lunes, 21 de diciembre de 2009

Salutación - Zárate

 Sergio_ZarateQueridos amigos, parientes y compañeros de la VIDA,

Queremos desearles mucha Prosperidad, Alegría, Abundancia y Amor en estas fiestas que se acercan.

Que podamos seguir viviendo intensamente cada momento, que podamos apreciar el AQUÍ y AHORA sabiendo que es lo único que tenemos para vivir... ayer ya pasó... mañana es una posibilidad... AHORA... y AQUÍ es lo único que tengo... y ser conscientes de eso es apreciar la VIDA.

¡¡¡Feliz Navidad y que el 2010 nos encuentre VIVOS y FELICES!!!

Gustavo y Sergio

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Felices Fiestas - Novelli

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¡Felices Fiestas! ¡Felices Fiestas!
Esa tarde eran siete
cuatro varones y tres niñas
jugando a la mancha sobre el montículo.
Después de un largo rato
transpirados de cansancio
cuando el sol brillaba sobre latas vacías de tomate
sintieron voraces mordidas en el estómago
y se sentaron a buscar algo comestible.
Natalia, la mocosa de cinco años
la de piernas como palitos de helado
encontró un pedazo de guirnalda dorada
la enlazó formando un efímero corazón brillante
y le gritó a sus amigos:
¡Felices Fiestas!, ¡Felices Fiestas!
y rió con picardía
como un esmirriado ángel de alas rotas.-

Un abrazo impetuoso.

aldo luis novelli/ desde los bordes del desierto.-

http://www.otros-fluidos-virtuales.blogspot.com

La poesía es un oasis luminoso en medio del desierto. El poema es la sed.

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domingo, 20 de diciembre de 2009

Cachondeces gregarias II - Torres

imageMiguel Torres – Lago Puelo - Chubut

Despido el año pensando que la Revolución Rusa fue uno de los más importantes hechos ocurridos en la época contemporánea… al tiempo experimento un profundo afecto por Oscar, Luis, Charly, Argentina, estudiantes de la plata, Miguel, Miguel, distintos Hugos, KORA, Marta, La perseguidora de huesos, EL SEÑOR ENRIQUE CARLOS… no se especifican otros. Li. La negra que se fue dejándonos sin su talento. Y Nieves? Hay mas debajo de la superficie de estas líneas...

Miguel torres…

Recibo al nuevo año

Pensando que la revolución rusa fue una experiencia infundada…

Como nuestras reuniones…

Miguel torres

Primera posdata:

No deseo nada.

Segunda posdata:

Sugiero pasar la noche buena con una botella de sidra rama caída… media docena de “santuchitos” de miga… viendo la versión completa de la hora de los hornos.

Tercera posdata:

Es una sugerencia banal…

Cuarta posdata

Sugiero que brindemos por la paz entre las distintas Li que hay en mundo…

Por los escritores y escritoras vírgenes…

Por los vírgenes…

Quinta posdata

Pensaré en cada uno de ustedes…

Aunque me lleve todo el año.

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sábado, 19 de diciembre de 2009

Cachondeces gregarias - Ameijeiras

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Estimados:

Otro año más se nos escurre entre los dedos de la vida. 

Estoicamente hemos proseguido en la marcha, porque ni aún el detenernos hubiera logrado que el tiempo no pase.

Se nos han ido algunos, quizás por haber llegado a sus destinos, y otros continuamos en el mismo colectivo.

Que notable el hecho de que, a pesar de haber tomado el mismo micro, e ir juntos y en la misma dirección, no tengamos el mismo destino. 

Espero poder gozar más de los “presente”, para que el futuro no me aguarde con arrepentimientos tardíos, de no haber dado cuanto haya podido, ni conocido, amado y creado cuanto se me haya presentado.

Ojalá el año próximo pueda asistir a todas las presentaciones de libros que me entere que se hagan.

Que pueda editar mi libro, aunque más no sea uno.

Que pueda escribir otro, aunque más no sea uno,

Que pueda robarle un tiempito a la realidad para gastarlo en mis fantasías.

Que Li escriba un poema, todo juntito al margen, y que Videla y Pucho no me reten,

(Je, je.  Tampoco pediré imposibles.)

Pero sobre todas las cosas, haber estado los suficiente con el próximo que se baje del colectivo.  Y si, por ahí, uno nunca sabe, el que se baja soy yo,

tener más alegría por lo que he dejado, que por lo que me lleve.

Damas, felicidades, dicha y Tolerancia, (Sic Hombre de Plata con belarga)

Caballeros: firmeza, templanza y prosperidad,

Iktami, orgasmos y good show.

Enrique Carlos Ameijeiras

PD: Felices Fiestas

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lunes, 14 de diciembre de 2009

No quiero más regalos - Carey

Alumine gonzalez carey No quiero más regalos

Fernando González Carey

Habíamos llegado con la última claridad, pero igualmente apreciamos los islotes en el lago Aluminé y los macizos montañosos que forman el límite con Chile. Descendimos en un parador y Camilo nos señaló su cabaña en la punta de la gran península de Villa Pehuenia, en medio de los milenarios Pehuenes. Pero mirábamos para arriba y solo veíamos manchas negras en el cielo, para el lado del Occidente. No nos importó el informe meteorológico cuando pasamos por Zapala y tampoco las primeras gotas de agua-nieve que aparecieron en la zona de la Atravesada, después de salir de Primeros Pinos. Ya estábamos a salvo y teníamos perfectamente chequeados con la comunidad mapuche los planes de caminar al día siguiente la orilla oval del lago. De pronto, la nieve silenciosa. Nos apretamos junto al bow windows del líving porque no nos queríamos perder los flecos blancos que insistían en borrar los maitenes del acceso a la cabaña.

Preparamos la cena, que comimos al lado del hogar de boca ancha con leños crepitantes. Acomodamos los sillones, abrimos las bebidas y nos sometimos a la terapia de la conversación. Después, Camilo tomó asiento en el amplio futón y se dispuso a pasar una noche especial .

- Si sigue nevando así, olvídense de la caminata mañana …

Pusimos cara de asombro, pero se abrieron inmediatamente algunas botellas de malbec de las zonas frías. Más tarde, cuando la noche maduraba y se acomodaba, Ernesto curioseó los marcos en la pared y se detuvo frente a uno. Aparecía Luciana, la hija de Camilo, en una fiesta que seguramente sería la de sus 15 años.

