lunes, 21 de diciembre de 2009

Salutación - Zárate

 Sergio_ZarateQueridos amigos, parientes y compañeros de la VIDA,

Queremos desearles mucha Prosperidad, Alegría, Abundancia y Amor en estas fiestas que se acercan.

Que podamos seguir viviendo intensamente cada momento, que podamos apreciar el AQUÍ y AHORA sabiendo que es lo único que tenemos para vivir... ayer ya pasó... mañana es una posibilidad... AHORA... y AQUÍ es lo único que tengo... y ser conscientes de eso es apreciar la VIDA.

¡¡¡Feliz Navidad y que el 2010 nos encuentre VIVOS y FELICES!!!

Gustavo y Sergio

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Felices Fiestas - Novelli

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¡Felices Fiestas! ¡Felices Fiestas!
Esa tarde eran siete
cuatro varones y tres niñas
jugando a la mancha sobre el montículo.
Después de un largo rato
transpirados de cansancio
cuando el sol brillaba sobre latas vacías de tomate
sintieron voraces mordidas en el estómago
y se sentaron a buscar algo comestible.
Natalia, la mocosa de cinco años
la de piernas como palitos de helado
encontró un pedazo de guirnalda dorada
la enlazó formando un efímero corazón brillante
y le gritó a sus amigos:
¡Felices Fiestas!, ¡Felices Fiestas!
y rió con picardía
como un esmirriado ángel de alas rotas.-

Un abrazo impetuoso.

aldo luis novelli/ desde los bordes del desierto.-

http://www.otros-fluidos-virtuales.blogspot.com

La poesía es un oasis luminoso en medio del desierto. El poema es la sed.

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domingo, 20 de diciembre de 2009

Cachondeces gregarias II - Torres

imageMiguel Torres – Lago Puelo - Chubut

Despido el año pensando que la Revolución Rusa fue uno de los más importantes hechos ocurridos en la época contemporánea… al tiempo experimento un profundo afecto por Oscar, Luis, Charly, Argentina, estudiantes de la plata, Miguel, Miguel, distintos Hugos, KORA, Marta, La perseguidora de huesos, EL SEÑOR ENRIQUE CARLOS… no se especifican otros. Li. La negra que se fue dejándonos sin su talento. Y Nieves? Hay mas debajo de la superficie de estas líneas...

Miguel torres…

Recibo al nuevo año

Pensando que la revolución rusa fue una experiencia infundada…

Como nuestras reuniones…

Miguel torres

Primera posdata:

No deseo nada.

Segunda posdata:

Sugiero pasar la noche buena con una botella de sidra rama caída… media docena de “santuchitos” de miga… viendo la versión completa de la hora de los hornos.

Tercera posdata:

Es una sugerencia banal…

Cuarta posdata

Sugiero que brindemos por la paz entre las distintas Li que hay en mundo…

Por los escritores y escritoras vírgenes…

Por los vírgenes…

Quinta posdata

Pensaré en cada uno de ustedes…

Aunque me lleve todo el año.

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sábado, 19 de diciembre de 2009

Cachondeces gregarias - Ameijeiras

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Estimados:

Otro año más se nos escurre entre los dedos de la vida. 

Estoicamente hemos proseguido en la marcha, porque ni aún el detenernos hubiera logrado que el tiempo no pase.

Se nos han ido algunos, quizás por haber llegado a sus destinos, y otros continuamos en el mismo colectivo.

Que notable el hecho de que, a pesar de haber tomado el mismo micro, e ir juntos y en la misma dirección, no tengamos el mismo destino. 

Espero poder gozar más de los “presente”, para que el futuro no me aguarde con arrepentimientos tardíos, de no haber dado cuanto haya podido, ni conocido, amado y creado cuanto se me haya presentado.

Ojalá el año próximo pueda asistir a todas las presentaciones de libros que me entere que se hagan.

Que pueda editar mi libro, aunque más no sea uno.

Que pueda escribir otro, aunque más no sea uno,

Que pueda robarle un tiempito a la realidad para gastarlo en mis fantasías.

Que Li escriba un poema, todo juntito al margen, y que Videla y Pucho no me reten,

(Je, je.  Tampoco pediré imposibles.)

Pero sobre todas las cosas, haber estado los suficiente con el próximo que se baje del colectivo.  Y si, por ahí, uno nunca sabe, el que se baja soy yo,

tener más alegría por lo que he dejado, que por lo que me lleve.

Damas, felicidades, dicha y Tolerancia, (Sic Hombre de Plata con belarga)

Caballeros: firmeza, templanza y prosperidad,

Iktami, orgasmos y good show.

Enrique Carlos Ameijeiras

PD: Felices Fiestas

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lunes, 14 de diciembre de 2009

No quiero más regalos - Carey

Alumine gonzalez carey No quiero más regalos

Fernando González Carey

Habíamos llegado con la última claridad, pero igualmente apreciamos los islotes en el lago Aluminé y los macizos montañosos que forman el límite con Chile. Descendimos en un parador y Camilo nos señaló su cabaña en la punta de la gran península de Villa Pehuenia, en medio de los milenarios Pehuenes. Pero mirábamos para arriba y solo veíamos manchas negras en el cielo, para el lado del Occidente. No nos importó el informe meteorológico cuando pasamos por Zapala y tampoco las primeras gotas de agua-nieve que aparecieron en la zona de la Atravesada, después de salir de Primeros Pinos. Ya estábamos a salvo y teníamos perfectamente chequeados con la comunidad mapuche los planes de caminar al día siguiente la orilla oval del lago. De pronto, la nieve silenciosa. Nos apretamos junto al bow windows del líving porque no nos queríamos perder los flecos blancos que insistían en borrar los maitenes del acceso a la cabaña.

Preparamos la cena, que comimos al lado del hogar de boca ancha con leños crepitantes. Acomodamos los sillones, abrimos las bebidas y nos sometimos a la terapia de la conversación. Después, Camilo tomó asiento en el amplio futón y se dispuso a pasar una noche especial .

- Si sigue nevando así, olvídense de la caminata mañana …

Pusimos cara de asombro, pero se abrieron inmediatamente algunas botellas de malbec de las zonas frías. Más tarde, cuando la noche maduraba y se acomodaba, Ernesto curioseó los marcos en la pared y se detuvo frente a uno. Aparecía Luciana, la hija de Camilo, en una fiesta que seguramente sería la de sus 15 años.

- ¿Y esta foto?

Camilo la miró y sin prestarle mucha atención deslizó una advertencia.

- Dejála, que buenos recuerdos no me trae.. Desde aquella vez Luciana no quiso más regalos el día de su cumpleaños.

Todos nos fuimos yendo al fondo de los almohadones, llenamos los vasos una vez más y nos aprestamos a escuchar un relato que finalmente resultó increíble. Camilo manejaba perfectamente los tiempos y nos atrapó desde el comienzo

- Esa noche está aún muy presente en mis recuerdos y confieso que no sé cómo no me di cuenta de que debí haber sido más precavido. Fue en Roca, hace exactamente 10 años. Luciana cumplía 15 y yo estaba aún afectado por el fallecimiento de mi mujer, que nos había dejado solos hacía 3 años. Vos, nena, pedime lo que quieras –le dije a mi hija un mes antes de su cumpleaños- porque quiero que esa noche esté para siempre en tus sueños y recuerdos. Ella, besándome, me deslizó bajito que yo ya sabía lo que ella quería y que ambos éramos conscientes de que eso era absolutamente imposible.

Sin la presencia de mi mujer, todo me resultó difícil. Me animaba su recuerdo, pero me restaba fuerzas no saber si respondería a los más ocultos anhelos de Luciana, quien seguramente estaba al tanto de cómo preparaban las fiestas de 15 sus amigas y compañeras. Uds. saben que cuando se pone en marcha un acontecimiento de estas características hay una serie de rituales que las chicas cumplen sí o sí. El “top five” de las quinceañeras incluye, por ejemplo, la sorpresa del vestido. No sabía que se había desechado el blanco tradicional y es que uno vive algo acovachado a esta edad y las cosas cambian rápido a nuestro alrededor sin percatarnos a veces de esta situación. El estilo princesa ya fue, ahora prefieren salir con vestidos coloridos que valen una fortuna, y si alquilás, ahorrás muy poco. Van bien temprano a la peluquería y de allí directo a la fiesta. Imagínense que ese día no la pude ver y menos acompañarla como hubiese deseado.

¿La entrada al salón? Para mí fue una sorpresa. Seguramente ha sido el momento más pensado, el más preparado. Ustedes la conocen a Luciana, no es una chica que pase desapercibida. Habíamos previsto hacer la fiesta en la Sociedad Española de Roca y Luciana aprovechó las escaleras para la presentación. No, caminando no. Después de una proyección de sus fotos en pantalla gigante, con un guión que recorría su vida entera, apareció montada en una supermoto Harley Davidson. No me pregunten cómo hizo para descender con tamaño artefacto por las escaleras. Atravesó la pantalla de papel, impactante, sumamente provocativa y recorrió la pista que estalló en fuegos artificiales. La música, diabólica. Sí, claro, manejaba su novio, un vikingo salido de las brumas del norte europeo. Mientras esa infernal máquina recorría como un trueno el salón, iban apareciendo desde lugares insólitos actores trepados a sus zancos, vomitando fuego ¿Y yo, qué podía hacer? Mirarla y pensar en su madre. Toda la fauna de adolescentes, vestidos con ropas góticas, vanguardistas, manifestaba el deseo irrefrenable de pasar una noche a full. Querían armar parejas, divertirse, bailar, emborracharse, fumar.

Cuando terminó esa farfalia, ella se me acercó y me susurró gracias, papá

y entonces cambió el ritmo musical y nos cubrieron con luces negras. Aparecieron violinistas vestidos de frac, que danzaban y anunciaban con sus melodías inconfundibles que ya iba a comenzar el vals de los 15 años. Ese fue el único pedido que le hice a Luciana, porque quería lucirme con ella, porque quería estar más cerca que nunca. Claro, ahora el marco de la danza tradicional ha cambiado muchísimo y se recurre a la parafernalia, vuelven las piñatas de pétalos, los morteros de papel picado, los efectos lumínicos y surge la fiebre incontrolable de los camarógrafos y de la máquinas digitales de fotos. Todo un show lumínico. El vals duró minutos, y se enganchó con la música de la fauna, hasta que mi hija tomó el micrófono y fue llamando a los amigos más importantes de su vida, dedicándoles a cada uno frases ingeniosas. Luego, el salón se convirtió en un gran boliche, con música electrónica, reggaeton y algo de cumbia. Era una marea humana, con brazos y gritos al unísono. Se movían al compás de la vida.

La nieve persistía en caer desflecada y el fuego fue tomando una forma compacta. Camilo manejaba los tiempos de su narrativa y nos ponía ansiosos esperando el final. Hizo alusión a la manzana de la discordia de todo servicio de catering: el alcohol. ¿Se sirvió cerveza o no?, fue la pregunta unánime. Camilo no contestó enseguida .

- Este tema, aparentemente inocente y menor, era un formidable dilema. O algunas vueltas de copas o evitaba el alcohol. Hice algo distinto. Contraté un carrito de heladería para ofrecer a esa turba disconforme tragos dulces como milkshake y daiquiri, bebidas que desinhiben a todas las mujeres. Resultó un acierto. Cuando vi que todo era un comienzo del desenfreno en esa jungla tan particular, decidí entregarle mi regalo a Luciana. Hice parar la música y, ya de acuerdo con el disjokey, una canción de Nana Mouskuri invadió la sala provocándome sensaciones jamás sentidas. Una pequeña luminaria se concentró en una mesita donde estaba el estuche. Una vez que todos se arrimaron formando un círculo apretado de amigos y compañeros, abrí la caja y tomé el collar de perlas. La música fue in crescendo y cuando le coloqué esa única pieza artesanal en su cuello –herencia de su abuela y de su madre, con arreglos apropiados a su cuello juvenil- el aplauso resonó y volvieron los actores con zancos elevadísimos a escupir su fuego sagrado. Delirio, nostalgias inconfesadas, corazón apretado. Todo en un instante. Y de pronto, las luces apagadas y un tam tam ancestral empezó a resonar desde el lado de la puerta de ingreso. No lo esperaba. Me elevé en puntas de pie y vi un cuadro surrealista, un lujo pomposo de la cultura tee. Como si estuviera viendo un cuadro de la India, entraban cuatro mozos negros, completamente desnudos con solo un taparrabo. Portaban una caja ayudados de dos largas varas y avanzaban lentamente al son de tambores de un pequeño grupo que los precedía. Cuando llegaron a donde estaba Luciana, depositaron la pesada caja frente a ella y le hicieron entrega de un extraño pergamino , seguramente con indicaciones para abrir la sorpresa.

