La esposa y su hija estaban en el pueblo, pero el estanciero y empresario no quiso entrar y fueron directo al casco.

De los cuatro acompañantes (Que, en cierto modo, no dejaban de ser su seguridad personal), mandó uno al pueblo con el casero a comprar “lo que haga falta, después voy y arreglo”, otros dos fueron a la leñera antes que oscureciera del todo, y el cuarto quedó en la cocina de la casa.

Al volver los del pueblo, el de la cocina dijo que “el viejo está de lo más idiota, si no llama, mejor no lo molestemos”.

La madrugada siguiente, conocedor de las costumbres del dueño (Incluida la de soler dormir en el sofá), el casero golpeó suavemente la puerta del escritorio y entró con la bandeja del mate y las tortas fritas. Se halló con el muerto en el sillón.

Pensaba, el Oficial, qué lo llevaría al suicidio

Miró el lugar, típico escritorio de estancia, con su mesa, bibliotecas, baño privado, mullidos sillones, ¡hasta televisor, con lo novedoso de las pantallas satelitales!... televisor que continuaba encendido desde la tarde anterior aparentemente, cuando aún vivía el dueño, porque el volumen estaba algo elevado (La edad del finado ya le había disminuido un poco la audición).

Le dio lástima la abolladura de un dorado adorno en forma de faro, que resultó ser un elegante encendedor de mesa. Todo era fino y caro allí.

Llegó la ambulancia. En ella llevaron el cadáver y en ella se fue el doctor. “Cuando terminemos la autopsia, me llego con los papeles al Destacamento”.

Regresando, el oficial se apiadó de un linyera que, al frío viento, miraba pasar la ambulancia.

- ¿Va al pueblo? ¡Suba que lo acerco!

- ¡Hace frío! -subiendo- ¿Qué pasa, algún enfermo en el campo?

- No. Se suicidó el dueño, que es el ricachón local.

- ¡Já! Lo que casi siempre les pasa a los ricos es que los matan para robarles...

- Esta vez, no. Suicidio... ¿Y usted? ¿En qué anda?

- Andando, nomás, buscando alguna changuita como para seguir tirando...

* * *

- Vea, jefe, ni bien dejé al croto en la entrada al pueblo, me empezó a dar vueltas lo del robo y volví a la estancia.

- Bien... ¿y? -Antúnez, Comisario trasladado al pueblito a esperar tranquilo el retiro.

- La abolladura de un adorno, un encendedor, tenía pelos canosos y algo de piel, la alfombra tenía marcas de barro de una suela con igual dibujo que los zapatos del que estaba en la cocina mientras los demás andaban por otra parte, y que dijo que no molestaran a Janson... qué sé yo, lo traje, ahí está, en el calabozo meta decir que no tiene nada que ver. Y a los otros les dije que no se podían ir del casco. Clausuré el escritorio.

- ¿Vieron si falta algo? -Antúnez, acomodando en el sillón su pesado cuerpo.

- No encontramos por ninguna parte su maletín ni su billetera. Por lo demás, nadie sabe muy bien cuántas cosas tenía en el escritorio, ni su valor.

- ¿Huellas en el encendedor?

- Ninguna.

Antúnez mueve su rechonchez, se acerca a la reja, y girando su aburrida cara mira al detenido.

- ¿A qué entraste al escritorio?

- Me llamó para pedirme un cigarrillo.

- ¿A qué hora?

- Un rato antes que llegaran los del pueblo... las ocho y media, nueve de la noche, serían.

- ¿Qué hiciste con la billetera?

- No la vi. No maté ni robé. Aparte, el viejo tenía todo dentro del maletín, con llave.

- ¿Y cómo sabés que la tenía allí?

- ¡Siempre estaba allí!

- ¿Y cómo sabés éso?

- ¡Qué sé yo! ¡De verlo!

Los negros ojitos de Antúnez se entrecierran al bostezar.

- Qué cosa, iba a sestear un rato, pero mejor vamos a echar nafta en la doble cabina y le pegamos otra mirada al escritorio.

- ¡Teléfono, Comisario! –desde la Guardia.

