domingo, 7 de marzo de 2010

El Debut - Gandulfo

El Debut

Estéban Gandulfo

Las Golondrinas – Lago Puelo – Chubut

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Eran otras épocas, no como ahora en que todos los pibes saben de sexo como para aprobar un doctorado. ¡Y las pendejas! Ni hablar.

Yo era muy boludo. No, gracias, no creo que fuera tanto un problema generacional. Yo estaba especialmente atrasado. Todos mentían, por supuesto, hasta un momento en que la embocaban en serio, y dejaban de mentir.

A veces te contaban las cosas con tantos detalles que vos te decías, no, este tipo no puede estar macaneando. Cuando los del equipo fueron a correr en el Panamericano, Panamá creo que fue, volvían con unas historias que te sentaban de culo: dos minas con un tipo, ahora vamos de a cuatro, y de premio el que acaba más veces sin sacarla no paga… Se ve que allí el tema de los quilombos estaba bien organizado y las putas se daban un banquetazo con los deportistas recién llegados, con las pelotas que le reventaban de hormonas.

Yo mentía, por supuesto… sí, en el barrio hay una piba que se deja con todos, y bueno, yo también le doy… pero mentira, por poco yo ni sabía por donde se le arrimaba al agujerito. No, si yo ya era grandecito. Trabajaba de cadete en una agencia de publicidad, que llevas un original, traés un cheque, buscas la pauta… trabajo de cadete, pasar taxi y viajar en colectivo o darle a pata. Entró una dibujante, Ana María se llamaba la guacha. Se llama, debe seguir viviendo. Un poco más grande que yo.

Súper callada, tímida diría. El tema era que formábamos una pareja casi obligada. Ninguno de los dos tenía novio, y éramos los más pibes del grupo. Yo me sentía como un sapo torpe, feo y pelotudazo. Ahora veo las fotos y digo ¡pero si tenía una facha de matar! Pero las cosas son así, no son como son sino como las sentís.

Ana María estaba bastante bien. Buenas tetas sobre todo. ¿Querés creer que yo todavía no le había metido mano a una teta? Para colmo era la época de los corpiños súper-armados, reduros. Vos sabías que la mina tenía mucha teta, pero de la calidad ni hablar.

Podía ser un flancito delicioso, o podía ser una operada de mamas que el carpintero del barrio, fabricante de baleros, le había hecho un parcito de madera balsa para que no le pesen mucho.

Ana María tenía tetas grandes, y antes de palparlas al desnudo, vos podías tener la esperanza de que fueran suaves, blandas y tersas.  Buena figura, mala sonrisa, de esos que se tapan la boca cuando sonríen, ocultando una ventana o dientes marrones. A Ana María yo la espié un tiempo, porque no iba a planear nada con una mina con un buraco en la boca o dientes marrones. El problema era que, simplemente, la sonrisa no era linda.  O mejor dicho, tenía una carita que daba mejor seria que sonriendo, y como ella también debía tener su mambo, se tapaba la boca cuando sonreía. Decile al gallego que traiga otra cerveza, bien fría que esta ya está caliente.

¿Ves?, en eso los brasileros son capos, tienen unos termitos que meten la botella, perdón, la garrafa adentro, y la podés estirar media hora, una horita, y vas tomando cerveza siempre fría. No Ana María no era brasilera, bestia, estoy hablando de la temperatura de la cerveza. El plan mío, porque tenía un plan, no es que fuera ingenuo, sino que era retorcido, complicado y torpe. Yo te conté que de chicos íbamos siempre a remar.

Y de adolescentes le seguimos dando. El hecho es que de tanto andar curioseando habíamos descubierto una casillita a la que nunca iba nadie, y nos metíamos a boludear.

No me acuerdo bien si era en el Abra Vieja o en el Pajarito… ¡Alzeimer tu hermana! Pelotudo, ¿No ves que pasaron como cincuenta años? Aparte ¿Qué tiene que ver el nombre del río? Yo te estoy haciendo un análisis cultural acerca de la adolescencia y el sexo y vos te detenés en pendejadas que no hacen ni a la historia ni a los conceptos… ¿Por donde iba? Bueno, el plan era que yo me la llevaba al río, como decía Federico, que antes sí leíamos poesía, y la recitábamos, y no como ahora que leen nada más que mensajitos, y en medio de una romántica soledad, yo hacía mi debut con Ana María, sin que ella advirtiera mi inexperiencia. Era un feriado nuestro, el día de la publicidad, y ella había aceptado la invitación para ir a remar, aunque nunca lo había hecho.

Las complicaciones venían de entrada: Porque ella vivía en la zona Sur, yo en el Oeste, y teníamos que ir al Norte. No, ni auto ni moto. Nada. ¡Eran otras épocas! ¿O vos tenías auto a los diecisiete? Nos encontramos en determinado punto y de allí en tren, que en aquel entonces se podía tomar el tren a Tigre.