- ¿Y esta foto?

Camilo la miró y sin prestarle mucha atención deslizó una advertencia.

- Dejála, que buenos recuerdos no me trae.. Desde aquella vez Luciana no quiso más regalos el día de su cumpleaños.

Todos nos fuimos yendo al fondo de los almohadones, llenamos los vasos una vez más y nos aprestamos a escuchar un relato que finalmente resultó increíble. Camilo manejaba perfectamente los tiempos y nos atrapó desde el comienzo

- Esa noche está aún muy presente en mis recuerdos y confieso que no sé cómo no me di cuenta de que debí haber sido más precavido. Fue en Roca, hace exactamente 10 años. Luciana cumplía 15 y yo estaba aún afectado por el fallecimiento de mi mujer, que nos había dejado solos hacía 3 años. Vos, nena, pedime lo que quieras –le dije a mi hija un mes antes de su cumpleaños- porque quiero que esa noche esté para siempre en tus sueños y recuerdos. Ella, besándome, me deslizó bajito que yo ya sabía lo que ella quería y que ambos éramos conscientes de que eso era absolutamente imposible.

Sin la presencia de mi mujer, todo me resultó difícil. Me animaba su recuerdo, pero me restaba fuerzas no saber si respondería a los más ocultos anhelos de Luciana, quien seguramente estaba al tanto de cómo preparaban las fiestas de 15 sus amigas y compañeras. Uds. saben que cuando se pone en marcha un acontecimiento de estas características hay una serie de rituales que las chicas cumplen sí o sí. El “top five” de las quinceañeras incluye, por ejemplo, la sorpresa del vestido. No sabía que se había desechado el blanco tradicional y es que uno vive algo acovachado a esta edad y las cosas cambian rápido a nuestro alrededor sin percatarnos a veces de esta situación. El estilo princesa ya fue, ahora prefieren salir con vestidos coloridos que valen una fortuna, y si alquilás, ahorrás muy poco. Van bien temprano a la peluquería y de allí directo a la fiesta. Imagínense que ese día no la pude ver y menos acompañarla como hubiese deseado.

¿La entrada al salón? Para mí fue una sorpresa. Seguramente ha sido el momento más pensado, el más preparado. Ustedes la conocen a Luciana, no es una chica que pase desapercibida. Habíamos previsto hacer la fiesta en la Sociedad Española de Roca y Luciana aprovechó las escaleras para la presentación. No, caminando no. Después de una proyección de sus fotos en pantalla gigante, con un guión que recorría su vida entera, apareció montada en una supermoto Harley Davidson. No me pregunten cómo hizo para descender con tamaño artefacto por las escaleras. Atravesó la pantalla de papel, impactante, sumamente provocativa y recorrió la pista que estalló en fuegos artificiales. La música, diabólica. Sí, claro, manejaba su novio, un vikingo salido de las brumas del norte europeo. Mientras esa infernal máquina recorría como un trueno el salón, iban apareciendo desde lugares insólitos actores trepados a sus zancos, vomitando fuego ¿Y yo, qué podía hacer? Mirarla y pensar en su madre. Toda la fauna de adolescentes, vestidos con ropas góticas, vanguardistas, manifestaba el deseo irrefrenable de pasar una noche a full. Querían armar parejas, divertirse, bailar, emborracharse, fumar.

Cuando terminó esa farfalia, ella se me acercó y me susurró gracias, papá

y entonces cambió el ritmo musical y nos cubrieron con luces negras. Aparecieron violinistas vestidos de frac, que danzaban y anunciaban con sus melodías inconfundibles que ya iba a comenzar el vals de los 15 años. Ese fue el único pedido que le hice a Luciana, porque quería lucirme con ella, porque quería estar más cerca que nunca. Claro, ahora el marco de la danza tradicional ha cambiado muchísimo y se recurre a la parafernalia, vuelven las piñatas de pétalos, los morteros de papel picado, los efectos lumínicos y surge la fiebre incontrolable de los camarógrafos y de la máquinas digitales de fotos. Todo un show lumínico. El vals duró minutos, y se enganchó con la música de la fauna, hasta que mi hija tomó el micrófono y fue llamando a los amigos más importantes de su vida, dedicándoles a cada uno frases ingeniosas. Luego, el salón se convirtió en un gran boliche, con música electrónica, reggaeton y algo de cumbia. Era una marea humana, con brazos y gritos al unísono. Se movían al compás de la vida.

La nieve persistía en caer desflecada y el fuego fue tomando una forma compacta. Camilo manejaba los tiempos de su narrativa y nos ponía ansiosos esperando el final. Hizo alusión a la manzana de la discordia de todo servicio de catering: el alcohol. ¿Se sirvió cerveza o no?, fue la pregunta unánime. Camilo no contestó enseguida .

- Este tema, aparentemente inocente y menor, era un formidable dilema. O algunas vueltas de copas o evitaba el alcohol. Hice algo distinto. Contraté un carrito de heladería para ofrecer a esa turba disconforme tragos dulces como milkshake y daiquiri, bebidas que desinhiben a todas las mujeres. Resultó un acierto. Cuando vi que todo era un comienzo del desenfreno en esa jungla tan particular, decidí entregarle mi regalo a Luciana. Hice parar la música y, ya de acuerdo con el disjokey, una canción de Nana Mouskuri invadió la sala provocándome sensaciones jamás sentidas. Una pequeña luminaria se concentró en una mesita donde estaba el estuche. Una vez que todos se arrimaron formando un círculo apretado de amigos y compañeros, abrí la caja y tomé el collar de perlas. La música fue in crescendo y cuando le coloqué esa única pieza artesanal en su cuello –herencia de su abuela y de su madre, con arreglos apropiados a su cuello juvenil- el aplauso resonó y volvieron los actores con zancos elevadísimos a escupir su fuego sagrado. Delirio, nostalgias inconfesadas, corazón apretado. Todo en un instante. Y de pronto, las luces apagadas y un tam tam ancestral empezó a resonar desde el lado de la puerta de ingreso. No lo esperaba. Me elevé en puntas de pie y vi un cuadro surrealista, un lujo pomposo de la cultura tee. Como si estuviera viendo un cuadro de la India, entraban cuatro mozos negros, completamente desnudos con solo un taparrabo. Portaban una caja ayudados de dos largas varas y avanzaban lentamente al son de tambores de un pequeño grupo que los precedía. Cuando llegaron a donde estaba Luciana, depositaron la pesada caja frente a ella y le hicieron entrega de un extraño pergamino , seguramente con indicaciones para abrir la sorpresa.

