lunes, 12 de octubre de 2009

Inocente - Cerdá

INOCENTE

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Del libro Comisario Antúnez

El Comisario Antúnez andaba de paseo por un pueblito del lado de la cordillera. Lo había invitado el jefe del Destacamento Policial de allí y, en espera del retiro y con un buen Oficial como segundo, aprovechó y se fue.

Al tercer día, su rechoncha figura ya era parte del bar del almacén de don Gómez.

Para el Sábado Santo, Gómez organizó un truco con empanadas. “Hay que festejar las vísperas de Resurrección” dijo.

Asistió todo tipo de gente. Hasta el Jefe del Correo y el ayudante del Juzgado de Paz, quien jugó torpemente, perdió una falta envido con veintisiete, y se fue a su casa sin comer la empanada ni probar la copa que le fue servida, como correspondía a todos los inscriptos.

En la mesa de al lado, Antúnez, mintiendo hábilmente despachó al maquinista de Vialidad y le pidió al Cabo que llegaba de ronda que lo acercara de una escapada al Destacamento a buscar un pañuelo.

Mientras se maniobraba la camioneta para salir a la calle, Antúnez preguntó:

- ¿Qué tal para el truco el ayudante del Juez?

- Es de cuidado. Ningún lerdo, el porteño... ¿No estaba inscripto?... no lo vi.

- Jugó y perdió en la primera ronda... se fue a su casa. ¿Dónde vive?

- En las comodidades de atrás del juzgado.

- Bueno, pasá despacio por el frente... -Antúnez, pensativo mientras atisbaba en la oscuridad lateral, apenas aclarada por la luz del vehículo, que apunta hacia adelante- Ahá... ¿y de quién es el autito que está en el patio?

- De él. Casi siempre está roto y vive caminando, nomás.

En el Destacamento, el gordo y petiso Comisario revolvió su valija y subió de nuevo a la camioneta.

- Ahá... caminando… mirá vos... –comentó como para él al pasar de nuevo frente al oscuro Juzgado- Y ya se acostó, parece.

El truco siguió. Antúnez ganó el campeonato, con el premio en efectivo pagó la vuelta para todos y encargó empanadas para el Destacamento, al otro día.

Poco después de la una de la mañana, el Cabo de ronda lo llevó a dormir. “Y todavía está” murmuró Antúnez al pasar frente al Juzgado.

Al aclarar del domingo, Antúnez iniciaba el mate cuando llegó el Cabo, quien recibió con agrado un amargo.

- Había salido a dar una vuelta para acortar la guardia... a las nueve tengo el relevo.

- ¿Y?

- ¡Nada, mi Comisario! ¿Quién va a andar a éstas horas, y con el fresquete que hace?... No... ¡Miento! La que andaba bicicleteando era la hija mayor del Juez de Paz. Está bien que quiera mantener en estado ése cuerpo que tiene, pero salir a pedalear a ésta hora... ¡hay que tener ganas! -chupando y devolviendo el mate.

- Ahá... mirá vos...

* * *

Durante la Semana Santa, el Juez, su esposa y su hija menor habían ido a la costa, quedando la hija mayor en la casa, a las afueras del pueblo. Quería preparar unos exámenes para la Universidad o algo así.

El jueves y el viernes, uno de los puesteros del campo del Juez fue a quemar las hojas del otoño y a trozar leña, y el sábado a la tarde y domingo al mediodía hizo su ayuda en el patio y entrando tacos a la casa el peón del otro puesto.

El martes por la mañana, antes de ir al Juzgado, el dueño de casa se apercibió del faltante de unas piezas de colección de su despacho personal en el campo.

No había, aparentemente, demasiadas posibilidades: los dos puesteros que –como la mayoría- andaban cambiando de trabajo, de un lado a otro (y que el otoño les hacía calcular que pasarían allí el invierno y después verían), y el ayudante del Juez, que el sábado por la tarde se había dado una vuelta “para ver si la chica precisaba algo”.

* * *

- ... y así están las cosas, mi Comisario. ¿A usted qué le parece? -el Oficial del Destacamento local.

