sábado, 29 de agosto de 2009

Tato Affif – Solsticio y Algo del autor

 

image “Solsticio y el viaje de las Hadas, los Duendes y el Silfo”/Por Marcelo Carlos “Tato” Affif

29/08/09 | (APP) Marcelo Carlos “Tato” Affif nació el 2 de abril de 1966 en la Ciudad de Buenos Aires y reside en El Bolsón. Interesado en los orígenes de los mitos y las costumbres americanas realizó un viaje de investigación recopilando todo tipo de material, partiendo desde la ciudad de San Juan (Argentina) y llegando hasta las antiguas ruinas de Machu Pichu (Perú). Es profesor titular de las cátedras de Historia, de Derecho e Impuestos del Cem 94 e integrante del Consejo Institucional, asimismo soy profesor titular de Cívica del Cem 48.

En el 2008 publicó en forma independiente su primera novela llamada “Solsticio y el viaje de las Hadas, los Duendes y el Silfo”, declarada de Interés Cultura y Educativo por el Senado de la Nación y el Concejo Deliberante de El Bolsón.

“Solsticio y el viaje de las Hadas, los Duendes y el Silfo” es una novela del género fantástico que está estructurado en dos momentos bien definidos. La historia inicia con el relato en primera persona de un narrador que comienza haciendo una descripción del maravilloso lugar en donde vive, y luego refiere una serie de sucesos inexplicables que ocurren en su casa…
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“Fue durante el primer invierno que pasamos en la cabaña del faldeo del Piltriquitrón cuando todo comenzó, o al menos cuando mi parte en esta historia dio su primer paso.
Hacía tanto pero tanto frío que Mariela y yo dormíamos tapados hasta la naríz y con pulóveres. Nuestra cabaña recién hecha, poseía todas las características de una cabaña recién hecha, estaba llena de chifletes. Teníamos la salamandra y el hogar prendidos durante todo el día; pero cuando llegaba la noche, esas noches en las que se pueden ver millones de estrellas, realmente nos moríamos de frío.
Nuestra casa de piedra y madera estaba construida junto a un fantástico bosque de cipreses, radales y maitenes.
Durante el verano era como vivir en un sueño, caminábamos al atardecer por sus angostos senderos, jugábamos a buscar ramitas de tal o cual árbol, o escuchábamos los sonidos que la brisa hacía entre las hojas. Pero en invierno la cosa cambiaba, no es que no fuera hermoso, pero el frío intenso y la humedad del bosque nos recluían la mayor parte del tiempo adentro de la casa. Las lluvias y la nieve se hacían sentir, y nuestra mayor preocupación en aquellos días era que no se agotara nuestra provisión de leña.
Como dije en un principio, fue durante aquel primer invierno; en una helada noche cuando todo comenzó.
Nos habíamos ido a dormir temprano; habíamos tenido un largo día de trabajo y estábamos cansados. Mariela como de costumbre apoyó la cabeza en la almohada y se durmió; y yo, como de costumbre dejé flotando en el aire mis pensamientos y comencé a viajar a países lejanos, a descubrir lugares nuevos, y a pensar como llegar a fin de mes.
Cerré los ojos… Al ratito entré en una zona en la que uno está a punto de dormirse, pero aún tiene conciencia del entorno, y se perciben vagamente ruidos y sonidos alrededor.
En ese momento, fue cuando sucedió… “ (Extracto del cap. I)
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Una tarde el narrador sale a pasear por el bosque lindante a su propiedad y escucha una melodía inquietante y a la vez irresistible. Decide averiguar de qué se trata y cae en un letárgico ensueño en el que una dulce voz que le va contando una fabulosa e increíble historia…
……………………………………………………………………………………………………………“¿Estaba despierto o me había dormido? El realismo de las sensaciones me hizo desechar la idea de estar soñando, pero a la vez… ¿Cómo era posible que fuera capaz de percibir todas esas cosas?
El corazón me latía a mil, quise levantarme y salir corriendo antes de que fuera demasiado tarde, cuando repentinamente escuché su voz. Una voz femenina que me llegaba como desde el principio de los tiempos. Una voz única, una voz mágica…
Cantaba en un idioma extraño que no conocía.
Su entonación era como el sonido de una cascada escondida en la montaña, y las frases respondían a una rima fresca, como las últimas escarchas matutinas de una joven primavera.
