viernes, 29 de mayo de 2009

Adios al pasado - Bommecino

SOLAMENTE ADIOS AL PASADO
Cuento Breve
NORBERTO HUGO BOMMECINO

Fue a partir del mismo momento que traspuso el marco de la puerta principal, en que se dio media vuelta; que aprovechó para mirar hacia atrás y ver como todo iba quedando cada vez más distante, más lejos, ahora inalcanzable; en que el aire que golpeaba su angelical rostro parecía más fresco, más duro, más áspero y que las nubes que circunstancialmente se encontraban revoloteando en el firmamento, pintando un cuadro, todo de un tenue color negro, como si fueran las propias sombras de la muerte, en que había desaparecido el sol, fue cuando llegaron a sus oídos los sones de una canción de cuna de una voz femenina interrumpida por la de un hombre, y que alguna vez cuando era muy pequeña, le habían susurrado para que no llorara más y encontrase el sueño que necesitaba.
Detuvo el paso para terminar de escuchar la canción que se fue haciendo cada vez más imperceptible, hasta desaparecer. La pena que la invadió se parecía a un puñal que comenzaba a atravesar su corazón.
Dio las gracias a Dios por lograr que éste hecho de la canción, la hiciera sonreír, mover levemente los músculos faciales y que las lágrimas que enturbiaban pasiblemente su mirada, no fueran tan bruscas indicándole el paso de un fracaso en un tiempo, de una desilusión, de una desazón y sabía que en algún lugar, encontraría un corazón, el que le abriría las puertas para albergarla y darle más fuerzas y energías para seguir con la existencia que le quedaba en su haber, en ese libro de contabilidad en que alguien muy superior llevaba anotados los hechos de su existencia.
Pensaba que si la vida era como la luz de una vela, la que se iba fundiendo poco a poco, en esos momentos una leve brisa habría soplado suavemente la luz que el pabilo de la misma proyectaba, ella habría perecido.
Esta vez no era igual que cuando dejaba su cálido espacio que lo consideraba propio e iba a algún lado para hacer los diversos pedidos que sus Superioras le encomendaban, como tampoco sentía de igual forma la dureza del piso adoquinado por donde caminaba.
Esta vez era más duro, más gris, más pétreo, más inhumano, más áspero, más callado pero, no obstante, ella debía caminar y no esperar a que fuera demasiado tarde o a que la empujaran. El paso firme y continuado era su meta. La suela de sus zapatos parecía que crujía al caminar. Debía poner en marcha toda la energía que disponía para movilizarse, a pesar de todo.
Rememoró la poesía “En Paz” del poeta Amado Nervo, mientras caminaba y observaba los alrededores que serían parte de su nueva existencia y de algunos otros en los que antes no puso reparo alguno:
Muy cerca de mi ocaso, yo te bendigo, Vida,
porque nunca me diste ni esperanza fallida,
ni trabajos injustos, ni pena inmerecida;
porque veo al final de mi rudo camino
que yo fui el arquitecto de mi propio destino;
que si extraje las mieles o la hiel de las cosas,
fue porque en ellas puse hiel o mieles sabrosas:
cuando planté rosales, coseché siempre rosas.

... Cierto, a mis lozanías va a seguir el invierno:
¡más tú no me dijiste que mayo fuese eterno!
Hallé sin dudas largas las noches de mis penas;
más no me prometiste tan sólo noches buenas,
y en cambio tuve algunas santamente serenas...
Amé, fui amado, el sol acarició mi faz.
¡Vida, nada me debes! ¡Vida, estamos en paz!

El cielo ya estaba tan encapotado que al darse cuenta de ello, reflexionó pensando en que no resistiría las gruesas gotas de agua golpear su cuerpo, y aunque meditó por algunos minutos, mientras sentía cómo la planta de los pies se acomodaban a medida que la suela de los zapatos redoblaba sus esfuerzos encima de los imperfectos y descoloridos adoquines, nada quedó librado al azar y a pesar de su imaginaria negativa, repentinamente el cielo lloró y las gotas caían tan fuerte que parecían diminutos cascotes de tierra enojados con ella y hasta le pareció que estaba enojada consigo misma por lo que había realizado, pero no podía arrepentirse y volver a un pasado que ya había sido al cruzar el marco de la puerta color marrón oscuro que detrás de ella la albergaran durante tanto tiempo.
Llevaba en una de sus manos una pequeña maleta que le habían regalado y donde había ubicado sus escasas pertenencias y todo se debía a que el resto había quedado en el pasado, en el Convento, en ese maravilloso lugar donde pasara los mejores años de su aún corta existencia terrenal.

SIGA LEYENDO

martes, 26 de mayo de 2009

Silvia Clemente

Datos Biográficos de
Silvia Lía Clemente

nacida en la Ciudad de Buenos Aires, egresó con el título de maestra normal nacional del Normal Nº 3 (San Telmo), actualmente es docente en la Escuela Nº 271 y CEM 10 de El Bolsón. “No me considero escritora, soy una maestra que ama su trabajo, una maestra que escribe y una abuela que cuenta cuentos. Pretendo que los chicos y chicas puedan expresar libremente lo que sienten, que descubran el mundo infinito en los libros despertando el amor y el interés por la lectura y la escritura”.

Algunos libros fueron presentados en las Ferias del Libro de Pico Truncado (Santa Cruz), de El Bolsón (Río Negro) y Buenos Aires (Ciudad de Buenos Aires) y son utilizados como material de lectura, didáctico y pedagógico en varias escuelas de Nivel Primario y de Nivel Inicial.

Publicaciones de la autora

El Latir de Mi Tierra
Estos cuentos unen a dos niñas. Una Ailen, quien vive en El Bolsón en la actualidad y otra, Rayen, una niña mapuche del pasado perteneciente a la tribu del cacique Foyel.
Ambas tienen la frescura y la inocencia de su edad. Aman y respetan a su entorno natural. Sin conocerse, no saben cuán cerca está una de la otra...
Contiene 8 cuentos enlazados con ilustraciones (Mauricio Pettinaroli) y un glosario de términos mapuches y tehuelches traducido al castellano.

Colección «Los cuentos de la koneck*» (cuentos para leer, pintar y completar; con letras de imprenta mayúscula) * koneck: abuela en tehuelche
1- Tita y sus amigos en peligro (El valor de la amistad por encima de todos los temores)
2- La vaquita Mumi (El valor del respeto por las diferencias)
3- Lito, el murciélago solito (El valor de quererse y respetarse a sí mismo)
Palabras de aquí y de allá (cuentos breves y poesía)
Hay palabras que al buscarlas juegan a las escondidas y sólo cuando quieren nos dejan cantar “piedra libre”.
Y hay otras palabras que nos invaden el sueño y quedan dando vueltas en nuestra cabeza hasta que estallan en cuentos y versos.
Unas y otras pueblan este libro…
Talleres de Escritura
«¿Qué tal... si nos animamos a escribir?»
«¿Qué tal... si nos animamos a escribir? 2»
«¿Qué tal... si nos animamos a escribir? 3»

Son libros con varias ideas, estrategias, actividades y ayuditas gramaticales para realizar diversos y entretenidos talleres de escritura en la escuela con los alumnos, entre docentes; en casa con los chicos, con amigos y hasta con uno mismo para despertar la creatividad y romper con el bloqueo que produce la hoja en blanco.
JUGANDO EN EL JARDÍN
JUGANDO EN EL JARDÍN 2
Estos libros tienen diversas actividades para realizar tanto en el Preescolar como en el Primer Año del Primer Ciclo, siendo de utilidad para la articulación entre los dos Niveles, Inicial y Primario.
Unos libros para leer, completar, dibujar, pintar...

SIGA LEYENDO

A nuestro modo - Bommecino

A nuestro modo
Poesía
NORBERTO HUGO BOMMECINO



Mire hacia la ventana y nevaba,
No podia salir, estaba atrapado.
Rodeado de gente, estaba solo.
Quería salir y estar a mi modo.

Sentía la humedad de la nieve,
Sabía que era blanca y fría,
Pero no podia tocarla como quería,
Estaba atrapado sin salida.

Ellos hablaban de sus cosas,
Compartían todo y sonreían,
No se que me pasaba,
Pero estaba a mi modo.

Se que saldré y no estaré solo,
Tú, tan blanca cubres todo,
Pero sonreíre al no estar solo,
Compartiremos el momento.
a nuesto modo.

Norberto hugo bommecino

SIGA LEYENDO

Mensaje - Bommecino

MENSAJE
Relato Breve
NORBERTO HUGO BOMMECINO

En la apacible tarde de ese día de verano, no podía contener la emoción que lo embargaba al ver cómo emergía, detrás de la colina y se elevaba hacia el firmamento, una luz de un blanco impecable como una nube de algodón.
En segundos nada más y a una velocidad inusitada, esa luz cambió de dirección y se fue acercando hacia donde él estaba de pie, trunco, estático.
A medida que avanzaba, sentía a cada instante, cada vez más cerca que jamás lo hubiera imaginado, la presencia de algo divino. La imagen se hizo visible.
Las órbitas de sus ojos dejaron de lado el pestañeo al descubrir el rostro angelical de Jesucristo nítida, intacta, impecable.
La mirada fue profunda, tanto que lo dejó sin voz alguna por lo que no pudo hablar, pero sí llegaron a sus oídos las palabras del mensaje que estaba destinado para él:
“Vive este día que te ha regalado mi padre sin desperdiciarlo, pues cada hora, cada minuto y cada segundo de él... pueden ser los últimos de tu existencia terrenal...”
Repentinamente desapareció lo que supuso que era una nube de algodón y entre asombro, llanto repentino y un inusitado suspiro, emprendió el regreso a casa con una lección divina aprendida.
Norberto Hugo Bommecino

SIGA LEYENDO

NORBERTO HUGO BOMMECINO

NORBERTO HUGO BOMMECINO
Datos de este autor mendocino


nacido en San Rafael, Mendoza, en julio de 1953 y RESIDENTE en MALARGUE, Mendoza.
Hijo de Agustín Bommecino y de María Luna, ambos fallecidos.
Cursó sus estudios Primarios y Secundarios en Malargüe, recibiendo el título de BACHILLER NACIONAL en 1972.
Ejerció la docencia, siendo Prof.Titular de las horas cátedra de Derecho, Inglés e Historia Natural hasta el año 1991.
Es egresado de SURICANA - IDIOMA INGLES.
Obtuvo el título de GUIA DE TURISMO DE MALARGUE en el año 1990.
Ingresó al Poder Judicial de Mendoza en el año 1974 y actualmente es Secretario de Primera Instancia, en el Juzgado de Familia de Malargüe.
En 1997 publica su primer libro titulado “HOJAS AL VIENTO”
En 1998 “LA MANSION EN LLAMAS”
En el año 2000 “ANGELES EN EL CARIBE”.
En 2004 publica su cuarto libro “BRAZALETE”

Los cuatro libros editados son del GENERO LITERARIO NOVELA.

SIGA LEYENDO

lunes, 25 de mayo de 2009

Hoy la vida - Rodríguez

Hoy la vida se llevó unas manos
Poesía
Silvia Rodríguez



Hoy la Vida se llevó unas manos

Cuando cambie estas sábanas, ya no estarás aquí.

Así el agua jabonosa será salada. Quién sabe, cada día
haya alguien que transforme en un mar
piletas y fuentones.


SIGA LEYENDO

Patagonia - Rodríguez

Patagonia
Poesía
Silvia Rodríguez

Patagonia
tabla de
molienda fina.
Esconden los árboles
su cara
entre las rocas
Caminos de agua
venifican el alma
de los muertos
laten
Ojos sombrean
su iris
azoran varias almas
el ancho tendido
de tu sueño
Recuesta la tierra
su larga, larga
flojera.
Es suspiro
exclamación
tu anchura
Cada nube
termina
su cansancio
acomoda su
desesperación
clavada en frío.
Loca mujer, de Amor
te mueres sin
mostrarlo Loca de
Amor, Patagonia
corres andas de arena
en más, sin conocer
medida.

SIGA LEYENDO

Estoy Hecha - Rodríguez

Estoy Hecha
Poesía
Silvia Rodríguez



estoy hecha de adiós
duelo como el agua
con el desgarro de los cisnes

estoy hecha de tiempo atrás
de pocos
o muchos años

de verme llorar.