- Habría que hablar con ésos tres... y en el lugar, mejor.

- ¡Cabo! Vaya con un hombre a llevar al ayudante a la casa del Juez. Reúna la familia para la una, que yo voy con el Comisario a buscar a los otros dos.

En la nublada mañana, casi para lloviznar, llegan a donde el primer puestero -Vallejos- quien al calor de la cocina está cosiendo unos aperos “Con éste día, algo hay que hacer para matar el tiempo”.

Avisado que lo llevan a la casa del patrón, el hombre se calza las botas, le pone leña al cajón dejando aparte unas astillas para prender fuego al regreso, toma un abrigo, y salen.

El otro puesto, como a media hora de distancia, parece tapera.

- ¿Andará de recorrida?- el oficial.

En eso, se asoma Uribe, el peón -¡Bajen! Si no hay mucho apuro hacemos unos mates o una cascarilla.

Antúnez indica que sí con la mirada y entran a la fría cocina.

Uribe trae unos palitos del patio y comienza a rabiar y maldecir para prender el fuego. Echa querosén hasta que, al fin, las húmedas ramitas arden. Luego mete dos palos gruesos y largos que no permiten cerrar bien la tapa. Sale humo por todas partes y siguen las maldiciones, deben abrir la puerta y la ventana para ventilar.

La cascarilla sale buena y, mientras la toman, el Oficial brevemente les comunica lo del robo.

* * *

Reunidos en el estar de la casona, esperan unos minutos a que ingrese la hija mayor, que llega de andar en bicicleta por el parque, y comienzan las preguntas por parte del Comisario, a quien el Oficial le ha pedido si quiere llevar el caso.

- ¿Dónde tenía guardadas las cosas? -le pregunta Antúnez al dueño

- No estaban guardadas. Las tenía a la vista -señalando una mesita tras el vidriado tabique que deja ver un ordenado y lujoso despacho personal- Era toda plata antigua...

- Y la puerta sin llave -Antúnez, como afirmando.

- ¡Claro! Nunca echo llave acá adentro.

- O sea que, cualquier entendido, un manotazo así al picaporte, y otro así a las piezas de colección, acá nomás, a la izquierda y ¡listo, al bolsillo! -Antúnez, acompañando su apreciación con sendos movimientos de brazos, uno como abriendo la puerta, y el izquierdo como tomando algo de la mesita circular indicada como donde estaban las valiosas piezas.

Luego de pensar un rato, el comisario mira a Vallejos y pregunta:

- Usted, el jueves y el viernes, ¿qué hizo acá?

- Corté leña con la sierra y arrumé mientras rastrillaba y quemaba hojas. Entré alguna carretillada a la leñera de la casa, también.

- ¿Cuánto hace que trabaja acá?

- Llegué antes de la esquila, y después me ofrecieron de puestero... como viene el invierno y le hago a las sogas, acá estoy... ¿a dónde ir, con treinta años rodando por la cordillera?

- ¿Me alcanza mi tabaquera? -Antúnez, señalando la mesa.

Vallejos tiende su diestra y se la entrega.

- Gracias... ¿Y usted, Uribe?

- Casi lo mismo, Comisario. Baqueano para el campo, ando siguiendo los trabajos que salen. Llegué después de la esquila y faltaba un peón de a pie...

- ¿Y qué hizo acá?

- Entré leña cortada y rastrillé los patios.

- No quemó.

- No. Dejé apiladas las hojas.

- ¿Me deja la tabaquera sobre la mesa?.

- Uribe la toma con la izquierda y la deposita sobre la brillante tabla.

Antúnez mira ahora al damnificado, a su afligida esposa, la pensativa hija menor, a la cabizbaja hija mayor, y al ayudante, que se mueve algo inquieto.

- ¿Cuánto hace que andás por acá?- inquiere a éste.

- Catorce meses.

- ¿Qué se te dio por mudarte?

- Me quiero recibir de Contador Público, salió éste puesto, y como me queda bien para estudiar a distancia, renuncié al otro trabajo y me vine.

- ¿A qué te dedicabas?

