domingo, 3 de enero de 2010

Basural - Ameijeiras

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El Basural

Cuento Corto

Enrique Ameijeiras – Lago Puelo - Chubut

¿Quién se metió en mi escritorio? – Grito la niña y el sonido inundó el petit hotel de la familia Bustamante, como un tsunami de ira y angustia.

La gruesa criada, secándose las negras manos en el delantal se abalanzó rezando hacia la biblioteca.

– Yo, niña, solo para limpiar…

– ¿Por qué demonios se meten en mi escritorio? ¿Cuántas veces les dije que no me tocaran nada? Una caja… Una caja de cartón que estaba contra la puerta… ¿Dónde está?

– Mire niña, con Guadalupe sacamos todas las cajas a la calle, pero solo tenían basura y papeles rotos...

La vieja solterona se quedó petrificada mirando a la sirvienta, con las manos en el rostro, emulando el grito de Edvard Munch. La aterrada mucama sudaba abundantemente, mientras pellizcaba el borde del delantal.

– Siempre fueron inútiles, inútiles. Y ahora que son viejas, mucho más. – Explotó furiosa la patrona – en una de las cajas estaba mi libro, toda una vida escribiendo, y ahora… Por su inoperancia se ha perdido. – y se quebró en llantos.

La negra miraba horrorizada a su patrona, la niña de piedra, como le decía el personal, llorando como una niña de carne y hueso. Temblaban sus rodillas de miedo, pero también una inmensa ternura redondeaba una sonrisa. Ganas de abrazar a ese ser oscuro, gruñón y prepotente que, por primera vez en 40 años mostraba un sentimiento.

–Niña, niña, no se ponga así, yo le ayudo y lo hacemos de nuevo.

– callate, ridícula, no sabes leer ni escribir y me vas a ayudar a hacer un libro.

– Bueno, entonces vamos a buscarlo; debe estar todavía en la quema…

– Claro que vamos a buscarlo, Llamámelo a Cervetto.

– No, niña… El Chofer está de franco hasta el lunes.

– Me quiero morir… ¿Qué hora es?

– Las siete mi niña, no se le ocurra salir, está por anochecer.

– Callate imbécil. Por tu culpa. Como no voy a ir a buscar esa caja, mi vida está escrita ahí, un capítulo faltaba – volvía a llorar de la angustia – solo un capítulo y ahora todo tirado a la basura.

– Bueno niña, déjeme que me ponga una mañanita y la acompaño.

– Vos te quedás acá. Me voy sola. Y si me pasa algo, que te pese en la conciencia.

Tomó un tapado, se enfundó la cabeza con una capelina de Seda verde, calzó su bolso bajo su brazo y taconeó hasta la puerta.

Llegó al basural cuando el sol se deshacía sobre el poniente. Un vaho rancio le contaminó el alma. Miles de pequeñas humaredas exhalaban nauseabundos sahumerios al cielo gris.

–No debe estar muy lejos, debe estar todavía el montón de basura.

Casi corriendo se abalanzó sobre un montículo de basura, muy cerca de la tranquera de entrada. Ya había un cartonero separando sus tesoros. Cuando lo vio, detuvo la marcha, y se acercó señorialmente.

El pobre hombre la miraba atónito. Una persona vestida como se visten los paquetes de Buenos Aires.

– Disculpe caballero, tal vez pueda ayudarme.

El hombre se quita la gorra, y aprisionándola contra el pecho, muy humildemente le extiende su mano, mientras que le dice:

– Morán señora, para lo que guste mandar.

La señora mira su mano, mientras se pregunta si debe o no saludarlo, pero el miedo no es tonto y le extendió la huesuda mano.

– No sabe donde arrojan los residuos los recolectores cuando llegan de la ciudad.

– No se si la entendí: ¿Usted quiere saber donde descargan la basura los muchachos del mionca?

– Si, digamos que… eso.

– Acá no más señora.

– Señorita, dijo la veterana mirando hacia los costados.

– Usted disculpe doña, no me imaginaba que una señora tan linda estuviera sola.

– ¿y quién le dijo que estoy sola? Bueno, basta. Gracias, estoy buscando algo que han tirado por error las sirvientas.

– Si quiere que le de una mano…

– No gracias, yo puedo sola.

Enfiló para los montículos de basura con la esperanza de encontrar su tesoro: el testimonio de su vida. Displicentemente desparramó algunos bultos con la punta del zapato. Notó que la tarea sería denigrante, así que miró hacia atrás, vio el hombre ordenando sus trastos y le dirigió la palabra:

– ¡Morán! ¿Así dijo que se llamaba?

– ¿Señora…? digo ¿Señorita?

– Mire, se supone que en este basural hay una caja con papeles escritos a máquina. No lo tome a mal, pero… ¿No podría ayudarme a buscar antes que llegue la noche?

– Faltaba más señora, será un placer.

– Por supuesto que le voy a pagar por eso

– Bajo ningún punto de vista, será un placer poder ayudar en algo.

El hombre subió el montículo, se puso de rodillas y comenzó a revolver, ante la mirada y el gesto de asco de la mujer.

– Qué ironía… Dijo suavemente.

– ¿Cómo dice, señorita?

– Digo que es una ironía, que el trabajo de toda mi vida haya venido a parar a este lugar.

– Bueno, pero no debe afligirse, la mayoría de los que vienen aquí lo hacen buscando algo de sus vidas. Así es la vida, la búsqueda, la muerte es haber encontrado.

La noble mujer, que hasta ese momento no prestaba atención a su casual ayudante reaccionó de repente. Sus palabras no encajaban con el entorno y, mucho menos de los labios de tan modesto hombre.

– Estaba a punto de terminar mi libro, solo le faltaba un capítulo: El último.

– Eso si que es irónico; que el último capítulo de su libro haya sido lo único que se salvó del libro. Aquí no hay nada señora. Lo lamento.

– Bueno, déjelo nomás, por algo debe haber ocurrido esta tragedia.

Todavía estaban conversando cuando corriendo y a los gritos se acercaban la mucama y el chofer.

– Niña Flor, niña Flor.

– ¿Cervertto?, ¿No era hoy su día franco?

– Si madam, pero Guadalupe me contó todo y vine para la mansión enseguida. Niña, los papeles están en el quincho, no los sacamos a la calle porque pensé que se podría utilizar para la parrilla.

– Niña, dijo la mucama, ¿cómo pudo venir sola a este lugar? Es tan siniestro…

– No más que otros lugares, no más que la soledad que no es un lugar.

– Disculpen que me meta, dijo el hombre, pero hay un destino. La señorita vino a buscar lo que creía perdido y encontró otras cosas.

– Efectivamente amigo Morán, por lo menos he encontrado el final de mi libro. Gracias caballero. ¿Vamos yendo?

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