Todos queríamos más. Los silencios interpuestos por Camilio surtían un efecto irresistible, pero se tomó su tiempo para saborear una vez más el tinto de las zonas frías, echó por enésima vez un tronco en el hogar y cuando las nuevas llamas ascendían por el negro conducto de la chimenea, prosiguió hacia el final de la historia.

- Luciana no soportó la espera ni apareció en ella la más mínima indecisión. Se acercó a la caja, rasgó el papel celofán, rompió los nudos y perforó con fuerza el grueso cartón. Entonces miró la caja y miró a sus amigos, y de pronto con un chillido de mono salvaje surgió como catapultado un enano negro embadurnado de plumas que rapidísimo, como el corte de una cimitarra, le arrancó el collar de perlas a Luciana y se hundió nuevamente en la caja. Imagínense los gritos y el desconcierto cuando la pocas luces crearon una oscuridad insoportable. Los flashes de las digitales engrandecían las sombras de las corridas creando la sensación de una gigantesca avalancha de cuerpos humanos. Las puertas de entrada se abrieron enseguida, y al son de gritos y corridas todo el mundo empujó hacia la salida, ubicándose en la vereda de enfrente y en los andenes de la vieja estación del ex Ferrocarril del Sud. Desconcertado, con minutos perdidos, ordené cerrar las puertas, convencido de que ya era tarde. Prendimos las luces del salón y revisamos lo imposible. El enano no estaba.

- ¿Y la Policía?- preguntó ansioso Ernesto.

- Tarde, como siempre- repuso Camilio y acotó: demoraron a los asistentes del enano, pero más tarde tuvieron que liberarlos. Ellos adujeron que solo estaban contratados para esa función, desconociendo las intenciones del que robó el collar.

Todos suspendimos el aliento al oír a Camilo. Nadie arriesgaba preguntas para no romper ese momento que flotaba sin resolución

- Por supuesto que revisamos la caja, la destrozamos literalmente. Buscamos en todos los rincones de la sala. Los gritos y corrillos de los invitados sumaban confusión. El enano no aparecíó.

-¿Y los custodios no lo vieron salir por la puerta? –insistió René.

-Por la puerta salieron los trescientos invitados, espantados, y se quedaron en la vereda atónitos, sin aportar nada. Cuando el salón quedó vacío empezamos la requisa por todos los rincones. Solo advertimos que la caja contenía un boquete debajo de un piso falso.

Todos estábamos asombrados por la audacia del enano y cada uno tenía su propia conjetura de cómo había sido el robo. Pero Camilo rechazaba todo.

-No cierra, no cierra. El enano no pudo salir de la sala, aunque admito que se perdieron minutos esenciales. Los invitados fueron chequeados, pero enseguida los descartamos ya que nadie medía tan pocos centímetros como para caer bajo sospecha.

- ¿Y entonces?

- Entonces cerramos la sala y despedimos a todos. La fiesta se acabó en ese momento.

- ¿Y vos qué pensás, Camilo? –le espetó El Gallego, que hasta ese momento estuvo callado.

- Al principio sospeché que la Policía no estaba haciendo todo con la celeridad que el caso imponía. Piensen que en la ciudad no debía haber muchos enanos como para que el ladrón pasara desapercibido. Notaba además que mis amigos me recomendaban conductas desechables, como no apurar tanto la investigación por temores a represalias y por otros estúpidos motivos. En una palabra, empecé a ver que no había mucha voluntad por descubrir al que robó esa magnífica joya en una acción tan osada e inverosímil. Hasta el mismo jefe de policía un día me llamó para calmarme un poco y asegurarme de que todo iba bien, aunque sin resultados a la vista….hasta que llegó la encomienda.

-¿Qué encomienda? –preguntaron a coro todos.

- La del enano. Nos devolvía el collar con una esquela concisa: “sin sorpresas no hay recuerdos”. Y vaya que tenía razón.

- O sea, que todo resultó una broma –dijo René con voz baja, mirando a Camilo.

- Sí, una broma de la que fue difícil olvidarse. No hicimos mayores averiguaciones, pero Luciana tiene marcado a fuego ese momento. No quiere más regalos en sus cumpleaños.

La noche ardía en el hogar y los flecos blancos ya habían vestido los viejos maitenes. A la mañana siguiente, el cielo estaba descubierto y el sol asomaba muy limpio.

FIN

.

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miércoles, 9 de diciembre de 2009

64 x 100 - Silberman

 

SESENTA Y CUATRO POR CIEN

imageHace poco, uno de los más importantes sinólogos argentinos, especialista en literatura clásica china y además, aficionado a las matemáticas, concedió una entrevista a una popular revista de actualidad con motivo de la publicación de su libro de comentarios sobre el I Ching.

 

Era la primera vez que este estudioso accedía a un reportaje de estas características. Y también, la primera vez, que una revista de actualidad se interesaba en su persona.

El erudito elogiaba el milenario libro, "muestra incomparable de la tradición y el espíritu de la cultura china", y daba ejemplos de muchos filósofos y emperadores que consultaron este oráculo antes de tomar sus principales decisiones.

Cuando la reportera le pregunta cómo nace su interés por China, el autor, luego de un comentario poético-sicológico sobre cómo las imágenes que recibe un niño forjan su futuro, narra una anécdota de cuando él tenía unos doce o trece años:

"...cuando entré, mi abuelo cerró el libro, la mesa estaba llena de papeles con números. Me fascinó la tapa del libro con sus caracteres dorados. Mi abuelo me explicó que era el I-Ching, y que cuando uno tenía un problema podía recurrir a él. Yo le pregunté si solucionaba todos los problemas y el abuelo, guiñándome un ojo, me contestó: hasta sesenta y cuatro por cien.

Al tiempo, el abuelo dejó este mundo, y yo recibí el venerable libro como herencia con una nota del abuelo: "Usalo cuando lo necesites". (Lo conservo tal como me llegó. Jamás lo abrí).

Pasaron los años, yo estaba estudiando matemáticas, y encuentro que por el año 1700, un sacerdote jesuita residente en China, descubre en el I Ching una forma de numeración binaria semejante a la presentada unos años antes por Leibniz. A partir de allí compré un ejemplar y comencé a investigar sobre el tema. Todavía lo sigo haciendo. A medida que avanzo en el estudio del I Ching, me vuelve a la memoria una y otra vez la expresión de mi abuelo

Convencido de que mi abuelo no era de los que hablan por hablar, he tratado de descifrar el enigma del sesenta y cuatro por cien.

Al principio supuse que mi abuelo habría hecho una estadística de los aciertos, o algún cálculo de probabilidades basado en las múltiples combinaciones de trigramas y hexagramas.

El sesenta y cuatro es el número total de hexagramas, pero ¿qué puede significar "por cien"? Se me ocurrió la posibilidad de que el cien sea una clave de un número binario: El cien equivale al número cuatro. Recurrí entonces al I Ching y busqué los hexagramas 64 y 4, y encontré lo siguiente:

Hexagrama 64- Antes de la Consumación:

“Las condiciones son difíciles. La tarea es grande y llena de responsabilidad. Se trata nada menos, que llevar el mundo de la confusión al orden.”

Hexagrama 4- La Insensatez de la Juventud:

“Durante la Juventud, la insensatez no se demuestra como inconveniente. A pesar de ella se puede tener éxito, siempre que se encuentre un maestro con experiencia y se mantenga una actitud adecuada frente a él”.

Al leerlo comprendí que el abuelo me había dejado un mensaje en una clave que él dominaba muy bien y esperaba que yo siguiera su camino. Lo que jamás podré saber, es si él tenía la esperanza de ser mi guía en este apasionante mundo."

El reportaje continúa, narrando los sucesivos viajes realizados a China, los estudios cursados, sus teorías y descubrimientos, poniendo en evidencia los profundos conocimientos del erudito, y la escasa preparación de la reportera.

Al día siguiente de la aparición de la revista en los kioscos, el estudioso recibió muchísimos llamados telefónicos. Algunos, de sus amigos para felicitarlo, otros, de gente deseosa de aprender más sobre China y su civilización, otros, de unos señores interesados en organizarle cursos y conferencias sobre adivinación del futuro a través de la magia del I Ching... pero hubo un llamado que le arruinó el día.

Al mediodía, justo antes de sentarse a comer, llamó su madre: "Querido, cómo no me avisaste que te hicieron un reportaje, me tuve que enterar por la peluquera, podrías haberte puesto una camisa más linda, saliste despeinado en todas las fotos, y se veía toda la habitación desordenada, pero igual estuvo muy buena la nota, ahora, decime, cómo se te ocurrió ese cuento del abuelo, justo del abuelo, que no le interesaban más números que los de la cuenta bancaria y que lo único que sabia de China es que tenía una muralla muy grande."

Cuando logró colgar el auricular y reordenar sus neuronas, el sinólogo fue hasta la biblioteca donde en el estante más alto se encontraba el Venerable Libro Chino de su abuelo. Lo tomó con cariño, sopló el polvo acumulado por los años, pasó la mano sobre los antiguos caracteres dorados, e hizo lo que nunca en su vida había hecho: lo abrió.

Coincidente con cada hexagrama había un billete. Sesenta y cuatro billetes de cien dólares.

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martes, 8 de diciembre de 2009

…DON FRANCISCO - Merlo

 LA AUSENCIA DE DON FRANCISCO

imageRoberto Merlo – Rosario

LA AUSENCIA DE DON FRANCISCO

Los nietos se preguntaban por qué se habría ido el viejo. Eran los que más contacto tenían con él, y habían llegado a entender su forma de vivir, su soledad creciente desde la muerte de la abuela, su desapego a todo excepto a las esporádicas visitas de ellos.

Los hijos se habían acostumbrado a que el padre se las arreglara solo, y él demostraba que aunque en forma superficial, sabía resolver los problemas cotidianos de su simple vida. Don Francisco pasaba horas parado en la vereda de su casa, viendo desfilar gente, autos..., dedicando el mínimo tiempo a su vivienda para que apenas pudiera considerarse como tal . El fondo del terreno armonizaba con el interior : una serie de sucuchos de madera y chapa servían para guardar trastos viejos. Las paredes de los cuartos le parecían a veces una exposición surrealista. Sabía de qué se trataba : manchas de humedad que seguían el recorrido de cañerías, o reparaciones del revoque hechas después de resolver pérdidas de agua. Acostumbraba romper hasta encontrar la zona afectada y empalmar con trozos de manguera los extremos del caño eliminado.

Desde años atrás pensaba mucho en los animales encerrados. Todo había empezado desde pequeño, cuando su madre lo llevaba al Jardín de Niños del parque. En esas tardes soleadas de primavera, la arboleda se llenaba de verdes. Entraban al zoológico del llamado Jardín, y él se quedaba apoyado en la baranda cercana a los barrotes disimulados con rocas y plantas. Espiaba el grupo de aves de rapiña o el cautiverio de monos y osos asomados a grutas de cemento. Después, en su casa, consultaba volúmenes ilustrados sobre vida y costumbres de cada animal, buscando conocer su alimento preferido. Pero lo que más llamaba su atención eran los felinos. Los veía tristes, feos, sobre todo al león, y le daba pena el eterno vaivén de la pantera buscando una salida inexistente .

