domingo, 10 de enero de 2010

El padre de la Criatura (final) - Ameijeiras

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segunda parte y final
Cuento corto, ma non tropo
Enrique Ameijeiras – Lago Puelo –Comarca Andina

Todos dejaron caer sus cabezas, cerraron los ojos y trataron, por lo menos no pensar en nada por un rato.

En los asientos más alejados, se escuchaba el llorar acongojado de una mujer. Era una joven, hija de un matarife del pueblo vecino. No era muy común verla por estos lares, pero bueno, el padrecito era un gran caminador del evangelio. Nadie se sorprendió de sus llantos ni se imaginó el motivo de su presencia.

Uno a uno, con fuertes resoplidos, se levantaron de sus lugares, se acercaron a la mesa, tomaron la lapicera y firmaron la planilla, volviendo luego a sus asientos. El obispo limpiaba interminablemente sus gafas. La jovencita se levantó, enfiló para la mesa pero siguió de largo y se introdujo en el baño. Todos se miraron y solamente la señora de luto la siguió. Se paró junto a la puerta, y descaradamente posó su oreja en la puerta. No soportó más el silencio y golpeó suavemente y le preguntó:

– Niña, ¿se siente bien?

– Un momento por favor, ya salgo.

– No, solo pregunto se usted está bien.

– Algo mareada, ya salgo.

– Quédese tranquila, salga cuando termine, si se siente mal avise, estoy acá afuera.

Se volteó hacia la asamblea y abrió sus brazos denotando incertidumbre.

La reunión estaba llegando a su fin, cuando se abre la puerta del baño, sale la joven visiblemente agotada, con su antebrazo en el vientre, sosteniendo un embarazo avanzado, y apoyándose con el otra a la pared.

– Niña, niña. – Dijo la de luto – ¿Por qué no avisaste que estabas en este estado?

– No se preocupe, ya estoy bien. Quiero un poco de agua.

Otra dama salió presurosa hacia la cocina, mientras otras dos la ayudaron a tomar asiento. La vista de todos estaba puesta en esa mujer, esperaban quizás que la chica comentara algo relacionado con su extraña presencia. Pero no. Solo se limitó a acariciar la redondez de su panza y clavar su mirada en el piso.

Terminaron con una breve oración y se levantaron para ir al templo. Las mujeres rodearon a la embarazada y la consolaban de vaya a saber que desgracia, pero la jovencita no dijo nada. Hasta que la de luto no aguantó más y le preguntó:

– ¿A qué hora vendrá a buscarte tu marido, querida?

La mujer la miró, como quien quisiera despertar de un sueño profundo, frunció el ceño y le dijo:

– No tengo marido.

Un rumor sordo de cosas que no se dicen pero se piensan invadió la sala parroquial. La chica se levantó sin ayuda de los demás y enfiló para el templo. Luego de reponerse de la sorpresa, la de luto, más bien presa de la curiosidad que de buen samaritanismo, se le puso a la par, le puso un brazo sobre los hombros y le ayudó a bajar los escalones y no se alejó de ella durante la nueva rueda de rosarios.

………………

– ¿Ma, entonce qui e el patre de la criatura? Preguntó don Roque mientras cambiaba el agua de unas calas.

– ¿Y qué se yo? Respondió una de las damas – No le íbamos a preguntar. Si hubiese querido decirlo, lo hubiese dicho.

– ¿Pero en que cabeza cabe? ¿En ese estado venir tantos kilómetros?

– Y… Alguna razóne tendrá. El padrecito era muy cauchito. Securamente la atendía bastante bene.

– Cállese don Roque, si es una nena.

– E si, e una regaza, ma beró alguien debe ser el padre del bambino. No va a ser el Espíritu Santo.

– Se lo van a llevar los diablos don Roque. Está sugiriendo que el padre Pino…

– Yo no dico nada. Osté e la mal pensata.

………………

– ¿Te sentís mejor? Preguntó la de luto a la embarazada que lloraba mansamente.

– Me duele un poco, pero estoy bien, triste pero bien.

– ¿Lo querías mucho al padre?

– ¿Y como no lo voy a querer? Era tan bueno, tan generoso, tan… (Sollozos)

– Y tu pareja, te dejó cuando se enteró que estabas embarazada…

– No, no. No me dejó, bueno si, pero él… no sabrá nunca que estoy embarazada.

– pero nena, no seas tonta. Tenés que decirle. – Hizo una pausa, se quedó pensando – ¿O es un hombre casado?

– No, ya no está casado, pero no, no se lo puedo decir. Tengo que ir al baño de nuevo. No se preocupe, yo puedo sola.

Se levantó pesadamente, y lento se dirigió hacia la casa. La de luto se quedó muy intrigada, y las demás mujeres apenas seguían el rosario con los labios, porque su atención estaba en el diálogo de las mujeres. La de luto era una gran estratega a la hora de hacer averiguaciones.

………………

– La chica esa, la embarazada. ¿La conoce usted?

– Muy poco Monseñor. De vista… De el pueblo no es, es de acá cerca, del pueblo de al lado.

– Jovencita parece.

– Si, no debe llegar a los veinte.

– Menos quizás. Con tal que no empiece a parir aquí. ¿No la pueden llevar a la casa?

– Lo intenté monseñor, pero no hubo caso. La chica se quiere quedar hasta el entierro.

– Bueno, hágame el favor de mandar a alguien que le avise a los padres que la chica está aquí. No quiero problemas.

– Como usted diga monseñor.

………………

– ¿Ordoñez?

– ¿Me llamó comisionado?

– A Ordoñez llamé.

– Yo soy Ordoñez.

– Ya se tonto, preparate que tenés que ir a Mirafiori. El obispo quiere que le avisemos a la familia de la chica que está acá. Tiene miedo de que entre en trabajo de parto y no quiere correr riesgos.

– Y ¿Usted conoce al carnicero? Es un tipo muy raro.

– Si, ya se. No se como tuvo una hija tan linda.

– Bueno la mujer era muy bonita.

– No se que le habrá visto la difunta a ese sinvergüenza.

– La billetera

– Para que le sirvió. El hombre es tan miserable que la esclavizo a la carnicería, mientras él hacía sus negocios.

– Si, robar y comprar hacienda ajena.

– Bueno, andá nomás, solamente le decís que la hija está acá, que el entierro es mañana, en la misma parroquia, y que la chica está bien.

– Ya me estoy yendo jefe.

………………

Ordoñez llegó a Mirafiori, un caserío sobre la calle principal, con casas antiguas, alineadas simétricamente en una sola cuadra. Una seguidilla de negocios lúgubres en la vereda de enfrente. Paró el carro frente a la carnicería, ató las riendas a un palenque, e ingresó al local.

Allí había un hombre joven, de unos treinta y pico de años, rubio casi pelirrojo, ojos celestes, de angulosos pómulos. Estaba afilando una cuchilla de grandes dimensiones con una chaira.

– Buenas tardes señor, saludó el secretario del alcalde.

– Buenas… respondió secamente el carnicero.

– Ando Buscando a don Lara.

– Salió… Siguió afilando la cuchilla y como notó que su respuesta no había satisfecho la demanda, continuó. – Se fue temprano a Corrales, a comprar hacienda. Dijo. Y la hija tampoco está…

– Si, ya se, de eso quería hablarle. Dígale a su patrón que la chica está en la Parroquia. Que va a volver después del entierro.

– ¿Quién se ha muerto? Dijo, curioso el muchachón.

– ¿Cómo? ¿No sabe nada? El padre Pino.

– Ve… Dijo abriendo los ojos y con la boca abierta rubio.

– ¿Lo conocía usted?

– ¿Cómo que no? Sabía venir seguido por acá. Cha… Pobre padrecito.

– Y usted. ¿Es la pareja de la chica?