Me di cuenta de ello rápidamente y, aunque no comprendía el significado de las palabras, su particular pronunciación era atrapante. Entonces, caí definitivamente en una especie de ensoñación o algo parecido. Era como soñar despierto o despertar soñando…
Y comencé a esperar el sonido de las rimas de las ya indudables estrofas de una canción, y presté mucha atención a las imágenes que se sucedían ante mis ojos simultáneamente.
Al percibir que nada me apremiaba, podría decirse que me tomé mi tiempo. Me relajé como nunca en toda mi vida y me entregué, permitiendo que la música me envolviera por completo.
Noté que a cada estrofa le correspondía una imagen… y casi sin notarlo fui identificando palabras, expresiones, y frases; hasta que finalmente… ¡Comprendí el significado de la letra!
La canción contaba la historia de un bosque tremendamente viejo y frondoso, habitado por los seres más extraordinarios que jamás hubiera visto. Un bosque mágico en una tierra lejana y de leyenda. Y yo estaba a punto de formar parte de ella, aunque en ese entonces aún no lo sabía…
Cuando me di cuenta, hacía tiempo que había empezado a bailar… “(Extracto del cap.II)
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La canción va relatando la leyenda y de esta forma se pasa a los verdaderos protagonistas de la novela. Son cuatro hadas: Solsticio, Nevada, Estrella y Cenit.
Y tres duendes: Hojarasca, Frondoso y Retoño.
Y un silfo: Silbador.
Ellos vivían en Irlanda y querían dejar la isla y buscar nuevos bosques donde vivir. El suyo estaba siendo talado por los hombres y no le quedaba mucho tiempo de existencia. Pidieron permiso de viajar a los ancianos y como no se lo dieron, deciden fugarse…
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“Las tres banshees de la pequeña cascada en la frontera del bosque fueron las primeras en llegar al círculo de pierda. Se sentaron en el suelo sobre la hojarasca y esperaron con abnegada paciencia la llegada de los otros.
Al rato aparecieron los duendes, con sus barbas añejas y sus generosas barrigas. Saludaron a las banshees con una reverencia y tomaron su lugar debajo de un gran roble, entreteniéndose en una charla de lo más animada.
Las luciérnagas siempre cómplices de esos momentos, alumbraban el lugar con su fría luz agrupándose en distintos sectores siempre bien distribuidas para no dejar a nadie a oscuras.
Un Leprechaun amable y voluntarioso era el anfitrión del lugar, y el encargado de que todos estuvieran invitados; los días previos a la convención eran para él muy vertiginosos. Siempre consideró una verdadera suerte, que semejante acontecimiento se produjera cada cien, o ciento cincuenta años; de lo contrario habría enloquecido.
Vestía tal como era característico en los de su especie, con sombrero de tres picos de color verde, chaqueta y pantalones al tono y unos zapatos negros con hebilla que parecían desproporcionadamente grandes.
Hacía ya mucho tiempo desde la última vez en que todos los seres de la naturaleza del bosque habían sido convocados.
Y más aún, desde que en una convención similar, se había tomado la determinación de no mostrarse más a los humanos. Cuando gracias a la nueva religión todos los seres feéricos comenzaron a ser perseguidos sin importar su condición.
Desde las lejanas minas de oro del norte, cuya ubicación era un misterio, llegaron los gnomos, con sus recios torsos, sus vestimentas toscas, y sus picos y martillos que llevaban colgando de los numerosos cinturones que ceñían sus tallas.
Parecían estar de muy mal humor, ya que no había nada más molesto y fastidioso para ellos, que tener que discutir cuestiones que no les interesaban. La realidad era que los gnomos vivían por y para el oro; que extraían de las entrañas de la tierra en lugares absolutamente secretos. Aprendieron su oficio de sus primos los enanos germanos; y era la creencia difundida por aquel entonces, de que eran capaces de “oler” el oro.