Todos queríamos más. Los silencios interpuestos por Camilio surtían un efecto irresistible, pero se tomó su tiempo para saborear una vez más el tinto de las zonas frías, echó por enésima vez un tronco en el hogar y cuando las nuevas llamas ascendían por el negro conducto de la chimenea, prosiguió hacia el final de la historia.

- Luciana no soportó la espera ni apareció en ella la más mínima indecisión. Se acercó a la caja, rasgó el papel celofán, rompió los nudos y perforó con fuerza el grueso cartón. Entonces miró la caja y miró a sus amigos, y de pronto con un chillido de mono salvaje surgió como catapultado un enano negro embadurnado de plumas que rapidísimo, como el corte de una cimitarra, le arrancó el collar de perlas a Luciana y se hundió nuevamente en la caja. Imagínense los gritos y el desconcierto cuando la pocas luces crearon una oscuridad insoportable. Los flashes de las digitales engrandecían las sombras de las corridas creando la sensación de una gigantesca avalancha de cuerpos humanos. Las puertas de entrada se abrieron enseguida, y al son de gritos y corridas todo el mundo empujó hacia la salida, ubicándose en la vereda de enfrente y en los andenes de la vieja estación del ex Ferrocarril del Sud. Desconcertado, con minutos perdidos, ordené cerrar las puertas, convencido de que ya era tarde. Prendimos las luces del salón y revisamos lo imposible. El enano no estaba.

- ¿Y la Policía?- preguntó ansioso Ernesto.

- Tarde, como siempre- repuso Camilio y acotó: demoraron a los asistentes del enano, pero más tarde tuvieron que liberarlos. Ellos adujeron que solo estaban contratados para esa función, desconociendo las intenciones del que robó el collar.

Todos suspendimos el aliento al oír a Camilo. Nadie arriesgaba preguntas para no romper ese momento que flotaba sin resolución

- Por supuesto que revisamos la caja, la destrozamos literalmente. Buscamos en todos los rincones de la sala. Los gritos y corrillos de los invitados sumaban confusión. El enano no aparecíó.

-¿Y los custodios no lo vieron salir por la puerta? –insistió René.

-Por la puerta salieron los trescientos invitados, espantados, y se quedaron en la vereda atónitos, sin aportar nada. Cuando el salón quedó vacío empezamos la requisa por todos los rincones. Solo advertimos que la caja contenía un boquete debajo de un piso falso.

Todos estábamos asombrados por la audacia del enano y cada uno tenía su propia conjetura de cómo había sido el robo. Pero Camilo rechazaba todo.

-No cierra, no cierra. El enano no pudo salir de la sala, aunque admito que se perdieron minutos esenciales. Los invitados fueron chequeados, pero enseguida los descartamos ya que nadie medía tan pocos centímetros como para caer bajo sospecha.

- ¿Y entonces?

- Entonces cerramos la sala y despedimos a todos. La fiesta se acabó en ese momento.

- ¿Y vos qué pensás, Camilo? –le espetó El Gallego, que hasta ese momento estuvo callado.

- Al principio sospeché que la Policía no estaba haciendo todo con la celeridad que el caso imponía. Piensen que en la ciudad no debía haber muchos enanos como para que el ladrón pasara desapercibido. Notaba además que mis amigos me recomendaban conductas desechables, como no apurar tanto la investigación por temores a represalias y por otros estúpidos motivos. En una palabra, empecé a ver que no había mucha voluntad por descubrir al que robó esa magnífica joya en una acción tan osada e inverosímil. Hasta el mismo jefe de policía un día me llamó para calmarme un poco y asegurarme de que todo iba bien, aunque sin resultados a la vista….hasta que llegó la encomienda.

-¿Qué encomienda? –preguntaron a coro todos.

- La del enano. Nos devolvía el collar con una esquela concisa: “sin sorpresas no hay recuerdos”. Y vaya que tenía razón.

- O sea, que todo resultó una broma –dijo René con voz baja, mirando a Camilo.

- Sí, una broma de la que fue difícil olvidarse. No hicimos mayores averiguaciones, pero Luciana tiene marcado a fuego ese momento. No quiere más regalos en sus cumpleaños.

La noche ardía en el hogar y los flecos blancos ya habían vestido los viejos maitenes. A la mañana siguiente, el cielo estaba descubierto y el sol asomaba muy limpio.

FIN

.

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miércoles, 9 de diciembre de 2009

64 x 100 - Silberman

 

SESENTA Y CUATRO POR CIEN

imageHace poco, uno de los más importantes sinólogos argentinos, especialista en literatura clásica china y además, aficionado a las matemáticas, concedió una entrevista a una popular revista de actualidad con motivo de la publicación de su libro de comentarios sobre el I Ching.

 

Era la primera vez que este estudioso accedía a un reportaje de estas características. Y también, la primera vez, que una revista de actualidad se interesaba en su persona.

El erudito elogiaba el milenario libro, "muestra incomparable de la tradición y el espíritu de la cultura china", y daba ejemplos de muchos filósofos y emperadores que consultaron este oráculo antes de tomar sus principales decisiones.

Cuando la reportera le pregunta cómo nace su interés por China, el autor, luego de un comentario poético-sicológico sobre cómo las imágenes que recibe un niño forjan su futuro, narra una anécdota de cuando él tenía unos doce o trece años:

"...cuando entré, mi abuelo cerró el libro, la mesa estaba llena de papeles con números. Me fascinó la tapa del libro con sus caracteres dorados. Mi abuelo me explicó que era el I-Ching, y que cuando uno tenía un problema podía recurrir a él. Yo le pregunté si solucionaba todos los problemas y el abuelo, guiñándome un ojo, me contestó: hasta sesenta y cuatro por cien.

Al tiempo, el abuelo dejó este mundo, y yo recibí el venerable libro como herencia con una nota del abuelo: "Usalo cuando lo necesites". (Lo conservo tal como me llegó. Jamás lo abrí).

Pasaron los años, yo estaba estudiando matemáticas, y encuentro que por el año 1700, un sacerdote jesuita residente en China, descubre en el I Ching una forma de numeración binaria semejante a la presentada unos años antes por Leibniz. A partir de allí compré un ejemplar y comencé a investigar sobre el tema. Todavía lo sigo haciendo. A medida que avanzo en el estudio del I Ching, me vuelve a la memoria una y otra vez la expresión de mi abuelo

Convencido de que mi abuelo no era de los que hablan por hablar, he tratado de descifrar el enigma del sesenta y cuatro por cien.

