jueves, 9 de julio de 2009

DESPEDIDA - Bommecino

DESPEDIDA

Cuento Corto

Hugo Bommecino - Mendoza

Recordaba la terminación del libro que había elegido para leer ese verano titulado Pájaro Espino y se había conmovido con la trama de la novela. Esto había sucedido unos días antes de que ocurrieran los hechos que lo habían postrado y dejado en la oscuridad, en el ostracismo. Que le habían quitado las ganas de vivir. Que le habían limado, hasta que el dolor se hizo insoportable, las garras de que disponía para aferrarse a la existencia misma, a su estar, permanecer y convivir con los demás que lo rodeaban.

Había elegido el camino con las curvas más difíciles que había para descender de la montaña, completamente desilusionado. Presentía que su cuerpo todo se estaba secando, como las hojas a las que les llega la estación otoñal.

Ya nada le parecía lógico, normal, predecible en lo más mínimo y toda su autoestima había caído rodando rápidamente al interior de la profunda fosa donde luego fue colocado el féretro que contenía los restos de su amada y el que luego fuera cubierto con tierra hasta que dejaron el lugar para ubicar las baldosas de césped. Esperó solo hasta el final.

No pudo hacer nada, únicamente secar sus lágrimas y cuando todo hubo finalizado, colocó una rosa roja sobre el lugar de la futura lápida, no permitiendo que otros hicieran lo mismo.

Pero todo había pasado ya, menos la herida que tenía en el corazón y que le apretaba cada vez más el pecho, hasta que por momentos pensó en que se ahogaría del dolor, y respiraba profundo cuando llegaba ese instante.

Aceleraba y aceleraba el vehículo que conducía. Quería vencer todos los obstáculos a medida que fuera descendiendo. Los recuerdos quedarían en cada curva, en cada rincón de ese largo pedazo de tierra cubierta de una negra alfombra llamado asfalto. Nada quedaría librado al azar y se había propuesto que así debía ser, cualquiera fuera el resultado.

Se persignó, volvió a acelerar y emprendió la marcha a toda velocidad, quedando tras de sí el humo producido por el desgaste de los neumáticos y que se esparcía en el diáfano aire de la montaña.

Velozmente hizo el trayecto y cuando pensó que llegaba al final, en la última curva, perdió el dominio del volante por tratar de sortear unas piedras que habían resbalado por la ladera de la montaña y caído a la ruta.

Abrió los ojos en la oscuridad total hasta que fue haciéndose cada vez más claro. Era como que la luz se encendía lentamente. El lugar en que despertó comenzó a resultarle conocido, como si antes hubiese estado allí, pero sin certeza alguna.

Ignoraba los motivos por los cuales había llegado a ese bosque de árboles milenarios. Observó detenidamente como los rayos de luz del sol se filtraban a través de los espacios que el follaje de la vegetación les permitía, hasta llegar al suelo, en algunos casos horizontales y en otros verticales, entremezclándose en las diferentes posiciones y hasta formaban figuras como inmensos fantasmas sin rostro ni cuerpos definidos.

Siguió avanzando, atraído por una fuerza inconmensurable que no le permitía detenerse. Sus pies no tocaban el suelo y los sentía fríos, casi gélidos, pero sabía que estaban allí, terminando sus piernas.

Continuó caminando y de pronto el bosque desapareció, teniendo ante sus ojos el lago más bello que nunca jamás se hubiera imaginado encontrar; con unas aguas tremendamente cristalinas y en sus orillas las más variadas especies de flores y que, a pesar de todo, habían algunas que no conocía, no las había visto nunca; al igual que observó a todo tipo de aves compartiendo eso que parecía una naturaleza perfecta, entremezcladas con las más vistosas mariposas e insectos multicolores.

El silencio que reinaba era total, como un gran remanso de paz.

Todo le provocó un largo suspiro. Se sentó a la orilla del lago, aunque su cuerpo no alcanzó a tocar la tierra bajo sus pies. Hubiese deseado mojar sus manos, pero no pudo acercarse al agua, ya que una fuerza superior se lo impedía.

Su cuerpo cada vez está más frío y casi no siente los dedos de las manos. Ignora los motivos por los cuales está allí, sin la movilidad necesaria y hay algo distinto que no puede adivinar y ni siquiera suponer, ya que su mente no le responde.

Pero, no obstante todo, añoró tremendamente los antiguos lugares de otrora tiempos... la música que escuchaba con ella y quería llorar pero no se derraman lágrimas por sus mejillas y el frío es cada vez mayor.

Se queda observando y observando. Es la única alternativa que tiene otra cosa no puede hacer, nada más que esperar, esperar.

Momentos después y sobre las aguas cristalinas hace su aparición su amada, a quien había dejado en la caja de madera sin recordar el lugar ni el tiempo.

-¡Amor... estás aquí...! –Dijo intentando estar más cerca de ella.

-Por favor no te acerques...

-No me prohíbas algo que estoy esperando desde que desapareciste... –Rogó.

-No lo hagas por cuanto mi energía es superior a la tuya y... ya debo partir... creo que se acerca el momento...

-¿Adonde irás...?

-No lo sé pero por favor mantente alejado de mí y regresa al lugar en que debes estar... Lo nuestro fue algo que ya fue... debes entenderlo así...

Él comenzó a llorar y ahora sí, los lagrimones se escurrían por sus mejillas tan rápidamente que no le daban lugar a secarlas y también temía que ella desapareciese... sólo quería conformarse con estar allí un poco más de tiempo.

-Sé que tienes una pena muy grande pero ya partí y no regresaré nunca como lo fui antes... tengo otras misiones que cumplir y...

-¡Dime cuáles son...!

-No puedo hacerlo... ahora no se como explicarlo...

-Al menos me gustaría saber si estas bien...

-En paz... en paz...- Continuó repitiendo y desapareciendo de la vista del muchacho que comenzó a sentirse descompuesto.

Cuando despertó, sus ojos parecían salirse de sus órbitas. Vio el rostro de varias personas, hombres y mujeres de blanco a su lado.

-Presión normal Doctor... –Escuchó.

-¿Temperatura...?

-Se aproxima a la normal Doctor y sus ojos están abiertos...

-¡Vladimiro despierta...! –Escuchó mientras unas cálidas manos de mujer se posaban sobre su rostro y su frente acariciándolo.

-Vamos muchacho... despierta... con tu padre te hemos estado cuidando... no nos dejes...

-Tengo frío mamá... mucho frío...

-¡No importa hijo... por favor no te duermas... estás con nosotros...!

Momentos después escuchó a los médicos y enfermeras charlar sobre su estado de salud. No sabía en qué lugar había estado, ni los motivos por los cuales yacía postrado en esa cama de hospital.

Horas más tarde, cuando el silencio se apoderó del espacio que ocupaba en el cuarto, supo que había estado con la persona que un día había elegido para que fuera su esposa, la dulce Yovanka, de la cual se había despedido para siempre.

0 comentarios: