jueves, 11 de noviembre de 2010
en 23:18SECRETOS DEL DESIERTO (Ester Faride Matar)
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jueves, 2 de septiembre de 2010
en 16:53Uno – Ester Faride Matar
UNO…
Uno siempre cree y se imagina.
Uno cree que el dolor roza la piel del otro… y que le duele hasta pedir socorro…
Uno cree que las alegrías son propias y las desparrama por el aire… hasta que llegan renovados jubileos.
Uno siempre cree y se imagina.
Se imagina que a nuestra piel no le embate el pasar del calendario.
A los otros… sí.
Que las penas son ajenas.
Que las dolencias desconocen nuestro domicilio.
Y un día cualquiera ya no cree ni se imagina, porque el sufrir tocó nuestros huesos y se convirtió en una batalla por ganar.
Nos quedamos inmóviles en la vera del sentimiento reaccionando ante los vientos contrarios del pensar…
Del sentir…
Los otros pasamos a ser nosotros mismos.
Nosotros mismos pasamos a ser los otros.
En esa fusión de los otros y nosotros, coexiste la gelatina existencial de lo real…
Sin darnos cuenta vamos incorporando los supuestos del etéreo mundo que habitamos y no queremos consumir más bagatelas…
Nos sorprende abrir las ventanas y contar las gotitas de la lluvia y deleitarnos en los aromas que emergen de un patio… y entender que el silencio no es sinónimo de soledad sino de un reencuentro.
Necesario…
Ineludible…
Saludable…
Afirmo que mi piel se viste con la piel del otro y el otro se viste con m piel.
Escucho…
Mi alma me susurra a los oídos y varias voces se mezclan en secretos.
Este milagro de meterme en los de afuera produce la magia que ellos, los de afuera se incrusten en mi ser…
Piensan y pienso.
Somos todos iguales ante el dolor y la alegría.
La perspectiva de igualdad me vuelve inconsistente en esta tarde ocre y me indago y me invento en los otros…
Como nunca…
Por la vidriera inmortal de las estrellas, se desprenden luces de colores advirtiendo la llegada de una etapa diferente…
Cerrando círculos de antaño…
Esparciendo manojos de respuestas, con pétalos de esperanzas e ilusiones…
Que estimulan mis aciertos y los tuyos.
Que fusionan realidades y utopías en el contexto universal de los sentidos…
(Ester Faride Matar)
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domingo, 22 de agosto de 2010
en 16:11La noche de las Arañas – Ameijeiras
La Noche de las Arañas
Cuento Corto
Enrique Ameijeiras – El Bolsón (RN)
A pesar de la lluvia torrencial, el calor no cedía. Los limpiaparabrisas no daban abasto con su tarea. Sobre el pavimento, las gotas de agua rebotando y el vapor elevándose, daban la sensación de estar flotando sobre una nube de plomo.
Ya iba a caer la noche, a pesar que nada hacía presumir que aún fuera de día.
Avanzaba lentamente y mis nervios estaban a punto de estallar; El ruido ensordecedor de la lluvia sobre el techo, el de los chorros de agua contra el chasis y el maldito e hipnótico tic – tac del limpiaparabrisas me estaban matando. Al poco de sufrir tanta tensión, no veo un bache cubierto de agua, lo paso violentamente. Mi auto da un salto luego de un golpe brutal que me dolió a mí y se detiene el motor. Con la inercia avanzo unos metros más y cuidadosamente bajo a la banquina. ¡Ahora si que estoy jodido!- dije entre dientes. La lluvia, la soledad, el lúgubre panorama que me rodeaba, y mi decidida inoperancia para la mecánica, me hundieron en la butaca por unos instantes.
Cuando amainó el viento decidí hacer lo que la mayoría hace: abrir el capot, rascarme la cabeza y empezar por tocar cuanto cable, caño o aparatejo yaciera frente a mi. Por supuesto, nada anormal se veía a simple vista. Claro que el que no sabe es como el que no ve. «La pampa es grossa y la p... que lo re parió...» Esa era mi grito primate, cuando metía la mano entre metales muy calientes o cables engrasados. Entre toqueteada y puteada, subía al coche y le daba arranque, bombeando frenéticamente el acelerador.