Siento el instante
de la última palabra
de la última visión
Hoy te has ido y sé

Duelo como
el agua seca
impedida de volver
a su arena
como el agua
que abierta al nado
sangra

Con una tradición
de doler
esperando la vida
doy noticias
siempre atenta
a decir, a dar vigencia
a recordar
cómo puede tratarte
la propia vida

siempre estoy para vos
incluso el día
que ya no me veas

SIGA LEYENDO

Exposición en ojo ajeno - Rodríguez

Exposición en ojo ajeno
Para Claudio Bruni
Cuento Corto
Silvia Rodríguez

Una mujer sencilla con sus labios secos. Hoy las mujeres son todas feas y bocudas, sintéticas.
Él la vio cuando entraba, aún algo chispeado por el alcohol. Un vino semi-malo que habían servido en su presentación.
Todas estaban ahí para verlo, porque el nombre de lo que había contado las convocaba. Era restaurador de vírgenes. Se preguntaba si habría alguna todavía.

Cada quien se sentía una de ellas, todas llevan dentro de sí el pasado. Y lo que se ha perdido por leyes que algunos bien conocen, no se recupera así como así.
Las vírgenes en plural eran algo inconmensurable, irónico. Un día lo habían llamado siguiendo sus narraciones, así como pintaba, hablaba. Un poco demás, un poco atolondrado, sus palabras y su pincel son convincentes.

Sus ojos medían cada parte de la mujer, aunque todas esperaban turno frente a los cuadros. El tano y la mujer actual, una maestra venida de Buenos Aires, habían construido esa hermosa sala. La luz favorecía los anhelos. Todos tienen anhelos, aunque los intelectuales los dibujen y los histericen como si fuesen malos, o pobres.
Al caminar sobre la madera nueva, algunas dejaban que el pantalón ocultara el espejo que parecía haber en el piso para los hombres presentes.

Ya no se usa el vestido, las mujeres que van a estas vernisagge, usan pantalones o largas faldas donde el ensueño de algo aéreo, pendiente, sólo eso, oculta apenas lo que el piso opaco y agreste no puede reflejar de todos modos.

Él es un vendedor de historias, más que de cuadros. Todos le gustan pero no lleva a los amigos y curiosos a verlos, les habla con vasos en la mano, mientras su pequeña mujer ofrece unos pancitos en platos traídos de la oscuridad.
La luz sobre los marcos, la luz… Sobre una parte que no ha sido tocada desde hace mucho tiempo.
La otra mujer le pregunta cómo encontró el pie de la virgen de madera y de donde tomó los pedazos. ¿El pie es de tela? ¿Con aguja lo toma o con pincel? Y él ve su boca, delgada, seca, sin aceite alguno. Ella no quiere probar bocado. Busca siempre algún contador de historias para soñar.
No sabe escribir lo que le dicen. Sólo algún vaivén de brisa le cuenta lo que puede dejar sobre un papel.
La luz, también enceguece y el color no es lo mismo de noche.
Restaurar no es posible, le dice.
Sí, mi padre lo hacía- responde, porque le gusta hablar.
Serían otros tiempos, momentos en los que se podía curar. Viste que ahora estamos rotos.
Sí, pero la Virgen es de hace dos siglos
Y tus manos, dice ella, son de hace dos siglos?

Por primera vez vio sus ojos. En ellos se reflejaba el cuadro de enfrente, el de la luz más fuerte. Casi intentó sacar la billetera del bolsillo, pero estaba vacía y el cuadro lo había pintado él. En esos ojos, sus propios cuadros valían una fortuna. Y la Virgen que estaba tan lejana. Esa Virgen tenía milagros en las manos porque le daban de comer. De sus manos de este siglo, sobre los pies de ella, tan importante para otras manos juntas allá, lejos.
Y esa Virgen que hacía hablar la boca, semi-seca y los ojos ebrios por la luz donde su cuadro se ahogaba y ahora era un riachuelo, un cuadro de río marrón, oscuro con olor a puerto antiguo y a gente de tango. Ahora, por primera su vez, en esos ojos de mujer, su pincel parecía el de Quinquela.

Silvia Rodríguez – Abril 2009

SIGA LEYENDO

martes, 19 de mayo de 2009

La Libertad y el Mono

La Libertad y El Mono
Cuento (de El Hado y Otros Cuentos)
Oscar Silberman


Se miraron a través de los barrotes.
El hombre descubrió en la mirada del mono una expresión casi humana. Se preguntó si tendría alguna idea de lo que significa la libertad. O más aún, cómo concebiría su mente la pérdida de la libertad. Se rió al darse cuenta de que estaba tratando de imaginarse los mecanismos de la mente de un mono, de un animal, de un ser inferior. Un ser que, tal vez, ni siquiera tuviera alma.
No, se dijo, Dios tiene que haber dejado una chispita de su espíritu en todas sus criaturas.
El carretón comenzó a moverse.
El mono apoyó su mano negra sobre la mano negra del hombre. Este se preguntó si acaso se estaría despidiendo. El mono parecía transmitirle su comprensión con la mirada.
El carretón se puso en marcha llevándose la jaula. En el puerto lo esperaba el barco para llevar su cargamento de negros al nuevo continente.


