domingo, 9 de agosto de 2009

Selección de Poesías - García

imageSelección de Poemas

Claudio García

Río Negro

 

 

 

 

POEMAS

la madre

la madre está gravemente enferma

pero antes de morir no cambia

su ritmo habitual de vida, es decir,

conserva siempre puestos el delantal y

la enagua, el rouge y el cuchillo en su mano derecha,

no cambia la voz, no la aflauta

en un último deseo, algo como

háganle la sopa a papá

traten de rezar algunas veces

cierren bien las piernas, hijas

la madre está gravemente enferma

pero igualmente se deja violar por el marido

acariciándole el pelo mientras le controla

los bolsillos, y le saca dos de cada tres billetes,

la madre está gravemente enferma

pero le dice al médico que no se preocupe

que lo fueron a buscar en vano

porque es sólo un resfrío, o a lo sumo

la malasangre correspondiente al recibo de luz,

la madre se muere antes de que le alcancen un té con limón

y en el último minuto ve esfumarse la imagen

de un hombre, el sonido de un vals

y piensa con bronca en la vecina que

hipócritamente irá a su entierro.

(De “Versos de primera intención”)

encendamos un fósforo

encendamos un fósforo que la calle muestra

sus sombras movedizas,

el que nació hace setenta años

y muerto pocos minutos atrás aniquilado de frío

ya no tiene presente,

si bien para tres desprolijos borrachos

recién ha nacido,

por eso festejan y me hacen señas

como para contarme un secreto.

(De “Versos de primera intención”)

SI ARRASTRO AL FIN A ESA MUJER

si arrastro al fin a esa mujer

la maría que el poeta encontró en buenos aires,

y apareció en mi ciudad

cuando escupía sin ganas en un banco

y un día uniforme y por llover

llevaba a pobres animales a sus cuevas,

y linyeras con ojos como plomadas

rastreaban monedas por el piso

si ya la estoy llevando de los pelos

a esa mujer que se hizo trenzas

mirándose en los ojos del poeta

antes de empezar la matineé en el cine más rasca de floresta,

y que apareció sin maletas en mi ciudad

aunque con carga en la cara de pinturas,

como esa cera que acumulaba en mis uñas

por escarbar mi oreja y mi respiración

que se ahogaba en el pecho por no sé cuál hollín de los recuerdos

si ya se encuentra en mi cama

esa mujer extenuada de tantos amores viejos,

como el del poeta con torpeza y público

en los fondos de la estación de villa luro

antes de buscar en algún boliche

una sartén de huevos, cebolla y carne

y qué tren invisible de villa luro la trajo a mi ciudad

me arrancó de una soledad jadeante

en un banco en un día uniforme,

con el colmo de linyeras mirándome con lástima

y dejó que con bronca le arrancara sus ropas

clavadas en su piel por el viaje

desde ese buenos aires que reconocía en cada uno de sus gemidos

que salían de una boca donde el poeta sonreía.

(De “Un corsario con sus piernas quebradas”)

HAY UN PINO VIEJÍSIMO EN LA PLAZA

Hay un pino viejísimo en la plaza

que nadie cuida,

pero que todas las navidades

es cubierto con lamparitas de colores,

guirnaldas

y cajas que simulan ser

grandiosos regalos.

Terminada la navidad,

nadie limpia el pino

de tantos objetos absurdos.

Con los meses,

las lamparitas, las guirnaldas y las cajas

terminan cayéndose solas,

derruidas por las contingencias

del clima.

El pino queda de este modo

preparado para una nueva navidad.

(De “Poemas un tanto amigos de una seguidilla de días de lluvia e insomnio”)

ESTA MUJER PODRIA SER MI MUJER

Esta mujer podría ser mi mujer,

pero, hasta el momento, es sólo mi enfermera.

Contratada desde que hace días

la fiebre empezó a rondar los cuarenta grados

y los médicos decidieron salomónicamente

que debía meterme entre las sábanas

y esperar a que todo se arreglara.

Esta mujer podría ser mi mujer,

pero, hasta el momento, es sólo mi enfermera.