Ya agotado de tanta tragedia, y sin lograr ningún resultado, me senté, puse mis manos en el volante y dejé caer mi cabeza sobre él. Un bocinazo me hizo dar un respingo. Por supuesto que no era otro coche sino yo mismo. – ¡Que cagazo! - grité exasperado. ¿Que más me puede pasar ahora? - gemí acongojado. Y la vida siempre te sorprende. Nunca digas peor no puedo estar, por que siempre hay algo de imaginación en esta tierra vasta y generosa para joderte la vida: Frente de mi, en el parabrisas, a escasos 20 cm de mi nariz, como resbalando por la humedad, queriendo ascender, una tremenda, gordota, repugnante y rechoncha arañota. Si, una araña que, lejos de parecer una calcomanía, se movía pesadamente en tri dimensión. Un sudor frío corrió por mi frente, cuello y espalda, y no se si fue sudor u otra excreción lo que empapó mis calzoncillos.
Ahora, algunas apreciaciones:
1) soy aracnofóbico,
2) casi no había luz,
3) La bicha era realmente muy grande,
4) Nunca maté una araña en mi vida, solo, tal vez, con la indiferencia del cobarde que huye con sus piernas como ventilador por la carretera.
Con un hilo de esperanza volví a encender el limpiaparabrisas rogando que la araña estuviera del lado de afuera. Minga, estaba ahí, del lado de adentro, frente al conductor que a la sazón era yo.
No tardé un segundo en saltar del vehículo a la calle. Cerré de un golpe la puerta y a esa hora estaba más jodido todavía.
- Esto es el colmo. Solo en la Patagonia, casi llegando la noche, con una terrible araña Pollito, con su ocho patas y dos púas, esperando para clavarlas en mis trémulas carnes. ¿Qué más podía pasar?
Miré despacio dentro del auto, por suerte la luz interior estaba prendida. Ahí estaba, como una mano tensa, impaciente, tamborileando sus dedos. Di otro grito primate que me salió desde el centro mismo de mis entrañas. Decidí hacer algo, no podía quedarme allí parado.
Fui al baúl y busqué algo para matar la bestia. Me corrían por el cuerpo un centenar de patas peludas. Cada gota que surcaba mi rostro era contrarestado por un sopapo que me daba a lo bestia, pensando que era un insecto.
Abrí el baúl, había herramientas, un palo... Si un palo, ¿que menos? Ah! También una linterna, que bueno, ya era de noche. Me armé de coraje, cerré la tapa y me dirigí decidido a enfrentarme con el diablo.
Peor que ver una enorme araña es, no verla y saber que está allí, en alguna parte. No estaba más. Desde afuera recorrí con la luz de la linterna todo el frente, el techo, la consola, los asientos, el piso. Nada. No había caso, no estaba más. Seguro había encontrado un recoveco para hacer su nido.
¿Qué más, que más puede pasar? Gritaba enloquecido, mirando el cielo.La lluvia era más suave; ni un puto coche pasaba por ahí, ni un camionero que me diera una mano.
Decidí caminar, dejar el puto auto en la puta carretera, con las llaves adentro, las luces prendidas y el parabrisas accionándose intermitentemente.
Como un autómata seguí mi sombra unos metros, pero algo fantasmagórico estaba sucediendo en ese instante: frente de mi y, no solo frente de mi sino, por todos lados, rodeándome, una espeluznante procesión de arácnidos tan groseros como mi copiloto, cruzando la ruta. Seres repugnantes, como una nube ponzoñosa queriéndome cubrir.
Presa de una ataraxia irreal, como un zombi que vuelve a su tumba, retorné a mi coche. No quise mirar que provocaba ese ruido a nueces rotas a cada paso.
Como quien sube una escalera, pisé primero el paragolpes, luego el capot, y de un salto subí al techo del coche. Con la linterna me golpeé, siempre "a lo bestia", mis pantalones, para desprender algún eventual arácnido. Ya estaba entregado a mi destino. La lluvia volvía y se iba a su antojo. La caravana era interminable. Por suerte, desde mi atalaya divisaba la superficie de mi vehículo, cuidando que las hordas no subieran por mi. Las luces iban atenuándose. La batería estaba por agotarse irremediablemente. Eran las tres de la mañana, cada tanto me estiraba y miraba el interior para localizar a mi involuntaria pasajera. Nada. Estaría durmiendo a ocho patas anchas.
Entre tiriteos, cabezazos y sobresaltos noto un resplandor en el horizonte. Si. Era mi salvador. Seguramente un grueso camionero, con brazos peludos y robustos, consecuente con esa tradición de ayudar a los menesterosos de la ruta.