Oscar Silberman

SIGA LEYENDO

El Fruto de la Pasión - Iktami

El fruto de la pasión
(De “Mujeres prohibidas”)
Iktami Devaux



Es increíble la cantidad de improbabilidades estadísticas que a veces tienen que darse para que ocurra lo que algunos podrían llegar a llamar un milagro, otros meramente un hecho insólito.
A mi amigo Oscar Celaya, ex compañero de la secundaria, le había dado la crisis de los cincuenta. Algunos sienten la necesidad existencial de engancharse con una pendeja para corroborar que todavía son hombres. En el caso de Oscar, él sintió un tironeo espiritual y así fue que en agosto decidió irse a la India por un tiempo indeterminado, seguramente no menos de seis meses. Me pidió por favor que fuera a Buenos Aires y le cuidara su departamento y su valiosa colección de Bonsái. A mí no me hacía mucha gracia pasar mucho tiempo en Baires, pero bueno, Oscar es un amigo y su departamento está muy bien ubicado: Laprida y Charcas, a escasos metros de la avenida Santa Fe. Iba a aprovechar esa larga estadía en Barrio Norte para examinar bien a fondo de que la iba ese vecindario tan nombrado.
El departamento estaba en el noveno piso, noveno D para ser más preciso. En el noveno A que se encontraba justo al fin del pasillo en frente del D vivía una mujer oriental. Aparentaba unos 40 largos pero conociendo de antemano lo engañoso que suele ser sacarle la edad a los orientales pensé que andaría por los 55 o por ahí. Más tarde averigüé que tenía 64 pirulos, de haber sabido esto de antemano seguramente no hubiera pasado todo lo que pasó. No era muy atractiva que digamos, pero a mí siempre me habían fascinado las mujeres orientales. Su cuerpo era todavía esbelto y sus movimientos tenían la elasticidad de una pantera. Me encantaba ver como se desplazaba por el espacio.
En la primera semana me la crucé un par de veces a la distancia. Un lunes al mediodía compartimos el ascensor. La saludé con un simple hola y ella respondió con un casi imperceptible movimiento de la cabeza, sus ojos nunca elevándose más allá de un ángulo que pasaba por debajo de mis rodillas. A pesar de la aparente indiferencia y desapego de su reacción, vibré algo muy fuerte emanando de ella, algo que hacía resonar un eco erótico a la altura del ombligo. Abrí la puerta y la dejé pasar, el perfume de su cuerpo le hizo cosquillas a mi nariz y sonreí sabiendo que esa mujer y yo íbamos a tener algo. Todavía no tenía idea alguna de cómo encararla pero el tiempo sobraba.
Hice algunas averiguaciones: era viuda, cobraba una pensión y hacía 35 años que había dejado su Shanghai natal para venirse a Buenos Aires.
Las siguientes dos semanas me trituré los sesos ideando varias estratagemas para hacer un contacto, pero ninguna me parecía apropiada. Había un cierto aire de solemnidad y auto suficiencia en la mina que me inhibía.
Pero la providencia estiró su brazo y depositó en mis manos una oportunidad perfecta.
Un día en que no tenía mucho que hacer y estaba de lo más aburrido, decidí aprovechar la cercanía e ir a visitar a un suizo que había conocido años atrás en un vuelo desde Bariloche y con el cual había entablado una tibia amistad. Su casa estaba a solo seis cuadras. Toqué el timbre y me atendió Kristina, su ama de llaves polaca. Me reconoció al instante a pesar que sólo me había visto un par de veces, la última allá por el 98. Me hizo pasar y me trajo un café, me tiró de la lengua en su castellano atravesado y recién al final me arrojó la bomba de que Franz, el suizo, había fallecido un mes atrás de un paro cardíaco. Me quedé un largo rato masticando la información. Si bien nunca sentí un gran afecto por Franz su muerte era algo para lo cual no estaba muy bien preparado. Me levanté para irme, al llegar a la puerta Kristina me entregó un paquete: “Franz dejar esto por usted”.
Al volver al departamento le quité la envoltura al paquete. Se trataba de una edición de lujo del Martín Fierro. El libro era del tamaño de un tremendo diccionario, su tapa estaba forrada en cuero y las letras grabadas en oro. Había un pequeño problema: estaba en Chino.
Me causó gracia lo del Martín Fierro, ¿cómo pudo ser que Franz supiera de mi relación tan especial con esa obra? Estaba seguro que jamás habíamos hablado sobre ello. Más allá de lo mucho que me gustaba, lo usaba como un orácuclo como si fuera el I Ching. Tenía una copia cibernética y usando un par de palabras claves en la pregunta iniciaba una búsqueda que me llevaba al verso que contenía la respuesta. Cuando la palabra en sí no aparecía buscaba sinónimos hasta encontrar uno que funcionara. Aunque cueste creerlo era infalible.
Sin pensarlo dos veces fui hasta el final del pasillo y toqué el timbre del departamento A. La china salió vestida muy diferente de lo que acostumbraba. Siempre se la veía muy formal, con pollera, medias de nylon, zapatos de taco alto y enjoyada y maquillada como para la guerra. Ahora lucía vaqueros, una remera y estaba descalza. Tenía manchas de pintura por todas partes: sobre su ropa, su cara y especialmente sus manos. Al verme su cara pasó por varios tonos de rosa y carmesí hasta llegar al rojo vivo. Su torpeza fue contagiosa y le entregué el libro balbuceando un simple: “para usted”. Me di vuelta y salí prácticamente corriendo, mi propia cara roja de vergüenza.
Una vez de vuelta en el departamento me dieron ganas de darme la cabeza contra la pared, pensaba que no podría haber hecho mejor papel de boludo.
Estaba en el tercer día de luto sobre la entrega del Martín Fierro cuando escuché el ruido de algo deslizándose por el suelo cerca de la puerta.
Fui a ver de qué se trataba y descubrí un diminuto sobre color naranja. Abrí la mirilla y espié, pude ver justo el momento en que ella cerraba la puerta. El sobre apestaba con su olor. Fui al sofá y me lo pasé oliendo un largo rato antes de abrirlo y leerlo. Una pequeña nota que decía: “estimado señor, su regalo me ha conmovido, lo espero a cenar el sábado a las nueve, suya, Wu Lin”.
Mi corazón dio varios respingos, me encantaba lo directo de su estilo y el hecho que daba por descontado que iría. No había ningún comentario tipo: en caso de que no pueda asistir, bla, bla, bla.
La noche del sábado llego con una botella de Montchenot bajo el brazo y ella me recibe radiante. Comemos en silencio y recién a la altura del té que sirvió como postre empezamos a hablar.
La conversación resultó bastante fluida, más de lo que yo esperaba. A pesar de un leve acento su manejo del castellano era impecable.
En algún momento terminamos sentados sobre almohadones en el piso. Hubo un silencio que ella aprovechó para soplarme en el oído con un aire caliente. Sentí como se me erizaba la piel de gallina y me hacía cosquillas la columna vertebral. Giré hacia ella y me encontré con sus labios. Estuvimos largo rato besuqueando y apretujando. En un momento en que ella se derretía en un sin fin de gemidos y jadeos, puse mi mano sobre uno de sus pezones. Se levanta bruscamente y me dice: “Será mejor que te vayas”. La primera vez que me tuteaba, y lo hacía para echarme. Qué nivel, alcancé a pensar. A pesar de la confusión que emana de mi ser elijo abandonar sin decir nada.
Para mi sorpresa hubo varias otras invitaciones a cenar.
En la siguiente me mostró su obra artística. Pintaba sobre seda usando botellitas de tinta que tenían un hisopo de algodón en el pico. Ella extendía la tela sobre un marco de clavos y pintaba a una velocidad increíble. La velocidad estaba dictada por el método ya que si se detenía la tinta chorreaba o goteaba y se arruinaba todo el trabajo.
Nunca usaba blanco o celeste, ¿tal vez una aversión a la bandera Argentina? Tampoco usaba el rosa o el violeta, el azul sólo de vez en cuando, el marrón prácticamente una ausencia junto con el gris. En cambio abusaba del naranja, el amarillo y el verde. Huía de ciertas combinaciones, en especial del rojo y el negro. Este último color también se sumaba a los ausentes ya que su uso era limitado al mero delineamiento, jamás se jugaba a un pleno con ese color.
Su obra no me disgustaba, pero tampoco me daba vuelta.
Esta vez me sentí con la suficiente confianza como para prender un cigarrillo después de consultarla. Mientras soltaba la primera bocanada de humo ella me crucificó con: “Fumar es una forma mediocre de hacerse la paja”.
Me extrañaron la vulgaridad y precisión de expresión en sus palabras. Sufrí un desmoronamiento de todas las fichas internas y supe, de una manera ancestral que provenía de los mismos huesos, que de alguna manera ella tenía razón. Lo coherente hubiera sido apagar el cigarrillo ahí mismo, pero le di varias pitadas más en un vano intento de salvatear algo de orgullo y dignidad.
Por supuesto que de ahí en más jamás volví a fumar en su presencia.
A pesar de todo, hacia el final de la velada caímos de vuelta en los besuqueos, etc. Esta vez me dejó llegar un poquito más lejos, permitiendo que mi mano se posara sobre sus tetas pero cuando bajé a su entrepierna al rato me encontraba una vez más en el pasillo.
Para la siguiente cita traje un catálogo de un festival de arte que había organizado años atrás. Ella quedó tan impresionada que después de cenar cometió el grave error de preguntarme qué opinaba yo de su obra.
Me aferré de la oportunidad para cobrarme algo de venganza por todas las veces que me había frenado después de haberme provocado, por ese comentario acerca de fumar, pero más que nada por ese don que tenía de hacerme sentir inferior. Como ese día que me llamó al baño, apuntó con su dedo índice y me mostró unas gotas de orín que yo había dejado sobre el borde del inodoro. “Observá lo simple que es”, me dijo mientras cortaba un trozo de papel higiénico y lo limpiaba. Más allá de lo inobjetable de su postura me sentí humillado, porque venía haciendo eso desde la niñez y jamás se me había ocurrido esa posibilidad de limpiarlo con papel higiénico. Me pregunté en ese momento, con cuántos otros hombres compartía esa ignorancia.
“En tu pintura falta algo”, comencé, buscando cuidadosamente cada palabra, “un elemento que no sé cómo expresar, una ausencia vital. Digamos algo así como el fruto de la pasión, porque no cabe duda que hay pasión en tu obra pero nunca llega a mayores, sólo amaga”. Experimenté una dulce sensación al ver que mis palabras la penetraban y la sacaban de su centro. Era la primera vez que lo lograba. Envalentonado por el efecto que estaba provocando seguí atrevidamente con: “Yo que vos me tiraría a lo abstracto y me soltaría más, me alejaría de la forma, de la estructura”.
Sentí la obligación de agregar: “Toda esa pasión que vas acumulando nunca llega al fruto, se muere en la promesa de una flor. Al no haber fruto no hay semillas, se distancia de la eternidad a través de las generaciones siguientes. No hay eternidad sin el ciclo semilla, planta, flor, y fruto”.
En verdad, no creía para nada en eso del fruto de la pasión, era puro verso, pero sonaba inteligente y rebuscado, con el suficiente dejo de esnobismo como para hacerlo irresistible a los oídos del típico artista.
Pero también elegí este ángulo particular de argumento por razones más bien siniestras. A Wu Lin, como Buena china, le costaba pronunciar la r, especialmente cuando precedida por una consonante. Pero entre ellas la que más problemas le causaba era la combinación fr. Palabras como frase, fresco, y fruto le provocaban calambres faciales. A pesar de que esquivaba dichas palabras acudiendo a sinónimos, en este caso la vería sufrir intentando pronunciar fruto, y sabía que inevitablemente le saldría como furto.
Estuvo callada por varios minutos como sopesando lo que le había dicho. Esa noche no hubo contacto físico de ningún tipo más allá de un piquito de despedida en la puerta.
Pensé que se había ofendido y que ahí terminaba todo, pero a los pocos días volvió a invitarme. Llegamos a las mismas instancias que otras veces pero en esta oportunidad hasta logré invadir con mi boca esos lugares donde antes mis dedos habían sido causa de una tarjeta roja, y hasta me permitió unos segundos de goce antes de llegar al mismo final de; “Será mejor que te vayas”. Pero esta vez no me quedé callado. “Pero es que nunca vamos a hacer el amor?” le dije con los dientes apretados. “Sí”, me contestó con una sonrisa de colegiala pícara, “pero cuando sea el momento propicio”. “Y eso cómo lo voy a saber?” “Será bastante obvio”, me susurró al oído mientras su sonrisa se ampliaba y me empujaba hacia la puerta.
Para la próxima cita decidimos leer el Martín Fierro, primero yo en castellano, después ella en chino. Yo en décima, ella en una métrica que no se asía a ningún número pero evocaba el ritmo de un rosario de haikús. Después se nos ocurrió leer al mismo tiempo y ahí pasó algo extraordinario, se formaba una armonía oral que repercutía en el ambiente y después de amplificarse regresaba y entraba por todos los otros sentidos. Fue algo realmente mágico e inesperado. Ella se excitó tremendamente y en un momento se tiró de espaldas sobre el sofá y empezó a mirarme de una manera que no dejaba duda alguna: sus ojos me estaban invitando. Una invitación sin límites. Sabía que esta vez no habría rebotes ni rechazos.
Me tiré sobre ella y nos estuvimos besando un largo rato, después deslicé mi mano por debajo de su pollera y empujando la bombacha a un lado la penetré con dos dedos. Estaba empapada. Lanzó un gemido muy suave y me miró con una fuerza que me hizo acelerar los movimientos. En segundos estuvimos ambos desnudos y ahí mismo hicimos el amor. Esa primera vez fue tan breve como apacible y sin nada fuera de lo común.
Momentos después cuando todavía seguíamos entrelazados me dice cuanto le gustó el hecho de que yo la tanteara allá abajo para ver si estaba suficientemente mojada antes de penetrarla. Opté por no decirle nada, me guardé el dato de que esa era una maniobra mía que conservaba de mis días de adolescente y que lo hacía de una forma tan natural que ni siquiera era consciente de ella. Pero por ahora no me venía nada mal que pensara algo positivo de mí. Una vocecita me decía que necesitaba todos los puntos a favor que pudiera conseguir.
Nos empezamos a ver todos los días, el sexo fue subiendo de tenor. Esa primera vez había sido una excepción justamente por ser la primera. De ahí en más Wu Lin se convirtió en alguien muy exigente en la cama. Nuestros encuentros amorosos jamás duraban menos de una hora, dos horas siendo lo más corriente y en una que otra oportunidad llegamos a las cuatro horas. Recibí toda una educación sexual. Yo que a lo sumo había probado tres o cuatro posiciones diferentes, con Wu Lin llegué a perder la cuenta del número, pero convengamos que en cada encuentro cambiábamos de posición una docena de veces y todas las noches insertaba una o dos variaciones nuevas. En la cama se convertía en la directora y hablaba constantemente, ponete así o asá, me hacía cambiar de posiciones constantemente. Según descubrí después este constante cambio de posiciones tenía dos objetivos: 1) evitar que yo acabara y 2) buscar la posición ideal que le causara a ella el máximo placer. Tenía una habilidad acrobática para retorcer su cuerpo de las maneras más insólitas. Al principio me sentí un poco exigido pero con el tiempo pude sentirme a la altura de sus exigencias y ahí fue que empecé a gozar del sexo como nunca antes lo había hecho.
Una mañana, de esas raras en que no me había echado después de haber quedado totalmente colmada, desperté junto a ella duro como un fierro. Por una vez decidí tomar la batuta y la penetré desde atrás. Ella estaba totalmente dormida y esos primeros segundos de total pasividad de su parte se me hicieron gloriosos. Uno siempre añora lo opuesto de lo que tiene. Si bien la mayoría de los hombres se quejan ante una mina pasiva en mi caso esto representaba un cambio bienvenido frente a las tormentas de actividad que solían darse. Finalmente empezó a despertarse y le gustó la sorpresa de encontrarme dentro de ella. Pensé que inmediatamente me impartiría órdenes y empezaría la danza del cambio de posición pero para mi asombro siguió ahí apenas moviéndose, soltando un tenue gemido de vez en cuando. Yo, por mi parte, estaba gozando como nunca. De repente sentí que se empezaba a mover como queriendo cambiar de posición, pero todo lo que hizo fue inclinar su torso hacia abajo, quedando perpendicular a mi vientre y con la cabeza tocando sus rodillas.
Sus gemidos se fueron haciendo más fuertes y más constantes, hasta que en un momento dijo con voz temblorosa y ronca por el intenso placer que estaba sintiendo: “Ahí, justo ahí, no te muevas para nada, y por favor, ni se te ocurra acabar antes que yo”. Esto último más como imploración que su acostumbrado tono autoritario. Pocos minutos después Wu Lin alcanzó el orgasmo más explosivo que había presenciado en mi vida. La intensidad de su excitación me llevó al fin de una forma expeditiva.
Quedamos más de dos horas entrelazados sin decir nada. Finalmente se dio vuelta y me plantó un tremendo beso en los labios. “No lo puedo creer, siempre pensé que eso del punto G era un mito pero gracias a vos he comprobado que no.” Me siguió dando besos por un largo rato. Por primera vez en nuestra relación sentí que tenía la sartén por el mango.
Fue muy cariñosa conmigo al despedirse.
Cuando volví al día siguiente la encontré con serrucho en mano, había herramientas y madera por todas partes. Estaba construyendo un mueble que se parecía al que usan las monjas en sus celdas para rezar.
Me sorprendió ver con que habilidad y destreza manejaba las herramientas.
“Bueno”, dijo al fin, admirando su obra, “ahora hay que probarlo”. Se acercó con esa sonrisa pícara que ya tan bien conocía, me desnudó y por primera vez desde que nos conocíamos usó su boca para excitarme. Cuando estuve lo suficientemente duro para su gusto se puso en cuatro patas sobre el mueble y dijo: “adentro, dale, apurate!”. La penetré desde atrás y al rato me empujó hacia atrás y dijo: “no, así no, hay que cambiar el ángulo”. Durante los próximos quince minutos hubo una sucesión de intentos: ella ajustaba el ángulo y después volvíamos a intentarlo, así varias veces hasta que ella dijo: “perfecto este es el ángulo que funciona”.
Con el beneficio de la retrospección esas escenas me resultan ahora muy cómicas. Las herramientas desparramadas por el suelo, aserrín por todas partes y ella y yo acoplados en una posición de lo más ridícula.
Trajo todos sus elementos de pintura y los puso de tal manera de que pudiera pintar mientras yo la penetraba desde atrás.
Apenas estuvimos conectados una vez más, ella empezó a explicarme mientras yo martillaba su punto G.: “vos insistías con eso del furto de la pasión pero yo te digo que el furto de la pasión es el orgasmo y eso es exactamente lo que quiero pintar. Te aviso por las dudas, que no quiero que pares por más que me sacuda y grite a los cuatro vientos, te pido por favor que no pares hasta que yo te diga”.
Se ve que había algo en el proceso en sí que la excitaba más que de costumbre porque en menos de un minuto llegó a un orgasmo que lejos superaba todo lo anterior. Soltó toda una sarta de palabras en chino que no sé por qué razón me sonaron muy parecidas a un verso del Martín Fierro. Me resultaba imposible ver lo que hacía pero podía apreciar que a través de todas las descargas energéticas de su orgasmo pudo continuar pintando a una velocidad que era bastante más pronunciada que lo habitual. Movía las botellas con tanta rapidez que saltaban gotas de tinta por todas partes, algunas daban contra el piso, otras contra la pared. Estaba haciendo un desastre, pero era obvio que no le importaba. Después del orgasmo siguió pintando varios segundos más. Luego se relajó, puso una sábana sobre la pintura para que yo no pudiera verla y se apartó de mí, poniendo fin a nuestra conexión sin ceremonia alguna. Hizo un bollo con toda mi ropa, me llevó de la mano hacia el umbral, abrió la puerta y me empujó afuera tirando toda la ropa a mis pies. Antes de cerrar la puerta me dijo: “Así que el fruto de la pasión, eh?” Soltó una carcajada que hizo eco con el ruido de la puerta cerrándose.
Mientras me vestía lentamente reflexionaba sobre el hecho que una vez más la matemática me había traicionado, pero era mi culpa, después de todo yo era el que había cometido el gran error de intentar dividir por cero.

