viernes, 27 de noviembre de 2009

La Araña – Horacio Carey

image La araña

Horacio Carey -

Cuento Corto

Estaba tomando un café en una confitería de moda, ella entró y fue como si alguien hubiera bajado el volumen de todos los sonidos, se hizo el silencio y él escuchó únicamente el sonido de los tacos aguja resonando en el piso de madera entarugado, sus ojos no pudieron apartarse del movimiento cadencioso de sus caderas y el estremecimiento a compás, de sus pechos imaginados bajo la fina blusa.

Pelo renegrido y brillante, ojos verdes, nariz fina, pómulos altos y labios rojos entreabiertos y húmedos.

Era una invitación a la lujuria y a la imaginación afiebrada.

Cuando despertó la tenía de frente, mirándolo con una sonrisa algo perversa.

En el salón se escuchaba a Chet Baker cantando “Deep in a dream”

-Hola -le dijo

-Hola –contestó mecánicamente.

-Noté que estabas muy interesado en mi persona y entonces pensé, ¿por que no? –siguió.

-¿Por qué no? – repitió él nuevamente. Estaba helado y no podía pensar.

Lo despertó Chet soleando con su trompeta.

-¿Me seguís? – le dijo ella.

Sonrió, se sintió más tranquilo había comenzado a dominar sus emociones y a pensar con coherencia. –Donde quieras- le respondió, poniendo su mejor cara de galán. Sintió que todos los tipos de la confitería lo miraban con admiración. Pensó, yo si que soy un capo, este pedazo de mina me está levantando.

-Quise decir si me estabas escuchando, convidame con una copa –respondió ella.

-¡Mozo! –gritó.

Le pareció que se había notado demasiado su entusiasmo, mientras ella se sentaba en el sillón, a su lado, mirándolo entre comprensiva e intrigante.

-¿Señor? -dijo el mozo sin dejar de mirar a la morocha.

-¿Qué tomás? -preguntó canchero.

-Un Jack Daniels con hielo y soda -dijo, sin demostrar ninguna emoción.

El pensó ¿esta mina toma whisky a las cuatro de la tarde? Pero no quiso parecer un boludo y no dijo nada.

El mozo se retiró en busca del Jack Daniels.

-¿Cómo te llamás? -Le pregunto ella.

-Marcelo -contestó y recordó que su madre le había puesto ese nombre por Mastroiani y entonces le dio la razón, él era un maestro en esto de levantar minas, igual que el tano. –¿Y vos? -repreguntó.

Marcela, pero los amigos me dicen la araña –respondió la mujer.

Esta me está cargando, pensó él, pero se calló y en cambio dijo -Oh que hermosa casualidad el mismo nombre, es como si hubiéramos nacido el uno para el otro- Se arrepintió de inmediato, había dicho una pelotudez que no podía ser dimensionada racionalmente. La quiso arreglar con una risa que le hiciera interpretar lo dicho como una broma, y solo le salió un extraño sonido apagado y sin vida.

Ella lo miró extrañada y le dijo –Aflojate querido que si no te vas morir de un infarto.

-No, es que me atragante con un maní –dijo y se dio cuenta que estaba tomando un café, entonces ¿Dónde carajo estaban los maníes?, esto se está poniendo fulero pensó, quizás no soy tan galán como creía.

Ella le tomó una mano y apretándosela le dijo –Quedate tranquilo, esto me pasa seguido.

-¿…?

Llegó el whisky, lo liquidó en tres o cuatro tragos. Luego mirándolo con ojos de gata le preguntó -¿Y bien…ahora que hacemos?

-Yo diría que podemos intimar nuestra relación –otra boludez, será posible que nada me salga bien con esta mina, pensó. Qué me pasa, me tiene arrinconado con su avanzada y no puedo tomar la iniciativa.

-Yo creo que tenemos que ir a un hotel –le contestó ella, sin hacer caso a las cosas que él decía.

-Si…un hotel -¿cuál, cuál? pensó ¿donde llevo semejante mina?

-Vamos a uno que hay acá a la vuelta que es discreto y no muy caro -mantuvo la iniciativa ella.

El pagó y se levantaron; el camino hacia la calle fue como caminar por la alfombra roja hacia su coronación como el rey de los levantadores de minas, mirando cancheramente a todos los hombres que los seguían con la vista. Ella pareció entender el orgullo del hombre y se meció con más lujuria.

Caminaron unos metros, el hotel estaba ahí, al alcance de sus pasos imprecisos, mientras ella seguía con su andar, derritiendo cerebros. Entraron. El hotel era oscuro y húmedo, el conserje un jorobado con total escora hacia la derecha, le faltaban varios dientes en el fondo negro de una sonrisa pedante y cómplice.

El pensó, envidia, y pidió -Una habitación matrimonial, por favor.

-Primer piso, doce –contestó el jorobado y le tiró la llave, sobre el mostrador viejo y descascarado.

-Vamos -le dijo a Marcela y se sintió por primera vez dueño de la situación.

Subieron, entraron, la habitación era penumbrosa y lúgubre, ella de inmediato comenzó a desvestirlo, cada tramo de su piel era cubierto por sus hermosos labios, no dejó ningún lugar sin besar o sin que su lengua hiciera estremecer a Marcelo que se agarraba de una silla para no caer. Lo acompañó gentilmente hasta la cama y comenzó su show de vestuarista, se desnudó con lentitud y con movimientos que hacían presumir gran sabiduría sobre el placer.

Entró en la cama y comenzó una recorrida por todas las formas del sexo quedando en evidencia que él, solo conocía algunas pobres y poco imaginativas posiciones. Lo exigió al máximo y él pudo satisfacerla en varias oportunidades. Estaba totalmente agotado y no tenía fuerzas ni para prender un cigarrillo.

Ella se sentó a caballo sobre su estomago mirándolo, tenía una sonrisa que lo hizo temblar, por primera vez veía en sus ojos un destello de oscuridad.

-Ahora me doy cuenta por que te dicen la araña. -Le dijo tratando de mantener su voz firme.

-No, en realidad todavía te falta averiguarlo –le contestó ella siempre con esa sonrisa indescifrable.

Se había puesto la tanga negra, de ella sacó un pequeño bisturí y con un rápido movimiento le abrió un gran tajo en el cuello por donde comenzó a salir abundante sangre, se agachó bebió un poco del líquido rojo y tibio, luego se retiró hacia atrás, mientras él comenzó a hacer un gorgojeo húmedo.

-No te dije algo, las arañas tiene sus particularidades a mi me llaman la viuda negra -Le dijo siempre sonriendo.

Comenzaron a borrársele las imágenes, pero en un último esfuerzo vio una araña muy negra, escalar la pared hasta el rincón donde se encontraba su tela protectora.

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