domingo, 20 de septiembre de 2009

El señor del rosario - Matar

image Ester Faride Matar – Sierra Colorada – Río Negro

 

EL SEÑOR DEL ROSARIO…

El tic tac del reloj marcó las 22 hs. Como siempre.

Pero hoy sería un día diferente.

Buscó en su bolso la billetera, los anteojos, los cigarrillos y detuvo sus manos en un rosario. Sí, en las perlas de un rosario que días atrás, un señor le regaló al despedirse de su cuarto.

De ese cuarto de hotel que noches tras noches, era fiel testigo de negocios con su cuerpo, de las propinas que engrosaban su honorario, de sus miedos a tantos rostros desconocidos que pagaban por amor, que dejaban en sus manos el dinero y las angustias contenidas.

El señor del rosario ahogaba sus penas en ese mismo cuarto de hotel. Un día se paró frente a ella, encendió las luces y mirándole sus ojos reflexionó en voz alta:

-Muchacha, este no es tu mundo. El mío tampoco. Negociamos soledades por diferentes motivos. Yo por olvidar las penas de un amor no correspondido. Vos por necesidad seguramente… y estamos exponiendo nuestros cuerpos al ultraje despiadado de las mentes.

Lo miró desde su mediana estatura y secándose las lágrimas que sin permiso, se desparramaban sobre sus mejillas, también le confesó:

-¿Sabes? Llegué a esta ciudad con este mismo bolso y dos monedas. Vengo de un barrio de pueblo sin laburo, sin padres ni amigos que me contengan. Cansada de buscar basura en la miseria, de soportar letreros en las puertas “sin vacante”, me atreví a vivir de esta manera, sin rendirle cuenta a nadie.

-¿A nadie? Le preguntó el señor. Y ¿vos qué sos? ¿sos nadie?

-Ella sintió una bofetada en su interior. Esa bofetada que quizás estaba esperando recibir para cambiar de rumbo.

-Sí… soy… soy una mujer que comprando portaligas y carteras repletas de temores, cuento los billetes, atesoro las monedas para pagar un mísero hospedaje y comer. ¡Vá!... comer… ¡Cuántas veces me olvido de comer por los miedos que me persiguen para alcanzar el coraje que me falta!

El señor, extrajo de su bolsillo un rosario. Apretó fuertemente sus manos, la besó en la frente y obsequiándole el rosario le imploró: por tu bien y por el mío, busquemos otro camino, cambiemos de vida. El señor, que es mío, es tuyo y es de todos, será el que cada mañana nos acompañe. A vos, para encontrar el trabajo dignificante que soñás y a mí… a mí muchacha… cerrar las heridas que me hieren de un abandono inmerecido.

Cerraron la puerta de ese cuarto de hotel y cada uno tomó diferentes senderos.

Lo vio marcharse. Silbando bajito y pateando las gotas de agua que salpicaban las veredas por la lluvia. Lo presintió feliz.

El la miró alejarse taconeando segura. Apretando sus pasos y sin mover sus caderas como antes. La presintió feliz.

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