El comienzo fue divertido, porque todo el mundo iba a laburar, y nosotros como unos bacanes salíamos de farra. El tiempo no estaba demasiado cómplice con las actividades planeadas. Otoño, supongo, no me acuerdo bien. Problema número uno: Como yo era socio cadete en el club, no podía sacar invitados, así que Ana María tendría que abordar el bote de contrabando.

La dejé en un muelle de las inmediaciones, esperame que ya vengo, fui al club a los repedos me cambié de ropa y saqué lo que se llama un par de paseo. Un botecito chico y finito, con un punto que rema en un carrito mirando para atrás, y el otro sentadito enfrentándolo, mirando para adelante, y con un par de soguitas manejando el timón, que como yo no tenía timonel en ese viaje, ni había calzado el timón. Ya en el agua, tenía que remar hasta donde estaba Ana María, sin que me junara desde la rampa el ñato del club, que sinó me daba la cana.

El rio estaba desierto, una colectiva bien lejos, una chata cargando sauces pop pop pop acercándose de a poco, agua tranquila. Solamente el arrime por la escalera del muelle delató que Ana María no tenía la menor experiencia náutica. De esos que te escoran el bote solamente con el cagazo. Bueno, con ella a bordo empecé a pegarle despacito hacia boca del rio, como para que la chica se fuera acostumbrando y ganando confianza.

Pero el rio estuvo tranquilo no más de diez minutos. Empezó a soplar la clásica sudestada: Se achataron las nubes, bajó la temperatura y empezó a venir aire fuerte del sudeste. Esa fue mi primera oportunidad perdida. Tendría que haber dicho: Bueno, ya conociste lo que es esto. Como se pone feo mejor nos vamos al cine. Con lo que habría evitado todas las desgracias subsecuentes ¿No te digo que era muy boludo? Bueno, sobre la actualidad no emito opinión, estoy hablando del pasado.

Seguí remando y en menos de media hora estaba en la boca del arroyo, ya te dije el Abra Vieja o el Pajarito. Y ahí empezó a llover. Dentro de mi cadena de imprevisiones no le había dicho, traé ropa para cambiarte, así que ambos empezamos a mojarnos, yo con mi pantaloncito y remera y la ropa en el bolso, y ella con lo único que traía puesto. Por suerte la casillita estaba ahí cerca y llegamos enseguida. Eso sí, desembarcar otra aventura porque el muellecito era minúsculo, y de esos hechos con sauce verde que brota todo, era como atravesar el monte para salir del bote, lo aseguré con un cabito al muelle y nos metimos dentro de la casilla.

Era una de esas de madera, elevada sobre columnas también de madera, precisamente por las sudestadas como esa que estaba empezando. Chiquita, una mesa, dos sillas, una catrera… Lo primero, prender un cigarrillo, porque yo fumaba… Y, unos cuantos años después. Ella debe seguir fumando, ahora sonrisa marrón garantizada, no, nabo lo digo en joda, ¡Yo que sé! Gallego, haceme un favor, traete un quesito… Prendimos un cigarrillo y yo traté de encaminar la situación: Soledad, río, lluvia sobre el techo, intimidad… Parecía que las cosas se habían vuelto favorables. Pero no. Ana María estaba tiritando y le castañeteaban los dientes. Como yo había remado como un descosido ni me enteré de que había refrescado de lo lindo.

¡Y esa era mi oportunidad! ¿Te das cuenta Tano? Ahí tendría que haberle dicho: Pero no Mamita no tengas frío, sacate la ropa que tenés mojada que yo te caliento toda, y no me interesa que tengas los dientes negros porque yo empiezo chupándote el culo, ¡Que hoy estoy para cualquier cosa! Pero no, yo a mi me habían dado el Master de Pelotudo en Harvard y lo único que se me ocurrio fue darle una remera mía, seca, que tenía en el bolso, para que se pusiera.

Y lo único que hice fue mirar de reojo cuando se cambiaba. No debía haberse mojado mucho porque se dejó el corpiño, y sus tetas seguían siendo una incógnita. Che ¿este queso está bueno? Tiene gusto a papa hervida… Gallego, por favor, traete un salame, con gusto a salame de ser posible… ¿querés? ¿Dónde andaba? No comer, no me acuerdo…

Aunque yo debía de haber llevado algo, porque fui morfón toda la vida. Ponele que llevé un pancito, o algunas galletas, o un salamito, mejor que éste, y para que sea medio simbólico para la situación. Digo, la cosa fálica que puede tener un salamín. Imaginate la escena: Joven pareja en una cabaña, por la ventana se ve un juncal, comiendo pan y salame y mirándose lujuriosamente a los ojos. Bergman: Un poroto. ¿Te acordás? El tipo hacía una película inocente y un ejército de críticos argentinos encontraba una tonelada de símbolos que dejaba al mismo Bergman rascándose la cabeza. Antonioni, ni hablar.