Me paré y empecé a hacer señas con mis brazos, como si fuera difícil ver un loco empapado hasta las pelotas, a los saltos sobre un renault 12 blanco en el medio de la noche.
No fue un camión el vehículo salvador sino, un pequeño rodado que se estacionó frente de mi. Tampoco un “pícnico” chofer experimentado el que descendió del vehículo. Sino una pequeña, pero muy bien formada cuarentona que me miraba con sus ojos claros, como Favio Zerpa observaría atónito su primer contacto del tercer tipo.
Luego de unos segundos de titubeos y vanos devaneos, la curiosidad pudo más que el espanto y la frágil señora dio un paso hacia mi.
Cuidado – le grité – Hay arañas. Ella se sobresaltó , miró el pavimento y empezó a avanzar con cuidado, como Maya Pitziscaia en el cascanueces. ¿que le pasó? Me cuestionó sin retaceos. Me sentí un tanto incómodo. Ella de pie y yo sentado, con mis patitas colgando como un nene atemorizado, le hubiera pedido que me hiciera upa, de no haber sido la dama en cuestión de tamaño reducido. Pensé un instante en lo que hubiera pensado si hubiera llegado un grueso camionero en su lugar, ante un espectáculo tan peculiar.
– Mire, tengo varios problemas: Se paró el coche y no lo puedo hacer arrancar, pero adentro, y no se donde, hay una araña gigante. Yo soy alérgico y....
-¿A ver? Dijo resuelta la muchacha y abrió la puerta delantera, se fijó, levantó las alfombras sin percatarse de mis escalofríos. Se tiró debajo de las butacas, me pidió la linterna y registro todo el coche. ¿Estás seguro que la viste? -Preguntó lo mas campante.
-Si, es enorme, estaba en la luneta delantera del lado del volante ....
Ahí está – dijo ansiosa- yo levante mis pies, me sentía muy ridículo pero no iba a hacer nada para disimular mi cagazo.
-Dame un pañuelo.
-¿Qué vas a hacer? – inquirí angustiado
-Dame un trapo o algo así... Rápido –ordenó
yo busque en mis bolsillo que eran muchos, -No tengo nada.
-No importa, aquí hay una franela.
-Esta mina está loca y yo me voy a desmayar. -pensé mientras me rascaba violentamente la nuca.
Estuvo un buen rato lidiando con la «pollito» por risueño que parezca el nombre; le hablaba con dulzura, le pedía por favor que se entregara, hasta que de repente el grito de Eureka.
-Ya está, hummm..., si que es un buen ejemplar. - Sacó su pequeño cuerpo de mi auto, blandiendo la amarilla franela. Con suavidad depositó en el piso la bicha que sin más, se perdió entre los yuyos, a la vera del camino en busca seguramente de su comparsa.
-Bueno, ahora ¿a ver si anda ésto? Lo dijo por mi coche. Se sentó y le dio marcha, no funcionó, se bajó como una ardilla, levantó el capot.
-¡aja! – gritó –Se desconectó un cable del distribuidor, debés tener el chasis roto, se movió el motor y se zafó este contacto.
Chino básico para mi. – A ver, a ver... – Se sentó nuevamente, le dio arranque, el motor giró pesadamente y arrancó. Yo seguía sentado en el techo de mi auto, solo que mi boca estaba más abierta que el capot del vehículo, me sentía tan ridículo pero feliz por escuchar el motor de mi abollado auto. Cerró el capot y yo mi boca. Me bajé de un salto no sin antes cerciorarme que ya había pasado la procesión "ochopática", me quedé mirándola a los ojos esperando que me dijera alguna ironía o algo que me humillara aún más. Lejos de eso, me dio la mano y me guiño un ojo.
quedate tranquilo, no tenés más arañas. El coche anda bien y ya esta por amanecer, andando un poco vas cargando la batería.
Debés pensar que soy un idiota... – le confesé
-No digas eso, te la bancaste muy bien. No es fácil lidiar con los miedos.
Bueno... Yo no lidié mucho que digamos, al contrario. Me hubiese quedado toda la vida aquí arriba de no ser por vos.
Me están esperando – dijo mirando su reloj.
Ah, si... Claro, gracias, muchas gracias... pero... ¿te debo algo? ¿qué puedo hacer por vos en agradecimiento?
Ella era hermosa, blanca, muy blanca, mucho más aún en contraste con la noche, su tapado negro, solo cortado por la hebilla roja de su cinturón.
