No te mueras nunca, gordo
Cuento CortoEnrique Ameijeiras – Lago Puelo
Comarca Andina – Chubut y Río Negro
Un aroma extraño… Como el de sahumerios exóticos, denso, espeso, maderas de oriente.
Levanto mi rostro, cierro los ojos, como para ver en lo profundo de la memoria. Como un lobo perdido en la estepa.
Suena una campanilla electrónica; un mensaje de texto. Desciendo los pedestales de la plataforma del viaje astral y, displicente, pulso una tecla y se despliega: “Krlos el gordo se fue de gira. By”
Miro la ventana, la noche fría y tormentosa me devuelve espejos.
Vuelvo al mensaje, frío, codificado, pero contundente… Murió Carlitos, el Gordo Pope. Gran tipo, gran escritor. Cabrón y egotista, pero de gran corazón. Cultura amplia pero gente humilde. Gran hincha de Platense. Qué joda. Hace tres meses que no lo veía. Siempre dije que lo iba a visitar a la casa, pero por hache o por ve, lo postergaba.
La muerte precipita los remordimientos, hace prescribir las causas y nos deja como a Sísifo sin la piedra.
>Durante toda la noche, la presencia de la ausencia del gordo me hizo compañía. Quise escribir pero no pude, los recuerdos venían en ronda, y sonrisas mansas se instalaron en mi boca.
Puse música celta, me serví un whisky y me tiré en el sillón a desgranar el rosario de los recuerdos.
Inevitablemente, me pregunté quién sería el próximo. Desfilaron de uno los colegas del Grupo de escritores. A cada cual le ponía mentalmente cara de espanto y cuernitos en sus manos. No pude hacer otra cosa que reír; Pero muchachos, alguien tiene que ser el que le siga.
¿Y quién fue el anterior? Elga, si pero ya estaba viejita, en cambio el gordo no llegaba a los sesenta. Bueno, estaba hecho mierda, mucha birra, pucho, y poco laburo en su vida; pero era un pibe, igual que yo, igual que casi la mayoría de los cumpas… A pesar que el loco Quintín se nos fue a los treinta y pico, pero bueno, la vida te la alquilan y no sabes cuando te rescinden el contrato.
La música se detiene. Es raro, porque antes los casetes duraban 30 o 45 minutos, ahora los mp3 pueden sonar un sinfín de horas. Me levanto, verifico que el winamp tenga toda la música de la carpeta misdocumentos/mimusica/étnicas/celta. Vuelvo a pinchar el comando y la alegría de los duendes vuelve a inundar la cabaña. Sigue la música, los espejos y la noche lluviosa detrás.
Estiré la mano con el vaso vacío, el gélido cristal chocó contra el borde, arrancándole una nota aguda al silencio. Luego, una catarata ambarina lo inundó.>No quiero que me vengan con la pelotudes del velatorio, del café literario en su nombre, ni con la gacetilla/obituaria en los medios. No quiero que nadie me consuele, o se consuele con interminables collares de recuerdos. No quiero rescatarme de la culpa de no haber dado todo, ni permitir que alguno sublime su indolencia haciendo coronas de poemas, carrozas de prosas alusivas, ni capillas ardientes de cuento y verso. El gordo ya no está, y como el cuervo de Alan Poe, se ha posado en los dinteles tristes y sombríos del recuerdo.
¿A dónde van las almas, si es que hay alma en estos cubos de Carne?
¿Cuánto tiempo interfaz, aguarda en esta tierra, el espíritu descarnado, hasta partir, quién sabe a dónde?
Me discurría en estos pensamientos, si desatender el contenido de mi vaso cuando un golpeteo suave se hizo apenas audible. Alguien el la puerta. Que siga golpeando, hoy no estoy para sociabilizar. Las luces estaban apagadas, solo las lenguas ocre de la chimenea. Otra vez, pero los golpes tronaron interminables. Dejo el whisky en el piso, me levanto y refriego mis ojos para desalojar un par de lágrimas indiscretas. Tomo aire como para sumergirme en la realidad y abro violentamente la puerta. En el marco, como el retrato de un vampiro, aterradora la figura lúgubre del gordo, chorreando agua de lluvia, impertérrito y sorprendido por la violencia con que abrí la puerta.
– Gordo Puto ¿No te habías muerto vos?
– Si, estoy en eso, dijo y apartándome de su camino entró a la cabaña y pasó directo a la chimenea, con sonidos guturales se restregaba las manos frente a la llama. Yo parado, con la boca abierta y los ojos aterrados, observaba impávido la figura de ese fantasma tan real como repulsiva, tomándose el whisky de la botella sin preocuparle ensuciar mi encerado piso de madera con esas canoas embarradas y mojadas.
– Pasá, pasá nomás, le dije irónicamente, ¿Qué haces acá?
– Me estaba yendo a la costa con los libros, y me quedé empantanado antes de llegar a la ruta, estuve tratando de sacarlo pero me quedé sin batería, así que vine a pedirte la chata. ¿Tenés algo para comer?
– Si, en la cocina. Bueno gordo, bienvenido al mundo de los vivos, le dije mientras lo abrace cálidamente.
– Che, pará un cachito que todavía tengo rollo para rato. Ah, ¿te avisó Cachito que me iba de gira?
– Si, gordo, y ya te estaba extrañando. Vamos que te hago un churrasquito.
– ¿No te estarás haciendo puto vos?, me dijo mientras manoteaba la botella de whisky y se secaba la barba con la cortina.
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