Al principio supuse que mi abuelo habría hecho una estadística de los aciertos, o algún cálculo de probabilidades basado en las múltiples combinaciones de trigramas y hexagramas.

El sesenta y cuatro es el número total de hexagramas, pero ¿qué puede significar "por cien"? Se me ocurrió la posibilidad de que el cien sea una clave de un número binario: El cien equivale al número cuatro. Recurrí entonces al I Ching y busqué los hexagramas 64 y 4, y encontré lo siguiente:

Hexagrama 64- Antes de la Consumación:

“Las condiciones son difíciles. La tarea es grande y llena de responsabilidad. Se trata nada menos, que llevar el mundo de la confusión al orden.”

Hexagrama 4- La Insensatez de la Juventud:

“Durante la Juventud, la insensatez no se demuestra como inconveniente. A pesar de ella se puede tener éxito, siempre que se encuentre un maestro con experiencia y se mantenga una actitud adecuada frente a él”.

Al leerlo comprendí que el abuelo me había dejado un mensaje en una clave que él dominaba muy bien y esperaba que yo siguiera su camino. Lo que jamás podré saber, es si él tenía la esperanza de ser mi guía en este apasionante mundo."

El reportaje continúa, narrando los sucesivos viajes realizados a China, los estudios cursados, sus teorías y descubrimientos, poniendo en evidencia los profundos conocimientos del erudito, y la escasa preparación de la reportera.

Al día siguiente de la aparición de la revista en los kioscos, el estudioso recibió muchísimos llamados telefónicos. Algunos, de sus amigos para felicitarlo, otros, de gente deseosa de aprender más sobre China y su civilización, otros, de unos señores interesados en organizarle cursos y conferencias sobre adivinación del futuro a través de la magia del I Ching... pero hubo un llamado que le arruinó el día.

Al mediodía, justo antes de sentarse a comer, llamó su madre: "Querido, cómo no me avisaste que te hicieron un reportaje, me tuve que enterar por la peluquera, podrías haberte puesto una camisa más linda, saliste despeinado en todas las fotos, y se veía toda la habitación desordenada, pero igual estuvo muy buena la nota, ahora, decime, cómo se te ocurrió ese cuento del abuelo, justo del abuelo, que no le interesaban más números que los de la cuenta bancaria y que lo único que sabia de China es que tenía una muralla muy grande."

Cuando logró colgar el auricular y reordenar sus neuronas, el sinólogo fue hasta la biblioteca donde en el estante más alto se encontraba el Venerable Libro Chino de su abuelo. Lo tomó con cariño, sopló el polvo acumulado por los años, pasó la mano sobre los antiguos caracteres dorados, e hizo lo que nunca en su vida había hecho: lo abrió.

Coincidente con cada hexagrama había un billete. Sesenta y cuatro billetes de cien dólares.

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martes, 8 de diciembre de 2009

…DON FRANCISCO - Merlo

 LA AUSENCIA DE DON FRANCISCO

imageRoberto Merlo – Rosario

LA AUSENCIA DE DON FRANCISCO

Los nietos se preguntaban por qué se habría ido el viejo. Eran los que más contacto tenían con él, y habían llegado a entender su forma de vivir, su soledad creciente desde la muerte de la abuela, su desapego a todo excepto a las esporádicas visitas de ellos.

Los hijos se habían acostumbrado a que el padre se las arreglara solo, y él demostraba que aunque en forma superficial, sabía resolver los problemas cotidianos de su simple vida. Don Francisco pasaba horas parado en la vereda de su casa, viendo desfilar gente, autos..., dedicando el mínimo tiempo a su vivienda para que apenas pudiera considerarse como tal . El fondo del terreno armonizaba con el interior : una serie de sucuchos de madera y chapa servían para guardar trastos viejos. Las paredes de los cuartos le parecían a veces una exposición surrealista. Sabía de qué se trataba : manchas de humedad que seguían el recorrido de cañerías, o reparaciones del revoque hechas después de resolver pérdidas de agua. Acostumbraba romper hasta encontrar la zona afectada y empalmar con trozos de manguera los extremos del caño eliminado.

Desde años atrás pensaba mucho en los animales encerrados. Todo había empezado desde pequeño, cuando su madre lo llevaba al Jardín de Niños del parque. En esas tardes soleadas de primavera, la arboleda se llenaba de verdes. Entraban al zoológico del llamado Jardín, y él se quedaba apoyado en la baranda cercana a los barrotes disimulados con rocas y plantas. Espiaba el grupo de aves de rapiña o el cautiverio de monos y osos asomados a grutas de cemento. Después, en su casa, consultaba volúmenes ilustrados sobre vida y costumbres de cada animal, buscando conocer su alimento preferido. Pero lo que más llamaba su atención eran los felinos. Los veía tristes, feos, sobre todo al león, y le daba pena el eterno vaivén de la pantera buscando una salida inexistente .

Hacía poco, un día de primavera de pleno esparcimiento callejero, vio pasar una caravana diversa de camiones pintados de amarillo, rojo y verde por la esquina cercana. Don Francisco observó el desfilar de jaulones con animales, las casas rodantes, los acoplados transportando vallas de madera. Se acercó a la esquina y lo asombró el despliegue multicolor, el andar resignado de los elefantes, el bullicio de los perros amaestrados que ladraban al sol. Solamente los monos festejaban la sucesión de viviendas, mirando curiosos a ambos lados de la caravana. El circo se instaló a pocas cuadras y él comenzó a rondar por las cercanías.

Una tarde, pedaleando entre tanto gris del barrio , se encontró de pronto con el circo. Aunque de chico se sintiera amigo de leones y panteras, nunca había espiado la vida de un circo. Cuando apoyó su bicicleta en la valla amarilla, comenzó a sentir que el viento le borraba las costumbres, le despejaba el cansancio, como si desandara vejez y aburrimiento . Observó la carpa y sus huellas de un pasado esplendor , y pudo ver cada escena, cada representación de antaño. En ese hueco del recuerdo del Jardín de Niños, el viento rebotaba en una y otra jaula lo mismo que en su infancia.