Me tomó de las orejas con ambas manos y jaló suavemente hasta posar sus labios sobre los míos. Yo estaba muy confundido, pero me dejé llevar por la situación. La abracé tímidamente y ella enredó su pierna en la mía. Nos miramos un instante muy breve y volvió casi furiosa a besarme mientras con una mano desabrochaba la hebilla roja de su tapado negro.
Como explicar que, bajo ese tapado no había mas que un cuerpo desnudo, blanco como la nieve, pero fogoso y dulce como el azúcar.
No voy a continuar con el relato, por que no soy hombre jactancioso, y a juzgar por mi experiencia anterior, no fue mi masculinidad lo que deslumbró a mi compañera, lo dejo librado a tu imaginación y obviaré mencionar lo imaginable, por que no extrañé la horizontalidad, ni la propia desnudez para gozar de lo gozado.
Con mis labios recorrí su pequeña humanidad varias veces, ella usó mis piernas para mantenerse en pie. Las brisas abrasadoras de su aliento desbastaron mi piel y me sentí devorado por sus labios de fuego.
Que loco... Solos en la ruta, con los coches en marcha, sin lluvias copiosas, ni arañas indiscretas, los dos, al mismo tiempo amanecimos de placer como el día a nuestro alrededor.
Ella quedó como dormida en mis brazos y, aún así sus piernas aferradas a mi cintura no se desprendían. Caminé lentamente hasta su vehículo, abrí con cuidado la puerta y la deposité suavemente en la butaca del conductor. Aún era presa del éxtasis orgásmico y una sonrisa angelical iluminaba su rostro aniñado. No me sorprendió ver una pistola 9 mm en la guantera, viajar de noche por estas rutas inhóspitas es muy peligroso. Lo que si me conmovió era el titular del periódico de Río Negro, sobre el asiento del acompañante:
“FRENÉTICA BÚSQUEDA DE LA VIUDA NEGRA: La policía sigue la pista de la misteriosa asesina conocida de esta forma por asesinar a sus ocasionales compañeros....."
No pude seguir leyendo. Un micro venía a toda velocidad, ella abrió sus ojos y me miró fríamente. Me erice y otra vez el sudor frío, la sensación de miles de arañas recorriendo mi piel. Me subí la bragueta y corrí hacia mi coche, subí, puse primera, al rato puse la cuarta y me alejé raudamente. Tras de mí, la viuda negra, las arañas, la lluvia, la noche, los miedos y la incertidumbre de saber si era o no era la asesina del camino, el tremendo misterio de saber si los miedos paralizantes nos cuidan o son sencillamente los asesinos de lo que pudo haber sido.
Publicado por Enrique Carlos en 16:11 2: Gracias por enriquecernos con tu cometario.
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martes, 10 de agosto de 2010
en 16:12A mi manera – Faride Matar
A MI MANERA…
Te concebiré nuevamente en las huellas talladas en la arena.
En esas mismas huellas que jugando a ser perfectos, intentamos coincidir con tus pasos y los míos.
¿Recuerdas? Comenzaba el otoño y las noches vestidas de verano nos incitaban a robarle sonrisas a la luna, despachando besos en manojos de caricias entusiastas.
Reíamos…
Enredábamos pedacitos del viento entre los dedos y en forma de barrilete, sostuvimos un hilo imaginario en fundidos abrazos encubiertos.
Transgredimos el espacio en su cúpula celeste…
Traspasamos hipotéticamente la inmensidad del mar…
Fuimos…
Somos…
Somos maestros y aprendices que al unísono proyectamos un mañana con sumatorias de instantes…
De hoy y de ayer… *Ester Faride Matar*
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domingo, 8 de agosto de 2010
en 23:50Momentos – Faride Matar
MOMENTOS…
Me desperté como siempre, a las 6 de la mañana.
El reloj biológico es el sustituto de cualquier alarma para despertarme. Abrir los ojos, desperezarme como un gato en la cama y pisar las baldosas es un ritual que siempre ejerzo.
Miento.
Esta vez lo practico de una manera diferente, porque un nuevo amanecer es distinto al anterior.
Tengo deseos de escribir, me siento, abro el cuaderno y no tengo nada para escribir de lo mucho que tengo para decir. Pienso.
Intento dejar la mente en blanco para visualizar un tema y nada aparece.
Intento.
Vuelvo a mirar el blanco de la hoja y las palabras se escabullen holgazanas como queriendo ocultar lo que pretendo articular y las letras forman ruedas titulando ideas que nada me señalan.