- Era tasador en una casa de antigüedades- con voz de “se acaba el mundo y yo no puedo hacer nada”.

La familia se remueve, entre gestos de enojo, malestar y preocupación.

- ¿Lo llevamos al Destacamento, mi Comisario? -el Oficial.

Los negros ojitos del rechoncho Antúnez escrutan todas las caras y luego, pensativo, mira por el ventanal mientras lleva el armado a sus labios.

- ¿Me da fuego, Uribe?

El zurdo no se hace esperar.

- Gracias... ¿por qué se pateará la panza aquél matungo? –observando hacia el potrero.

- ¡Quién sabe!... alguna maña, será -responde indiferente Uribe.

- Ahá... Oficial, meta al ayudante en el calabozo, que nosotros vamos a llevar los peones.

Se van, quedando toda la familia conmovida.

La llovizna comienza a desdibujar los cerros.

Llegan al primer puesto, y Vallejos rápidamente hace fuego con un papel de paquete y las astillas. Enseguida lo alimenta con ramitas y apronta un palo más grueso.

Continúan viaje después de saludar.

Uribe no para de lamentarse por lo que hizo el ayudante del juez.

- Arruinarse así, un hombre joven...

Llegados al puesto, Antúnez pide “el favor de unos mates”, y Uribe comienza de nuevo a rabiar: los palitos juntados en el patio, más húmedos ahora, se niegan a arder y se ahuma todo... al fin, logran matear. No se puede negar la buena mano del zurdo para cebar.

-¿Qué pasa, mi Comisario?- pregunta el Oficial mientras van para el pueblo.

- Pasa que el zurdo mintió. No es del campo. No debe haber vivido en el campo más de lo que estuvo aquí. Hacelo llevar al pueblo y que lo apriete el chinazo ése que tenías de guardia ayer. No lo veo peligroso, es más bien ladino, así que dudo que le haga falta algún sopapo...

Y Uribe, ratero con antecedentes en la costa, confiesa: cuando había entrado la leña para el fogón del estar, había visto a través del vidrio las piezas raras en la mesita al lado izquierdo de la puerta del despacho. Manotazo con la derecha al picaporte y manotazo de zurda a las piezas de plata. Directo al bolsillo del sacón. La chica había salido a despedir al ayudante. Y lo del trabajo en antigüedades de éste último le había servido en bandeja el escape a las sospechas.

Tenía calculado aguantar un mes más y pedir las cuentas. En el norte se saca buena plata por esas cosas.

* * *

- Disculpe, mi Comisario –el Oficial- ¿No era demasiado arriesgado seguir la pista y sospechar de Uribe sólo porque es zurdo?

- No fue por eso. Como te dije, sospeché porque dijo ser del campo y no lo es: no guarda leña seca, no tiene astillas a mano, cuando llegamos por la mañana aún no había churrasqueado... y, encima, no sabe que si un caballo se patea la panza, es casi seguro que está con parásitos. Igual, algo de espamento había que hacer porque si no iba a haber otro problema.

- ¿...?

A la noche, Antúnez se luce en el fogón del boliche de Gómez con la guitarra apoyada en su redonda barriga y cantando “lo que pidan”.

En un intervalo musical, se le acerca tímidamente el ayudante del Juez.

- ¿Puedo hacerle una pregunta, señor?

- Ahá –Antúnez, mientras se manda un trago de tinto y ojea el asador.

- Si ya a la mañana se había dado cuenta que Uribe había mentido y era otro sospechoso ¿por qué me hizo meter en el calabozo a mí solo?

- Tenía que ayudarte. No te olvides que perdiste a propósito el truco y te fuiste a dormir antes de las diez sin comer ni tomar nada. Un sábado a la noche.

- Esteee... ¿y qué tiene que ver? ¿a qué me iba a ayudar metiéndome preso?

-¿Y si no, cómo íbamos a disimular que la bicicleta de la hija del Juez pasó la noche contra el rosal del fondo de tu casa?... si te gusta jinetear, aguantate el sacudón, che –levantado su pesado cuerpo y encarando para el asador, cuchillo en mano.

FIN

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