SIGA LEYENDO

Zapateando la vida - Iktami

Zapateando la vida
(De “El amor es la última aventura que nos queda”)
Iktami Devaux


Estoy seguro que muy pocos van a creer lo que aquí relato, pero les aseguro que escribo esto con mente limpia y equilibrada. No he bebido ninguna sustancia alcohólica ni ingerido droga alguna. En otras palabras estoy en mi sano juicio. Si quieren les puedo mostrar un documento sellado por el juzgado de paz que certifica que 37 de mis amigos y vecinos han firmado una declaración que dice algo así como que no estoy loco.
Todo comenzó aquel brillante y feliz día en que se nos ocurrió mudarnos a El Bolsón. Compramos la típica chacra de dos hectáreas que nos daba algo de margen ya que según la Biblia de Seymour: “El hombre en el campo”, con una hectárea sobraba para autoabastecerse.
Con toda la buena intención de los ingenuos nos convertimos en los candidatos número 2439 y 2440 que intentarían recrear las realidades de la familia Ingalls.
Le dimos duro a la pala y a la picota hasta que nuestras espaldas nos convencieron de que un motocultivador sería una excelente inversión. La parte agrícola marchaba viento en popa. En cuanto al reino animal optamos por una pareja de chanchos, una vaca, cuatro ovejas, dos gansos y 7 gallinas y un gallo.
Vale abreviar diciendo que nos fue bastante bien en todo y que los animales se multiplicaron como en tiempos de profeta bíblico. Pero esta historia se trata de las gallinas. En menos de dos años llegaron a ser 70, número fatídico para ellas ya que en esa fecha nuestro vegetarianismo voló por la ventana y empezamos a matarlas para reducir su número pero más que nada para convertirlas en alimento. Confieso que a mí no me dio el corazón para matarlas pero mi mujer no tuvo ningún problema, es más, con el tiempo pude observar en ella un cierto placer cuando esgrimía el machete y empezaba a cercenar cogotes. Un día, mientras se lavaba la sangre de las manos me comentó que cada vez lo hacía mejor y se lanzó a una larga explicación de la técnica del golpe mortal, dónde hay que darlo y cómo y por qué tiene que ser un golpe seco y por qué hay que tener el machete bien afilado. Las palabras la arrastraron a una demostración, durante la cual su excitación le causó un breve descarrilamiento y yo terminé en el hospital con 19 puntos. “Fue sólo un rasguño Doc”.
Debo admitir que no era raro que pasaran cosas raras. Veíamos cosas raras en el cielo, nuestros vecinos eran raros, y a veces hacían cosas raras también.
Pero lo más raro fue lo de las gallinas. Una tarde de otoño una de ellas, una bataraza de porte dignificado y aires de realeza, me empezó a seguir por todas partes y cada vez que yo me daba vuelta zapateaba en un cierto ritmo repetidamente y después se me quedaba mirando como esperando algo de mí. Yo no entendía qué estaba pasando. Con el tiempo esto se convirtió en hábito hasta que un día que estaba sentado en la reposera y la gallina empezó su ritual de zapateo la observé un largo rato y me di cuenta de que hacía siempre el mismo orden de zapateos cortos y largos. No sé por qué se me ocurrió escribirlo en código morse. Anoté la versión del zapateo en código y aunque yo no sabía leerlo conseguí que Pascual, uno de los vecinos que había trabajado en un barco y lo entendía, me lo descifrara. Según Pascual el mensaje decía: Tu mujer te está poniendo los cuernos con tu mejor amigo. No se pueden imaginar mi sorpresa y mi asombro, quedé totalmente impactado y perplejo ante el mensaje. Por supuesto que no era por lo de mi mujer ya que hacía rato que sabía de eso y venía desquitándome con su hermana menor, pero el hecho de que esta gallina se estuviera comunicando conmigo era algo verdaderamente increíble. Está de más decir que en el futuro no podría acudir a Pascual ya que era imposible pronosticar con qué barbaridad se podía despachar la bataraza la próxima vez y los vecinos ya hablaban lo suficiente de mí. Así que decidí hacer un curso por correo para aprender el código morse. En cuatro meses aprendí lo suficiente como para poder entender todo lo que esa gallina me contaba. Resultó ser bastante habladora pero más allá de eso con el tiempo comencé a cuestionar su equilibrio mental. Un día me dijo que era nada más y nada menos que Virginia Woolf y que había sido castigada como tantos otros escritores por escribir vidas mucho más interesantes de las que vivían. Sin ir más lejos, me dijo con un gesto de cancherita: ¿ves aquél gallo blanco que sólo come maíz y pasto y jamás se atreve a probar un bichito? ese es Kafka, y aquél otro colorado que se la pasa correteando a las gallinas para pisarlas es Henry Miller, ese que le gusta pelear tanto es Hemingway, y ese negrucho raquítico al que tanto le gusta el maíz fermentado es Edgar Alan Poe. Cada uno está condenado a tantas vidas como gallina, según la distancia que haya existido entre la fantasía que escribían y su realidad. Por ejemplo Miller batió todos los records: sólo le toca pagar 7 vidas, Kafka debe 118, James Joyce 89, Hemingway 65, yo sin embargo estoy aquí por 234 vidas.
¿Por qué tenés tantas vidas que pagar, le pregunté, tan lejos de la ficción era tu realidad? No, es que para poseer el don de la comunicación hay que pagar con 10 vidas adicionales. Esta es la duodécima encarnación que tuve sin poder conseguir que alguien me entendiese, eres el primero, me dijo con una mirada que atisbé como definitivamente seductora mientras marcaba el zapateo de sus palabras con un revoleo de culo que era más exagerado que de costumbre. Sentí algo de orgullo y el comienzo de una sensación bastante aproximada al cariño.
Cabe aclarar que para comunicarme con Virginia yo le hablaba normalmente. Esto requería que esperara a que mi mujer corriera a los brazos de su amante para que yo pudiera entablar mis diálogos sin despertar sospechas.
Me puse a buscar fotos de Virginia para ver qué tipo de mujer era. Había leído algunos de sus libros pero la verdad es que me habían dejado seco.
Una vez establecida cierta confianza, Virginia me confesó un día que si ella lograba, con mi ayuda, publicar un libro que vendiera cantidades importantes contando la vida que ella podría haber vivido si hubiera elegido con la entrega con que escribía entonces saldaría todas las vidas menos una. A partir de ese día empecé a llevar un cuaderno al gallinero y tomaba notas de lo que ella me iba dictando con sus zapateos.
Cuando Virginia andaba de malas porque veía que nuestra novela marchaba muy lentamente o se sentía poco inspirada me contaba lo terrible que era ser gallina. Que siempre estaba teniendo sexo con alguien de su propia familia. Por ejemplo, Henry Miller es mi hijo y mi tío al mismo tiempo, ya que su hermano mayor (del mismo gallo pero diferente gallina) es a su vez hermano de mi padre. Una termina acostándose con su abuelo y sus nietos, ay es terrible. Ahí va el pobre Poe que es hijo y padre de todos según dice él mismo cuando le toca comer polenta fermentada. Vos no te podés imaginar lo que es ser violada por tu propio hijo, un día lo estás ayudando a romper el cascarón y al otro te anda correteando por todas partes. Lo que sí me causa gracia son los gallos arrastrando el ala, ¿acaso piensan que eso tiene algún efecto sobre nosotras? Una se entrega al fin de cuentas de puro aburrimiento y porque no ve otra y estos se la recreen. Después de tanto corretear se te suben encima y antes de que puedas pestañear se terminó todo. Me trae memorias de algunos de mis viejos amantes. Dijo esto último con el equivalente avícola de un suspiro, mientras sus ojos se enturbiaban en una mirada perdida.
Después de varios meses de esfuerzo y tener que sufrir humillaciones a manos de una docena de editoriales finalmente logramos que el libro fuera publicado en México. A insistencia de Virginia llevaba el título: Las gallinas cantan al atardecer. A pesar de eso consiguió ubicarse entre los más vendidos en el mundo hispano.
Pensé que esto nos llevaría a un nuevo nivel de intimidad en nuestra relación pero un día, cuando Las gallinas cantan . . . todavía seguía entre los cinco más vendidos, Virginia me pidió que la matara para acelerar el proceso. Me convenció con el argumento de que después de una vida más ella podría reencarnar y ya que yo sólo tenía 27 años si ella lograba encarnar como humano en unos 15 o 20 años nos podríamos juntar.
Con lágrimas en los ojos la maté, usando el mismo machete que ya era herramienta erótica en manos de mi mujer. Mi primera víctima en toda mi vida, me dije mientras sentía la tibieza de la sangre de Virginia en mis manos. Ella me había asegurado que reencarnaría cerca de ahí, a menos de 10 kilómetros.
A los pocos meses un día me lo cruzo a Pascual, el marino que me había descifrado el primer mensaje, y me dice: “¿Qué me dirías si te cuento que hay una gallina que se comunica conmigo?”
“Amigo del alma”, le dije con ternura al tiempo que ponía mi brazo sobre su hombro y lo encaminaba hacia el gallinero. En el camino tomé el machete, y apenas señaló a una gallina con el dedo yo le macheteé la cabeza pero me di cuenta que me había equivocado porque sólo me la había señalado para decirme que esa era Alfonsina Storni. “Lo lamento Alfonsina, le susurré mientras limpiaba el machete en la paja, pero por lo menos te ahorré una vida”. Como a Pascual le agarró pánico y no quiso decirme cuál era Virginia entré a machetear a diestra y siniestra. En el proceso despaché, entre otros, según me contó el mismo Pascual días después, a Borges, Cortazar, y Camus, Darío, Güiraldes y Beckett y terminé con Tolstoy, Proust. Rilke, Dostoievski y Celine. La Woolf había muerto en tercer lugar ya que apenas se dio cuenta de mi presencia ella misma corrió hacia el machete. Yo presentí que esa había sido ella pero al no verla zapatear, decidí por las dudas no dejar ningún ser emplumado con vida en ese gallinero.
Ni les cuento la orgía que fue el recibimiento de mi mujer cuando me vio regresar bañado en sangre y machete en mano. Quedé tan gastado que por varios días me dolía hasta caminar.
Veinte años después, cuando las infidelidades de mi mujer y su enfermiza atracción a la sangre eran tan sólo una débil memoria, se presentó un apuesto joven a mi puerta que decía ser Virginia Woolf. A los pocos días cayó otro muchacho similar quien afirmó ser Alfonsina Storni. Despaché a ambos con sendos escopetazos y decidí hacerme vegetariano una vez más.

SIGA LEYENDO

lunes, 18 de mayo de 2009

Chau Mario - Beron

A MARIO BENEDETTI
Poema
Damián Bruno Berón

Seguro que lo incierto, fugaz o lo improbable,
salieron a tu encuentro en un candombe pleno
de luces sobre ébanos y cancionero de murga
en inocente canto de actualidad y risa.

Seguro resoplaste de alivio en la partida
a ver qué pasa luego de tanta lucidez,
de tanto desamparo de pueblos al garete,
de poesía vertebral y expuestos huesos.

Seguro preguntaste si es “táctico” o terrestre,
“estratégica” declaración o verse en esta “tregua”
para retomar caminos de banderas que hablan
rioplatense e incluso en castellano.

No habrá descansos sin regreso, Mario,
Salud y por la vuelta y “gracias, por el fuego”.

Damián 18 /5 / 09 ( 8:28 hs.)

SIGA LEYENDO

jueves, 14 de mayo de 2009

A los juncos con hondor - Rey

A los juncos con hondor
Cuento Corto
Carlos Rey

Un fuerte resplandor lo encegueció durante unos instantes al salir. No le llamó la atención, ya que momentos antes, desde su cama, había visto la ventana abierta al exterior. Entonces, supuso, fuese el sol.

Después los vio saliendo de la nada. Cualquier palabra sería pobre para decir la alegría que le causó. Una alegría llena de alivio ¡Tantas veces, en sus sueños vivía ese encuentro!, y tantas otras dudaba de que se produjera. Ahora los tenía allí delante, venían hacia él como si lo hubieran estado esperando. No los había llamado y sin embargo era uno de los encuentros más deseados en el último tiempo.
-Llegás justo –dijo el Gordo-, estábamos por embarcar.
-Un poco lerda su venida –dijo el Negro con sorna habitual en él.
-Nos enteramos de que aparecerías por acá, así que demoramos cargando el bote para darte tiempo.