Que todo me oculta.
Y me detengo…
Me analizo.
Esa rara costumbre de analizarme me rotula las ganas de perder esa costumbre rara de analizarme y extravío adrede un pensamiento para engañarme y no me pienso.
Regreso al curioso anhelo de plasmar palabras en un verso y la pasión se revuelca entre recuerdos arrastrando mis cabellos para que invente nuevamente remembranzas.
A las 6 de la mañana me imaginé un Tuareg.
Caminé descalza por el pasillo y al final del mismo el espejo me devolvió un insomnio con gusto a gustarse, y cómodamente esa misma silueta dibujada en el espejo, se sentó…
Acarició forasteramente una lapicera y sin querer…
una gota de tinta se durmió en el diván…
*Ester Faride Matar*
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jueves, 5 de agosto de 2010
en 10:35Celda tácita
inquieto duende que saltas de la poesía a la prosa,
desculando mariposas confundidas con las flores,
quién diría que
canta el pájaro encerrado,
cuando es mudo el que vuela libérrimo.
Su émulo calla y hace del silencio
otra jaula, transparente y etérea,
para que las fieras no hagan de ella presa,
en cambio, la prisionera
se desgrana en cada nota,
como evadiéndose de su prisión,
como evacuando el corazón de su propio ser.
Notarás que cierra sus ojos, como quien cierra las ventanas
antes de la partida,
Eleva su cabeza, como quien supiera
que la libertad está arriba,
que la libertad está afuera.
La Verdad Amigo Tower,
Que ambos pájaros están encerrados.. .
encerrados en encierros encerrados, que se encierran, cerradamente, en un cerramiento tan cíclico y brutal, como sutil y moderado,
jamás podrán volar dejando atras el encierro ancestral de las mamoushkas de la vida.
Nacemos y empezamos a morir,
y en tal carrera, nos entretenemos con la vida.
Enrique Carlos Ameijeiras Bustamante
PD: Todo lo que uno tiene que hacer pa' levantarse una mina.
PD: Todo lo que uno tiene que hacer si la mina te da bola,
PD: No hay Cristhian sin Cyrano, ni los unos ni los otros sin Roxana. (Esa que bien la baila)
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domingo, 1 de agosto de 2010
en 15:20Abducida por la WEB
He recibido un mensaje de una escritora narrándome lo siguiente:
Estimado Enriquito (ese soy yo),
Estoy altamente contrariada. Escribí un mail para enviar a través de la lista de escritores. Lo volví a leer para verificar que no haya errores u omisiones. Al querer enviarlo, noté que faltaba la tecla grandota de Enter del teclado y en su lugar había un orificio redondo.
Al poner el dedo sobre él, sentí una suave succión. Jugueteo tontamente con esa leve sensación de vacío. Decido entonces oprimir mas fuerte esta curiosidad, por si más abajo se encontrara el mecanismo que hiciere funcionar el comando deseado.
Estando en este trámite, siento ser succionada integralmente, por lo menos en la esencia misma de mi ser, dejando tras de mi un cuerpo seco y desinflado. Siento como a través de ese agujero voy pasando a borbotones.
Del otro lado, en un mundo incomprensible, veo como mis partículas se van descomponiendo y convirtiéndose en unos o ceros. Hasta que dejo de ver con mis ojos, ya no me hacen falta para ver, ni ninguno de mis otros sentidos dependen de sendos órganos para sentir.
Ni mis dedos para digitar palabras, pues las mismas (éstas) se arman solo con el pensamiento. Envío mailes ya sin necesitar para ello más que mi voluntad. Sin notebooks, sin teclados, ni monitores.
(Cuando regrese a la tierra, o a esa dimensión de la que me "chuparon" verificaré si mis amigos del faceboock, o del Messenger, son de carne y hueso, o como yo, tan solo una energía "Colgada" de la web. )
Esta bien que de esta forma me ahorro regalos y presentes, y hectolitros de Tés, cafés, mates y otras infusiones, pero la verdad, Enrique, es que extraño; Extraño el saber de otros por una visita en persona, escuchar su voz más que leer correos electrónicos, besar una mejilla de verdad, y no a través de simpáticos emoticones. Los Extraño.
Ya no escucho el claketear de mi compu, porque no hace falta escribir. Descubro horrorizada que las palabras no son más que simples códigos, pesados, obsoletos e incómodos para transmitir pensamientos. Ahora pienso y los transmito de una forma... como decirlo?... Electrónica.