Se topó con la casa rodante de los acróbatas, más allá, había leones cabizbajos y una pantera que dormía. Volvió al día siguiente y después todas las mañanas , a veces por la tarde. El guardián sonreía al ver llegar a don Francisco. Pudo espiar vaivenes de payasos, ensayos de los acróbatas, el ajetreo de los demás integrantes, y sintió tristeza por los animales en cautiverio. De a poco aprendió a conocer entretelones de la vida de estos artistas. Los vio llegar a veces contentos, a veces tristes, hasta saber en qué casa rodante vivían. Su cara flaca y arrugada pasó a formar parte de la valla perimetral que limitaba el lugar. A veces, lo dejaban franquear el portón de entrada. Él se apoyaba en la barra de hierro próxima a los jaulones, y miraba a los felinos. El cuidador no veía nada de extraño en ésto, porque había comprendido que el viejo se sentía vinculado a los animales, que había algo lejano en el tiempo que seguía uniéndolos.

Un día el payaso volvió alegre del éxito de sus chistes, y se puso a chacotear con él. A partir de entonces lo esperó y aceptó sus chanzas, hasta que terminaron siendo amigos. El payaso lo invitó a formar parte del personal de limpieza. Él aceptó. De a poco se fue integrando a la nueva vida. Al tiempo participaba en la alimentación de perros monos y leones, mientras conversaba con ellos.

Los felinos se amontonaban en el mezquino piso de madera de los jaulones, mirando con ojos turbios a los que se acercaban, apoyando la cabeza contra los barrotes para sentirse más afuera. Casi avergonzado, don Francisco sentía la injusticia de ver a esos cuerpos inmóviles y silenciosos, aplastados en el piso, rodeados de barrotes. Imaginaba al león más joven en un mundo verde y exuberante. En él sobraba el espacio, pero en cambio veía su cuerpo elástico y sigiloso condenado a la inmovilidad.

Apoyado en la barra, intentaba penetrar la expresión ausente, buscaba acercarse a los ojos enormes, ingresar al mundo salvaje que añoraban. Ellos también lo miraban, inmóviles, orientando sus orejas, olfateando. En ese instante él sentía como un dolor sordo, pensando que tal vez captaban su esfuerzo por entender lo impenetrable de sus vidas. Otra vez descubrió que cuando llegaba, los animales lo reconocían. Los leones ya no gruñían al verlo, él sentía que ahora lo toleraban. A veces movían los enormes dedos de una u otra pata, clavando las uñas en la madera. Los jaulones eran tan escasos de dimensiones, que apenas giraban su cuerpo daban contra los barrotes. Fue esa inmovilidad obligada lo que hizo que se acercara atraído, la primera vez que los vio en el circo. Era mucho peor que el encierro observado de niño cuando despertaba su lástima verlos en grutas de piedra de por lo menos tres o cuatro rincones .

De tanto mirar, al cabo de ese tiempo creyó entender oscuramente la actitud secreta que expresaban  : transgredir el tiempo con una postura indiferente. Al fin lo supo mejor, el movimiento repentino de sus garras contra la madera, le probó que eran capaces de evadirse de esa apatía férrea en la que se sumergían horas enteras. Pero lo que más lo obsesionaban eran sus ojos, la delgada línea vertical y negra en el globo amarillo verdoso, su profundidad, que paulatinamente parecía menos insondable.

Pero día a día percibía que se estaban acercando. Después supo que no hubo nada de extraño, que eso tenía que ocurrir. Cada vez, al arrimarse a los barrotes, el reconocimiento era mayor. Cada fibra de su cuerpo sufría una tortura indecible, un sufrimiento rígido en el piso de la jaula. Espiaba algo, un remoto tiempo de libertad amordazada en que el señorío había sido de los leones. Volvió muchas veces atormentado por la tristeza de esos animales, por la condena que padecían. Ellos y él lo sabían. Su cara pegada a los barrotes, sus ojos comprendiendo otra vez el misterio de esos otros ojos.

Sin violencias , sin sorpresa, el león recuperó el brillo en su mirada y la elasticidad de su cuerpo.

Los vecinos notaron una transformación en la persona de don Francisco, sus ausencias rutinarias, su mejor aspecto. Sin embargo, no se había agotado la temporada del circo en el lugar, y ya sus hábitos cambiaban. Durante dos semanas su casa permaneció cerrada. Dejó de vérselo en la vereda como era su costumbre, ni siquiera entrar o salir a su vivienda. Cuando los vecinos se encontraron con sus nietos, ellos confirmaron su ausencia.

La policía del barrio no pudo dar con su paradero, el guardián no encontró explicaciones, no le pareció significativo que debajo del cuerpo del león más joven apareciera el chaleco de don Francisco, qué podía tener de extraño, si tantas veces lo vio detrás de los barrotes.

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lunes, 7 de diciembre de 2009

Mujer Mirando… - Matamala

Mujer mirando volar un cóndor desde su ventana

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Juan Domingo Matamala – El Bolsón – Río Negro

Amar… es como irse

Anidar la distancia

En un árbol ajeno

Empollar las nostalgias

Mientras en la ventana

Se nos dibuja el vino y comienza ese cielo

Tan distante, que llueve

Y dispersa el olvido…

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Sangre Amarilla - Rodríguez

Sangre amarilla

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Silvia C. Rodríguez – El Bolsón – Río Negro

Herida el agua

mansa

duele su sangre

como un cuchillo azul

su sangre

amarilla

luminosa de amor

su sangre

no desvela

ni clama

sólo va a la deriva

como cualquier

dolor

como la ausencia

como una espera

va

la sangre

el río

se alimenta de ella

en el costado

más austral

del agua

navega este color

de pena.

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desde esta forma inigualable - Berón

desde esta forma inigualable

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( Damián Bruno Berón – de “Libro de Bruno”- inédito - 2002)

El Hoyo – Comarca Andina - Chubut

Ausente de manera paulatina a los días y relojes se me marcan en la hondura del alma, cicatrices. Igualmente algo hay que danza dentro, otro que promete para que no deje de creer y esa dulzura que se asoma a los labios, lenta.

Todo tiene un recambio y una luna que espera convincente, para reflejarse en un charco de sangre junto a dos estrellas del meridiano turco mientras avanzan estas ganas de amar.

Brotan debajo de las uñas, ímpetus,

anhelos desasosegados y gramíneas

y en simultáneo, un manantial pequeño

se deja caer por gotas para arribarse pleno.

