Fernando González Carey
La tarde en la montaña se presentaba soleada aquel último día de Enero, con el redondo Maitén tapando la visión del Batea Mahuida (1) en la línea del horizonte.
Toda mi familia ya estaba por partir hacia Buenos Aires, pero aún así persistíamos en observar el azul intenso de las aguas del lago Aluminé, en cuya orilla de arenas grises habíamos compartido intensamente el verano con el juego, la lectura y los paseos en canoa. Una isla mezquina a pocos metros de la playa – “la isla del nunca jamás” creo que la bauticé alguna vez- con cipreses tozudos en sus ángulos, dejaría de recibir los arribos a nado de mis chicos y nuestras recorridas a pie, investigándola con el sueño de la sorpresa.
Saludé con cariño a Martina, mi señora, y a todos los chicos, a sabiendas de que en pocos días les haría compañía en casa. Yo debía quedarme solo por un par de días, pues Víctor y Angel. – amigos con quienes compartí lo mejor de la juventud- llegarían más adelante a nuestra cabaña de Villa Pehuenia para revivir momentos que ciertamente añorábamos. El Renault 9 descendió suavemente el zigzag ondulante del terreno, y con gestos en lo alto los despedí a todos con una sonrisa extraña. Es que nunca me había quedado solo en la montaña.
Una inquietud creciente floreció dentro de mí y hasta podría describir el color de la cortina que se cerró tras de aquella despedida. Me sentía indefenso e intuí que debía prepararme porque la visita ya estaba allí y esperaba agazapada, insinuante en el roce de las hojas de los radales que bordean la casa. Di unas vueltas por el parque, acomodé los leños cortados para una noche que intuía larga y entré. Me acomodé en el sillón con cuero de chivito, encendí la lámpara que Martina armó con exquisito gusto e intenté proseguir con la novela de Paula Kauffman “El lago”. La búsqueda de un legendario animal en las aguas del Nahuel Huapi me sugirió un segundo sentido de las líneas, así que, molesto, cerré el libro, busqué mi sombrero de tipo “piluso”, me acomodé las zapatillas de trekking y comencé a caminar hacia pueblo, por las estrechas callecitas que caracterizan su trayecto. De vez en cuando un imprudente adolescente en su cuatriciclo potente distraía mis pensamientos. El aire ya estaba fresco y yo acariciaba mi celular.
En la villa encontré a dos o tres conocidos y les comenté acerca de mi “soltería” por unos días.. Los chistes de siempre, que ahora la vas a pasar regio, que por fin se te da. A todo contestaba yo con una sonrisa y creo que a uno le respondí que ya te va a tocar alguna vez. Una rápida consulta al correo electrónico , la visita obligada al almacén de Almeyra y tras recorrer las tres cuadras del centro comercial emprendí el regreso aspirando fuertemente un aire que sabía a atardecer y a alturas desacostumbradas. El sol ya visitaba las altas cumbres chilenas en el occidente.
Pensé que todo iba a resultar fácil: preparar la cena, escuchar alguna emisora de frontera, leer distendidamente alguna de las novelas ya comenzadas. Pero no bien ingresé a la cabaña extrañé la presencia de todos y me sentí como desarmado, en un rápido vacío. A medida que la oscuridad aparecía por el bow windows y por las ventanas de la cocina, me di cuenta de que mi malestar no radicaba solo en el hecho de no estar acompañado sino especialmente en un sentimiento creciente de claustrofobia, como un deseo irresistible de huir de ese lugar. Lo primero que hice fue intentar comunicarme por el celular pero advertí en su pantalla la falta de señal en la región. Aún así, oprimí los nueve dígitos del celular de Catty y esperé.
- Hola
- Sí, hola, ¿quien habla?
No podía identificar ese tono con ninguna voz familiar, pero aun así respondí:
- Fernando, el papá de Catty, ¿me podés dar con ella?
-Estás equivocado.
-Pero...¿quién habla?
-Lucifer
No estaba para chistes, pero me pareció un juego interesante dadas las circunstancias.
-¿El del infierno?
-¿Todavía creés en eso?
La respuesta me paró en seco. Me lo habían enseñado tantos años...
-Señor Lucifer, usted me apabulla. Jamás pensé en encontrarlo así, “virtualmente”...
-No le veo la gracia. ¿Por qué me llamaste?
-En realidad creo que puse mal el número, fue una equivocación...
-En realidad me llamaste. La soledad no es para todos.
Mandinga no perdonaba, pero le seguí el juego al embustero.
-Tengo un amigo en San Pedro que el otro día preguntó por vos. Quería saber si aún te amaba tu creador...
-Tenés un amigo virtual por esos lados... No será uno de esos que todavía piensa que ando comprando almas para llevarlas al fuego eterno, ¿no?
-No me respondiste.
Creo que había ganado la primera vuelta y con pocas cartas. Pasaron unos segundos y escuché como de lejos una voz retumbante pero vencida.
-No existe peor suplicio que el amor no correspondido.
-Siempre juzgué injusto castigo tan tremendo –comenté en voz baja, pero inmediatamente me avergoncé de estar hablando en serio. Sin embargo sonreí y me animé a dar un paso más.
-¿Por qué estamos inclinados a la mentira, al robo y a la desinteligencia con motivos egoístas? ¿Cuál es tu ganancia al promover estas conductas?
-Seguramente te han contado en un catecismo viejo que estoy en esa línea... ¿qué tenés que no hayás recibido?
-¿Y el papel de las “fuerzas del mal”? - Sentí que sonreía, pero no podía dibujar su rostro.
-El mal es desterrable...
-De niño me llevaron a atribuirte protagonismo en todo esto, ¿participás en el destino de los humanos?
Creo que fue la batería o la falta de señal. Se había cortado la comunicación. Me sentí defraudado porque quería la respuesta. Por eso salí al parque y me vi rodeado de un techo de estrellas. (En la montaña parecen hormigas escarbando el vacío) . El mal es desterrable... Intuía que la soledad y el vacío estaban acuñados allá atrás, en los tiempos de la infancia y que la conversación mantenida había sido útil.
Caminé a oscuras hacia el lago y me sentí acariciado por su inmensidad plateada. Empecé a llenar un vacío hondo que me molestaba frecuentemente, que me impedía reflexionar, volver sobre las cosas. Por eso me sorprendí al tener la mano en alto y seguir saludando a un coche blanco que descendía y se borraba en el zigzag del camino. Creo que mi sonrisa era amplia y contundente.
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(1) El Batea Mahuida es un antiguo volcán apagado de 1900 metros de altura s.n.m., ubicado en cercanías de Villa Pehuenia y del Paso de Icalma. Su cráter contiene un lago cuya profundidad y procedencia no se han divulgado.
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