Hacía poco, un día de primavera de pleno esparcimiento callejero, vio pasar una caravana diversa de camiones pintados de amarillo, rojo y verde por la esquina cercana. Don Francisco observó el desfilar de jaulones con animales, las casas rodantes, los acoplados transportando vallas de madera. Se acercó a la esquina y lo asombró el despliegue multicolor, el andar resignado de los elefantes, el bullicio de los perros amaestrados que ladraban al sol. Solamente los monos festejaban la sucesión de viviendas, mirando curiosos a ambos lados de la caravana. El circo se instaló a pocas cuadras y él comenzó a rondar por las cercanías.

Una tarde, pedaleando entre tanto gris del barrio , se encontró de pronto con el circo. Aunque de chico se sintiera amigo de leones y panteras, nunca había espiado la vida de un circo. Cuando apoyó su bicicleta en la valla amarilla, comenzó a sentir que el viento le borraba las costumbres, le despejaba el cansancio, como si desandara vejez y aburrimiento . Observó la carpa y sus huellas de un pasado esplendor , y pudo ver cada escena, cada representación de antaño. En ese hueco del recuerdo del Jardín de Niños, el viento rebotaba en una y otra jaula lo mismo que en su infancia.

Se topó con la casa rodante de los acróbatas, más allá, había leones cabizbajos y una pantera que dormía. Volvió al día siguiente y después todas las mañanas , a veces por la tarde. El guardián sonreía al ver llegar a don Francisco. Pudo espiar vaivenes de payasos, ensayos de los acróbatas, el ajetreo de los demás integrantes, y sintió tristeza por los animales en cautiverio. De a poco aprendió a conocer entretelones de la vida de estos artistas. Los vio llegar a veces contentos, a veces tristes, hasta saber en qué casa rodante vivían. Su cara flaca y arrugada pasó a formar parte de la valla perimetral que limitaba el lugar. A veces, lo dejaban franquear el portón de entrada. Él se apoyaba en la barra de hierro próxima a los jaulones, y miraba a los felinos. El cuidador no veía nada de extraño en ésto, porque había comprendido que el viejo se sentía vinculado a los animales, que había algo lejano en el tiempo que seguía uniéndolos.

Un día el payaso volvió alegre del éxito de sus chistes, y se puso a chacotear con él. A partir de entonces lo esperó y aceptó sus chanzas, hasta que terminaron siendo amigos. El payaso lo invitó a formar parte del personal de limpieza. Él aceptó. De a poco se fue integrando a la nueva vida. Al tiempo participaba en la alimentación de perros monos y leones, mientras conversaba con ellos.

Los felinos se amontonaban en el mezquino piso de madera de los jaulones, mirando con ojos turbios a los que se acercaban, apoyando la cabeza contra los barrotes para sentirse más afuera. Casi avergonzado, don Francisco sentía la injusticia de ver a esos cuerpos inmóviles y silenciosos, aplastados en el piso, rodeados de barrotes. Imaginaba al león más joven en un mundo verde y exuberante. En él sobraba el espacio, pero en cambio veía su cuerpo elástico y sigiloso condenado a la inmovilidad.

Apoyado en la barra, intentaba penetrar la expresión ausente, buscaba acercarse a los ojos enormes, ingresar al mundo salvaje que añoraban. Ellos también lo miraban, inmóviles, orientando sus orejas, olfateando. En ese instante él sentía como un dolor sordo, pensando que tal vez captaban su esfuerzo por entender lo impenetrable de sus vidas. Otra vez descubrió que cuando llegaba, los animales lo reconocían. Los leones ya no gruñían al verlo, él sentía que ahora lo toleraban. A veces movían los enormes dedos de una u otra pata, clavando las uñas en la madera. Los jaulones eran tan escasos de dimensiones, que apenas giraban su cuerpo daban contra los barrotes. Fue esa inmovilidad obligada lo que hizo que se acercara atraído, la primera vez que los vio en el circo. Era mucho peor que el encierro observado de niño cuando despertaba su lástima verlos en grutas de piedra de por lo menos tres o cuatro rincones .

De tanto mirar, al cabo de ese tiempo creyó entender oscuramente la actitud secreta que expresaban  : transgredir el tiempo con una postura indiferente. Al fin lo supo mejor, el movimiento repentino de sus garras contra la madera, le probó que eran capaces de evadirse de esa apatía férrea en la que se sumergían horas enteras. Pero lo que más lo obsesionaban eran sus ojos, la delgada línea vertical y negra en el globo amarillo verdoso, su profundidad, que paulatinamente parecía menos insondable.

Pero día a día percibía que se estaban acercando. Después supo que no hubo nada de extraño, que eso tenía que ocurrir. Cada vez, al arrimarse a los barrotes, el reconocimiento era mayor. Cada fibra de su cuerpo sufría una tortura indecible, un sufrimiento rígido en el piso de la jaula. Espiaba algo, un remoto tiempo de libertad amordazada en que el señorío había sido de los leones. Volvió muchas veces atormentado por la tristeza de esos animales, por la condena que padecían. Ellos y él lo sabían. Su cara pegada a los barrotes, sus ojos comprendiendo otra vez el misterio de esos otros ojos.

Sin violencias , sin sorpresa, el león recuperó el brillo en su mirada y la elasticidad de su cuerpo.

Los vecinos notaron una transformación en la persona de don Francisco, sus ausencias rutinarias, su mejor aspecto. Sin embargo, no se había agotado la temporada del circo en el lugar, y ya sus hábitos cambiaban. Durante dos semanas su casa permaneció cerrada. Dejó de vérselo en la vereda como era su costumbre, ni siquiera entrar o salir a su vivienda. Cuando los vecinos se encontraron con sus nietos, ellos confirmaron su ausencia.

La policía del barrio no pudo dar con su paradero, el guardián no encontró explicaciones, no le pareció significativo que debajo del cuerpo del león más joven apareciera el chaleco de don Francisco, qué podía tener de extraño, si tantas veces lo vio detrás de los barrotes.

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lunes, 7 de diciembre de 2009

Mujer Mirando… - Matamala

Mujer mirando volar un cóndor desde su ventana

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Juan Domingo Matamala – El Bolsón – Río Negro

Amar… es como irse

Anidar la distancia

En un árbol ajeno

Empollar las nostalgias

Mientras en la ventana

Se nos dibuja el vino y comienza ese cielo

Tan distante, que llueve

Y dispersa el olvido…

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Sangre Amarilla - Rodríguez

Sangre amarilla

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Silvia C. Rodríguez – El Bolsón – Río Negro

Herida el agua

mansa

duele su sangre

como un cuchillo azul

su sangre

amarilla

luminosa de amor

su sangre

no desvela

ni clama

sólo va a la deriva

como cualquier

dolor

como la ausencia

como una espera

va

la sangre

el río

se alimenta de ella

en el costado

más austral

del agua

navega este color

de pena.

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desde esta forma inigualable - Berón

desde esta forma inigualable

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( Damián Bruno Berón – de “Libro de Bruno”- inédito - 2002)

El Hoyo – Comarca Andina - Chubut

Ausente de manera paulatina a los días y relojes se me marcan en la hondura del alma, cicatrices. Igualmente algo hay que danza dentro, otro que promete para que no deje de creer y esa dulzura que se asoma a los labios, lenta.

Todo tiene un recambio y una luna que espera convincente, para reflejarse en un charco de sangre junto a dos estrellas del meridiano turco mientras avanzan estas ganas de amar.

Brotan debajo de las uñas, ímpetus,

anhelos desasosegados y gramíneas

y en simultáneo, un manantial pequeño

se deja caer por gotas para arribarse pleno.

Partiendo de esta manera de asesinar historias

y compaginar momentos lúcidos,

vengo a que me cures de antiguas dolencias

desde esta forma inigualable de comerme los ojos.

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Hojas de Hiedra - Matamala

Hojas de hiedra

imageJuan Domingo Matamala – El Bolsón – Río Negro

Escribió sobre la hiedra

mojada del olvido:

Amordacé el reloj para que no te fueras.

Sin tiempo retengo hasta tus lágrimas…”

Perfil de mujer en blanco y negro

El domingo es tocayo de la melancolía

Es tal vez, – no lo dudo –

Hermano de los tristes

Sobrino de lo etéreo

Primo hermano del miedo.

A veces, se me ocurre,

El domingo es casado

Con la madre agonía

El domingo

Debiera ser nomás, cuerpo del almanaque,

Dejarle el alma al lunes

Al martes, a los viernes

Que son más maternales

Debiera, digo,

Tomarse franco un año

Y dejarnos caer

La lágrima sin duelo…

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sábado, 5 de diciembre de 2009

Vacaciones para recordar – Gonzalez Carey

image Vacaciones para recordar

Fernando González Carey

La tarde en la montaña se presentaba soleada aquel último día de Enero, con el redondo Maitén tapando la visión del Batea Mahuida (1) en la línea del horizonte.

Toda mi familia ya estaba por partir hacia Buenos Aires, pero aún así persistíamos en observar el azul intenso de las aguas del lago Aluminé, en cuya orilla de arenas grises habíamos compartido intensamente el verano con el juego, la lectura y los paseos en canoa. Una isla mezquina a pocos metros de la playa – “la isla del nunca jamás” creo que la bauticé alguna vez- con cipreses tozudos en sus ángulos, dejaría de recibir los arribos a nado de mis chicos y nuestras recorridas a pie, investigándola con el sueño de la sorpresa.

Saludé con cariño a Martina, mi señora, y a todos los chicos, a sabiendas de que en pocos días les haría compañía en casa. Yo debía quedarme solo por un par de días, pues Víctor y Angel. – amigos con quienes compartí lo mejor de la juventud- llegarían más adelante a nuestra cabaña de Villa Pehuenia para revivir momentos que ciertamente añorábamos. El Renault 9 descendió suavemente el zigzag ondulante del terreno, y con gestos en lo alto los despedí a todos con una sonrisa extraña. Es que nunca me había quedado solo en la montaña.

Una inquietud creciente floreció dentro de mí y hasta podría describir el color de la cortina que se cerró tras de aquella despedida. Me sentía indefenso e intuí que debía prepararme porque la visita ya estaba allí y esperaba agazapada, insinuante en el roce de las hojas de los radales que bordean la casa. Di unas vueltas por el parque, acomodé los leños cortados para una noche que intuía larga y entré. Me acomodé en el sillón con cuero de chivito, encendí la lámpara que Martina armó con exquisito gusto e intenté proseguir con la novela de Paula Kauffman “El lago”. La búsqueda de un legendario animal en las aguas del Nahuel Huapi me sugirió un segundo sentido de las líneas, así que, molesto, cerré el libro, busqué mi sombrero de tipo “piluso”, me acomodé las zapatillas de trekking y comencé a caminar hacia pueblo, por las estrechas callecitas que caracterizan su trayecto. De vez en cuando un imprudente adolescente en su cuatriciclo potente distraía mis pensamientos. El aire ya estaba fresco y yo acariciaba mi celular.

En la villa encontré a dos o tres conocidos y les comenté acerca de mi “soltería” por unos días.. Los chistes de siempre, que ahora la vas a pasar regio, que por fin se te da. A todo contestaba yo con una sonrisa y creo que a uno le respondí que ya te va a tocar alguna vez. Una rápida consulta al correo electrónico , la visita obligada al almacén de Almeyra y tras recorrer las tres cuadras del centro comercial emprendí el regreso aspirando fuertemente un aire que sabía a atardecer y a alturas desacostumbradas. El sol ya visitaba las altas cumbres chilenas en el occidente.

Pensé que todo iba a resultar fácil: preparar la cena, escuchar alguna emisora de frontera, leer distendidamente alguna de las novelas ya comenzadas. Pero no bien ingresé a la cabaña extrañé la presencia de todos y me sentí como desarmado, en un rápido vacío. A medida que la oscuridad aparecía por el bow windows y por las ventanas de la cocina, me di cuenta de que mi malestar no radicaba solo en el hecho de no estar acompañado sino especialmente en un sentimiento creciente de claustrofobia, como un deseo irresistible de huir de ese lugar. Lo primero que hice fue intentar comunicarme por el celular pero advertí en su pantalla la falta de señal en la región. Aún así, oprimí los nueve dígitos del celular de Catty y esperé.