Él no hablaba. No sabía qué decir. Después de tanto tiempo… ¿Cuándo había sido la última vez?, ¿años quizá? Seguro fue allí mismo, el lago preferido por los tres. Siempre había buen pique.
Reaccionaba de a poco ¿Y ellos?, ¿cómo podían hablarle así, como si se hubieran visto la semana anterior?
De pronto estaban junto al bote. El Negro saltó adentro, agarró la soga de amarre y tiró de ella para arrimarse a la orilla.
-¿Te acordás cómo era esto? –le preguntó en tono de burla- Dale subí viejito que yo te ayudo.
Cuando lo hizo, vio debajo de los asientos, junto a las cañas y los reeles, el cajoncito, y leyó “Guinnes is good for you”. La cerveza preferida de sus amigos por supuesto lo era también para él. Y ya instalados, salieron. Remaba el Negro. El Gordo iba al timón. Él iba sentado en el asiento de proa y de a poco volvía a acomodarse en aquella situación, durante tanto tiempo abandonada.
Vamos a pegarle la vuelta orillando y donde veamos buenos lugares probamos, dijo el Negro que como siempre daba las órdenes. El Gordo asintió ajustando el gorro “piluso” en la cabeza ¿Su facha?, la de siempre: pantalón caído por la escasez de culo; panza y remera chomba. Por otro lado no se sabía para qué la aclaración del Negro. En el lago Steffen el derrotero era el de siempre.

El día resplandecía en la neblina que evaporaba el agua. Era estar suspendido sobre un espejo que reflejaba confusamente el bote y tal vez el sol provocaba ese resplandor. Otras embarcaciones flotaban cada tanto por ahí hasta donde daba la vista. El silencio era casi total; sólo se escuchaban murmullos a lo lejos y de vez en cuando el chasquido de un señuelo contra el agua. Los botes parecían estar en el aire y a no ser por los círculos concéntricos que llegaban y pasaban por debajo de ellos, no se reconocía ningún movimiento.

-¡Ahí. Ahí saltó una! –señaló el Gordo. El Negro dejó de remar y agarró su caña ya preparada a un costado. El Gordo soltó el timón y tomó su equipo. Él los veía y gozaba la situación añorada. Lanzaron casi al mismo tiempo a unos cinco metros, en dirección a la orilla y separados uno del otro. Mientras hacía girar el reel el Negro le dijo:
-Dele che, qué espera, ahí tiene su caña. Para eso se la preparamos.
El Negro como siempre tenía un tarro bárbaro, o quizá era que sabía más que nosotros. Le picó una Arco iris.
-Bueno, dele, agarre el medio mundo y ayude a sacarla.
Él disfrutaba las decisiones del Negro y después cuando pasaban frente a la desembocadura del río se le ocurrió lo mismo que aquella vez: entrar a contracorriente. El Gordo, que no era para nada un intrépido protestó.
-¡Siempre la más difícil!
Pero igual remaron río arriba y él se dio cuenta que no se cansaban.
Cuando llegaron al remanso en donde el agua no podía arrastrarlos, ataron el bote a unas ramas.
Ahora le decían: ¡A los juncos con hondor!, y se reían, porque una vez habían salido a pescar con un paisano que –conocedor del lugar-, les daba esa indicación.
Al rato tenían una buena cantidad de truchas en el bote y en el descanso él se agachó debajo del asiento y sacó una botellita de Guinnes. Estaba vacía, Y pensó que era lógico porque ya no tomaban.
Después bajaron a tierra, era un lindo lugar para charlar.

¿Y saben qué muchachos? Estoy contento de haberme parecido a papá en estos últimos años. Los mismos dolores en las piernas, andar vacilante; tuve que dejar de tomar mate, ¿qué raro no? Algo sagrado como tomar mate, ese rito, ese vicio tan ineludible; era como un estado de ánimo, era no poder encarar algunas cosas sin la calabacita cargada de yerba y la pava caliente al lado. Para mí que a él también le producían arcadas. Nunca me lo dijo, venía y me cebaba; él no tomaba pero seguramente lo hacía a través mío. Me decía que no tomaba porque le caía mal. Después que murió lo extrañé mucho. Una vez lo vi por el intersticio de la puerta del baño, puñeteándose sentado. Un descuido tal vez; creo que no me vio. Los mismos vicios, debilidades que siempre tuve, no sé, quizá ustedes también. Da vergüenza, pero ahora ya no importa. Lo bueno es estar otra vez juntos, acá en el bote, remando, suspendidos en el tiempo, viendo la orilla pasar. A lo mejor, en una de esas lo encuentro al viejo también.


Carlos Rey

SIGA LEYENDO

miércoles, 13 de mayo de 2009

Terapias Complementarias - Ameijeiras

Terapias Complementarias
Breve dramatización
Enrique Ameijeiras

– ¡Ave María Purísima!
– ¡Sin Pecao concebida…! Pase dotor, pase. Que sorpresa otra vez por acá
– Vea doña Marcia, no ando nada bien.
– Ve…
– Con decirle que no dormí en toda la noche, y hoy me temblaba la mano, y eso en mi profesión es peligroso.
– Claro que es peligroso dotor, mire si le pega un tijeretazo equivocao al cristiano que está curando. Pero, dígame: ¡No se andará automedicando no?
– Claro que no, bueno, a decir verdad, solo me tomé un tafirol, vio, para el dolor de cabeza.
– No me haga eso dotor, sino los yuyos no le van a hacer efeto.
– Pero yo necesito algo que me haga efecto rápidamente, no puedo estar así mucho tiempo más.
– Uste mejor que nadie sabe que hay que tener paciencia, sino, va a tener que ir al cuchillo.
– Si ya se, un colega mío ya me lo dijo: “Si no se disuelve la piedra vas a tener que ir al quirófano de cabeza”.
– Bueno, pase, pero antes pise aquí, en el barro. Y deje la patita un poco ahí. Eso, eso es, ahora despacio, muy despacito levante. Eso si; se me saca el zapato que me va a ensuciar el rancho.
– ¿Que va a hacer con eso?
– Le voy a dar vuelta el rastro, a ver si así se le mejora un poco la cosa. No, si yo digo que a uste le han hecho un daño.
– Pero no doña Marcia, ¿Quién me va a tener envidia?
– El médico ese que lo quiere operar. Ese no me gusta nada.
–Pero si ni siquiera lo conoce.
– Ni falta que hace ver a la gente pa´ conocerla. ¿Nunca pensó que él tiene motivos para desearle el mal?
– Es un muchacho joven, recién recibido, tiene toda una vida por delante, mire si me va a desear el mal. Somos colegas, él sin mi no puede hacer nada, y yo con él me despreocupo de los pacientes con patologías más sencillas.
– Eso es lo que lo está matando, mucha patología, anda mucho bicho suelto y uste en el hospital se los agarra todos. Pero no es el caso. Ese muchacho lo envidia y no porque sea mejor que uste, solo que él cree que uste ya está viejo, que sabe menos que él, y le está haciendo una cama pa´que lo jubilen pronto.
– Mire, doña Marcia, no sea intrigadora y hágame algo que este dolor me está matando.
– Bueno, primero le doy vuelta el rastro, a ver, ¿dónde dejé la pala?, ¡ah acá está! Dese vuelta y no espíe. “En Nombre de Dios todo poderoso, que todo el mal que tenga el dotor, se vaya en este mismo momento. Que el mal se de vuelta a este istante, como doy vuelta esta tierra. Que todo el mal del dotor vuelva de donde vino. Ahora si, dotor, pase, deje el zapato ahí en la entrada que no se lo van a robar. Venga pase y siéntese un poquito. Póngase este rosario en el cuello, y esta cruz me lo sostiene con las dos manos. Ahora le voy a pasar energía en los riñones. “Jesús, José y María, pongan su mano sobre de la mía”. “Jesús, José y María, pongan su mano sobre de la mía”. “Jesús, José y María, pongan su mano sobre de la mía”. ¿Cuántas van…?
– Tres, doña Marcia, tres…
– ¡Ah! Bueno ya está…
– ¡Qué calor!
– Se va sintiendo mejor.
– Un poco.
– Ahora sáquese la corbata que lo voy a medir.
– ¿El empacho?
– No, el aceite dotor. Claro, que quiere que le mida con la corbata, como si fuera la primera vez que viene.
– Bueno, no se enoje
– Ahora si: En el Nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo. ¡Huac, Huac, Grooop, Uy Dió, está recargao dotor, ¡Huac, Huac, Grooop, ese muchacho lo está matando. ¡oooooooooohc!
– ¿Se siente bien? A ver si me vomita encima.
– Quédese tranquilo, que todo el mal que tiene me lo estoy cargando yo solita. Después yo me descargo, pero lo importante que es que uste se mejore.
– Parece mentira pero me siento mucho mejor
– Cómo me va a parecer mentira, si yo se que esta saliéndome poder de Dio. Huac, Huac, Groooop. Hijo´e puta, que fuerte que es.
– ¿Quién?
– Ese hijo e la gran puta que le tiene envidia.
– Tanto a va a joder con ese pobre infeliz que me va a hacer tenerle idea.
– Eso sería una buena idea, a ver si se aviva un poco dotor.
–Y ¿qué tengo que hacer para que no me joda?
– Ahorita le doy un talismán, pa´ que se lo cuelgue del cogote. Y también unos yuyos pa´ que los queme en su casa. Y vino con soda, pa´quel amor no lo joda… ¡Ja! ¡Ja! ¡Ja! ¡Ja!
– No me cargue doña y ¿los yuyos? No son esos hediondos que me dio el otro día, todo el mundo venía a mi casa para ver si no estaba quemando residuos patogénicos.
– ¿Quemando lo qué?
– No está bien, déjelo ahí nomás.
– ¿Dónde quiere que se lo deje dotor?
– No los yuyos démelos nomás. ¿Y el Talismán?
– Ya se lo preparo. Este es un hilo de seda, y la piedra esta es milagrosa, no se lo saque ni para hacer la pillería.
– Pero Doña Marcia si soy hombre de una sola mujer.
– A la vez…
– ¿Cómo?
– Digo que, a la vez le mejora la potencia sexual. Y no me joda que la pinchila la usa de lo lindo. Y no se ponga colorao que somos grandes. En dos días se le van a pasar todos los dolores y ese medicucho de mala muerte lo va a dejar en paz, y no se extrañe que se vaya y lo deje de joder para siempre.
– Bueno, doña Marcia, si usted lo dice, así será. Bueno… ¿Cómo andamos con las cuentas?
– ¡Huy! No, todavía usté dotor tiene saldo a favor, me parece que me cagó con la prótesi esa.
– No piense eso mujer, es importada y de la mejor calidad. A parte, usted quiso un trabajo prolijo y bueno, eso tiene otro precio.
– Si pero todavía no me acostumbro dotor, ¿No estoy muy pechugona?
– A mi me parece que si, pero bueno, sobre gustos no hay nada escrito.
– Hay, dotor, no me diga… y yo que le iba a pedir si sabía de algún libro que hablara de los bustos… ¿Así que no hay nada escrito?.
– Sobre Gustos, G-U-S-T-O-S no hay nada escrito, no sobre bustos.
– Es que uste me habla difícil pa´ que yo no entienda. ¿Mire si yo hago los mismo y le empiezo a hablar de la Pompayira, de la Himanyá y de todos los santos chicos que yo manejo.
– Bueno, vaya haciendo los numeritos que mañana le traigo a mi nene que está empachado y de paso me mira a la nena que me parece que me la han hojeado.
– Bueno dotor, si sigue trayendo a toda la familia, pronto me va a deber plata usté a mí.
– Si entre profesionales no nos ayudamos, entonces quien lo a va hacer. Bueno doña Marcia, gracias por todo.
– De nada dotor, y no se olvide el zapato.