Con sus ropas harapientas y sus miradas perdidas, arribaron los brownies irlandeses (también llamados bwciod). Se ubicaron junto a las banshees de negras cabelleras, provocando que estas se apartaran del lugar tomando un poco de distancia de aquellos desprolijos personajes. No eran más de quince o dieciséis, aunque nadie estaba totalmente seguro de este número, ya que nunca se quedaban quietos, y todos eran muy parecidos entre sí. Como prestaban servicios en casas humanas no tenían tiempo de remendar sus ropas, y por esta razón no había en la convención feérica personajes más desalineados, sucios, y desagradables que aquel grupo de brownies irlandeses, aunque indudablemente a ellos poco parecía importarles.
Precedidos por un bullicio ensordecedor, muy cerca de la medianoche, hicieron su aparición los terribles trasgos. Llegaron desde los montes y el campo, y con seguridad ninguna casa, aldea o pueblo, ya sea grande o pequeño se había salvado de sus depredaciones.
Transformaron en un momento la tensa calma en un verdadero desastre. Saltaban entre los duendes y los brownies quitándoles sus gorros, chalecos, y otras pertenencias, para luego arrojarlas a otros compañeros que los esperaban en el otro extremo de la ronda que se había formado.
Hacían equilibrio con piedritas en sus narices, que inevitablemente caían sobre algún invitado, casi dejándolo sepultado debido a la gran cantidad que habían utilizado.
Contaban grotescas historias de sus despreciables hazañas que nadie quería escuchar; y se enojaban terriblemente cuando veían que no les prestaban atención. Entonces molestos e indignados giraban como trompos sobre las puntas de sus botas rojas y golpeaban a todos los que se encontraban cerca de ellos.
Cuando los más ancianos los reprendieron, expusieron una lista interminable de excusas que como era común en estos casos, se transformó en un verdadero fastidio, ya que todos al mismo tiempo gritaban sus razones y se copiaban los más disparatados argumentos para justificar sus fechorías. Por este motivo todos se vieron obligados a escuchar como cincuenta veces la misma cantinela.
No fue nada sencillo tranquilizar los exaltados ánimos de los trasgos, pero de acuerdo a su naturaleza, cuando se les induce a contar un manojo de lentejas, como no saben contar más allá de treinta o treinta y cinco, esta empresa los agobia y a la vez los mantiene ocupados, intentando llevar adelante el conteo. Por supuesto la clave está en darles más lentejas de las que ellos pueden contar. Conocedor de esta artimaña el Leprechaun tenía preparados unos treinta saquito repletos de lentejas, las cuales repartió a cada uno de los trasgos presentes que, inmediatamente se pusieron a contar (mejor dicho a intentarlo) poniendo así fin a tan tremendo alboroto.
Las dríadas de los árboles cercanos tenían lugares de privilegio, ya que podían observar todo sin abandonar la comodidad de sus hogares.
Cuando todo estuvo dispuesto, Musgo, el duende más anciano y sabio de todos los presentes dió por inaugurada la convención feérica, y convocó al centro del círculo de piedras a los “Solicitantes” tal como lo establecía la tradición.
Entonces con paso firme y seguro, un grupo de tres duendes y cuatro jóvenes y hermosísimas hadas apareció; y ubicándose en el centro del círculo de pierda ante la mirada de todos aguardaron a que el anciano Musgo les permitiera dirigirse a los demás.” (Extracto del cap. IV)
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Los seres mágicos viajaron a Sudamérica escondidos en el equipaje del Almirante Guillermo Brown (Héroe de nuestra independencia de origen irlandés) Cuando llegaron a Bs. As. partieron inmediatamente hacia la Patagonia gracias a que las hadas pueden comunicarse con Madre tierra y, ella les dió la ubicación exacta de los bosques cordilleranos, pero en el camino debieron enfrentarse a los seres mágicos autóctonos que no los recibieron amigablemente. Finalmente luego de muchas penurias eligen para quedarse a vivir una pequeña comarca que hoy lleva el nombre de El Bolsón.
Cuando termina la canción y de esta forma el relato de la historia, la novela vuelve a donde comenzó, con el narrador volviendo en sí y, descubriendo que el bosque en donde vive está habitado por aquellos seres mágicos.

1 comentarios:

Anónimo dijo...

Tato, que los duendes de tus ficciones armen un mundo algo mejor, con más esperanzas. Tenés un verbo matizado de sabores del bosque....Tus duendes son ángeles del camino.
Gracias. FGC