- Hola

- Sí, hola, ¿quien habla?

No podía identificar ese tono con ninguna voz familiar, pero aun así respondí:

- Fernando, el papá de Catty, ¿me podés dar con ella?

-Estás equivocado.

-Pero...¿quién habla?

-Lucifer

No estaba para chistes, pero me pareció un juego interesante dadas las circunstancias.

-¿El del infierno?

-¿Todavía creés en eso?

La respuesta me paró en seco. Me lo habían enseñado tantos años...

-Señor Lucifer, usted me apabulla. Jamás pensé en encontrarlo así, “virtualmente”...

-No le veo la gracia. ¿Por qué me llamaste?

-En realidad creo que puse mal el número, fue una equivocación...

-En realidad me llamaste. La soledad no es para todos.

Mandinga no perdonaba, pero le seguí el juego al embustero.

-Tengo un amigo en San Pedro que el otro día preguntó por vos. Quería saber si aún te amaba tu creador...

-Tenés un amigo virtual por esos lados... No será uno de esos que todavía piensa que ando comprando almas para llevarlas al fuego eterno, ¿no?

-No me respondiste.

Creo que había ganado la primera vuelta y con pocas cartas. Pasaron unos segundos y escuché como de lejos una voz retumbante pero vencida.

-No existe peor suplicio que el amor no correspondido.

-Siempre juzgué injusto castigo tan tremendo –comenté en voz baja, pero inmediatamente me avergoncé de estar hablando en serio. Sin embargo sonreí y me animé a dar un paso más.

-¿Por qué estamos inclinados a la mentira, al robo y a la desinteligencia con motivos egoístas? ¿Cuál es tu ganancia al promover estas conductas?

-Seguramente te han contado en un catecismo viejo que estoy en esa línea... ¿qué tenés que no hayás recibido?

-¿Y el papel de las “fuerzas del mal”? - Sentí que sonreía, pero no podía dibujar su rostro.

-El mal es desterrable...

-De niño me llevaron a atribuirte protagonismo en todo esto, ¿participás en el destino de los humanos?

Creo que fue la batería o la falta de señal. Se había cortado la comunicación. Me sentí defraudado porque quería la respuesta. Por eso salí al parque y me vi rodeado de un techo de estrellas. (En la montaña parecen hormigas escarbando el vacío) . El mal es desterrable... Intuía que la soledad y el vacío estaban acuñados allá atrás, en los tiempos de la infancia y que la conversación mantenida había sido útil.

Caminé a oscuras hacia el lago y me sentí acariciado por su inmensidad plateada. Empecé a llenar un vacío hondo que me molestaba frecuentemente, que me impedía reflexionar, volver sobre las cosas. Por eso me sorprendí al tener la mano en alto y seguir saludando a un coche blanco que descendía y se borraba en el zigzag del camino. Creo que mi sonrisa era amplia y contundente.

_______________________

(1) El Batea Mahuida es un antiguo volcán apagado de 1900 metros de altura s.n.m., ubicado en cercanías de Villa Pehuenia y del Paso de Icalma. Su cráter contiene un lago cuya profundidad y procedencia no se han divulgado.

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viernes, 4 de diciembre de 2009

El Circo… - Matar

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del Libro: AQUEL HORIZONTE…

En el cofre de los recuerdos, siempre quedan cosas sin contar. Quizás el paso del tiempo es el disparador perfecto para que afloren a la mente cuestiones del pasado.

Tan del ayer, que hoy resultan añejas e inexplicables para los niños de esta sociedad. Las diversiones son diferentes, los juguetes también lo son.

Viene a mi memoria, el circo. Esa enorme carpa que llegaba a los pueblos y se armaba en el lugar de siempre.

¡Lo esperábamos!

Para nosotros era el esparcimiento por excelencia. Los mayores anhelaban jugar a la sortija, los adolescentes en la ruleta rusa y nosotros, los niños en las calesitas. Pero todos, de una u otra forma, buscábamos al payaso.

Seguramente con diferente expectativa.

El payaso hacía reír a ellos y a nosotros.

Yo me divertí con él hasta los 9 o 10 años.

Una noche soñé que este hombrecito tenía penas. Que sonreía por sonreír. Que tenía tristezas.

Yo me imaginé que la nostalgia era producto de un hogar no constituido.

Que le dolía la cara de tanto hacer reír.

Que se ponía cebollas en los ojos para llorar en cada actuación.

Que miraba la vida desde abajo y le causaba gracia los pies con sabañones, las manos callosas, las ansiedades ajenas.

Desde ese día, busqué otra explicación en la mirada del payaso.

Busqué al payaso y busqué su mirada.

Nadie entendió mi mensaje, ni mis hermanos ni mis amigos.

Nuestras miradas contenían complicidad y a su vez, sentimos que algo nos unía.

Un día, el payaso decidió quedarse a vivir en el pueblo. Una familia le prestó una casita que quedaba al final del patio, con la condición de que Mateo –el payaso- le regara las plantas y les ayudara en los mandados y en el cuidado de sus hijos a cambio de casa y comida. Esos niños vivían felices porque Mateo les contaba cuentos, hacía juegos de acrobacia y los ejercitaba con marchas y contramarchas, seguramente pensando que algún día los varones irían al servicio militar y estarían entrenados físicamente.

Mateo era morocho, de muy baja estatura y nunca pudimos deducir su edad. El siempre cambiaba de años y los acomodaba conforme la edad del vecino o de quién le preguntaba ¿cuántos años tenés?. Caminaba seguro y por las noches cosía el ruedo de los pantalones que le regalaba la gente del lugar. Para nosotros era un ser especial, de otro planeta. Reía, paseaba, trabajaba y nunca lloraba. Para todos era feliz.

Recuerdo que un día mi hermano nos dijo: ¡quisiera ser Mateo!

- ¡nunca lo retan!

- ¡nunca en penitencia! .Yo ese día, me senté en una escalerita, apoyé

- mis brazos sobre mis rodillas y pensé: ¡no sabe lo que dice!

¡Mateo no tiene padres ni hermanos!

¡Mateo está solo!

¿No tenía padres ni hermanos?

Nunca lo supimos. El nunca hablaba sobre ese tema, la única familia que consideraba como tal, era justamente quién lo llevó en el circo durante muchos años y de pueblo en pueblo.

Recuerdo que una tarde de enero y a la siesta, mi mamá tomaba mate con su cuñada y entre mate y mate, comentaban que Mateo estaba triste. Que él decidió quedarse con nosotros porque en el circo otro payaso lo había reemplazado. Un payaso joven, rubio y de ojos celestes.

-Claro decía mi mamá, el otro payaso no tendrá penas y como es joven no se cansará de tanto y tanto viajar.

-Tampoco pedirá aumento de sueldos, acotó mi tía. Este tema siempre preocupa a los patrones y no les gusta que sus empleados reclamen más dinero, deben estar agradecidos del sueldo que reciben.

La puerta se cerró por un viento fuerte y yo me quedé sin saber el final de esa charla.

En mi pueblo las calles se regaban con un tanque tirado por un tractor y de esta forma aplacaban el polvo y la tierra por falta de asfalto, y cuando el regador pasaba frente a la casa de los Mustafá cortaba el chorro de agua porque decían que Mateo, por las mañanas, tiraba mucho agua y en ese pedacito de calle las piedras estaban limpitas y sin arenilla. Mateo escuchaba estos comentarios y con señal de orgullo se soplaba los dedos y los refregaba en su camisa como diciendo: éstos me tienen envidia y dando un viraje muy cortito, desaparecía como por arte de magia dejando en todos, una mezcla de intriga y de admiración por su habilidad de correr rápido, hacer piruetas, ponerse las manos en los bolsillos y silbar una canción gitana.

Pasaron muchos meses y este ritual se repetía con diferentes matices.

No siempre fue así a partir del mes de abril.

Mateo comenzó a faltar en sus trabajos y se ausentaba varias horas del pueblo y de su lugar. Llamó la atención. Los primeros días, los Mustafá no preguntaron nada y pensaron que Mateo necesitaba un poco de oxígeno, que saldría a caminar por los barrios y que seguramente se escondía para ensayar nuevas piruetas para hacer reír.

Mas tarde sí les llamó la atención y la curiosidad se acrecentaba a medida que escuchaban que a las 11 de la mañana Mateo partía y llegaba a su casita cuando el sol se ocultaba. A veces lo veían desbordando de alegría y otras en cambio, melancólico y pateando las piedritas que se cruzaban por sus grandes zapatos.

-Parece un niño y es grandote, comentaba la patrona.

-Dejalo, hace esas cosas porque extraña al circo, refutaba el dueño de casa.

Un día al salir de la escuela, con mi hermana esperamos a Mateo. Le dimos un beso, nos abrazamos y le pedimos conversar, que nos cuente su vida anterior y si en este pueblo se sentía feliz.

¡Qué pregunta chicos! Nos dijo.

Soy feliz. O acaso... ¿no los hago reír?

Mi función en la vida es esa, el payaso nunca debe estar triste acotó, el payaso nació para hacer reír.

Le creímos. Desde nuestra visión de niños, creímos que unos nacen para hacer reír, otros nacen para reír. ! Nos conformó esa explicación.

-¡Somos tus amigos! ¡Te queremos! Le dijimos casi al unísono y dándole nuevamente un beso y un abrazo nos despedimos de Mateo y sin que percatara, mi hermana le puso en el bolsillo izquierdo un paquete de caramelos, como queriendo reafirmar nuestra amistad.

Resulta que Mateo se había enamorado. La relación duró poco tiempo por problemas de diferencias. Mateo se cansó de subir y bajar de un banquito cada vez que por propia iniciativa quería robarle besos a su amada. Ella, con fuertes dolores de espalda visitó en muchas oportunidades al médico quién le recomendó cambiar de aire. Trasladarse a otro pueblo con más árboles y diversiones que aplaquen su tristeza.

Una noche y sin que nadie lo sepa, María tomó el tren y se fue a Jacobacci a la casa de unos parientes.

No se despidió de Mateo.

Mateo nunca la buscó.

Ella era de pueblo.

El era de circo.

Iniciando el mes de diciembre un circo llegó al pueblo. Extendieron una gran carpa en la placita y armaron montón de juegos y por alto parlante anunciaron que esa noche, a las 22 hs. comenzaría el espectáculo con sortijas, ruleta rusa, calesita, jóvenes trapecistas y venta de golosinas.

Todos escuchamos la publicidad.

Estábamos atentos.

Mateo también lo estaba.

A la hora indicada, con mis padres y mis hermanos fuimos al circo. Ansiosos, expectantes. El circo siempre nos gustó.

A la gente de los pueblos también.

Nos sentamos en los escalones más bajos y sin querer, buscamos con la mirada la presencia de Mateo.

Nadie lo vio.

Nosotros tampoco.

La voz del dueño del circo anunciaba comienzo de función. Pidió silencio. Presentó a todos los integrantes de su equipo y desfilaban señores, señoritas, señoras, algunas delgadas, otras no tanto, hasta que, fijando sus ojos en los ojos de los niños, explicó suavemente: “lamento decirles que este circo no tiene payaso”. Les contaré una historia dijo acomodando su voz de tal forma que no lastime el sentimiento de los niños.

-Hace muchos años, este circo tenía un payaso que hacía reír. Que reía y le pagábamos para hacer reír. En uno de esos tantos viajes y allá por el mes de abril de 1960, hace entonces... como diez años... el payaso se cansó de nosotros y se quedó a vivir en un pueblo de la Patagonia. Nunca recibimos noticias de él. Quizás se cansó de hacer reír. Tal vez lloró. No sabemos si aún vive. Yo estoy medio viejo continuó diciendo, y de muchas cosas no me acuerdo.

-No sé exactamente en que pueblo se quedó el payaso. Para mí todos los pueblos son iguales, no tienen asfaltos, las vías del ferrocarril lo dividen en dos partes, hay niños felices y en la única plaza del pueblo se arman los circos.