Partiendo de esta manera de asesinar historias

y compaginar momentos lúcidos,

vengo a que me cures de antiguas dolencias

desde esta forma inigualable de comerme los ojos.

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Hojas de Hiedra - Matamala

Hojas de hiedra

imageJuan Domingo Matamala – El Bolsón – Río Negro

Escribió sobre la hiedra

mojada del olvido:

Amordacé el reloj para que no te fueras.

Sin tiempo retengo hasta tus lágrimas…”

Perfil de mujer en blanco y negro

El domingo es tocayo de la melancolía

Es tal vez, – no lo dudo –

Hermano de los tristes

Sobrino de lo etéreo

Primo hermano del miedo.

A veces, se me ocurre,

El domingo es casado

Con la madre agonía

El domingo

Debiera ser nomás, cuerpo del almanaque,

Dejarle el alma al lunes

Al martes, a los viernes

Que son más maternales

Debiera, digo,

Tomarse franco un año

Y dejarnos caer

La lágrima sin duelo…

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sábado, 5 de diciembre de 2009

Vacaciones para recordar – Gonzalez Carey

image Vacaciones para recordar

Fernando González Carey

La tarde en la montaña se presentaba soleada aquel último día de Enero, con el redondo Maitén tapando la visión del Batea Mahuida (1) en la línea del horizonte.

Toda mi familia ya estaba por partir hacia Buenos Aires, pero aún así persistíamos en observar el azul intenso de las aguas del lago Aluminé, en cuya orilla de arenas grises habíamos compartido intensamente el verano con el juego, la lectura y los paseos en canoa. Una isla mezquina a pocos metros de la playa – “la isla del nunca jamás” creo que la bauticé alguna vez- con cipreses tozudos en sus ángulos, dejaría de recibir los arribos a nado de mis chicos y nuestras recorridas a pie, investigándola con el sueño de la sorpresa.

Saludé con cariño a Martina, mi señora, y a todos los chicos, a sabiendas de que en pocos días les haría compañía en casa. Yo debía quedarme solo por un par de días, pues Víctor y Angel. – amigos con quienes compartí lo mejor de la juventud- llegarían más adelante a nuestra cabaña de Villa Pehuenia para revivir momentos que ciertamente añorábamos. El Renault 9 descendió suavemente el zigzag ondulante del terreno, y con gestos en lo alto los despedí a todos con una sonrisa extraña. Es que nunca me había quedado solo en la montaña.

Una inquietud creciente floreció dentro de mí y hasta podría describir el color de la cortina que se cerró tras de aquella despedida. Me sentía indefenso e intuí que debía prepararme porque la visita ya estaba allí y esperaba agazapada, insinuante en el roce de las hojas de los radales que bordean la casa. Di unas vueltas por el parque, acomodé los leños cortados para una noche que intuía larga y entré. Me acomodé en el sillón con cuero de chivito, encendí la lámpara que Martina armó con exquisito gusto e intenté proseguir con la novela de Paula Kauffman “El lago”. La búsqueda de un legendario animal en las aguas del Nahuel Huapi me sugirió un segundo sentido de las líneas, así que, molesto, cerré el libro, busqué mi sombrero de tipo “piluso”, me acomodé las zapatillas de trekking y comencé a caminar hacia pueblo, por las estrechas callecitas que caracterizan su trayecto. De vez en cuando un imprudente adolescente en su cuatriciclo potente distraía mis pensamientos. El aire ya estaba fresco y yo acariciaba mi celular.

En la villa encontré a dos o tres conocidos y les comenté acerca de mi “soltería” por unos días.. Los chistes de siempre, que ahora la vas a pasar regio, que por fin se te da. A todo contestaba yo con una sonrisa y creo que a uno le respondí que ya te va a tocar alguna vez. Una rápida consulta al correo electrónico , la visita obligada al almacén de Almeyra y tras recorrer las tres cuadras del centro comercial emprendí el regreso aspirando fuertemente un aire que sabía a atardecer y a alturas desacostumbradas. El sol ya visitaba las altas cumbres chilenas en el occidente.

Pensé que todo iba a resultar fácil: preparar la cena, escuchar alguna emisora de frontera, leer distendidamente alguna de las novelas ya comenzadas. Pero no bien ingresé a la cabaña extrañé la presencia de todos y me sentí como desarmado, en un rápido vacío. A medida que la oscuridad aparecía por el bow windows y por las ventanas de la cocina, me di cuenta de que mi malestar no radicaba solo en el hecho de no estar acompañado sino especialmente en un sentimiento creciente de claustrofobia, como un deseo irresistible de huir de ese lugar. Lo primero que hice fue intentar comunicarme por el celular pero advertí en su pantalla la falta de señal en la región. Aún así, oprimí los nueve dígitos del celular de Catty y esperé.

- Hola

- Sí, hola, ¿quien habla?

No podía identificar ese tono con ninguna voz familiar, pero aun así respondí:

- Fernando, el papá de Catty, ¿me podés dar con ella?

-Estás equivocado.

-Pero...¿quién habla?

-Lucifer

No estaba para chistes, pero me pareció un juego interesante dadas las circunstancias.

-¿El del infierno?

-¿Todavía creés en eso?

La respuesta me paró en seco. Me lo habían enseñado tantos años...

-Señor Lucifer, usted me apabulla. Jamás pensé en encontrarlo así, “virtualmente”...

-No le veo la gracia. ¿Por qué me llamaste?

-En realidad creo que puse mal el número, fue una equivocación...

-En realidad me llamaste. La soledad no es para todos.

Mandinga no perdonaba, pero le seguí el juego al embustero.

-Tengo un amigo en San Pedro que el otro día preguntó por vos. Quería saber si aún te amaba tu creador...

-Tenés un amigo virtual por esos lados... No será uno de esos que todavía piensa que ando comprando almas para llevarlas al fuego eterno, ¿no?

-No me respondiste.

Creo que había ganado la primera vuelta y con pocas cartas. Pasaron unos segundos y escuché como de lejos una voz retumbante pero vencida.

-No existe peor suplicio que el amor no correspondido.

-Siempre juzgué injusto castigo tan tremendo –comenté en voz baja, pero inmediatamente me avergoncé de estar hablando en serio. Sin embargo sonreí y me animé a dar un paso más.

-¿Por qué estamos inclinados a la mentira, al robo y a la desinteligencia con motivos egoístas? ¿Cuál es tu ganancia al promover estas conductas?

