sábado, 10 de octubre de 2009

Invasión – González Carey

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Invasión

Fernando González Carey

Gral. Roca

¿Vamos? , ya estoy, esperá que me abrocho las zapatillas, che, ¿conocés bien el camino?, mirá, algunos datos tengo, vamos, apuráte, que ya salió el Sol.

La montaña resplandecía por el lado del Este, luminosa, casi blanca a pesar del furor del verde en la forestación de las laderas. Los dos amigos caminaron en silencio hacia la villa , una aldea de montaña enclavada en el límite con Chile, a orillas del lago Aluminé. Según los mapuches -que se dicen originarios y dueños de las tierras- Villa Pehuenia está asentada sobre sus dominios ancestrales. Los blancos llegaron de a poco, instalaron sus cabañas e impusieron feroces camionetas.

Los dos amigos iban apretando el paso en la hora matinal, cuando un camión regador destartalado motivó sus comentarios.

- ¡De los de antes! –exclamó Juan

- Todavía sirven –le acotó Gerardo.

- ¿Se darán cuenta de que somos de la ciudad?

- Lo tenés pintadito en la cara, che.

. Llegaron al pueblo y encararon por la única calle comercial. Un policía dormitaba en la estación de combustibles. Cuando se acercaron le preguntaron si conocía el paraje del lonco Puel. El policía los miró con sorpresa y les arrimó un consejo.

- Sigan la ruta provincial hacia el Este. Hay un cartel indicador a la izquierda del camino, pero tengan en cuenta que está prohibido ingresar a sus territorios sin permiso…

- ¿A sus territorios?

- Bueno, ellos son los dueños…

- Pero solo queremos ascender la montaña, ¿hay problemas?

- Ya les dije, pidan permiso, los paisanos son muy sensibles.

Juan sonreía todo el tiempo.

- ¡“Sus tierras”! , acaso crean que porque les ponen alambrado…

- Bueno, . los alambrados son para que no se les escapen los chivos, los caballos… ¡Vos nos

querés a nadie!...

- ¡“Los dueños de la tierras”!”, eso me da rabia. ¿de dónde lo sacaron?

- Todos sus ancestros están bajo esos pehuenes, ¿no te basta?

- Bueno, bueno, ¿pero toda la tierra? Estos lugares son magníficos y ellos no saben explotarlos.

Viven en la miseria y tienen la posibilidad de salir de ella con solo vender algunas parcelas…

- ¿Vos sabías que estas tierras son de la comunidad y no de cada uno de ellos?

- Ya se van a despertar, es cuestión de tiempo…

- No creo…

- Bueno, Juan, allí está la tranquera…. Dale, apuráte….

Buscaron el hilo más conveniente, se inclinaron y pasaron del otro lado.

Se detuvieron un instante y Juan bromeó

- ¡Uy, mirá si nos tiran con flechas!

- Pero no seas bruto, las armas de ellos fueron la lanza y la boleadora…

- Bueno, dale, vos primero - dijo Juan, que ya estiraba el cuerpo y ascendía la cuesta.

- ¡Alea iacta est! (*) -gritó Gerardo, mientras acomodaba todo el equipo.

La montaña era amplia, rotunda. Algunos ñires y lengas achaparradas dificultaban el andar, obligando al zigzag. Más arriba esperaban cohiues y algunas araucarias que se habían erguido entre piedras enormes. Por allí el estampido de un conejo salvaje. Con la ayuda de un bastón el ascenso fue lento y de vez en cuando se detenían para contemplar el lago Aluminé que estaba a sus espaldas. La visión era impactante a medida que ascendían. Todo un anfiteatro abajo, amplio, expandido, alimentaba la codicia de los dos y promovía la verbalizacion de grandes emprendimientos.

- ¡Qué desperdicio, che! -gritó Juan.

- Calláte y seguí subiendo -le respondió Gerardo, que ya respiraba por la boca- más arriba

cambiamos.

El sol apretaba y la cantimplora iba de mano en mano. Fue Gerardo quien la vio primero, montada en un caballo viejo, con toda una jauría por compañía. Fusta en la derecha, la otra mano firmemente tomada de las riendas. Un rostro por demás curtido que no enviaba más que señales inoportunas. Una mapuche, oyó decir Gerardo como advertencia. La vieja se acercó hasta una distancia prudencial y desde allí les gritó. Los perros estaban alineados detrás del caballo, esperando alguna orden.

- Y ustedes ¿qué hacen por acá?, ¡éstas son nuestras tierras!- Gerardo intervino con un saludo que empezó cordial pero que murió antes de concluir. -

- ¿Qué hacen ustedes en nuestras tierras?, volvió a gritar la vieja.

- Estamos caminando, señora -se animó Juan, y Gerardo, mirando la cumbre ya cercana, completó

- Queremos llegar allá arriba

- ¿Tienen permiso para entrar?- Les espetó la mapuche, acercándose más.

- Pero no es más que un simple paseo… completó Gerardo, pero ya la vieja estaba vociferando a los cuatro vientos que

- ¡Ustedes, los blancos, primero vienen a mirar, después miden nuestras tierras y más tarde se llevan todo!…¡.Lárguense de acá, que si no les suelto los perros!.- Relinchó el equino, dio vuelta y media y pronto estaba la mapuche para ejecutar su orden cuando Juan le dijo

- No hace falta señora, ya nos retiramos…

El descenso fue lastimoso. Mordían su bronca los dos amigos y un poco más abajo Gerardo se dio vuelta para observar la actitud de la vieja, pero la vieja no estaba más.

No bien llegaron a la parte comercial de Villa Pehuenia, se dirigieron al locutorio de Catalán. Fue Gerardo el que subió la pequeña escalinata para pedir una cabina telefónica, cuando Juan le preguntó casi como al descuido,

- Che, ¿tenés bien claros los datos de la mensura? A ver si con el susto que nos dio la vieja se te borraron y no podés pasarlos… - pero ya Gerardo sonreía con el pulgar levantado.

(*) “La suerte está echada”

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General Roca, Otoño del 2008.

1 comentarios:

Carlos Rey dijo...

Está bueno el cuento Fernando. Esperemos no tener un problema serio con esta gente para sumar a los que ya tenemos. Estoy escuchando mucho sobre el tema ultimamente y lo que me queda dando vueltas es el lo que se dice: que los mapuches fueron invasores y presisamente son los que reclaman "sus" tierras.