He perdido la memoria, recalcó una y otra vez. Estoy medio viejo y me olvido de las cosas, pero de este payaso nunca me olvidé. Un día vino a nuestro circo un payaso rubio, de ojos celestes y al ver la destreza de nuestro payaso, se fue con otro circo.

Siempre esperamos que el payaso morocho –nuestro querido payaso- se arrepienta. Sí, lo queríamos. Lo necesitábamos porque siempre se reía. Por esa razón este circo nunca más contrató un reemplazante. Este payaso es irremplazable.

Silencio total en la gran carpa. Alguien levantó la mano, se puso de pié y preguntó: dígame señor el nombre de ese payaso, porque ¿sabe? Yo también estoy medio viejo y a veces las cosas se me olvidan. Interrumpiendo el diálogo de los adultos, dos compañeritos de mi Escuela, que además era la única Escuela del pueblo, saltaron la pequeña reja colocada entre el escenario y los escalones, y con total audacia le contaron al señor, casi gritando, que no se haga problema, porque este pueblo, justamente este pueblo tiene su payaso e incitando al público presente a cantar, pronunciaban el nombre de ¡Mateo! ¡M a t e o! ¡M a-teo!.

La gente grande miró a los ojos al dueño del circo y lo vieron llorar.

Los niños no nos dimos cuenta porque todos cantábamos y reíamos.

Era grandioso saber que el pueblo tenía su payaso.

El circo no lo tenía.

Nunca nos contaron la verdad.

La supimos un día lluvioso de invierno cuando el tren se detuvo mucho tiempo en la estación de ferrocarril .

Cuando las campanas de la Escuela sonaron muchas veces.

Cuando las piedritas de la calle frente a los Mustafá estaban tapadas de tierra.

Cuando quedaron cosas sin contar en el cofre de los recuerdos.

Como éstas.

Como otras....

(Ester Faride Matar)

www.esterfarideMatar

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martes, 1 de diciembre de 2009

Fuga - Rodríguez

image Las Montañas de acero se deshuman…

Ya no estarán mañana junto al río,

ni ocultando el final ante tus ojos.

Ni en la esquina oriental, ni frente a todo

 

Y este valle desnudo por la ausencia

será otro llano más, sin ceremonias.

Silvia Rodríguez

Fragmento de Fuga

del libro “Paisajes Mágicos”. 1996

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viernes, 27 de noviembre de 2009

El Lorizón – Horacio Carey

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El lorizón

-Caso extraño el del Polidoro Guacamal, en realidad no el de él, sino el de su hijo, el Condicional, que era tan feo al nacer, que lo agarraron con reserva de devolución si no mejoraba en el corto plazo.

Dispués se fueron encariñando y se lo quedaron nomás.

Era tan feo que los vecinos lo alquilaban para hacerle tomar la sopa a los gurises.

Riesulta que el Condicional era el séptimo hijo varón y entonces lobizón, pero como era un iletrao, el se hacía lorizón.

-Lobizón será.

-No lorizón, se convertía en loro.

-Ahijuna ¿y que hacía?

-Cuando estaba humano era muy tímido, así que no había manera de hacerlo hablar, cuando se lorizaba había que correrlo a escobazos p´a que se callara.

Convertido, era verde y amarillo, en el pueblo le decían el Lacroze.

Las noches de luna llena se convertía en loro y salía a volar por el campo, se iba a otros pueblos y cobraba por hablar.

-¿Mucho?

-No, en especies, alguna giñebra, alguna grapa; era conmovedor verlo tomar paradito en la mesa con la cola p´arriba y la cabeza metida en el vaso.

-Ahijuna.

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El Caballo – Horacio Carey

image El caballo

Horacio Carey -

-Caballo difícil el del Epifanio Cersósimo: Rengo él…

-¿El Epifanio?

-No el caballo, pero rengo de las dos manos, así que no se le notaba.

El problema era que siendo más bajo de adelante que de atrás al rato de galopiar, uno se iba escurriendo pa´delante y terminaba desensillando en marcha, por el lao de la cabeza. Difícil el tostao.

-Me gustan los tostaos.

-En realidad era pinto, pero le decían el tostao porque una noche en el medio del campo lo agarró un rayo y quedó tostadito…y le quedó el tostao nomás.

-Ahijuna.

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La Araña – Horacio Carey

image La araña

Horacio Carey -

Cuento Corto

Estaba tomando un café en una confitería de moda, ella entró y fue como si alguien hubiera bajado el volumen de todos los sonidos, se hizo el silencio y él escuchó únicamente el sonido de los tacos aguja resonando en el piso de madera entarugado, sus ojos no pudieron apartarse del movimiento cadencioso de sus caderas y el estremecimiento a compás, de sus pechos imaginados bajo la fina blusa.

Pelo renegrido y brillante, ojos verdes, nariz fina, pómulos altos y labios rojos entreabiertos y húmedos.

Era una invitación a la lujuria y a la imaginación afiebrada.

Cuando despertó la tenía de frente, mirándolo con una sonrisa algo perversa.

En el salón se escuchaba a Chet Baker cantando “Deep in a dream”

-Hola -le dijo

-Hola –contestó mecánicamente.

-Noté que estabas muy interesado en mi persona y entonces pensé, ¿por que no? –siguió.

-¿Por qué no? – repitió él nuevamente. Estaba helado y no podía pensar.

Lo despertó Chet soleando con su trompeta.

-¿Me seguís? – le dijo ella.

Sonrió, se sintió más tranquilo había comenzado a dominar sus emociones y a pensar con coherencia. –Donde quieras- le respondió, poniendo su mejor cara de galán. Sintió que todos los tipos de la confitería lo miraban con admiración. Pensó, yo si que soy un capo, este pedazo de mina me está levantando.

-Quise decir si me estabas escuchando, convidame con una copa –respondió ella.

-¡Mozo! –gritó.

Le pareció que se había notado demasiado su entusiasmo, mientras ella se sentaba en el sillón, a su lado, mirándolo entre comprensiva e intrigante.

-¿Señor? -dijo el mozo sin dejar de mirar a la morocha.

-¿Qué tomás? -preguntó canchero.

-Un Jack Daniels con hielo y soda -dijo, sin demostrar ninguna emoción.

El pensó ¿esta mina toma whisky a las cuatro de la tarde? Pero no quiso parecer un boludo y no dijo nada.

El mozo se retiró en busca del Jack Daniels.

-¿Cómo te llamás? -Le pregunto ella.

-Marcelo -contestó y recordó que su madre le había puesto ese nombre por Mastroiani y entonces le dio la razón, él era un maestro en esto de levantar minas, igual que el tano. –¿Y vos? -repreguntó.

Marcela, pero los amigos me dicen la araña –respondió la mujer.

Esta me está cargando, pensó él, pero se calló y en cambio dijo -Oh que hermosa casualidad el mismo nombre, es como si hubiéramos nacido el uno para el otro- Se arrepintió de inmediato, había dicho una pelotudez que no podía ser dimensionada racionalmente. La quiso arreglar con una risa que le hiciera interpretar lo dicho como una broma, y solo le salió un extraño sonido apagado y sin vida.

Ella lo miró extrañada y le dijo –Aflojate querido que si no te vas morir de un infarto.

-No, es que me atragante con un maní –dijo y se dio cuenta que estaba tomando un café, entonces ¿Dónde carajo estaban los maníes?, esto se está poniendo fulero pensó, quizás no soy tan galán como creía.

Ella le tomó una mano y apretándosela le dijo –Quedate tranquilo, esto me pasa seguido.

-¿…?

Llegó el whisky, lo liquidó en tres o cuatro tragos. Luego mirándolo con ojos de gata le preguntó -¿Y bien…ahora que hacemos?

-Yo diría que podemos intimar nuestra relación –otra boludez, será posible que nada me salga bien con esta mina, pensó. Qué me pasa, me tiene arrinconado con su avanzada y no puedo tomar la iniciativa.

-Yo creo que tenemos que ir a un hotel –le contestó ella, sin hacer caso a las cosas que él decía.

-Si…un hotel -¿cuál, cuál? pensó ¿donde llevo semejante mina?

-Vamos a uno que hay acá a la vuelta que es discreto y no muy caro -mantuvo la iniciativa ella.

El pagó y se levantaron; el camino hacia la calle fue como caminar por la alfombra roja hacia su coronación como el rey de los levantadores de minas, mirando cancheramente a todos los hombres que los seguían con la vista. Ella pareció entender el orgullo del hombre y se meció con más lujuria.

Caminaron unos metros, el hotel estaba ahí, al alcance de sus pasos imprecisos, mientras ella seguía con su andar, derritiendo cerebros. Entraron. El hotel era oscuro y húmedo, el conserje un jorobado con total escora hacia la derecha, le faltaban varios dientes en el fondo negro de una sonrisa pedante y cómplice.

El pensó, envidia, y pidió -Una habitación matrimonial, por favor.

-Primer piso, doce –contestó el jorobado y le tiró la llave, sobre el mostrador viejo y descascarado.

-Vamos -le dijo a Marcela y se sintió por primera vez dueño de la situación.

Subieron, entraron, la habitación era penumbrosa y lúgubre, ella de inmediato comenzó a desvestirlo, cada tramo de su piel era cubierto por sus hermosos labios, no dejó ningún lugar sin besar o sin que su lengua hiciera estremecer a Marcelo que se agarraba de una silla para no caer. Lo acompañó gentilmente hasta la cama y comenzó su show de vestuarista, se desnudó con lentitud y con movimientos que hacían presumir gran sabiduría sobre el placer.

Entró en la cama y comenzó una recorrida por todas las formas del sexo quedando en evidencia que él, solo conocía algunas pobres y poco imaginativas posiciones. Lo exigió al máximo y él pudo satisfacerla en varias oportunidades. Estaba totalmente agotado y no tenía fuerzas ni para prender un cigarrillo.

Ella se sentó a caballo sobre su estomago mirándolo, tenía una sonrisa que lo hizo temblar, por primera vez veía en sus ojos un destello de oscuridad.

-Ahora me doy cuenta por que te dicen la araña. -Le dijo tratando de mantener su voz firme.

-No, en realidad todavía te falta averiguarlo –le contestó ella siempre con esa sonrisa indescifrable.

Se había puesto la tanga negra, de ella sacó un pequeño bisturí y con un rápido movimiento le abrió un gran tajo en el cuello por donde comenzó a salir abundante sangre, se agachó bebió un poco del líquido rojo y tibio, luego se retiró hacia atrás, mientras él comenzó a hacer un gorgojeo húmedo.

-No te dije algo, las arañas tiene sus particularidades a mi me llaman la viuda negra -Le dijo siempre sonriendo.

Comenzaron a borrársele las imágenes, pero en un último esfuerzo vio una araña muy negra, escalar la pared hasta el rincón donde se encontraba su tela protectora.

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Encuentro Estremecedor – Horacio Carey

 image Encuentro estremecedor

Estábamos solos, un pesado silencio nos incomodaba.

Ella era una morocha que necesitaba ser mirada dos veces para descubrir sus encantos. No impactaba. Pero a medida que mis ojos recorrían su cuerpo, mi mente imaginaba bajo la tela fina de su vestido, sus fuertes muslos y sus redondos pechos.

El recinto parecía estremecerse con nuestras respiraciones contenidas, los espejos que nos rodeaban devolvían nuestras imágenes y las reproducían infinitamente, al verme me descubrí con una extraña apariencia de lejanía, de desinterés, casi de ignorancia.

¿Qué estaría pensando ella?

Nos cruzamos las miradas y un temblor recorrió mi espina dorsal.

Ella pareció turbarse.

De pronto un ruido sordo, se abrió la puerta esperamos vanamente la irrupción de otra persona, nadie entró y volvimos a estar solos.

Solos con nuestros temores y ansiedades, nuestros sueños y miedos. Esta vez las miradas se mantuvieron por más tiempo enfrentadas, en un choque que predecía fuertes ensoñaciones sensoriales, bajó la vista luego de un leve movimiento de sus labios que pareció el esbozo de una sonrisa.

Mi mente continuaba elaborando sueños a gran velocidad.

Nos elevábamos en el espacio infinito.