Toda la información la tengo a mis pies... (Cierto que no tengo pies) digamos al alcance de mi mano.... (Cierto que tampoco tengo manos), digamos que la información la tengo cuando la necesito. Si quiero viajar al Partenón, o a las pirámides de Egipto, me tomo un link a wikipedia, ahí trasbordo y me subo a otro que me deja en la esquina de cualquier lugar. Conozco gente que ya no es gente. Creo que los que antes fueron, ahora son solo pensamientos, (bueno, siempre y cuando hayan pensado). Pero no solo pensando es que se trasciende, hay que pensar, escribir y subirse a la web; sino no existís querido.
Algunas dudas me atacan, pero ante tantas certezas las dudas son entretenidas. No se si pienso, luego existo, o existo porque me piensan, pero así las cosas enny, espero volver a verte, a lo mejor me engancho en esos viajes en Pendrive que tanto andan promocionando por aquí y me doy una vuelta por tu disco rígido. Y de no ser así, recordá que no está muerto quién "P" lea. PPPPPPPPP jAJAJAJA
Saludos al resto de los escritores, deciles que te envíen poesía y cuentos a tu blog, que es preferible que quede registrado en la web su pensamiento, que cajoneado en el escritorio de aquellos que nunca lo van a publicar gratis.
Besos electrónicos, Byte, byte.
Publicado por Enrique Carlos en 15:20 Podes dejar tu cometario, trataremos de contestarte
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Vanidades
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martes, 20 de julio de 2010
en 19:27Nicolás Mascardi – González Carey
EL SUEÑO DEL JESUITA NICOLÁS MASCARDI
Fernando González Carey
( Texto ficcional en el que se relata cómo el sacerdote jesuita Nicolás Mascardi sueña que ha llegado a la legendaria ciudad de los Césares en la Patagonia austral (llamada Lin Lin por los aborígenes), antes de ser sacrificado por habitantes originarios el 5 de Febrero de 1673, en cercanías del valle del río Deseado.)
…Sus pasos desacomodaban al acólito Domingo (1) y lo obligaban a apurar la marcha. Mascardi, con el rostro desfigurado y las manos como tenazas sobre el gastado crucifijo de plata que pendía de su cuello, avanzaba con trancos decididos .
Pocas veces se detuvo, y observaba siempre el Occidente clavado entre cumbres, y era entonces cuando postrado en tierra clamaba con voz entrecortada por la fuerza necesaria y la palabra justa que abriera las conciencias perturbadas de los poyas que cerraban su camino.
Mientras oraba, olvidado de la presencia de su fiel acólito, caía la tarde sobre el lago que filtraba sus aguas por el río Deseado y entonces creyó divisar murallas y fosos (2) donde el infinito bosque de lengas, ñires y cohiues manchaban el sector occidental de la cordillera tantas veces superada, tantas veces caminada. Oteó con suma atención ese rincón, advirtiendo dos cerros que vestían de diamante y de oro sus cúspides y, en ángulo, las siluetas de las cúpulas de las torres y los techos de las casas.
Mascardi subió atropelladamente un cerro cercano y abrió sus ojos para llenarlos de una nueva arquitectura de templos, innumerables avenidas, palacios, fortificaciones y puentes levadizos. Todo era magnífico para él y el oro vestía las calles. Una gran cruz coronaba la iglesia mayor y los sones de la campana eran una música de alturas celestiales. Descendió corriendo para dar la buena nueva de haber encontrado la ciudad encantada llamada Lin Lin por los aborígenes, cuando advirtió la presencia de un nutrido grupo de sus habitantes, altos, blancos y barbados que vestían capas y sombreros con plumas, de anchas alas.
Sus armas mostraban la bruñida plata y calidad de los aceros españoles. Mascardi, atónito, creyó escuchar sus cantos y alcanzó a gritarle a Domingo que no podía resistirse a que lo alzaran en andas y lo llevaran entusiastas hacia la ciudad fantástica.
Creyó haber llegado, haber recuperado esa ciudad que había intranquilizado el sueño de tantos españoles que llegaban al Río de la Plata, o que venían del Perú o estaban en Chile. La ciudad que tantas expediciones militares habían buscado a través de la pampa ya estaba decididamente encontrada. Le llamó la atención a Mascardi que lo habitantes fuesen los mismos que la edificaron hacía más de un siglo y que nadie naciera ni muriera en ella, que nada pudiera igualar su felicidad. Los que allí llegaban perdían la memoria de lo que fueron mientras permanecían en ella, y si un día la dejaban se olvidaban de lo que habían visto. Interrogando a sus moradores, supo que no es dado a ningún viajero descubrirla, aunque la estuviera pisando.
