Estábamos solos, un pesado silencio nos incomodaba.
Ella era una morocha que necesitaba ser mirada dos veces para descubrir sus encantos. No impactaba. Pero a medida que mis ojos recorrían su cuerpo, mi mente imaginaba bajo la tela fina de su vestido, sus fuertes muslos y sus redondos pechos.
El recinto parecía estremecerse con nuestras respiraciones contenidas, los espejos que nos rodeaban devolvían nuestras imágenes y las reproducían infinitamente, al verme me descubrí con una extraña apariencia de lejanía, de desinterés, casi de ignorancia.
¿Qué estaría pensando ella?
Nos cruzamos las miradas y un temblor recorrió mi espina dorsal.
Ella pareció turbarse.
De pronto un ruido sordo, se abrió la puerta esperamos vanamente la irrupción de otra persona, nadie entró y volvimos a estar solos.
Solos con nuestros temores y ansiedades, nuestros sueños y miedos. Esta vez las miradas se mantuvieron por más tiempo enfrentadas, en un choque que predecía fuertes ensoñaciones sensoriales, bajó la vista luego de un leve movimiento de sus labios que pareció el esbozo de una sonrisa.
Mi mente continuaba elaborando sueños a gran velocidad.
Nos elevábamos en el espacio infinito.
De pronto nuevamente el ruido sordo, la puerta se abrió, cuarto piso, se bajó, yo seguí, tenía que ir al séptimo. Nunca más la vi.
Horacio Carey
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