-Seguramente te han contado en un catecismo viejo que estoy en esa línea... ¿qué tenés que no hayás recibido?

-¿Y el papel de las “fuerzas del mal”? - Sentí que sonreía, pero no podía dibujar su rostro.

-El mal es desterrable...

-De niño me llevaron a atribuirte protagonismo en todo esto, ¿participás en el destino de los humanos?

Creo que fue la batería o la falta de señal. Se había cortado la comunicación. Me sentí defraudado porque quería la respuesta. Por eso salí al parque y me vi rodeado de un techo de estrellas. (En la montaña parecen hormigas escarbando el vacío) . El mal es desterrable... Intuía que la soledad y el vacío estaban acuñados allá atrás, en los tiempos de la infancia y que la conversación mantenida había sido útil.

Caminé a oscuras hacia el lago y me sentí acariciado por su inmensidad plateada. Empecé a llenar un vacío hondo que me molestaba frecuentemente, que me impedía reflexionar, volver sobre las cosas. Por eso me sorprendí al tener la mano en alto y seguir saludando a un coche blanco que descendía y se borraba en el zigzag del camino. Creo que mi sonrisa era amplia y contundente.

_______________________

(1) El Batea Mahuida es un antiguo volcán apagado de 1900 metros de altura s.n.m., ubicado en cercanías de Villa Pehuenia y del Paso de Icalma. Su cráter contiene un lago cuya profundidad y procedencia no se han divulgado.

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viernes, 4 de diciembre de 2009

El Circo… - Matar

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del Libro: AQUEL HORIZONTE…

En el cofre de los recuerdos, siempre quedan cosas sin contar. Quizás el paso del tiempo es el disparador perfecto para que afloren a la mente cuestiones del pasado.

Tan del ayer, que hoy resultan añejas e inexplicables para los niños de esta sociedad. Las diversiones son diferentes, los juguetes también lo son.

Viene a mi memoria, el circo. Esa enorme carpa que llegaba a los pueblos y se armaba en el lugar de siempre.

¡Lo esperábamos!

Para nosotros era el esparcimiento por excelencia. Los mayores anhelaban jugar a la sortija, los adolescentes en la ruleta rusa y nosotros, los niños en las calesitas. Pero todos, de una u otra forma, buscábamos al payaso.

Seguramente con diferente expectativa.

El payaso hacía reír a ellos y a nosotros.

Yo me divertí con él hasta los 9 o 10 años.

Una noche soñé que este hombrecito tenía penas. Que sonreía por sonreír. Que tenía tristezas.

Yo me imaginé que la nostalgia era producto de un hogar no constituido.

Que le dolía la cara de tanto hacer reír.

Que se ponía cebollas en los ojos para llorar en cada actuación.

Que miraba la vida desde abajo y le causaba gracia los pies con sabañones, las manos callosas, las ansiedades ajenas.

Desde ese día, busqué otra explicación en la mirada del payaso.

Busqué al payaso y busqué su mirada.

Nadie entendió mi mensaje, ni mis hermanos ni mis amigos.

Nuestras miradas contenían complicidad y a su vez, sentimos que algo nos unía.

Un día, el payaso decidió quedarse a vivir en el pueblo. Una familia le prestó una casita que quedaba al final del patio, con la condición de que Mateo –el payaso- le regara las plantas y les ayudara en los mandados y en el cuidado de sus hijos a cambio de casa y comida. Esos niños vivían felices porque Mateo les contaba cuentos, hacía juegos de acrobacia y los ejercitaba con marchas y contramarchas, seguramente pensando que algún día los varones irían al servicio militar y estarían entrenados físicamente.

Mateo era morocho, de muy baja estatura y nunca pudimos deducir su edad. El siempre cambiaba de años y los acomodaba conforme la edad del vecino o de quién le preguntaba ¿cuántos años tenés?. Caminaba seguro y por las noches cosía el ruedo de los pantalones que le regalaba la gente del lugar. Para nosotros era un ser especial, de otro planeta. Reía, paseaba, trabajaba y nunca lloraba. Para todos era feliz.

Recuerdo que un día mi hermano nos dijo: ¡quisiera ser Mateo!

- ¡nunca lo retan!

- ¡nunca en penitencia! .Yo ese día, me senté en una escalerita, apoyé

- mis brazos sobre mis rodillas y pensé: ¡no sabe lo que dice!

¡Mateo no tiene padres ni hermanos!

¡Mateo está solo!

¿No tenía padres ni hermanos?

Nunca lo supimos. El nunca hablaba sobre ese tema, la única familia que consideraba como tal, era justamente quién lo llevó en el circo durante muchos años y de pueblo en pueblo.

Recuerdo que una tarde de enero y a la siesta, mi mamá tomaba mate con su cuñada y entre mate y mate, comentaban que Mateo estaba triste. Que él decidió quedarse con nosotros porque en el circo otro payaso lo había reemplazado. Un payaso joven, rubio y de ojos celestes.

-Claro decía mi mamá, el otro payaso no tendrá penas y como es joven no se cansará de tanto y tanto viajar.

-Tampoco pedirá aumento de sueldos, acotó mi tía. Este tema siempre preocupa a los patrones y no les gusta que sus empleados reclamen más dinero, deben estar agradecidos del sueldo que reciben.

La puerta se cerró por un viento fuerte y yo me quedé sin saber el final de esa charla.

En mi pueblo las calles se regaban con un tanque tirado por un tractor y de esta forma aplacaban el polvo y la tierra por falta de asfalto, y cuando el regador pasaba frente a la casa de los Mustafá cortaba el chorro de agua porque decían que Mateo, por las mañanas, tiraba mucho agua y en ese pedacito de calle las piedras estaban limpitas y sin arenilla. Mateo escuchaba estos comentarios y con señal de orgullo se soplaba los dedos y los refregaba en su camisa como diciendo: éstos me tienen envidia y dando un viraje muy cortito, desaparecía como por arte de magia dejando en todos, una mezcla de intriga y de admiración por su habilidad de correr rápido, hacer piruetas, ponerse las manos en los bolsillos y silbar una canción gitana.

Pasaron muchos meses y este ritual se repetía con diferentes matices.

No siempre fue así a partir del mes de abril.