Una niebla espesa se interponía siempre entre ella y el viajero, y la corriente de los ríos que la bañaban alejaban las embarcaciones que se aproximaban demasiado. El padre Nicolás les explicó a los fantásticos habitantes los inútiles esfuerzos por encontrarlos, pero éstos le aclararon para su conocimiento que solo al fin del mundo se habría de desencantar la ciudad, por lo cual nadie debía tratar de romper su secreto.
Cuando Domingo se acercó con premura al padre Nicolás para informarle que no muy lejos había indios poyas con dudosas intenciones de aceptarlo, él se incorporó súbitamente y trató de dibujar la situación. Bien sabía que esos paisanos de narices agujereadas y colgantes de chapas de metal y chaquiras colgando, que no habían oído su predicación ni querían que anduviese por sus tierras cordilleranas enseñando la doctrina del santo evangelio, eran un obstáculo serio para proseguir con sus objetivos.
Acarició varias veces la cruz plateada que llevaba sobre su pecho, tomó su mochila y preguntó por Manqueunai, cacique fiel y baqueano sin cuyo concurso difícilmente hubiera podido llegar hasta Punta Vírgenes, en las puertas del Estrecho de Magallanes el año anterior, y ahora hasta esas regiones cercanas al valle del río Deseado.
Le recomendó la caja de ornamentos sagrados que llevaban y se postró en oración. La tarde de aquel 5 de febrero de 1674 lo encontró madurando en sus labios la misma súplica que elevó al cielo en oportunidad de iniciar su actividad apostólica en su Misión del Nahuel Huapi: “dichoso yo si lograra derramar toda mi sangre por Cristo y así fecundar esta tierra hasta ahora estéril” (3)
Notas
(1) Muchacho que acompañaba al sacerdote, con funciones de monaguillo. Fue quien rescató el cuerpo del jesuita para llevarlo a la isla de Chiloé (Chile). Finalmente, Mascardi fue inhumado en la ciudad de Concepción, pero sus restos se han perdido debido a un terremoto que sufrió esa localidad. Posiblemente por esta circunstancia, la Iglesia no ha querido iniciar los trámites de santificación del jesuita.
(2) La Ciudad de los Césares (también denominada LIN LIN) fue un lugar fantástico que intranquilizó el sueño de los conquistadores españoles que llegaban al Río de la Plata, venían del Perú o estaban en Chile.. El nombre de “Ciudad de los Césares” le vendría por el capitán Francisco César, a quien Sebastián Gaboto comisionó para que reconociese nuevas tierras. El relato vivido por sus protagonistas constituyó una de las génesis del mito de la Ciudad Encantada, que fue ubicada en lugares que iban desde las pampas hasta la cordillera atlántica y la Patagonia austral.
(3) Si bien el relato es ficcional, debe aclararse que la narración se basa en hechos históricos extraídos de libros de autores como Diego Rosales, Milcíades Vignati, Guillermo Furlong, Pedro de Angelis y Clemente I. Dumrauf entre otros. Al no tratarse el presente relato de un texto estrictamente histórico, el autor considera que no es necesario perturbar al lector con precisiones acerca de las fuentes consultadas.
Publicado por Enrique Carlos en 19:27 Podes dejar tu cometario, trataremos de contestarte
Etiquetas: González Carey
sábado, 29 de mayo de 2010
en 23:12Carlos Rey: Gracias por tu aporte a nuestra cultura
Recibimos la noticia que nunca quisimos escuchar, la muerte de un amigo nos enfrenta inevitablemente con nosotros mismos. Miramos sin ver la tinta que quedó en el tintero, las hojas mudas de palabras que ya nunca se dirán. Los espacios vacíos que jamás llenarán otras personas.
Ser escritor es muy honroso, pero si además, el escritor trabaja dura, gratuita y desinteresadamente en la difusión de la actividad literaria, es un ser imprescindible, aún cuando no se encuentre el reconocimiento justo, ni el apoyo de aquellos que se benefician aún sin haberlo solicitado.
Posiblemente, haya quien levante la pluma caída, digite la tecla y escriba obituarios. Posiblemente la tinta transparente de una lágrima escriba en su recorrido un homenaje al hombre de letras.
