viernes, 27 de noviembre de 2009

La Medu - Rey

image La  Medu

Carlos Rey - Bariloche

Para suerte o desgracia se cambiaba frente a la ventana.

Entonces yo miraba todo el tiempo que podía, hasta que algún ruido en el conventillo me hacía encerrar en el baño para disfrutar lo que había visto.

Otra vuelta lo estuve espiando al Cacho con la novia. Había descubierto dónde se metían y trabé la persiana para verlos. Fui, se lo conté a la vieja de la chica y entre puteadas y gritos ligué unos mangos.

La vez que la pegué fue cuando me colé en el gallinero de los Nuñez. Apenas vi el auto que paraba en la esquina, disparé por el fondo y pasé el alambrado, me metí en la cocina mientras la mujer abría la puerta de adelante y los espié.

Cuando se lo dije a Don Nuñez casi me mata, pero terminó dándome cien mangos para que vigilara y le avisara. Lo hice varias veces hasta que se armó la podrida. Mientras duró, saqué mi buena plata.

Le fui tomando gusto al oficio. Vivo de eso. Total, la que se mete en líos es la gente. Yo lo que hago es ver, registrar y contar. No soy peor que los demás.

Aquel viernes me junté con la Medu como otras veces. Se lo iba a decir, pero me callé la boca no supe bien por qué. Había visto un movimiento raro en la otra cuadra, en el edificio recién estrenado. Alguien se metía de noche por la cortada de la estación, cruzaba las vías y entraba en los departamentos.

Después nos separamos y me fui sin ruidos.

A la Medu no la podía resistir. No me importaba que también saliera con tipos. En cambio al Ruben no lo tragaba y no podía zafarme de él. Me tenía agarrada con aquel afano del supermercado. Decía que me quería, que le diera bola. Pero no podía, me daba una especie de asco cuando estaba con él.

El sábado, a eso de la una y media de la noche, me pareció que era el Ruben el que se metía.

Al día siguiente calculé que no había lolas y fui a visitar a doña Felipa, una amiga que vivía sola en la otra cuadra.

  -Bueno, Felipa. Mañana vengo a ver la novela con vos.

  -Seguro. No te preocupés por la hora. Te quedás a dormir -dijo. Era justo lo que necesitaba. Desde ahí podría fichar todo a mi gusto.

La Medu se las sabía, siempre tenía una historia para contarme. Qué importaba si era verdad o mentira. No sabía qué me gustaba más, si las caricias o los cuentos que me hacía. Escuchaba quietita y así estaba bien.

La que prefería era la historia de la modelo. La imaginaba alta, delgada. No como ahora que estaba un poco gordita. Caminando como una pantera y con esa ropa que ella contaba

"La Medusa, modelo de ropa fina en la tele". Era como una diosa.

Pregunté por los horarios de trenes. El de la 1:28 no paraba; hacía un ruido que no dejaba escuchar el ascensor y les vendría bárbaro para juntarse.

El lunes a la una y cuarto terminó la tele, me hice la que me moría de sueño y Felipa se fue a dormir. Después fui a la azotea. Justito lo tenía enfrente. Subió por la escalera cuando pasó el tren y los vi cuando ya estaban adentro. Ahí vivía la mujer de Tejada. Se fueron para el fondo; quedó una lucecita pero no pude ver más. Sin embargo me di cuenta que no podía ser el Ruben. Un bruto como él no tenía esos movimientos de gato. Iba a meterme para saber quién era. No me la podía perder, los Tejada eran gente de guita.

Al otro día en mi pieza, pensaba en la Medu. Qué bien que estaba, era como las vedettes, no tenía nada que envidiarles. Pero no salía de ese barrio y ese pobrerío. Eso estaba bien para mí, pero ella se merecía lo mejor, laburar en un teatro o algo así.

Cuando se hizo la hora, salí del conventillo y  fui por la cortada, pasé los molinetes y crucé las vías. Ahí estaban los fondos del edificio. Aproveché el tren de la una y me metí.

El batifondo hacía temblar los vidrios, me colé por un pasillo y fui a parar a un lavadero común. Había dos ventanas y una estaba abierta. Entré y esperé. A la 1:28 otra vez el ruido, escuché las risitas y después los suspiros. Me asomé despacio y las vi...

La Medu con la mujer de Tejada.

Salí por la ventana y en el lavadero me quedé mirando las vías, abajo. Tenía que pasar el último, el de la 1:45. La estación estaba ahí nomás y la señal era roja. Pensé que cuando la pasaran al verde vendría el tren.

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