De pronto nuevamente el ruido sordo, la puerta se abrió, cuarto piso, se bajó, yo seguí, tenía que ir al séptimo. Nunca más la vi.

Horacio Carey

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Ford Tiger 1930 - Rey

image  Ford Tiger 1930 color beige

Cuento Corto

Carlos Rey – Bariloche

         Aquella mañana, a las nueve, la niebla envolvía la ciudad. Algo densa, obstruía la visión a pocos metros, a pesar de lo cual un fuerte resplandor proveniente del astro rey daba connotaciones singulares al todo. Por otro lado parecía ligeramente azulada y hasta se diría que un tanto rosada hacia el poniente y más dorada en el levante.


    Por aquel entonces habitábamos en Liverpool y me dirigía yo en ese momento a buscar a mi dulce bien amada en mi flamante Ford Tiger color beige.
Como siempre me sucedía, quedé hechizado ante su sola presencia; haciéndola partícipe de mis sentimientos mientras le abría la portezuela izquierda. Al hacerlo observé una pequeña abolladura junto a la bagueta del guardabarros trasero y de súbito la sonrisa se borró de mis labios; cosa que mi media naranja con seguridad notó, a juzgar por la expresión que se dibujó en su rostro.
    No obstante, y creo no equivocarme al decirlo, haciéndose la desentendida ascendió coquetamente al lugar por mí ofrecido, ante lo cual no me quedó más opción que dirigirme al sitio de conducción.
    Una vez que hube iniciado la marcha me puse a pensar cómo y en qué forma habría de preguntarle sobre el hecho. Ni una sola mirada se cruzaba entre nosotros y esto me ponía más nervioso aún.
    Si tan solo dijera algo. Algo que rompiera esa barrera que se había interpuesto entre ambos. Yo estaba segurísimo de que a mí no me había ocurrido; así que tenía que haber sido en el lapso que mediaba entre las 7:30 y las 9 de la noche anterior, período que había insumido ella en ir con el automóvil a visitar a su pobre tía enferma. Solía tener gravísimos problemas en los estacionamientos.
    La espiaba continuamente y de reojo, tanto como me lo permitía el fluido tránsito callejero.
        Era tan bella. Sus claras pupilas brillaban cual dos luceros al resplandor que penetraba por el parabrisas. Las ventanas de su pequeña nariz se hinchaban acompasadas al ritmo de sus tentadores pechos, que parecían querer saltar de su entreabierto escote para ofrecerse cual blanca suelta de palomas. Ni qué decir de su dibujada boca de carmín, que como una fruta madura de verano esperaba ser mordida por su bien amado. Que era yo.
Bajando la mirada hacia sus extremidades, atrevidos pensamientos me asaltaron y como si hubiera habido una transmisión de ideas y ante mi cálido estupor, sus finas y blancas manos se posaron en mi entrepierna, haciendo que mi corazón galopara con desenfreno.
Aferrado al ahora húmedo volante noté que mi pantalón era desabrochado y en ese instante el contacto de sus dedos me encegueció. Alcancé a vislumbrar a un policía que hacía ademanes desesperados.
  Un poste de alumbrado se interpuso en mi camino y me estrellé.

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La Medu - Rey

image La  Medu

Carlos Rey - Bariloche

Para suerte o desgracia se cambiaba frente a la ventana.

Entonces yo miraba todo el tiempo que podía, hasta que algún ruido en el conventillo me hacía encerrar en el baño para disfrutar lo que había visto.

Otra vuelta lo estuve espiando al Cacho con la novia. Había descubierto dónde se metían y trabé la persiana para verlos. Fui, se lo conté a la vieja de la chica y entre puteadas y gritos ligué unos mangos.

La vez que la pegué fue cuando me colé en el gallinero de los Nuñez. Apenas vi el auto que paraba en la esquina, disparé por el fondo y pasé el alambrado, me metí en la cocina mientras la mujer abría la puerta de adelante y los espié.

Cuando se lo dije a Don Nuñez casi me mata, pero terminó dándome cien mangos para que vigilara y le avisara. Lo hice varias veces hasta que se armó la podrida. Mientras duró, saqué mi buena plata.

Le fui tomando gusto al oficio. Vivo de eso. Total, la que se mete en líos es la gente. Yo lo que hago es ver, registrar y contar. No soy peor que los demás.

Aquel viernes me junté con la Medu como otras veces. Se lo iba a decir, pero me callé la boca no supe bien por qué. Había visto un movimiento raro en la otra cuadra, en el edificio recién estrenado. Alguien se metía de noche por la cortada de la estación, cruzaba las vías y entraba en los departamentos.

Después nos separamos y me fui sin ruidos.

A la Medu no la podía resistir. No me importaba que también saliera con tipos. En cambio al Ruben no lo tragaba y no podía zafarme de él. Me tenía agarrada con aquel afano del supermercado. Decía que me quería, que le diera bola. Pero no podía, me daba una especie de asco cuando estaba con él.

El sábado, a eso de la una y media de la noche, me pareció que era el Ruben el que se metía.

Al día siguiente calculé que no había lolas y fui a visitar a doña Felipa, una amiga que vivía sola en la otra cuadra.

  -Bueno, Felipa. Mañana vengo a ver la novela con vos.

  -Seguro. No te preocupés por la hora. Te quedás a dormir -dijo. Era justo lo que necesitaba. Desde ahí podría fichar todo a mi gusto.

La Medu se las sabía, siempre tenía una historia para contarme. Qué importaba si era verdad o mentira. No sabía qué me gustaba más, si las caricias o los cuentos que me hacía. Escuchaba quietita y así estaba bien.

La que prefería era la historia de la modelo. La imaginaba alta, delgada. No como ahora que estaba un poco gordita. Caminando como una pantera y con esa ropa que ella contaba

"La Medusa, modelo de ropa fina en la tele". Era como una diosa.

Pregunté por los horarios de trenes. El de la 1:28 no paraba; hacía un ruido que no dejaba escuchar el ascensor y les vendría bárbaro para juntarse.

El lunes a la una y cuarto terminó la tele, me hice la que me moría de sueño y Felipa se fue a dormir. Después fui a la azotea. Justito lo tenía enfrente. Subió por la escalera cuando pasó el tren y los vi cuando ya estaban adentro. Ahí vivía la mujer de Tejada. Se fueron para el fondo; quedó una lucecita pero no pude ver más. Sin embargo me di cuenta que no podía ser el Ruben. Un bruto como él no tenía esos movimientos de gato. Iba a meterme para saber quién era. No me la podía perder, los Tejada eran gente de guita.

Al otro día en mi pieza, pensaba en la Medu. Qué bien que estaba, era como las vedettes, no tenía nada que envidiarles. Pero no salía de ese barrio y ese pobrerío. Eso estaba bien para mí, pero ella se merecía lo mejor, laburar en un teatro o algo así.

Cuando se hizo la hora, salí del conventillo y  fui por la cortada, pasé los molinetes y crucé las vías. Ahí estaban los fondos del edificio. Aproveché el tren de la una y me metí.

El batifondo hacía temblar los vidrios, me colé por un pasillo y fui a parar a un lavadero común. Había dos ventanas y una estaba abierta. Entré y esperé. A la 1:28 otra vez el ruido, escuché las risitas y después los suspiros. Me asomé despacio y las vi...

La Medu con la mujer de Tejada.

Salí por la ventana y en el lavadero me quedé mirando las vías, abajo. Tenía que pasar el último, el de la 1:45. La estación estaba ahí nomás y la señal era roja. Pensé que cuando la pasaran al verde vendría el tren.

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Poema mínimo – Li Mayer

image 

Tanteo el silencio ... y  me aturde.

li

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martes, 17 de noviembre de 2009

Poesía Sureña - Correa

Del Libro “Hecho en Patagonia”

imageRaquel Correa Ligonié – El Bolsón – Río Negro


Cielos Mapuches

Miro este cielo

que cercan las montañas y el crepúsculo.

Que recortan cipreses y abedules

y a tientas languidece en este opúsculo

que pernocta en un Orión de luces

lejano, parpadeándome universos.

 

Miro este cielo

sobre el Piltri, que vela taciturno

y riela sus azules entre bosques

de verdes tan profundos.

Tiene algún no sé qué, que me seduce

y me invita a indagar en su silencio.

 

Miro este cielo,

testigo cósmico, infinito, mudo,

de la sufrida raza del mapuche

que añora, confinado en sus refugios

la libertad, lenguaje de esas nubes,

matra con que cobija sus anhelos.

 

LA LUNA EN EL PARALELO

 

La Luna en el río, sólo esquirlas,

la deshilacha el Quemquém

y escapa

entre riscos y piedras, toda risa

que se alegra por quien

la escucha.

Al Oeste el Azul

También la Luna la refleja y canta

en el cristal que avanza

todo prisas.

 

Quemquém y Azul,

con su tesoro reflejado avanzan

buscando su después,

en el regazo del lacustre Puelo,

destino de agua mansa

que con ternura, al fin

sus aguas, confundidas, las abraza.

 

Y la Luna que ronda el Paralelo,

toda esquirlas de plata,

engarzada en cristales, vuelve al cielo.


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lunes, 16 de noviembre de 2009

Mujer - Iktami

image

Presentación del Libro de Luis Iktami Devaux

Sábado 5 de Diciembre – a las 20 hs – En la Biblioteca Popular Domingo F. Sarmiento de El Bolsón.

Vení a Tomarte un vino

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domingo, 15 de noviembre de 2009

