Hace mucho tiempo, pensaba que las ausencias podían guardarse en un baúl.
En el baúl de los recuerdos.
Que todo era muy fácil.
Que desprenderse del dolor era una forma sencilla y mágica para no sentir el abandono.
Que el abandono era una manera objetiva de inseguridad.
Que la inseguridad era producto de la inexperiencia.
Que la inexperiencia nacía de una juventud prolongada.
El tiempo que pasó se llevó las hojas del otoño.
Hoy pienso que el baúl está repleto de ausencias y hay que vaciar su contenido para darle paso a las nuevas cosas de la vida.
Los errores cometidos son grietas y se han curado porque las dejé en cautiverio, porque tuve prisa.
La tristeza menguó su lenguaje taciturno y se durmió en el andén.
He visto transitar la desmedida cobardía de los miedos y estrellarse en un semáforo sin destellos...
Vuelvo a mirarme en el espejo y se refleja la presencia intangible de los duendes... de esos duendes que otrora me pidieron permiso para ser feliz.
Y en este espacio de luces y de sombras, renazco nuevamente en poesía.
Escucho el reloj con batallas disputadas y un manojo de esperanzas me invita a ser libre con breteles extraviados.
Descalza.
sin sandalias.
Desnuda en pensamientos y leyendo la borra de café...
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