Se ocupa en darme pastillas y genioles

que hacen sangrar mi úlcera;

retacea los vasos de agua que le pido

y, sin ningún tipo de consulta,

guarda en su cartera mis billetes.

Me entretiene leyendo los prospectos de esos medicamentos

que guarda en los bolsillos de su guardapolvo rosa celosamente,

y cuando intento con mi mano tocar sus entrepiernas,

me empieza a hablar de los enfermos

que vio morir en sus años de profesión

y de las veces que las últimas bocanadas de aire

coincidieron con escupidas de sangre

y profundos gemidos que sonaban a un tren llegando de lejos.

No puedo entonces transmitirle mis ganas de hacerle el amor,

de proponerle que abandone su profesión y viva conmigo.

Por el contrario, sus terribles historias

me hacen sudar como caballo, congelan mi lengua y nublan mis ojos.

Esta mujer podría ser mi mujer, pero,

a esta altura no sé si podría sobrevivir a sus extremos cuidados.

Temo además encontrar su lengua bífida

cuando en medio de la excitación y los arrebatos del cuerpo,

busque desesperado su boca con mi boca.

(De “Poemas un tanto amigos de una seguidilla de días de lluvia e insomnio”)

¿DONDE PUEDEN ESTAR MIS VIEJOS ZAPATOS?

¿Dónde pueden estar mis viejos zapatos?

Recién ahora me doy cuenta, a mitad

de camino de mi pobre y monótono trabajo,

que mis pies se desplazan fríos y desnudos sobre el asfalto.

No me perdonaría perderlos.

Los llevó desde la guerra, de cuando unos perdían la vida

y otros de a poco los kilos y la ropa.

Esos zapatos que casi perdí corriendo,

escapando del bombardeo incesante de los enemigos, y el azuzar

represivo de los soldados amigos que nos querían clavar al piso

porque así lo pedía la patria.

¿Dónde pueden estar mis viejos zapatos?

He regresado a casa y no los encuentro.

No me perdonaría perderlos.

Los llevo desde mucho antes de la guerra.

Desde aquella vez en que, oriundo de un

sector del país que se cree lo más importante

del país, bajé por el lado derecho del mapa y te encontré.

Mis zapatos dejaron entonces de correr

y en medio de un cielo que se había puesto tan nublado

vos inauguraste de a poquito un poco de luz y un amor

que empezó por los labios y terminó conquistando todo el territorio

más allá de la epidermis, tragando todo lo que quizás

uno vivió para bajar un día por el lado oceánico del mapa

y encontrar que una madre había parido una mujer-puñal destinada a hacerme mella.

Después pasaron los años y ella pasó,

y luego también pasó la guerra, pero los zapatos quedaron.

Infinitos nudos de tristeza apretan mi cuello al pensar que mis zapatos,

que aguantaron tantos avatares, ahora hallan desaparecido.

¿Fue descuido o el azar?

Miro mis pies desnudos con la extrañeza

de alguien que un día se levanta y descubre que le han

amputado algunas partes del cuerpo.

¿Fue descuido o el azar?.

Miro mis pies desnudos con el rencor de quien

regala las espinas de un ramo de rosas para decirle

adiós a una mujer que lo maltrató por años.

¿Fue descuido o fue el azar?

Miro mis pies desnudos con la desesperación

de quien busca en los libros el conocimiento

o el secreto que le evite descubrir

que las paredes son más resistentes que su frente.

¿Fue descuido o el azar?

Tengo que encontrarlos.

No me perdonaría perderlos.

No podría resistir un nuevo calzado;

atar con desgano los cordones de unos zapatos que nada saben de mí.

No soportaría pensar que en esos momentos

alguien se está poniendo mis viejos zapatos, ignorante

de que en ese calzado se esconden sin ser vistos los estruendos

de las bombas que estremecieron mi cuerpo,

el rozar de su vestido antes del amor,

un amanecer con los ojos muertos

y tanto y tanto de lo que fue mi vida.

(De “¿Dónde pueden estar mis viejos zapatos?, Mariela y otros poemas”)

BUSCO

Busco un hueco donde ocultarme,

la grieta de una mujer,

la oscura pieza de Baudelaire

con su redoma de láudano,

el espacio tibio de la cama

que deja una sonámbula.

¿Porqué esta angustia y el

miedo pegado como abrojo?

Cuando no estás, vivo con una niebla

delante de los ojos.

Busco una capucha de luz de luna

que oculte los ratos de soledad,

tu voz muy suave diciéndome al oído

“te amo con tanta intensidad”,

mi cuerpo obedeciendo el oleaje del mar,

la novela abierta ante el vaso de licor.

Busco viejos olores donde protegerme,

el juego barato de la lluvia,

la afición de contar las estrellas,

quedarme loco o confundido por el alcohol,

recogerte el pelo en dos trenzas

antes de que permitas el amor.

¿Porqué esta angustia y el

miedo pegado como abrojo?

Cuando no estás, vivo con una niebla

delante de los ojos.

(De “Negros y luminosos”)

NO SÉ

Tuve amigos con los que éramos dioses,

pero los años

nos llevaron por distintos caminos.

Tuve mujeres a las que supliqué que creyeran

que yo era capaz de hacer cualquier cosa

con tal que no me dejaran,

pero terminaron diciendo adiós.

Como un gato con las uñas sacadas,

atesoré por años objetos que me resultaban imprescindibles:

algunos discos,

libros, una pipa,

los retratos enmarcados de Adhorno y Hendrix;

pero el tiempo llevó a que no les otorgue tanta importancia.

Hay noches que no puedo dormir

y siento haber perdido todas esas cosas.

Otras, aferro la certeza que mi futuro

depende en gran medida

de dejar de malgastar mi vida pensando en cosas del pasado.

No sé, a veces, si soy dueño

de un triunfo o de una derrota en secreto.

(De “Negros y luminosos”)

ZAMBA DEL RETOBADO (zamba)

Sólo soy bueno conmigo

y malo con los demás

el amor que uno posee

no se lo puede mostrar.

Yo soy un hombre difícil

y me conforma muy poco

quiero más de una mujer

y en lugar de plata, oro.

No moriré poco a poco

como se suele morir

recién cuando tenga ganas

buscaré mi proyectil.

Bebo grandes vasos de agua

cargados con mucho alcohol

llevo un enorme cuchillo

oculto en el pantalón.

Cuando la vida sonríe

me río a las carcajadas

cuando me trata muy mal

hago que no pasa nada.

No moriré poco a poco

como se suele morir

recién cuando tenga ganas

buscaré mi proyectil.

(De “Canciones del Búho”)

I

Mientras en este pueblo

todos son cautivos del frío

y tiemblan en sus camas

produciendo sonidos extraños

como si tuvieran patitas de tero

y ocultos en sus cuerpos

relojes de todos los tamaños

y botellas de alcohol

mientras en este pueblo

no hay prostíbulos ni bandas

de música en los parques

en nuestra casa blanca

nos corren descalzos

el amor y el deseo.

(De “Negros y luminosos”)

12

Admitiría morir, vaya y pase,

pero estar ciego, que me corten la lengua,

o que quede impotente,

me resulta inconcebible.

Entiendo más el suicidio

que tener un gancho en lugar de mano.

(De “El podador de flores”)

23

Yo no me refería a eso.

Decía que algo etéreo,

como el zumbido del mar

de una caracola vacía,

se vuelve de pronto

un letal silencio.

Pero mi amigo asentía

y decía, que es verdad,

que no hay nada peor

que recibir una sonrisa complacida

de una mujer a la que se le balbucean disculpas.

Pero yo no me refería a eso.

Decía que a veces me siento desnucado

para cumplir con ciertas obligaciones

cotidianas y rutinarias,

como poner mi mano en el escote de su blusa

para que cumpla con su destino de mujer.

Pero mi amigo asentía

y decía otra cosa,

que es verdad que cuando anochece

el sol se escucha en la lejanía,

y cuando la luna empuja a la bebida

uno aparta los ojos de otros ojos

para que las miradas no quemen.

Pero yo no me refería a eso.

Decía que cuando nada subsiste

del sexo, del vino, del libro,

de la música,

se descubre que no hay nada peor

que aburrirse de sí mismo.

Y mi amigo asentía

y decía que es verdad, que cuando

se descubre verdaderamente a una mujer

se duda de ella.

Pero yo me refería a otra cosa.

Le decía a mi amigo,

porqué no entendés que me refería a otra cosa.

Que las cosas pasajeras se encarnan

y las verdaderas como el cristal

se rajan y rompen ante cada golpecito

de la vida.

Es verdad, se vuelven puñados de arena,

dijo mi amigo.

Y esta vez entendió a que me refería.

Los puñados de arena que se escurren

de los dedos sin nada de mí.

(De “El podador de flores”)

MEMORIA

En los hoteles fui guardando mi niñez

y ahora, que siento mis huesos como una molestia

entre la carne,

nada queda de los años en que no tenía obligaciones

y llenaba mis rodillas y brazos de raspones y moretones

en las largas tardes de potrero.

¿Se puede ser viejo sin recordar la niñez?

No se puede. Se sobrevive mientras se agotan

esas imágenes de cuando el cuerpo crecía

y el asombro no tenía límites,

pero cuando los recuerdos de la niñez se terminan

los minutos no se llenan

y la soledad se hace cada vez más grande

hasta que se termina muriendo de ataque al corazón

o consumido por el cáncer,

y eso es lo que dictaminan los médicos,

ignorantes de las causas verdaderas de muerte.

(De “Negros y Luminosos”)

CUECA

Una cueca me sale

de la guitarra

pájaros que se posan

sobre la parra.

Una uva y otra uva

siempre es la tierra

ya lo dijo Neruda

canta la piedra.

Canta la piedra, sí

todos los seres

tienen un corazón

bajo sus pieles.

Tu amor me quita penas

tira el anzuelo

que enreda mi cariño

entre tu pelo.

Entre tu pelo, sí

aureola de agua

me ahogo al respirar

bajo tu enagua.

Arrebata el amor

y a manos llenas

junto besos que calman

todas las penas.

Todas las penas, sí

de mi guitarra

que no se acabe el vino

que se emborrachan.

Embriagado de amor

las piernas tiesas

que tus dedos me arrastren

hacia la pieza.

Hacia la pieza, sí

sin desamparo

tu piel traerá la luna

de color claro.

De color claro, sí

toda redonda

no acechará el adiós

entre las sombras.

(De “Canciones del Búho”)

LLEGÓ TU AMOR (canción)

Llegó tu amor a buscarme

Nació como nace una vertiente

entre tréboles y flores diminutas

pero nació también como montaña

cubrió el horizonte con tu cuerpo

trajo el silencio en los rincones de la casa

donde se acumulaban temidas alimañas

y sueños incomprensibles recurrentes.

Llegó tu amor a buscarme

como quien trae una carta perfumada

del aroma más entrañable

trajiste la sed junto con el agua

un mar sin sal ni tormentas.

Mi rostro decidió tocarte

cegar los ojos a otra cosa

que no sean tus ojos

perturbar el corazón con tus latidos

y así llevar fuego entre los dedos.

Llegó tu amor y dijo basta;

basta de quemaduras del trabajo

de frío entre las sábanas

de polvo en los vidrios

que no dejaban filtrar el sol;

basta de insomnios sin sabiduría

de paseos por calles conocidas

donde mendigaba sonrisas mal pintadas;

basta de encallar en los bordes de los libros

por el sólo hastío y el cansancio;

basta de comer las migas de viejas comidas,

y de la mañana en que el sueño entornaba

su puerta a un día sin deseo.

Llegó tu amor a buscarme

y se puso de acuerdo

con mi amor escondido;

todo se selló con un beso

que supo a whisqui en la garganta.

Se desgranó el tiempo

en minutos absolutos,

raíces a un mañana

donde los dones crezcan.

(De “Canciones del Búho”)

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