Mateo comenzó a faltar en sus trabajos y se ausentaba varias horas del pueblo y de su lugar. Llamó la atención. Los primeros días, los Mustafá no preguntaron nada y pensaron que Mateo necesitaba un poco de oxígeno, que saldría a caminar por los barrios y que seguramente se escondía para ensayar nuevas piruetas para hacer reír.

Mas tarde sí les llamó la atención y la curiosidad se acrecentaba a medida que escuchaban que a las 11 de la mañana Mateo partía y llegaba a su casita cuando el sol se ocultaba. A veces lo veían desbordando de alegría y otras en cambio, melancólico y pateando las piedritas que se cruzaban por sus grandes zapatos.

-Parece un niño y es grandote, comentaba la patrona.

-Dejalo, hace esas cosas porque extraña al circo, refutaba el dueño de casa.

Un día al salir de la escuela, con mi hermana esperamos a Mateo. Le dimos un beso, nos abrazamos y le pedimos conversar, que nos cuente su vida anterior y si en este pueblo se sentía feliz.

¡Qué pregunta chicos! Nos dijo.

Soy feliz. O acaso... ¿no los hago reír?

Mi función en la vida es esa, el payaso nunca debe estar triste acotó, el payaso nació para hacer reír.

Le creímos. Desde nuestra visión de niños, creímos que unos nacen para hacer reír, otros nacen para reír. ! Nos conformó esa explicación.

-¡Somos tus amigos! ¡Te queremos! Le dijimos casi al unísono y dándole nuevamente un beso y un abrazo nos despedimos de Mateo y sin que percatara, mi hermana le puso en el bolsillo izquierdo un paquete de caramelos, como queriendo reafirmar nuestra amistad.

Resulta que Mateo se había enamorado. La relación duró poco tiempo por problemas de diferencias. Mateo se cansó de subir y bajar de un banquito cada vez que por propia iniciativa quería robarle besos a su amada. Ella, con fuertes dolores de espalda visitó en muchas oportunidades al médico quién le recomendó cambiar de aire. Trasladarse a otro pueblo con más árboles y diversiones que aplaquen su tristeza.

Una noche y sin que nadie lo sepa, María tomó el tren y se fue a Jacobacci a la casa de unos parientes.

No se despidió de Mateo.

Mateo nunca la buscó.

Ella era de pueblo.

El era de circo.

Iniciando el mes de diciembre un circo llegó al pueblo. Extendieron una gran carpa en la placita y armaron montón de juegos y por alto parlante anunciaron que esa noche, a las 22 hs. comenzaría el espectáculo con sortijas, ruleta rusa, calesita, jóvenes trapecistas y venta de golosinas.

Todos escuchamos la publicidad.

Estábamos atentos.

Mateo también lo estaba.

A la hora indicada, con mis padres y mis hermanos fuimos al circo. Ansiosos, expectantes. El circo siempre nos gustó.

A la gente de los pueblos también.

Nos sentamos en los escalones más bajos y sin querer, buscamos con la mirada la presencia de Mateo.

Nadie lo vio.

Nosotros tampoco.

La voz del dueño del circo anunciaba comienzo de función. Pidió silencio. Presentó a todos los integrantes de su equipo y desfilaban señores, señoritas, señoras, algunas delgadas, otras no tanto, hasta que, fijando sus ojos en los ojos de los niños, explicó suavemente: “lamento decirles que este circo no tiene payaso”. Les contaré una historia dijo acomodando su voz de tal forma que no lastime el sentimiento de los niños.

-Hace muchos años, este circo tenía un payaso que hacía reír. Que reía y le pagábamos para hacer reír. En uno de esos tantos viajes y allá por el mes de abril de 1960, hace entonces... como diez años... el payaso se cansó de nosotros y se quedó a vivir en un pueblo de la Patagonia. Nunca recibimos noticias de él. Quizás se cansó de hacer reír. Tal vez lloró. No sabemos si aún vive. Yo estoy medio viejo continuó diciendo, y de muchas cosas no me acuerdo.

-No sé exactamente en que pueblo se quedó el payaso. Para mí todos los pueblos son iguales, no tienen asfaltos, las vías del ferrocarril lo dividen en dos partes, hay niños felices y en la única plaza del pueblo se arman los circos.

He perdido la memoria, recalcó una y otra vez. Estoy medio viejo y me olvido de las cosas, pero de este payaso nunca me olvidé. Un día vino a nuestro circo un payaso rubio, de ojos celestes y al ver la destreza de nuestro payaso, se fue con otro circo.

Siempre esperamos que el payaso morocho –nuestro querido payaso- se arrepienta. Sí, lo queríamos. Lo necesitábamos porque siempre se reía. Por esa razón este circo nunca más contrató un reemplazante. Este payaso es irremplazable.

Silencio total en la gran carpa. Alguien levantó la mano, se puso de pié y preguntó: dígame señor el nombre de ese payaso, porque ¿sabe? Yo también estoy medio viejo y a veces las cosas se me olvidan. Interrumpiendo el diálogo de los adultos, dos compañeritos de mi Escuela, que además era la única Escuela del pueblo, saltaron la pequeña reja colocada entre el escenario y los escalones, y con total audacia le contaron al señor, casi gritando, que no se haga problema, porque este pueblo, justamente este pueblo tiene su payaso e incitando al público presente a cantar, pronunciaban el nombre de ¡Mateo! ¡M a t e o! ¡M a-teo!.

La gente grande miró a los ojos al dueño del circo y lo vieron llorar.

Los niños no nos dimos cuenta porque todos cantábamos y reíamos.

Era grandioso saber que el pueblo tenía su payaso.

El circo no lo tenía.

Nunca nos contaron la verdad.

La supimos un día lluvioso de invierno cuando el tren se detuvo mucho tiempo en la estación de ferrocarril .

Cuando las campanas de la Escuela sonaron muchas veces.

Cuando las piedritas de la calle frente a los Mustafá estaban tapadas de tierra.

Cuando quedaron cosas sin contar en el cofre de los recuerdos.

Como éstas.

Como otras....

(Ester Faride Matar)

www.esterfarideMatar

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martes, 1 de diciembre de 2009

Fuga - Rodríguez

image Las Montañas de acero se deshuman…

Ya no estarán mañana junto al río,

ni ocultando el final ante tus ojos.

Ni en la esquina oriental, ni frente a todo

 

Y este valle desnudo por la ausencia

será otro llano más, sin ceremonias.

Silvia Rodríguez

Fragmento de Fuga

del libro “Paisajes Mágicos”. 1996

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