Enrique Carlos Ameijeiras

SIGA LEYENDO

domingo, 10 de mayo de 2009

Nahuelito, el misterio sumergido - Rey

Nahuelito, el misterio sumergido
Fragmento de su libro
Carlos Rey

...De pronto, Marcelo, notó una turbulencia en el agua, a su izquierda, a unos diez metros del bote, seguida de unas burbujas que ascendían a la superficie. Como José Luis continuaba entretenido en lo suyo, no se lo comentó restándole importancia y prosiguió impulsando el bote.
Segundos más tarde, volvió a ver aquel sacudimiento de las aguas, e inmediatamente sintió un golpe en la parte inferior de la embarcación. “Chocamos con algún tronco flotante sumergido”, pensó, pero luego sin poder dar crédito a lo que estaba viendo, el pequeño bote fue levantado por los aires unos dos metros. En esa acción perdió los remos y se asió de donde pudo para no caerse. El bote giró y ambos hombres cayeron al agua.
Sintieron el contacto frío y millares de agujas les pincharon la piel. Marcelo por un instante no pudo ver nada y sintió un fuerte dolor en su interior al tragar…
… Por un momento se detuvo a pensar en lo que les había sucedido. ¿Qué había sido aquello? ¿Un animal? ¿En ese lago y con esas dimensiones? Una cosa había quedado grabada en su memoria y le erizaba la piel. Era ese ojo, esa mirada, profunda y vacía.

SIGA LEYENDO

Mafalda en el SigloXXI - Savino

Mafalda en el Siglo XXI
Laura Savino
Narración

Los chicos crecen. Al menos eso dicen. Supongo que Mafalda también. Y a esta altura Mafalda debe andar por los cuarenta, largos ya. ¿Y qué otra cosa podría ser aquella controvertida niña de la década infame? Trabajadora social. Cursa un postgrado en sociología y escucha a Los Beatles, todavía. Desordenada en sus afectos: Dos matrimonios sin terminar y un hijo de cada uno de ellos. Pero firme con sus convicciones, alquila un cuchitril de mala muerte y trabaja para la oposición de turno en los centros vecinales, en el centro de asistencia al aborigen y en los comedores de niños de la calle a los que, por supuesto, jamás les sirve sopa. Parece que tuvo algunos problemas en la segunda mitad de la década del setenta. Sus viejos? Jubilados. Su papá cumplió el sueño del pibe, instaló un vivero en un baldío abandonado del barrio. Mafalda le obtuvo la usurpación legal. Su mamá, después de superar una crisis depresiva, retomó sus clases de piano y se la ve bastante feliz con el rol de abuela-madre. Buen tipo el Guille. Malcriado y consentido. Todavía no ha destetado. Lo ayuda a su viejo en el vivero y reparte su tiempo entre las artes plásticas, videos y filmaciones. Buen tipo. Y buen tío. Para nada buen padre. Tuvo, sin darse cuenta, un hijo con Libertad. Una noche de alcohol y desenfrenos a cualquiera le pasa. Después de algunos dimes y diretes el A.D.N. terminó por aclarar los tantos. ¡Pobre Libertad! ¡Tan chiquita y tan quemada! Desde su adolescencia se las apechugó con el sostén del hogar. Más tarde nació Federico. Y ella desde su puesto de mesera en un bar, donde se reúnen bohemios de café y sicobolches de barrio, sueña con retomar su abortada carrera de periodismo. ¿Susanita? Fue diseñadora de modas, estudió peluquería con Giordano y tomó un curso de comportamiento social. Pero convencida de no poder enamorar a cualquier príncipe azul, se casó con Manolito; quien no la ubicó en las altas esferas sociales ni la llevó de luna de miel al paraíso, pero la convirtió en una novelera ama de casa, llena de hijitos, y llora teleteatros con las clientas del almacén que don Manolo le ha dejado como herencia. Manolito ha nacido para eso. No tiene otro horizonte y jamás trazó un proyecto. Lo suyo estaba ahí, como lo vaticinó su viejo. El comercio creció algo más de lo pensado gracias a las relaciones vecinales de su legítima esposa. Ya es una tradición en la zona a punto de declararse monumento histórico, aunque a veces lo asusta bastante la invasión de los monopolios. ¿Felipe? Doctor en Leyes. Asesor letrado en Minoridad y Familia. Trabajan muy parejo con Mafalda. Articulan y cubren sus baches. En sus días libres se dedica al campamentismo y la equitación. De su vida personal mucho no se sabe. Se sospecha que guarda en su coranzoncito un amor contrariado, aunque algunos murmuran que no le gustan las mujeres. Miguelito siempre la tuvo clara. Siempre quiso vivir simplemente. Por eso, apenas crecieron sus bigotes y cambió el timbre de su voz, se fue a recorrer el mundo sin norte. Conoció todas las culturas y todos los idiomas sin un peso. De regreso, convertido en un obrero yuppie, sin penas ni glorias, le dio por la filosofía; pero conserva la pureza de rescatar lo más simple de la vida y de no perder su amada Libertad. La vida ha distanciado a los siete amigos. Se telefonean para sus cumpleaños y brindan en cada año nuevo por esa amistad que los une, desde que un escritor mendocino los plasmara en una tiras de papel en blanco y negro, que enardecían a los gobiernos.

SIGA LEYENDO

La mosca contra el vidrio - Claro

La mosca contra el vidrio
Cuento Corto
Julio Claro

La casa, nuestra casa, mantiene un clima “acomodado”, ni frió ni calor, con la decoración acorde a la cultura actual, con todas las “comodidades” y con todas las obligaciones, de mantenerla, de cuidarla y de conservarla para las generaciones venideras. Tiene grandes ventanales muy limpios, por los que se pueden ver hermosos paisajes, a través de los cuales uno puede sentirse libre y parte de un todo.

La mosca arremete contra el cristal y se golpea con la realidad de su prisión, no obstante lo intenta de nuevo y el impacto suena a esperanza, va otra vez y suena a deseo de libertad, otra mas! y suena profético, de nuevo y pùm! suena a Cristo y el vidrio religión, y páf! suena a Gandi y el vidrio imperio, otra vez y suena a Che y el vidrio capital, y otra… y otra… ya es un grito…

¿Seremos capaces algún día de abrir las ventanas, aunque más no sea una rendija, o nos seguiremos obsesionando por mantener limpios cristales?

Julio Claro

SIGA LEYENDO

Poemas - Contreras

Antonia Contreras
Poesías

La maga en mí
No hace más que adiestrar vientos
Que besen tu bosque.



Siempre
Empezando por esta nada
Recalo en el lenguaje
Y el verso se quiebra.


A este artificio de sol
lo mueve el viento
y a mí que desvoy
desvengo
siempre de amores ciegos,
no desesperados.


Arbolea mi sombra en tu sombra.
El huet–huet canta
El bosque es sagrado-


Paisaje de mí, paisaje de él.
Aquí tengo el cielo,
Su tibio– suave aire pasa, traspasa…


Esta belleza no tiene límites, tal vez no haga más que mostrar
Los mapas ampulosos del deseo…contornos cóncavo-convexo
Yuxtapuestos-adheridos, quitan toda lógico.
…Lejos, se va a maullar la gata
Porque no hay fin. (Parece que no lo habrá)


Remanso de viento aunque un aire anginoso
Ronca tanta extremaunción
¿Resuelta? ¿Entregada? Quién sabe.
Hacha-haz la tenacidad de la luz dice
(Siempre dice)
¿Quién acaricia nunca mata?
Alguna vez…


Así galopa – golpea junio en domingo.
Distancia que no hay – hay.
La niebla.


Resoplo el viento argridulce del verano.
Abro más los ojos para verme los latidos:
Una frutilla bate su azúcar roja.


Fácilmente recreo el día:
Llueve con hilos de luz sobre las flores
Y el viento besa como beso
Desprendido de otro beso.


Salgo pero no vengo
Que la noche se anima en su ensueño
Y es de día para el vuelo.
No loca un poco sino “ muy” vuelo…
Y de tanto estropicio crecen flores como Sí.

SIGA LEYENDO

El arte de no hacer nada - Iktami

El Arte de no hacer nada
Extracto del libro
Iktami Devaux

Luchar por la paz es como coger por la virginidad*
Los ejércitos del mundo requieren hombres fuertes pero sólo consiguen calamares engendrados en tubos de ensayo. Ellos exigen perseverancia pero solo consiguen "Es un monstruo grande y pisa fuerte" cantado a la orilla del río del olvido. Los más se convierten en los ultra y los injustos son bautizados con fuego, el azufre es opcional y poco popular en el laberinto post 9/11 de sesos hervidos a lo MacDonalds, malos hasta chuparse los dedos, a pesar que por lo menos uno de ellos ha estado en el culo del Vaticano. *frase de George Carlin

El conformismo
El conformismo es como una plaga tóxica que se viene desparramando por el mundo a través de los siglos.En esta era de Internet y consumo masivo de la televisión se ha propagado con la fuerza de un incendio forestal bajo vientos huracanados. Podría llenar varias páginas enumerando sus viles virtudes pero optaré por la brevedad de la síntesis. El conformismo es malo porque no nos permite vivir. Nos ahoga en un mar de mediocridad donde la originalidad es una especie en extinción.

El sexo
Son muchos los que cuestionan el alto componente sexual en mis escritos. Y es que los desórdenes de la carne son la única cosa que ha traído orden a mi vida. Es en estos desórdenes que descubrimos que el cuerpo es un simple instrumento del alma. Es por eso que cuando se trata de sexo, al hacer un resumen de mi vida siento como que me he quedado con las ganas.

El lugar donde vivimos II
Permítanme desplegar algunas de las delicias del lugar donde vivo. Todas las mañanas me levanto y respiro el prístino aire cordillerano y me preparo un mate con el agua del arroyo que separa mi chacra de la del vecino. Es agua que viene de lo más alto de la montaña sobre la cual habito a una altura de unos quinientos metros. Se llama Piltriquitrón que en Mapuche quiere decir Cerro colgado de las nubes. Y eso es exactamente lo que hace la mayor parte del tiempo: se cuelga de las nubes como un mono de la palmera. A veces acompaño el mate con una o dos rebanadas de pan casero. En cualquier momento del día se me dará por tomar un vaso de leche ordeñada por un amigo alemán que se gana la vida cultivando cierta amistad con las vacas. Una vez a la semana hago yogur El arte de no hacer nada Usando esta misma leche. Le agrego fruta de mi chacra: frambuesas, cerezas, manzanas, ciruelas, duraznos o nueces según la estación. Un día después que llovió se puede salir a buscar hongos comestibles, de pino en otoño y de ciprés en primavera. En verano e invierno hay que recurrir a los que uno secó y guardó. De las frutas que antes mencioné hacemos mermeladas, jaleas, vinos y licores. En el verano cuando llega la temporada de pesca alguna que otra trucha termina en nuestra mesa. Dejo varias cosas sin mencionar para abreviar pero se pueden dar una idea. La clave de la vida es respirar, beber y comer saludablemente.

Palabras
Mantener la unidad a cualquier precio... esa es la idea. Solidaridad es una palabra que hace sus rondas en las intrigas de sobremesa en las clases media y alta pero no significa nada para los que duermen en los bancos de las plazas, los que piden una moneda cuando uno sale del supermercado con la bolsa llena de municiones de la sociedad consumista, los que están dispuestos a matar para su próxima dosis de droga, los que venden sus cuerpos para evitar el matadero.
No, hay algunas palabras que pierden su significado cuando dejan atrás la cascara quebrada del huevo intelectual donde fueron empolladas, y como pollos destinados a la faena sus alas son para hacer al horno y poseen pocas virtudes aerodinámicas.
Los que llegan tarde no serán eximidos de su culpa. Ignorancia de la ley no justifica quebrarla. Altura, aguante, tozudez... la respuesta a la pregunta que nadie hace.
Sensaciones

Tener a un tigre por la cola es algo que lleva una carga de adrenalina importante,
pero es una sensación como cualquier otra que al entrar en la repetición nos
lleva al tedio y se convierte en una experiencia como cualquier otra.
Cuando uno es capaz de distinguir lo alto de lo bajo, la gente lo mira con el
asombro que se observa un mago de circo.
Ellos saben que es una ilusión pero sus ojos no son lo suficientemente rápidos,
o no miran en la dirección correcta, para descubrir el truco.

SIGA LEYENDO

sábado, 9 de mayo de 2009

María Luisa Martínez Ruíz (poesía)

María Luisa es un ser excepcional. Conectada con su tiempo y espacio, y a su vez, todo lo que es ella, aferrada a la pluma, transcribiendo sensaciones más que circunstancias. Las aguas turbias y las cristalinas mueven el molino que genera pensamientos en forma de letras. Un ser en aprendizaje continuo, y maestro sin proponérselo. He aquí una pequeña muestra de su alma:


A MI HERMANO

Todo está en otra parte
este despojo – tristeza tan real-
que navega el destierro.
De andar en mi destino de lo vivo
ávido – en otra parte
de abrazarte como un siglo de manos
y traerte del encierro en una danza
sin el mundo
Mudos de encuentro y estupor
quiero verte limpio / quiero verte niño de pelota y guarida
de ojos sin entierros
Nos quedamos sublimemente solos
entre la Tierra y el Cielo
con la ternura despojada de un peregrino en el desierto
de la infinita intuición de la nada y la locura
del sagrado vacío y sus orillas tenues
Dudas y misterios anidan
acurrucadas de plumón naciente
cíclico oscuro y luminoso
para ensamblar el precio de cada palabra
que despoje este insomnio.
No se por qué me siento nave
si estoy quieta como una llave herrumbrada y silente.