- Hola... ajá... ajá... mire usted. Hasta luego, doctor.

- Vamos yendo –al Oficial- y tenías razón, che, le encajaron un porrazo en la nuca. Casi seguro que lo durmieron y le dispararon acomodando las cosas como suicidio. Fue como a las nueve de anoche.

El Oficial, a la pasada, mira al del calabozo como diciéndole “de acá no te vas”.

Camino a la ruta, donde está la estación de servicio, ven andar al linyera a paso sostenido sobre la helada huella.

- ¿Y ése? –observa Antúnez.

- El caminante que le conté.

- Mirá vos... mirá vos... –pensativo, el jefe.

- No va a pensar que éste infeliz robó y mató... ¿le revisamos las pilchas, por si acaso?

- ... Hmmm... no hace falta... ése, si tiene algo robado encima, no pasa de la ropa... andá parando la camioneta...

Luego, al croto: ¡Oiga! ¿Va para la ruta?

- Ehh, sí, ¿qué tal? –contesta el otro.

En el surtidor, el linyera agradece y toma su bolsa de alpillera de nailon para descender.

- Vos no te bajás, y si te me escapás, te hago correr con todos los milicos que tengo. Volvés al pueblo con nosotros –los ojos renegridos del gordo y petiso Antúnez se clavan en el croto, metiendo miedo.

El Oficial, sin entender lo más mínimo, pero atento, espera que carguen, firma el vale, y sin decir palabra arranca para la Comisaría.

Cuando llegan, están allí la viuda y la hija de Janson. Esta última mira al barbudo entrar llevado del brazo por el Oficial, frunce el ceño, palidece, y:

- ¡¿Vos?!

- Dije que me cobraría- el nuevo detenido.

* * *

- ¿Me aclara, jefe, algunas cosas?- el oficial, mientras acaban la cena en la cocina del Destacamento.

- ¿A ver?- Antúnez, tratando de frenar el bostezo, echado en un sillón medio destartalado.

- ¿Cómo sabía que no era croto?

- Primero, el tranco largo. ¿Qué apuro tiene un croto?. Después, la ropa...

- Estaba sucia y rota...

- No interrumpás: estaba ensuciada, no sucia. Puro barro, tenía. Y los tajos no tenían hilachas, eran nuevos. El sobretodo no tenía roces de la bolsa de alpillera en los hombros. Y cuando subió, no tenía olor a humo... bah, tenía olor a humo, pero sólo de cigarrillo... uñas limpias... pelo revuelto, pero brillante... Clavado que era croto falso. El tranco ya lo vendía... ¿Croto apurado?...

- ¿Y qué robó?. Los de la Jefatura Central no le hallaron nada ajeno cuando se lo llevaron para los Tribunales.

- Porque no robó nada.- Bostezo incontenible del gordo.

- ¿...?

- Trabajó hace como cinco años en la administración del campo de Janson, como quiso noviar con la hija, el viejo lo echó como un perro. Quedó con la sangre en el ojo y, viajante ahora y de paso por la estación de la ruta, vio que el otro bajaba para el campo y decidió ensayar su venganza dejando el auto ahí y disfrazándose de linyera para acercarse al casco.

- ¿Cuándo y cómo entró al escritorio?

- Mientras los otros comían y farreaban en la cocina, por la ventana que cierra mal... ¿O ya te olvidaste que trabajó allí? El ruido del televisor lo ayudó.

- ¿Y el maletín?

- Pucha, que sos duro para entender a un tramposo inexperto... ya va a aparecer tirado entre las matas... el mozo exageró queriendo hacer pasar por robo un asesinato que ya estaba disfrazado de suicidio... es lo que se llama mezclar pilchas –otro bostezo más.

- ¡Que lo tiró...! Buena deducción ésa, la del croto, si no, quién sabe qué estaríamos mirando...

- No tanta deducción... sólo haber conocido y olfateado crotos, nomás- otro bostezo, una removida en el despatarrado sofá, como para acomodar el peso de la comida y el litro y algo de tinto- cuando uno anda, va aprendiendo... zzz...zzz....zzz

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