Antimagnético - Iktami

image El antimagnético
El campo magnético terrestre es algo que suele pasar desapercibido dentro del quehacer cotidiano.
Sin embargo en los últimos años ha cobrado fuerza una teoría que dice que la disminución continua del campo magnético llevará a que se inviertan los polos. Una vez más, ya que según algunos esto ya ha sucedido en el pasado. Bajo ese desenlace la Argentina pasaría a ser un país del Norte.
El supuesto evento tendría lugar en el año 2012, coincidiendo así con varias predicciones apocalípticas de los Mayas.
Tengo un par de amigas en particular, muy New Age ellas, que me rompen las pelotas con eso todo el tiempo.
A tal punto que finalmente me vi obligado a embarcarme en un largo proceso de investigación para ver si podía encontrar algo medianamente creíble que sostuviera esa teoría.
Lo único que pude encontrar con un leve respaldo científico decía que era verdad lo de la reducción del campo magnético de la tierra pero que todavía faltaban más de 2000 años para que esto forzara la inversión de los polos.
Mientras tanto reconocían que había zonas, especialmente en Sudáfrica y Sudamérica donde la reducción magnética era más notable todavía. En estos lugares, la mayoría sufre malestares físicos y mentales. Como si al cuerpo le costara hacer buena combustión con todos los pistones. Sin embargo hay una pequeña cantidad de individuos que se fortalecen en esas circunstancias de baja vibración magnética. Nadie sabe muy bien por qué se da este fenómeno. A este tipo de personas les habían pegado el rótulo de “antimagnéticos”.
Personalmente nunca puse mucho peso en toda esa bazofia.
Pero todo eso cambió a partir del día que conocí a la licenciada Viviana Lampuzzo una ajetreada tarde de enero del 2008.
Era plena temporada turística y como de costumbre atendía mi puesto en la feria artesanal donde vendo mis libros.
En eso se acerca una mujer joven, de unos veintitantos años, corte de pelo casi masculino, anteojitos John Lennon, un cuerpo sólido y atlético de curvas apenas pronunciadas y una mirada tan penetrante que daba una mezcla de vergüenza y miedo considerar la posibilidad de sostenerla. Vestía unos shorts color caqui tipo safari, con por lo menos una docena de bolsillos, medias blancas y borceguíes, y colmaba todo con un sexy y ajustado top rojo de material elástico que dejaba al descubierto su ombligo y parecía totalmente fuera de lugar con el resto del conjunto.
Se paró delante del puesto y separando bien las piernas y plantando los pies sólidamente como lo haría un hombre que se prepara para dar o recibir piñas, me suelta con cara de interrogación policial a alguien sospechado de cometer un crimen.
“¿Vos sos Iktami?”
Fue tan sorpresiva la potente y súbita aparición de su energía que contesté casi tartamudeando.
“S-s-sí, sí . . . yo soy Iktami”. Me sentí inmediatamente ridículo al agregar esto último. ¿No era suficiente humillación que había tartamudeado el sí?
Antes que tuviera mucho tiempo de divagar siguió con:
“¿La conocés a Isabel?”
Con un tono que era tal vez un miligramo menos agresivo que el anterior. Pero bueno por lo menos no iba in crescendo.
“Eso depende”. Le dije con algo de picardía, sintiendo como que de a poco iba recuperando mi dignidad.
“¿Depende de qué?” me escupió, ahora en un decidido tono de matón a punto de administrar una paliza. Y como para acompañar mi interpretación cerró ambos puños y los puso sobre la tabla que sostenía los libros, a medida que se inclinaba hacia mí.
Volvió mi inseguridad y con ella un leve tartamudeo.
“De-depende de qué Isabel estás hablando”.
Se me quedó mirando unos segundos y luego su rostro se aflojó en una sonrisa que mostraba unos dientes blancos y brillantes.
“La que vende bijouterie de plata y vive en Mallín”
“Ah, esa Isabel, sí Isabel Prouneau, es amiga mía”
“Y mía también” esto último con una sonrisa casi obsequiosa.
“Cometió la imprudencia de regalarme este libro” dijo mientras levantaba una copia del “Arte de no hacer nada” y lo sacudía en forma amenazante a escasos centímetros de mi cara.
Esperaba lo peor ya que era un libro que la gente odiaba o amaba, no daba para términos medios. Y como venía la mano no había dudas para qué lado le había pegado a esta mina.
Empecé a tomar conciencia de mi entorno eligiendo el lugar hacia el cual iba a caer luego que me diera el primer golpe.
Desvió la vista hacia la cumbre del Piltriquitrón y empezó a hablar en un tono, que en comparación a lo anterior sonaba casi somnoliento.
“Cuando comencé a leerlo fue como un enamoramiento”,
Hizo una pausa mientras yo acomodaba mi cuerpo al amague que me había comido. La fuerza de la inercia casi me hace caer de culo.
“Me enamoré de lo que decías”, continuó como en un sueño, “de cómo lo decías y me quedé anonadada ante el hecho de que tus palabras fueran capaces de describir cosas que yo ni siquiera podía imaginar”.
Me volvió a mirar, abriéndose camino hasta el fondo de mi alma a través de los ojos, como calibrando el efecto que sus palabras tenían sobre mí.
A esta altura yo estaba embelezado y me sentía como el bicho que queda a merced de la serpiente una vez que ésta le clava la mirada.
Esta mina podría hacer conmigo lo que se le antojara. Sólo esperaba ingenuamente que no se diera cuenta.
“Es como cuando conocés a alguien potencialmente afín, me fui entusiasmando mucho, con las expectativas de que me siguieras sorprendiendo a medida que continuaba leyendo”.
Hizo otra pausa y se quedó mirando un punto invisible en el horizonte.
“Traté de imaginar cómo eras físicamente. Después intenté visualizarte mientras escribías tras haber pasado por todas esas experiencias”.
“Pero a medida que seguí leyendo, empecé a ver cómo eras verdaderamente, y debo decirte que algunas cosas me desilusionaron, y te volviste humano, ya no eras ese semi Dios que parecía comprenderme hasta la médula o que reflejaba tantas cosas en mí. Me llegó a fastidiar y hasta pensé que eras uno de esos falsos gurus que tanto criticás en el libro”.
Dejó de hablar y se me quedó mirando con una expresión de lo más enigmática. No tenía idea qué venía ahora. Esta mujer en un muy corto tiempo me había paseado por toda una montaña rusa de emociones y a esta altura estaba listo para cualquier cosa.
En otra ocasión hubiera llenado la torpeza del momento con borbotones de palabras, pero acudiendo a una sabiduría que no era típica en mí, elegí el silencio.
Finalmente me sonrió con un aire decididamente felino y dijo:
“Quiero más”.
Me quedé mirándola sin entender.
Entrecerró los ojos como para irrumpir más adentro todavía y ver para qué lado iban mis interpretaciones. Al ver que le pifiaba feo agregó.
“Otros libros, quiero ver si sos capaz de volver a convertirte en un semi Dios, recomendame un par”.
“La verdad es que el rol de semi Dios no me interesa para nada, prefiero seguir siendo humano, con defectos y debilidades”.
“No te tirés a menos conmigo porque no te la creo”.
“Estos dos son los que más se venden”.
“Bien, entonces me llevo estos”. Y agarró dos que no eran los que le había recomendado.
Puse los libros en una bolsa y le di el cambio.
Ya estaba totalmente bajo su hechizo y me moría por seguir la conversación.
No quería que el momento acabara, lamentablemente no se me ocurrió nada mejor que, “¿Y de dónde la conocés a Isa?”
“De la facultad”.
“Pero Isa apenas llegó a cursar un año”.
“¿Y qué estás diciendo? ¿Que ese tiempo no es suficiente para forjar una amistad?”
“No, por supuesto, digo sí, se puede, lo que digo es que . . . “
“¿Sí?”
“Bueno es una manera de decir, ¿qué sé yo?”
“Lo que digo . . . es una manera de decir . . . por ser un escritor te expresás de manera bastante limitada y confusa, ¿no te parece?”
“Culpable” dije levantando ambas manos como indicando que me rendía.
Ella se entregó a una risa abierta y conmovedora. Algo que me pareció fuera de lugar en vista de lo acontecido hasta ese momento.
“¿Qué te parece si nos juntamos a cenar esta noche?”
Tenía el sí escrito en la cara con letras luminosas pero no me salía una sola palabra.
Empezó a alejarse mientras decía: “Te paso a buscar a las 9”.
Le iba a dar indicaciones de cómo llegar a mi casa pero desapareció entre la multitud con paso apurado.
Esa noche se apareció en un auto alquilado con Isabel al lado.
No entendía el por qué de la presencia de Isabel pero sospechaba que estaba ahí sólo para entorpecer cualquier oportunidad que tuviera de entablar algo con Viviana.
Al llegar al resto hubo una especie de puja entre ellas que increíblemente ganó Isabel quien terminó sentada a mi lado.
Eso me puso de mal humor. Había algo del perro del hortelano en todo esto que no me gustaba para nada. Un par de años atrás me había tirado un lance con Isabel y había rebotado como boligoma, dejando ella bien claro que lo nuestro nunca pasaría de la amistad. Y ahora me hacía toda esta escena para interferir con Viviana. Dios mío, nunca llegaré a entender a las mujeres.
Pedimos un Malbec y dejamos que el alcohol fumigara nuestras palabras. Cuando íbamos por la segunda botella la conversación se empezó a aflojar. Para la tercera Isabel estaba con un pedo de aquellos y prácticamente dejó de participar en el diálogo que ahora era propiedad exclusiva de Viviana.
Cuando estábamos en los postres Viviana me tira:
“Mañana tengo que ir a hacer un estudio de campo a El Pedregoso y me gustaría que me acompañaras”.
Al observar como yo miraba a Isabel de reojo agregó con una sonrisa maléfica que parecía decir que ella lo entendía todo:
“No te preocupes, Isa no viene”.
Prácticamente no dormí esa noche esperando que saliera el sol.
Llegó puntual a buscarme. Estaba de un tremendo buen humor. No quedaba el menor indicio de todo el alcohol que había consumido la noche anterior.
Lamentablemente yo no podía decir lo mismo. Tenía la boca reseca, en mi cabeza sonaban tambores Mapuche invocando una tormenta y los rayos del sol eran como puñaladas en mis ojos. Sin embargo apenas la vi me sentí mucho mejor.
Pasamos los primeros kilómetros en silencio. Cada tanto ella me miraba como si fuera a decir algo, pero no.
Finalmente cuando estábamos a la altura de El Hoyo me pregunta:
“¿Por qué no has escrito una novela?”
“He escrito varias, simplemente no las he publicado”.
“¿Y eso, por qué?”
“Me cuesta terminarlas y pulirlas. Pierdo interés”.
“Para mí un escritor no va en serio hasta que publica una novela, por eso no tengo mucho respeto por Borges”.
Había un cierto nivel de desafío en sus palabras.
“No te preocupes, de aquí a un año o dos publicaré una y después van a salir como chorizos”.
“¿Como chorizos? Que linda metáfora”.
Sabía que me estaba tomando el pelo pero igual me gustaba. Una energía cálida iba creciendo entre nosotros.
Hubo un breve silencio y luego dice:
“El lugar hacia donde vamos es muy especial. Es algo así como un portal hacia otra dimensión. Los pocos que han vuelto después de atravesarlo lo describen como cielo o infierno según la óptica de su experiencia”.
Se quedó esperando una reacción de mi parte. Al no haberla apretó los labios y continuó.
“¿Viste el tema Escalera al cielo de Led Zeppelin? Bueno ahí hablan de lugares como este. Si bien el tema se llama Escalera al cielo hacen alusión a que puede ser también una escalera al infierno. Viste que empieza con, “Hay una mujer que está segura que todo lo que brilla es oro”, y después agregan: “y se está comprando una escalera al cielo”. Pero lo más importante viene después cuando dicen: “hay dos senderos que puedes elegir pero a la larga siempre queda tiempo para cambiar el camino por el cual transitas”. ¿Te das cuenta? Ahí mismo te lo dicen, la escalera al cielo también puede ser la escalera al infierno, y siempre queda tiempo para cambiar la que uno elige. Esa es la magia.
Con los años me fui dando cuenta que en todos los portales había presencias oscuras, negativas, lo que la gente suele llamar demonios, y presencias lumínicas, positivas, que la gente suele llamar ángeles. Al principio desarrollé la teoría que algunos portales eran al cielo y otros al infierno y las presencias se explicaban de la siguiente manera. En el portal al cielo los ángeles te invitaban a entrar y los demonios trataban de espantarte para que no lo hicieras. En cambio en los portales al infierno era al revés, los demonios te invitaban a pasar y los ángeles trataban de alejarte. Pero estaba equivocada. Lo que me bloqueaba era mi pensamiento occidental dualista. A veces veía el portal como negativo otras como positivo. Pero después pude comprobar que todos los portales eran ambas cosas. En síntesis, cada portal puede ser una entrada al cielo o al infierno. Uno es el que decide”.
Se me quedó mirando con una expresión traviesa, que me despertaba la duda si se estaba burlando o si todo iba en serio.
La verdad es que me sorprendía todo este planteo que me estaba haciendo. No era algo que esperaba de ella después de la primera impresión que me había causado.
Al ver que yo no decía nada me hizo una mueca como tirándome un beso.