Yo me la imagino más onda neorrealismo, porque esa casillita era bastante miserable. Tipo Rocco y sus Hermanos, en que Alain Delon ¿O era Renato Salvatori? no se podía lavar la cara porque se le había congelado el agua de la palangana. No ahí ni baño había, literalmente: Los yuyos. Bueno…

¡Esperá un segundo! Claro, terminamos en la cama. Vestidos por el momento, y yo, dentro de mi boludez, me animé y le saqué el corpiño. Las tetas, al tacto, eran bastante buenas. Tetas generosas, suaves, maternas. Estaba medio como para quedarse a dormir un rato, pero no, las hormonas y el amor propio hacían lo suyo, y era cuestión de arremeter. Pero no pude: Ana María me dijo que estaba muerta de frío, no pareció que estuviera mintiendo.

Hasta yo mismo empecé a sentir la baja temperatura. Esa fue la segunda oportunidad de cancelar el ataque y emprender la retirada. Pero no, además de pelotudo, cabezón. Me dije, vamos a calentar el ambiente. Había una de esas estufas rusas: Un tacho de metal con una puerta para alimentarlo y un tiraje hacia arriba.

El problema es que no había leña a la vista, así que tuve que salir. Al bajar pude ver que el repunte, porque le llaman así cuando el agua sube con la sudestada, venía a los piques. Encontré unos tronquitos y me metí en la casilla a encender el fuego.

No te cuento el laburo que me costó porque sinó se nos va la tarde, primero que no encendía, después que parecía un ahumadero de arenques y al final, la rusa encendió de lo lindo. Pero la cama estaba medio lejos de la estufa, así que nos levantamos y pusimos el colchón a una distancia prudencial de la estufa, como para que nos diera calor.

Ahí traté de montarme a Ana María, pero yo era como la luna ¿viste? La mitad helada y la mitad que quema. Si vos mirabas para la rusa, nos veías a los dos de perfil, como los egipcios, y la mitad del lado de allá que se achicharraba, y la mitad del lado de acá: congelada. Hice un par de pruebas: misionero, perrito, pero no hubo caso, no la embocaba.

Mejor dicho, promediando una de las posiciones perdí el equilibrio y en mi inconciencia me apoyé en la rusa: Un bife de chorizo me quedó la mano. Un olor asqueroso y un dolor que ni te cuento: agua, aceite, de todo le metimos a la mano, y tenía que volver remando: figurate que diversión la mía. No te voy a aburrir a vos ni hacer sufrir a mí, porque me acuerdo y todavía me duele. El tema es que decidimos volver, manoteamos nuestras pertenencias y subimos al bote, que para ese entonces ya se había elevado casi al nivel de la casilla.

No me preguntes como hice para remar en esas condiciones ¿No te dije Tano que no me preguntaras? La cosa es que volvimos al muelle donde había subido Ana María y ella se bajó y yo seguí al club a devolver el bote y cambiarme… Galleguito ¿no te traés unas aceitunas por favor? Entonces, en el vestuario me avivo que me había olvidado el Lee blanco.

Estaban de moda, eran blue jean que en realidad eran white jean. Unos pantalones caros, muy de moda, andá a saber si no eran importados ¡Verdes! Y unas papitas fritas ya que venís… Así que me tuve que laburar al tipo del vestuario para que me consiguiera unos pantalones, unos tipo buzo de gimnasia me prestó.

Así, todo ridículo y con la mano vendada volví a mi casa. No, no hablábamos casi nada. Ves esa era una virtud de Ana María, hablaba poco, y en una mina, eso vale oro. Digamos, una tetona callada… Al fin de semana me voy a buscar los Lee y estaban hechos mierda, llenos de manchas barrosas, lo peor es que tuve que explicarle a mi vieja, que era quien me lavaba la ropa, y que se esforzaba infructuosamente en volver a dejarlos blancos.

En la escalera los había dejado apoyados, mejor que se los hubiera llevado el río… Y bueno, seguía preocupado, el amor propio ni te cuento, si hasta pensaba si yo no sería medio puto, pero no, los tipos no me atraían, me gustaban las pendejas.

Finalmente debuté, pero fue más adelante, otra vez te cuento porque sinó me voy a quedar sin temas. El problema es que no estaba sistematizada la iniciación. Sin ir más lejos, en Samoa…

Bueno, sí es lejos. En Samoa los veteranos instruyen a los que se inician. Clases prácticas digamos. Entonces los que tienen experiencia, se acuerdan y todavía pueden, les enseñan a los que no saben y quieren como locos, porque los pendejos están que se salen de la vaina en todo el mundo. Si aquí fuera así, a mi me habría agarrado una madurita canchera, y yo no tendría esta cicatriz en la palma de la mano, y de paso, yo ahora podría estar dando clases con alguna potranquita…

¡A tus hijas no las voy a tocar! Quedate tranquilo… A tus nietas en todo caso… ¡Pará! Largá la botella, te imaginás el titular de crónica “Reyerta entre borrachos en el bar del club Brisas del Plata arrojó un herido de arma blanca” si es que una botella de cerveza reventada contra el piso puede considerarse un arma blanca.

Sí Tano, la próxima vez te cuento como pude perder mi virginidad. Ahora, si te acordás, contame las memorias de tu debut. Gallego, otra cervecita… Fría por favor.

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