…a mis Hermanos

Después de la tormenta
cuando el naufragio es lo que queda
qué palabras en la urdimbre ?
qué vestidura encarnan las hojas ?
cuerpo sin cuerpo
muerte muerte a pedradas
en qué capullo buscar el poema
De qué alimentarnos hijos de este circo
que siempre reparte mal las máscaras
A la intemperie a los gritos
gestos / muecas
donde nadie es el presente de “soy”
a la intemperie a los gritos
te veo y me veo
con la vergüenza de los niños traspasados
Violencia sorda
zócalos / casa pasillo o garage olimpo
estamos los tres
esta vez también vendrá el Fantasma de la ópera a ahogarnos la risa ?
corro enfrente y me digo
nada de esto pasa
pasa nada nada pasa
pasa pasa colita de rana
Me cepillo los dientes quién es la que está ahí ?
a quién contarle que esta pena me reinventa
de cielo y osadía
de deuda indómita
de rama que no brota
El corazón calle sin número
habrá micrófonos en casa ?
siempre habrá que esconderse ?
encandila tanto el sol ?
es demasiado un campo de trigo sorprendido
siempre seremos empujados a este lado del espejo ?
La desmesura la danza salvaje y el ritual
La inocencia la inocencia
será otra vez desmoronada ?
Mamá cortando fotos en un cuarto oscuro
loca de tanta soledad
el alcohol le acuchilla el ceño
y la atraviesa como un macabro animal
hasta el desmayo
la verdad dice el Juez
y yo quiero bajarme en la próxima estación
casa pasillo garage olimpo
la verdad como un parto de mí
a los cuarenta y pico
La verdad nada mas que la verdad.

Parto de mi
parto

parto de parir y de partir
Soy el aleteo de esas hojas
que alguien ya no la de barrotes
traslada desde el no a la transparencia
sol/sólo
solo sonido
Esa que no soy “yo” corre iluminada
para danzar la lluvia y la cosecha
este cielo y mis límites por fin borrosos
como una acuarela que transporta la maravilla
a través del dolor
Hay un paisaje que no es ningún sitio
quiero estar allí arrullándome
sin filos
sin territorios
y si viene la tormenta ser crisálida
abierta de par en par
de paso incierto y contundente
Respiro profundo y allí estás
todo en todo / nada
como un castillo del alma al que esta vez quiero entrar
Y qué de malo y de bueno
El dolor el deseo y la caricia
Son por hoy el mismo pétalo.

SIGA LEYENDO

Amarillo Viejo - Perotto

Amarillo Viejo
Cuento Corto
Martha Perotto


El chaparrón se descargó con violencia y él no atinó más que a refugiarse en el hall del Centro de Exposiciones. Después, el tiempo pareció detenerse, entró en uno de esos estados indefinidos en los que cinco minutos parecen durar cinco años y se arrastran sin que las agujas del reloj denoten movimiento alguno. Sabía que la actividad era el único remedio para esa obsesión. En cuanto la mente se olvidaba de registrarlo, el tiempo comenzaba a pasar y retornaba la normalidad.
Pero, ¿qué hacer en ese lugar? En la sala no había un solo visitante. Una empleada ordenaba papeles en su escritorio lejano, por los vidrios se deslizaban los hilos de la lluvia después de un golpeteo apresurado. Las nubes luchaban por desprenderse del peso líquido para retornar a su vagabundeo sobre los hombres y sus obras.
Prestó atención a los paneles diseminados por la sala. ¡Qué oportuno! Era una exposición de fotos antiguas de la pequeña ciudad de montaña.
La fotografía era uno de sus entretenimientos, le dedicaba buena parte de sus días. Sólo que los aparatos y lentes modernos le permitían un acercamiento muy distinto de ése a la realidad detenida.
Todas las cartulinas que observaba mostraban a la gente en pose. Gente que, de seguro, ya no existía. Sonrisas preparadas para la máquina; gestos grandilocuentes, concientes de quedar fijados para la posteridad; para él, más precisamente, que en ese momento las contemplaba.
Había correspondencia entre el color de las fotos y lo desvaído y evanescente del día lluvioso. Quizás presentaban un tono de amarillo viejo que la novedad de la lluvia no tenía. Se dedicó a recorrer la muestra y le interesó lo que veía.
Una de las fotos le llamó especialmente la atención. Mostraba una casa que él no podía ubicar entre las viviendas antiguas que se mantenían como una reliquia del pasado. En el frente, la imagen de una familia había quedado estática. La miró de cerca y se fijó en una joven de largos cabellos rubios y una sorprendente vestimenta actual, no sonreía.
Después, levantó la vista hacia los ventanales. El chaparrón había derivado en una fina llovizna y un rostro lo contemplaba desde el vidrio mojado. Era el mismo de la fotografía.
Corrió a la calle ante el estupor de la empleada y vio la silueta que desaparecía en la esquina. Cuando llegó le pareció que la joven lo estaba esperando a mitad de la cuadra. Continuó la persecución. La vio perderse en un jardín de cerco vivo. Se asomó y notó que un golpe cerraba la puerta de una casa igual a la de la fotografía. Claro, por eso no recordaba el edificio; no se distinguía fácilmente, el cerco lo tapaba. Cruzó el espacio verde que tenía grandes pinos y una araucaria y golpeó la puerta.
Le abrió un hombre alto que con un gesto amable lo invitó a entrar. Sorprendido, reconoció los rostros de la gente sentada a una larga mesa. Eran los de la cartulina vista un rato antes. Había allí un silencio extraño para una reunión familiar. Lo que más le llamó la atención era el color. Un tono desvaído y amarillento de fotografía antigua. Detrás del jefe de familia estaba la joven. El rosado de su piel y los colores de la ropa eran brillantes. Al entrar él, la joven se despidió con un gesto del grupo y se marchó por donde había entrado.
------------------------------------

La empleada del Centro de Exposiciones se acerca a una joven de largos cabellos rubios que mira la muestra. Le parece vagamente familiar. Se siente en la obligación de alcanzarle un pañuelo de papel al notar las lágrimas que brotan de sus ojos.
—No se haga problema. No es la única que llora al recordar el pasado. ¿Sabe? Esa fotografía que usted mira también le llamó la atención a un muchacho que entró esta mañana para refugiarse de la lluvia. Esa casa fue demolida hace unos veinte años y no se exponía su foto desde hace unos cinco.
La joven se seca las lágrimas.
La empleada agrega: “Fíjese en los detalles...pero... ¡por eso debía mirarla tan detenidamente el joven! Hay un hombre que se le parece mucho. ¿Se fijó? Tiene un color más nítido. — y señala con el dedo — Acá, acá...”
Se da vuelta para confirmar su aseveración, pero la joven ya no está ni en la foto ni en la sala.

SIGA LEYENDO

Puertas Abiertas - Perotto

Puertas abiertas
Cuento Corto
Martha Perotto

El desierto calcinado por el sol. Una larga fila de carretas, un doloroso gusano que se retuerce para seguir la huella. La gente que trae hace pesar más los carros con su carga de dolores, de sueños, de esperanzas.
Pesan las carretas y pesa el día. El mismo paisaje se desliza a los lados, al frente, atrás. Como si en cada paso no hubiera avance y se caminara siempre para quedar en el mismo sitio.
La vieja del cigarro guía la carreta como un hombre, a grito y látigo. A puro puño sujeta las riendas y guía las mulas. Sabe que se ha ganado el respeto de los gauchos que se mueven a caballo por los flancos.
A cada salto en las desigualdades de la huella, suena un grito bajo la precaria lona. Hay una mujer joven que va a dar a luz.
El paraje es peligroso; hay que llegar a la posta. La mujer lleva ya un día de dolores de parto.
Para todos, ese sufrimiento es como el viaje: no se le ve el fin. La mujer, dulce y frágil, ha abierto un resquicio de ternura en el corazón endurecido de la vieja, para ella y para el que va a nacer.
- ¡Hembra habrá de ser! Hay demasiado macho por estos lados. - se dice entre una pitada y un salivazo.
- Es mucho hombre usté, doña Soledá.
- Mucha mujer, m'hijo, que se hizo fuerte porque ustedes no apechugan con lo que les toca.
Eso lo dice pensando en la chica de la carreta, preñada y abandonada a su suerte; que se coló en la caravana ocultando su embarazo.
Y ahora... el jefe no quiere detenerse en un lugar peligroso ni por la vida de ella ni por la del niño.
"¡Adelante!" "¡Arre!" "¡Vamos!" es la única consigna válida, la única razón de ese camino: llegar.
Ante un grito más desgarrador, la vieja llama:
- Eleuterio, conducí vos.
Él, que anda siempre cerca, ata el caballo al carro y sube al pescante. Toma las riendas. Las mulas notan el cambio de manos y aflojan algo.
- Manténgalas, amigo, v'ía ayudar a la chica.
- Vaya tranquila, doña Soledá, no seré como usté, pero me laj` arreglo.
- ¡Menos charla y más fuerza! - y se desplaza al oscuro interior lleno de polvo y olores diversos, pero no más fresco.
- ¿Qué pasa, m'hija?
- No quiere nacer... debe saber lo que le espera.
- Dame la mano, ¿qué sabís vo? ¿Conocés la cordillera?
- No - se retuerce - cuénteme de nuevo. ¿Cómo es?
- Verde, lleno de árboles y con agua por todos lados.
- ¿Y las montañas?
- Son altas y tienen la punta blanca... por la nieve, ¿sabís? Es fresco... La tierra es negra, y se te deshace entre las manos.
La mujer vuelve a retorcerse. Es un dolor largo y profundo que separa los huesos y abre camino para el nacer.
- Se hace muy duro, doña Soledad, se hace muy largo.

La vieja se enternece frente al dolor de la chica y piensa, en su sabiduría que procede comparando, que los partos se destraban cuando se franquean las puertas, cuando se abren las cerraduras; pero ahí, en esa pampa abierta, no hay puertas, sólo espacio. Y rumia, mascando su cigarro, en los misterios de la vida y de la muerte mientras humedece la cara transpirada de la mujer; cuida cada gota de agua como si fuera un tesoro.
Y de golpe lo ve clarito: el desierto es una puerta gruesa y dura que hay que cruzar... y la otra puerta está en la cabeza de la chica, que sufre por traer al mundo un hijo "fuera de la ley". Y se le antoja que si esas puertas se abrieran, también se abriría la puerta del cuerpo y el niño nacería sin problemas. Y pone en práctica su solución. Le habla como nunca lo ha hecho antes en esa tierra parca y le hace ver lo abierto del futuro y la esperanza. Parece que la joven, entre ayes de dolor, no le atiende, sólo parece. A través de las palabras, la vieja transforma la realidad. Y la fuerza de sus manos pasa a las de la otra; se percibe como el coraje le va penetrando en la sangre para que las puertas se abran.
Los gauchos se desatan en una carrera festiva cuando el llanto del niño sobrepasa las fronteras de la lona. El alivio de la madre se contagia y rueda de carreta en carreta hasta llegar a los que guían la tropilla al fondo y las nuevas vuelan por el aire lleno de polvo y de sudores.
La vieja, en la parte trasera de la carreta, acuna al recién nacido. Y ante la muda pregunta de los jinetes, les anuncia:
- ¡Hembra! - y muerde con orgullo su cigarro.

SIGA LEYENDO

Langosta - Cogorno

LANGOSTA
Laura Cogorno





Él la invitó por mensaje de texto a comer ese plato exótico. Bué: exótico para las cordilleranas latitudes en las que se encontraban. Había sido marino mercante. Sabía que el verso de la langosta, los mariscos, la cena íntima con platos elaborados abrían cerrojos del eros.
Lamentablemente la primera impresión que había causado en ella, provocada por reiterados movimientos de amagues y recules, había sido poco auspiciosa, casi contraproducente de lo que de ahí en más pudiese ocurrir. Siempre lo era generar una expectativa y no actuar en consecuencia, fallar en el momento de la concreción, el de los bifes.
A partir de ese momento, todo intento de acercamiento de él hacia ella estuvo desprovisto de gracia, de encanto, de magia.