Decidí seguirle la corriente.
“¿Y qué pasa si uno lo encara desde un lugar más allá del dualismo? ¿Y no quiere elegir sino experimentar ambos polos a la vez?”
“Esa, amigo mío, es una muy buena pregunta, digna de un antimagnético”. Me dio una palmadita en el muslo y no dijo más nada.
Iba a preguntarle sobre los antimagnéticos pero me di cuenta que ya nos acercábamos a Epuyén así que le dije:
“Te pasaste, esto ya no es más El Pedregoso”.
“Sí, ya sé. Tenemos que ir hasta Epuyén y pegar la vuelta. Entonces ahí empiezo a usar mi censor magnético para detectar el lugar”.
“Pero no entiendo, ¿por qué no lo prendiste cuando estábamos pasando por El Hoyo?”
Me mira como si fuera un niño al que hay que explicarle todo, y con una impaciencia apenas disimulada me cuenta.
“Hay como una corriente magnética, una marejada que va desde el polo sur al ecuador, también hay una correspondiente en el norte que va desde el polo norte al ecuador. Cuando vas en contra de esta corriente es difícil captar diferencias sutiles al medir los niveles magnéticos. Por eso hay que ir hasta Epuyén, pegar la vuelta y volver hacia el norte. Y hacer las mediciones con esa corriente a favor. ¿Se entiende?”
“Sí, profesora”. No supo apreciar mi gastada sarcástica pero lo dejó pasar y miró hacia delante con una sonrisa relajada.
Al rato volvió a hablar.
“¿Viste cuando una persona habla de alguien y dice que le faltan un par de jugadores? Bueno, a vos te faltan varios”.
Ante la expresión de tristeza que se apoderó de mi rostro se apresuró a agregar: “Pero en tu caso es algo muy bueno, ¿sabés por qué? Porque te faltan jugadores que no son más que un peso, un estorbo y que no aportan nada. Por eso vos corrés con ventaja sobre los demás. Tenés un equipo reducido pero ágil y capaz de cambiar de rumbo con extrema velocidad, y eso es lo que la vida exige.
Te calé de entrada por cómo te expresás en tus libros. Ese desenfado en la comunicación sólo puede representar el perfil de un auténtico antimagnético”.
De vuelta con eso del antimagnético. Esta chica era un sinfín de sorpresas.
No sé si me hacía mucha gracia eso de ser un antimagnético, pero si ella lo veía como algo positivo quién era yo para tirarlo abajo.
Según me había explicado Viviana, en el lugar hacia el cual íbamos la potencia magnética se reducía a cero.
Finalmente el censor marcó el valor esperado y se desvió del camino. Estacionó el auto a la orilla del río Epuyén.
Se bajó y tomó varias mediciones apuntando hacia los cuatro puntos cardinales.
“Tenemos que cruzar el río” anunció con un tono seco y profesional.
Preparó un par de mochilas. Cerró el auto y vadeamos el río.
Caminamos menos de medio kilómetro y dimos con una pampita rodeada de maitenes.
“Este es el lugar” dijo en tono ceremonial como alguien que acaba de entrar a un templo sagrado.
Yo ya lo conocía y lo había cruzado varias veces camino a la cascada del arroyo Pedregoso. Bueno, más que cruzarlo lo había bordeado, ya que el sendero que llevaba a la cascada pasaba a unos cincuenta metros. Técnicamente nunca había estado en el lugar propiamente dicho, sólo lo había visto a la distancia.
Siempre me llamó la atención y varias veces quise desviarme pero la gente con la cual estaba quiso seguir rumbo a la cascada.
Tengo una cierta aversión a las coincidencias convenientes y para mi gusto el susodicho portal estaba muy cerca de la famosa laguna del Plesiosauro. Había algo en eso que no me cerraba.
Poco tiempo después, cuando ella había desplegado una buena cantidad de los elementos que llevábamos en las mochilas empecé a sentir cambios bruscos en mi organismo. Donde más sentía la influencia del lugar era en la respiración, era como si mis pulmones y alvéolos se hubieran expandido y pudiera ahora respirar más profundo y obtener más oxígeno. Después vino una lucidez y una velocidad mental que no tenían precedente en mi vida. Por último empezó a surgir algo así como un zumbido de muy alta frecuencia que recorría todo mi cuerpo. Poco a poco se fue acumulando alrededor de cada chakra.
Por alguna razón en el chakra que más sentía el zumbido era el primero, el que más cerca estaba de la tierra. A medida que la vibración del zumbido aumentaba empecé a sentir algo de vértigo y nauseas. Sentí que estaba cerca del desmayo.
Noté que si flexionaba las rodillas y reducía la distancia que me separaba del suelo sentía cierto alivio.
Viviana se dio cuenta enseguida de lo que me estaba pasando. Me tomó de la mano y me empujó sobre una bolsa de dormir que había tendido sobre el pasto.
Con un par de rápidas maniobras se bajó sus pantalones y luego prácticamente me arrancó los míos.
Se me tiró encima y suspiré con anticipación ante la inminencia del acto sexual. Pero todo lo que hizo fue poner su sexo sobre el mío sin ninguna intención de que la penetrara.
Apenas sentí el contacto con ella una ola de bienestar se desparramó por todo mi ser. En ese momento sentía literalmente que Viviana actuaba como un cable a tierra. Era como si ella absorbiera todo ese exceso de energía y lo procesara en su cuerpo para después descargarlo sobre la tierra.
Después de varios minutos llegué a una especie de estabilización respecto al zumbido. Todavía lo sentía pero se habían ido el vértigo y las nauseas.
Se despegó de mí y se tumbó a mi lado manteniendo un leve contacto físico. Nos quedamos mirando el cielo semi desnudos. Al rato me dice en un tono cariñoso.
“¿Sabés una cosa? En mi vida hay algo que me da mucho más placer que el sexo. Y es cuando tengo una teoría y con el tiempo voy encontrando los pedazos de evidencia para comprobarla, van cayendo como piezas de un rompecabezas, buscando su lugar. Eso querido mío es varios kilómetros más allá de orgásmico. Y con vos, acabo de comprobar que dos más dos son cuatro”.
Se levantó y fue a buscar su mochila. Terminó de sacar todos los aparatos de medición y empezó a caminar de un lado a otro con un medidor del tamaño de un ladrillo. Finalmente se paró a medio metro de mí y dijo con satisfacción:
“Este es el lugar”. Me miró con aire de triunfo en su rostro. Luego se le ablandó la cara y me miró con algo cercano al afecto.
“Vení, acercate. Sentate ahí, justo ahí. Ese es el portal”.
Miré fijo con cara de buen alumno pero no veía nada de ese lugar en particular que lo distinguiera del resto del pastizal que lo rodeaba.
“Quedate aquí y no te muevas, ¿por favor? Voy a buscar algo al auto y enseguida vuelvo”.
La vi alejarse y noté que su culo era bastante mejor de lo que a primera vista me había parecido. Una leve redondez en las nalgas que se movía de manera aceitosa y ondulante con cada paso que daba.
Me quedé con esa imagen de ella hasta mucho después que la perdí de vista.
No tenía memoria de haberme sentido tan bien, con tanta armonía, tan lleno de paz, en toda mi vida.
Por una vez no tenía ambición ni expectativa alguna. El momento lo era todo.
Esa leve vibración que todavía ronroneaba en mi interior me hacía sentir uno con la tierra, más orgánico que nunca. ¿Sería tal vez el exceso de oxígeno?
La verdad es que no me importaba la causa ya que el efecto me embriagaba.
Si de esto se trataba ser un antimagnético, de ahí en más me convertiría en fanático del movimiento, si es que alguno existía.
Pasaron un par de horas y de ella ni señas. Empecé a preocuparme pero no lo suficiente como para levantarme y salir a buscarla.
Seguía sintiendo un bienestar profundo que emanaba desde un lugar cerca del ombligo. La interferencia mental causada por la preocupación era algo que venía hacia mí desde muy lejos. Por momentos sentía mi mente como algo que no era mío, que no era yo. Algo que estaba conectado a mí como una mochila pero que no formaba parte de mi esencia.
Me entretuve mirando mi preocupación tal cual alguien mira la televisión. Con el pasar del tiempo me di cuenta que en algún lugar central sentía que todo estaba bien y que el proceso mental que llevaba a la preocupación era algo artificial basado en una acumulación de experiencias que el cerebro molía para luego ponerle el agua caliente de la observación y obtener el café de los pensamientos encadenados.
Cuando empezaba a caer el sol se levantó una bruma espesa del río que avanzaba lentamente hacia la cordillera. Era un hecho insólito para esa época del año.
Me quedé mirando la densa neblina como hipnotizado y de pronto la vi aparecer en medio de la bruma, totalmente desnuda, sin anteojos y cubierta de algo que parecía un musgo verde iridiscente. Era como si flotara dentro de una nube y a medida que se acercaba parecía deslizarse más que caminar. Había un pequeño halo de arco iris alrededor de su cabeza y noté que uno de sus ojos, el que tenía medio desviado, me miraba fijo, sin parpadear. Era una mirada desconcertante, parecía neutra pero en algún lugar detectaba algo parecido al cariño.
Se acercó a mí sin decir palabra alguna y comenzó a quitarme la ropa. Sentí frío y casi verbalizo una queja pero la fuerza de su mirada me hizo tragar las palabras.
Me hizo sentar justo encima de lo que ella consideraba el portal. Después se me subió encima.
La conexión fue inmediata, no hubo ni besos ni toqueteos. Pude captar en ella una necesidad primal que superaba lo meramente sexual.
Nos quedamos así en silencio y sin movimiento. Cada vez que yo intentaba zamarrearla ella me frenaba.
“¿No te casarías conmigo?” Me dice cuando hacía varios minutos que estábamos conectados.
No supe qué responder pero no hubiera tenido chance de hacerlo ya que empezó a besarme y moverse levemente.
A los pocos minutos empezó a vociferar:
“Sí, sí, síiiiiiiiiiii, esto es lo que estaba buscando”.
Yo interpreté que se estaba acercando a un orgasmo y empecé a acelerar los movimientos pero ella me frenó con una fuerza descomunal que estuvo a punto de hacerme gritar del dolor.
Al rato volvió a hablar de una manera suave y somnolienta, como ida:
“Sí, sí, ya casi está, ahí, ahí, ahí . . .ahhhhhhhhh”.
Y con ese largo ahhhhh se esfumó. Desapareció de entre mis brazos como si fuera del mismo material que la bruma y una ráfaga de viento la hubiera empujado.
Teniendo en cuenta el estado alterado en que me encontraba tardé bastante tiempo en reaccionar.
Me levanté en cámara lenta. Todavía podía sentirla por todo el cuerpo y me pasé las manos un par de veces por varios lugares donde quedaban rastros de una huella verde, con la ridícula expectativa de encontrar pedazos de ella todavía adheridos a mi cuerpo.
Estuve caminando en círculos por un largo tiempo como embobado.
Finalmente, recogí todas las cosas y volví al auto. Por suerte las llaves estaban puestas. Arranqué y al salir hacia la ruta eché un último vistazo alrededor, esperando ver alguna señal de ella.
A los pocos kilómetros el efecto antimagnético de bienestar desapareció y descendió sobre mí un cansancio tan pesado que tuve que parar al costado del camino y echarme a dormir.
Desperté a la mañana siguiente y apenas pude recuperar la conciencia un malón de preocupaciones asaltaron mi ser y ya no las sentía como las de otro. Todas estas preocupaciones llevaban mi nombre y apellido tatuados.
Esa tarde fui a la policía y cometí el grave error de contarles la verdad de todo lo que había sucedido.
Me estuvieron hostigando varios días y por momentos parecía que no iba a escapar a la cárcel. Todos sospechaban que la había asesinado, y nadie tanto como Isabel. Quien hizo todo lo posible para que no me soltaran. Pero gracias a la intervención de mi amigo Bruno Politti, abogado distinguido de la comarca, no les quedó otra que dejarme en libertad.
Pasaron varios meses, durante los cuales me cuestionaba diariamente qué cuernos había pasado con Viviana.
Algo en mí abrigaba la infantil esperanza de volverla a ver.
La verdad es que la extrañaba.
Pensaba en lo cruel que era la vida. Después de haber conocido una mujer tan impactante, había gozado de su compañía poco más de 24 horas.
Meses después, a principios de primavera, una mujer mapuche, se para frente a mi puesto. Era bajita, de apenas un metro cuarenta, las piernas más chuecas que jamás había visto y estaba vestida como una nena: pollerita de encaje verde, soquetes blancos y zapatos de charol. Todo rematado por un chalequito de cuero negro sobre una blusa blanca, también de encaje.
Era una visión de aquellas. Se me acerca sigilosamente y me dice:
“Son varios los que han desaparecido en ese lugar. Desde que tengo memoria ya van más de 60”.
Hace una pausa y aprovecho para preguntarle: “¿Alguna vez ha vuelto alguno?”.
Mira hacia un lado y luego hacia el otro con algo de miedo y dice:
“De eso no podemos hablar aquí”.
Hace otra pausa y me alcanza un papelito. “Venga a verme”.
Se aleja apresuradamente dando pequeños saltos.
Desenrollé el papel, era un mapa hecho a mano con lápiz. Vivía en la costa del río Epuyén a menos de un kilómetro del portal.
Miré hacia la cordillera mientras se dibujaba una sonrisa en mis labios.
La aventura recién comenzaba.

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