La guerra de entrecasa
Carlos Rey - Bariloche
A Boris le gustaba jugar a la guerra. Desde el jueves a la noche al domingo a la madrugada, se juntaba con 15 ó 18 pelotudos más y fingían participar de una guerra en serio. Había “bajado” la idea de Internet e inclusive algunos de sus amigos lo había visto comentado como novedad en el noticiero de TV.
Quizás para compensar su vida “normal”, chata, resuelta y aburrida, con un pasar económico que le permitía darse gustos poco comunes. O tal vez por una consecuencia psicológica infantil digna del diván analítico; la cuestión es que desde hacía un año se reunían clandestinamente en una zona de Moreno en la provincia de Buenos Aires y se perseguían unos a otros disparándose tiros, perpetrando emboscadas y tomándose prisioneros mutuamente; siguiendo planes previamente trazados en las mesas tácticas en las carpas y a la luz de un farol.
Como se sentían muy nacionalistas habían involucrado al símbolo patrio en su acción bélica de ficción. Por ejemplo, los bandos eran el Blanco y el Azul.
Un jueves cualquiera se habían constituido en reunión de evaluación y decidieron que de ahí en más usarían balas de verdad. La excusa fue inyectarle más adrenalina al juego. De todos modos se juramentaron no disparar al cuerpo y acordaron que también adquirirían chalecos antibalas.
Dado que todos eran tipos de guita, cada uno se compraba el adminículo que creía más conveniente para sí mismo y eso, según ellos, acrecentaba el “sabor”, pues no se sabía con qué arma se estaban enfrentando.
Los domingos a la noche iban aflojando la mano y uno a uno desaparecían de la zona, sin avisarlo a los demás. El lunes los aguardaba con una familia y un trabajo para atender, del cual se ocupaban con esmerada atención y como correspondía a sus cargos en general ejecutivos. Las acciones extra militares no faltaban: Una madrugada de domingo lo sorprendió a Boris mientras amanecía, exhausto y sentado en el suelo contra una pared. Apareció uno de su bando y le recriminó que estuviera así sin participar, incluso corriendo el riesgo de caer prisionero. “Hago lo que me da la gana”, fue la respuesta, “también entrar en esta casa y cojerme a la señora; hace una hora el marido se fue a trabajar en bicicleta y yo acabo de salir”.
La transición no era fácil, después de cuatro noches y tres días, costaba despegarse de esa doble vida y entrar en la convencional. En otra ocasión y como era verano, uno al que llamaban el “coronel”, estaba sumergido en la orilla tibia y pantanosa de verde musgo en el río. La suave pendiente le permitía permanecer de espaldas y perfectamente relajado; sólo asomaba su cabeza de cara rubicunda y pelo blanco, lo cual le daba un aspecto de cuadro surrealista. Boris lo sorprendió con su brusca aparición y le preguntó divertido si estaba cómodo sin hacer nada. El “coronel” se molestó y lo mandó al carajo ordenándole que se fuera, lo cual Boris hizo pegando media vuelta por donde había venido. Entonces lo llamó iracundo y lo obligó a cuadrarse y hacer el saludo correspondiente a su diferencia de grado.
Boris, para estar más a tono con su pasión, llegó a convencerse que tenía que vivir en las afueras y no en la ciudad. Se fue a vivir a Merlo con su familia.
Un día se encontraba en casa con su mujer y sus hijos. Era martes por la tarde. Un comando Blanco apareció de golpe y lo encañonó. Otros tres aparecieron por un costado y le dijeron que se entregara. Confundido, preguntó qué día era. Por toda respuesta se abalanzaron sobre él entre el griterío de su familia.
Él se tiró por la ventana y rodó ágilmente por el pasto desapareciendo debajo de un cerco verde. Se levantó ya del otro lado y corrió hacia unos árboles en el descampado vecino a su casa. Allí se topó con otro grupo que le dio la voz de alto. Eran de su bando, los Azules. Sonrió y siguió corriendo hacia ellos agitando los brazos; estos sin dudar ni un instante abrieron fuego contra él, eran siete; no pudo hacer nada, una de las balas le dio en plena cara borrándolo del mundo de ficción por él creado.
3 comentarios:
Carlos, gracias por esa guerra de entrecasa. Tu estilo es claro y resulta cómodo y placentero seguir tu relato.
Gracias !
FGC
Excelente...me pareció que podría estar sucediendo en este momento ese juego...en algun lugar...
Gab
Carlos, tal vez por ser mujer me pareció una tontería lo que hicieron esos hombres. Pensé: "a los hombres esto les gusta, son capaces de apacionarse de esa manera". A la vez y saliéndome del relato es muy buen comentario sobre los que históricamente "juegan/ron a ser..." y produjeron o producen los zafaranchos y treajedias.- Marysabel
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