Aunque ella tenía que reconocer que algo de él la atraía. Seguramente se trataba de esa manera imponente y dominante de hablar, de mirar. A ella la seducían los hombres poderosos, los muy yang. Le producían cierta hipnótica fascinación que anulaba algún centro neurológico en el que habita la voluntad, y se dejaba hacer, dejaba que el otro hiciese.
Él la invitó a comer langosta, y como medida excepcional en su antojadizo y despótico carácter le permitió elegir. ¿Solos o con amigos? A ella le gustó el juego de ponerle un límite como para encenderlo aún más, y se decidió por la 2da opción. La primera cena no estarían solos. Otros serían testigos, pondrían un freno, dilatarían el 1º encuentro haciendo aún más sabroso el momento en que finalmente estuviesen a solas.
Cuando llegó el día ella estaba algo alterada por varias razones. Por un lado se encontraba, justo en ese momento, explorando otra relación con un escritor de un pueblo vecino. Algo incipiente, pero real. ¿Qué pasaría si el langostero la atraía más de la cuenta? Quilombo en puerta. Por otro lado jamás había comido langosta, de manera que no tenía idea de si venía dentro de un caparazón, la servían pelada y con qué cubiertos se comería. Estaba casi segura que le gustaría el sabor y su textura. La imaginaba una de esas carnes que se deshacen en contacto con la boca, muy blanca y con el sabor a mar que ella adoraba, pero la ponía algo incómoda no saber qué cubiertos usar, si la comería con cuchillo y tenedor, con cuchara o con la mano.
La noche de la cena, mientras ella se preparaba en su casa y él ya se encontraba en la de los amigos en común cocinando, las alarmas empezaron a funcionar cuando él comenzó a bombardearla con mensajes de texto mostrándose ansioso por su retraso.
Las sirenas internas no cesaron de sonar durante la cena, ya que al paparulo le pareció divertido seguir mandándole mensajes delante de los otros comensales pidiéndole algo tan tarado como “sólo un beso”. A esa altura ella estaba incomodísima, exasperada, no toleraba sostenerle la mirada al baboso y la estresaba pensar en cómo hacer para deshacerse de él sin provocar un escándalo en casa ajena.
Optó como primera medida despreciarle el menú. Primero esperó a que los demás atacaran a los crustáceos en sus platos para ver cómo hacían. Tomó los cubiertos, los imitó, probó un pequeño bocado y apartó el plato en silencio. Ante la pregunta de los otros, respondió que no le gustaba, que sabía demasiado a mar. Sabía que esa era una estocada al amor propio del cocinero, a su historia, a su persona.
Eso no impidió que el abombado, ya con unas cuantas copas de más, la siguiese importunando con proposiciones que iban de lo ridículo a lo agresivo: -Dale, una sola noche. ¿Cuándo te puedo llamar? Quiero coger con vos y no me banco un no.
Ese día en particular ella estaba sin auto, de modo que cuando el primero de los amigos anunció su partida, ella le pidió que la llevase, lo que no fue un impedimento para que el pesado se prendiese en el mismo viaje. Ella se sentó en el asiento de atrás, con otras personas y él en el del copiloto. Apoyó su brazo en el respaldo del asiento, dejó caer su mano hacia atrás y mientras conversaba incoherencias propias de su estado etílico, la apoyó sobre la pierna de ella, bastante más arriba de la rodilla.
Era la oportunidad de ella de terminar de aclararle al ganso su falta de ganas de absolutamente nada que tuviese que ver con él, de manera que dejó allí su mano durante medio minuto, como para que entrase en confianza, se relajase, y luego la tomó dulcemente entre las suyas y se la retorció hasta que él tuvo que retirarla dolorido, sin emitir sonido.
Por suerte la casa de ella fue la primera de las paradas. Allí bajó furiosa, contrariada, alterada por tanto desubique en un solo ser humano, por haberle jodido la cena, por no permitirle disfrutar del encuentro con sus amigos y se prometió que jamás de los jamases aceptaría nada de ese terrible nabo, y que en la primera de cambio iría a un restaurante y pediría langosta, porque la verdad es que le había encantado.
Laura Cogorno
El Bolsón

SIGA LEYENDO

Sonetos de Ameijeiras

Comparto con quien lo desee algunos de mis sonetos, de aquella época en que atrapaba un pensamiento y lo metía en una jaula.
Enrique Ameijeiras.



DIGNIDAD

No te arrastres por senderos sinuosos
que llevan sin llevar a cualquier parte.
No dejes a la vida doblegarte
ni alejarte mas del perfecto gozo.

Resucita sin morir derrotado
liberate de los cinco carceleros
descubrí otros sentidos prisioneros
y no te creas nunca condenado

Por que el ave que resurge de las ruinas
no escatima esfuerzo por librarse
de las fauces del tiempo que termina,

Pues nunca acaba el tiempo de acabarse
y pase lo que pase con la vida
vida sigue siendo en otra fase.

SÉCULA SECULORUM

Avanzamos y arrastramos las cadenas
que nos atan a este mundo incomprensible
insensibles a la angustia y a las penas
proseguimos en la marcha inconmovibles.

Sabiendo que el final es previsible:
la muerte muy serena nos espera,
no obstante, por ahora somos libres,
y seguimos ciegamente la carrera.

Algunos creen que bien vale la pena
sufrir por alcanzar esa diadema
que en la frente le pondrán incorruptible.

pero otros, los sin fe, la gente humilde,
los que mueren sin morir en larga espera
hasta insultan a la muerte que no llega

INCOMPETENTE

A la hora de juzgar a esta gente,
han de permitirme, colegas jueces
manifestarles que para estas veces
me declaro, sin duda, incompetente.

Habrán de juzgar, entonces ustedes,
los jueces que condenan y ejecutan,
si no hay quienes su autoridad discutan
y delegan, cobardes, sus deberes.

Yo no puedo medir mas, con una vara
ya que ésta es muy dura y traicionera
y se enreda insolente entre mis faldas.

no sería ésta la vez primera
que un justo juez del cielo, a mis espaldas
con esa misma vara me midiera

LAS ESTACIONES DE UN AMOR

Se te hubiera conocido en verano
le echaría la culpa al sol de enero
del calor en mi pecho, de ese fuego
haciéndose brazas entre mis manos.

Si te hubiese perdido en invierno
le hubiera echado la culpa a la helada
de los glaciares de tu mirada
de la muerte de los brotes más tiernos

pero te he conocido en primavera
cuando la tierra recuerda la esencia
con que crearon los cuerpos de tierra.

y es por eso este otoño de tu ausencia
cuando en vano, tu corazón de piedra
palpita distante de mi conciencia


LIBÉRRIMO

Deberías saber que no soy carne
que pudieres guardar tras estas rejas.
y las quejas que se elevan a la tarde
cuando arde el sol sobre las tejas,

son el canto de mi alma dolorida
que todavía sueña con ser libre
como es libre el ave que domina
su propia vida sin que lo dominen.

A pesar de las rejas que me encierran
y me niegan completa libertad
soy libre de pensar lo que yo quiera
y a pesar de vivir tras estas piedras
que verdes hiedras quieren ocultar
yo seguiré sintiendo a mi manera

TREINTA MIL

Han sonado treinta mil campanadas
y pusieron treinta mil crespones negros
treinta mil palomas blancas en los cielos
han surcado el añil de la mañana.

Treinta mil pañuelos blancos en la plaza
muchos de ellos coronando la cabeza
de las madres que en silencio encabezan
otra marcha que entre sombras se desplaza

Nadie puede ver las treinta mil palomas,
nadie ve los crespones enlutados
Nadie puede ver las treinta mil personas

ni escuchar el batir del campanario
ni sentir su gemido cuando imploran
NO DESCUIDEN LA MEMORIA DEL PASADO

SIGA LEYENDO

viernes, 8 de mayo de 2009

Inconsulto - Cogorno

Inconsulto
Cuento
Laura Cogorno




Sí, me gustan los hombres ¡qué cagada! Así me ha ido en la vida. Si en cambio me gustasen las tortugas gigantes de las Galápagos, o las costumbres sexuales de los koalas, diferente hubiera sido mi suerte. Hasta quizás hubiese hecho dinero si me descubrían los de Discovery Chanel o los de National Geographic. Pero no. A la señora le tienen que gustar los hombres. Y no cualquier hombre. Si es raro, o adicto a la heroína, o violento, o jugador compulsivo, tanto mejor.

Sería por eso que hacía un tiempo que una cuestión me rondaba, una pregunta, una incógnita acerca de mí misma que necesitaba responderme, develar Y era el tema de por qué en muchos momentos de mi vida me había sentido atraída por hombres de aspecto salvaje, algo abandonados, un tanto embrutecidos a fuerza de pregonar y actuar una suerte de personaje que renegaba de la civilización, sus comodidades, sus perfumes.

Y la cuestión me obsesionaba nuevamente, ya que había vuelto a tropezar con la misma piedra. Me encontraba frecuentando a uno de estos especimenes.
Trataba de hacer memoria. Recordaba que me había seducido su inteligencia, su agudeza, su mirada crítica y descarnada sobre mí, pero estaba llegando al punto en que casi la sola presencia de ese Tarzán del siglo 21, me irritaba. Me molestaba su desaliño, el aspecto Sarajevo de su cocina, los hongos y el sarro de su baño, los micro y macroorganismos fosilizados en sus vidrios, pero por sobre todas las cosas, su olor. El aroma que despedía su cuerpo. No era olor a transpiración, gracias a Dios, porque de ser así la relación ya hubiese terminado hacía bastante rato. Era un campo de los sentidos innegociable para mí. Olía más bien a grasa y tetosterona acumulada y olvidada. Era uno de esos olores que se instalan más en la ropa que en el cuerpo de los seres humanos. Y yo sospechaba algo de eso. No me animaba a preguntarle, pero intuía que semanal o quincenalmente él debía bañarse, pero que la ropa no había sido objeto de ningún proceso físico ni químico que alterase su composición.
La relación se iba en picada. Yo me conocía. Sabía de mis procesos y sabía que ese muerto era irresucitable. Pero todavía contaba con energía. Y como no planeaba usarla para mejorar nada, lo haría para matar lo que quedase vivo. Invertiría en napalm.
No era demasiado difícil imaginar el atentado, sólo tenía que compaginar cuidadosamente las acciones. Como primera medida la víctima debía ser absolutamente inconsulta. Ningún aporte de su parecer. De lo contrario se defendería con las armas con las que contase más a mano. Yo sospechaba que mi Robinson preferiría a sus hábitos mucho más que a mí, de modo que ante la disyuntiva, se desharía de mi persona sin demasiado pesar. Y todo terminaría, que era lo que en definitiva yo anhelaba, pero no saciaría mi sed de venganza.
¡Eso! Necesitaba ver un hilito de sangre corriendo por su costado. De modo que esperé a que él se fuese de viaje, y con la excusa de alimentar sus animales, me quedé con la llave de su casa.
Contaba solamente con las 48 hs de su ausencia, así que contraté a una señora que ofrecía sus servicios en el Social de Radio Nacional, le ofrecí pagarle el 50% más de lo que pedía por hora, la pasé a buscar por su domicilio en mi auto y la llevé a la antesala del infierno.
Entre las dos hicimos un rastrillaje de esa morada, ecosistema de ecosistemas, que hubiese hecho las delicias de cualquier operativo antidrogas de la Gendarmería, y no dejamos organismo vivo sin masacrar.
En el hogar quemamos todo lo que a nuestro criterio correspondía a la taxonomía de basura y llenamos la casa de aromas a pino, lavanda, bosques cordilleranos y sierras cordobesas.
Lo mío era frenesí con tintes de despecho. Lo de ella, eficiencia profesional y agradecimiento por lo bien pago de la changa.
En dos jornadas de 10 hs cada una dimos por concluida nuestra faena. Cerré la casa. Dejé la llave bajo una maceta que contenía una planta muerta hacía tiempo, a la derecha de la puerta de entrada. La llevé de vuelta a su casa, le agradecí y le pagué.
Volví a casa, me bañé y me acosté. Al día siguiente la víctima arribaría a su ahora nuevo hogar y se retorcería cual Drácula ante un crucifijo.
Yo me mantuve en mis trece y no volví a llamarlo. Nunca más supe de él. Tal había sido la afrenta.
Laura Cogorno
El Bolsón

SIGA LEYENDO