– No, no, ni Dios permita. Contestó tartamudeando el encargado.

– Bueno y entonces… ¿Quién es el padre del chico?

– ¿Ya nació?

– No, pero no ha de faltar mucho.

– Ajá. Remató parcamente volviendo al chaireo de la cuchilla.

– ¿Y…? rugió Ordoñez.

– ¿Y qué? Respondió haciéndose el tonto.

– Digo de quién es la criatura…

El hombre miró disimuladamente hacia ambos lados, no había nadie pero quiso darle dramatismo a la respuesta. Dejó las herramientas sobre el mostrador de mármol, se le acercó limpiándose dedo por dedo, las manos en el delantal mugriento.

– No se sabe… Dicen…

– ¿Qué? Hable de una vez

– Vio como es la gente.

– Pero si aquí casi no hay gente.

– Por eso, más a mi favor… Bueno, dicen… di… di…di-cen que es del padre.

– Santo Dios, dijo Ordoñez, inspirando. Se persignó, y girando sobre sus pasos salió del negocio, hizo chau con la mano, y salió poco menos que corriendo. Subió al carro, volvió a descender para desatar las riendas, y con un par de gritos, de pie sobre el pescante, se alejó a toda marcha hacia el pueblo.

………………

Secándose la frente, Ordóñez contó pormenorizadamente su diálogo con el dependiente de la carnicería. El Alcalde lo miró fijo unos instantes, luego hizo una seña muy clara: Pasó sus dedos índice y pulgar por sobre los labios y le dijo:

– De esto ni una palabra a nadie Ordóñez. ¿Me entendió?

– Si señor, ni una palabra.

………………

Los bancos de la iglesia estaban completos. Un susurro de oraciones inundaba el silencio del templo.

Entró Ordóñez, se acercó al féretro que estaba flanqueado por las mujeres; la de luto en la cabecera. El secretario cerró los ojos, aparentemente en un acto de contrición, los abrió luego, y disimuladamente miró a la embarazada que se encontraba en el primer banco, con la piernas abiertas, como dormitando sobre el hombro de Magdalena. Miró a la de luto. Ella, con cara de intriga, levantó el mentón sin dejar de observarlo fijamente. Ordóñez estimó que no sería una infidencia romper su promesa y le musitó al oído:

– Parece que es del padre…

– ¿Cómo dice?

– Shhh, más respeto por el difunto. Digo que dicen que el padre es el padre – y cabeceó para el lado de la embarazada.

– Jeeesús. Gritó la anciana y todos los feligreses repitieron “Ten piedad de nosotros”

………………

Faltaban pocos minutos para el entierro, el templo estaba casi vacío. Solo la embarazada, con las manos entrelazadas por los dedos, mirando con suma tristeza el rostro del difunto. En la sala parroquial el alcalde, hablando por teléfono, parecía rogar que vinieran unos hombres para trasladar el cajón al fondo y darle cristiana sepultura. Luego empezó con más firmeza hasta terminar con amenazas la conversación. Colgó ruidosamente el teléfono, y sin sacar su mano del tubo le dijo al secretario: – Ya vienen para acá, bocón. – Ordóñez se sonrojó y miró para abajo.

………………

Partió el diezmado cortejo a los fondos de la parroquia, donde una fosa aguardaba el postrer saludo de una feligresía que, a priori, interpretaba que ya había honrado lo suficiente al muerto. Solo el alcalde sostuvo por los hombros a la embarazada que ahogaba su llanto con un pañuelo blanco en su boca.

………………

La embarazada, aguarda el tren en el anden, sin más equipaje que su bolso negro, con apenas una muda. No volverá más a su casa, no. Posiblemente algún pariente le de albergue hasta que nazca el niño. El pobrecito no tiene la culpa de nada. Tampoco tendrá padre, como la madre, se repetía mientras se acariciaba la panza.

………………

Detrás del humo negro de la locomotora que iba pasando al pasado, quedaban su casa, los abusos y un pueblo que no tiene cura.

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