Quizás un poeta encuentre una rima en la prosa de la fatalidad, y un coro declame sus versos en la despedida.
Pero más allá de las palabras escritas, las libradas como bandada de pájaros en el cielo de los cafés literarios, algunos escuchen las nunca dichas, las nunca escritas y puedan sentir en la ausencia, la presencia de quien, seguramente nunca se irá.
Hermanos de las letras, nos ha dejado un amigo… Luego del justo minuto de silencio, los invito a estrechar aún más los vínculos con los que seguimos todavía en el caminos.
Un abrazo
Enrique Carlos
Publicado por Enrique Carlos en 23:12 Podes dejar tu cometario, trataremos de contestarte
miércoles, 28 de abril de 2010
en 14:32LO PRIMERO ES LA NOTICIA- Rubén Mir
LO PRIMERO ES LA NOTICIA
En afán de la primicia Un cordial abrazo patagonico.
la TV nos atosiga.
No importa a quien se persiga,
lo primero es la noticia.
Estamos todos inmersos
en un sistema perverso,
que nos lleva de la mano
a luchar contra otro hermano.
El terror y la violencia
ponen en evidencia
el fracaso y la ignominia
que imperan en la justicia.
La TV nos atosiga.
En afán de la noticia
No importa si es verdadera
o está llena de malicia.
Al rico porque es famoso,
al famoso porque es rico;
al pobre porque es visible,
al niño porque es vendible.
En un loco carrousel
ponen a un mismo nivel
al ladrón y a la justicia,
la familia y el burdel.
Pisotean la decencia,
desconocen la inocencia
por la urgencia de informar,
que los lleva a preguzgar.
En afán de la primicia
la TV nos atosiga.
No importa a quien se persiga...
lo primero es la noticia.
Ruben Mir
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jueves, 15 de abril de 2010
en 22:09Martha Perotto premiada en literatura infantil
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martes, 13 de abril de 2010
en 14:08Secretos bien guardados – González Carey
Secretos bien guardados
Fernando González Carey
Eran las 9 de la mañana y ya el hombre estaba parado en la estación observando el arribo de los micros de larga distancia. Vestía bombacha, camisa floreada y botas de cuero. Una faja ancha rodeaba su cintura. De vez en cuando saludaba gentilmente, con una inclinación del cuerpo, llevándose la mano a la visera del sombrero. Más tarde, Feliciano Cuevas descubriría que llevaba un facón cruzado en la cintura.
El colectivo de la Línea Sur, muy distinto de los que arribaban a los andenes de la estación de Roca, era un micro que parecía un cascarudo. Sobre su techo viajaban valijas y bultos amarrados con cuerdas por todos lados. A medida que el pasaje iba ascendiendo, el chofer saludaba y controlaba los boletos.
Feliciano ya se había instalado junto a la ventanilla cuando el paisano que viera en la explanada se acomodó a su lado.
-Para dónde va, mi amigo, -preguntó Feliciano con el fin de iniciar una conversación.
-Pues al Cerro Policía, ¿conoce? -respondió el paisano y añadió-: vamos a tener un viaje largo y caluroso…
- La verdad -alcanzó a decir Feliciano acercando sus palabras al oído del otro (el ruido del motor era insoportable)-, es mi primer viaje por la línea Sur, voy a cobrar un dinero que me deben.
Ambos hombres guardaron silencio. El traqueteo del colectivo invitaba a echarse una siestita.
-Mi nombre es Paulino, -aclaró el paisano un tramo más adelante, cuando estaban llegando al puente de Paso Córdova.
-Feliciano Cuevas, a sus órdenes -contestó de inmediato su compañero de asiento, intuyendo que el viaje podría no resultar tan aburrido.
Después de cruzar el río Negro, la ruta asciende hacia el sur con curvas pronunciadas para luego instalarse sobre una meseta árida, surcada por extensos valles. El pequeño colectivo debió poner primera marcha y, una vez arriba, fue como si tomara aire y emprendiera un galope tendido. Feliciano comentó a su compañero de viaje sobre la inclemencia del tiempo. Ya promediaba enero y el calor castigaba fuerte a esa hora de la mañana.
- No está para andar caminando por este desierto, ¿no? -deslizó Feliciano señalando la vastedad de la meseta.
- A todo se acostumbra el hombre -respondió Paulino sin mirarlo y, tomándose todo su tiempo, apuntó-: aquí, en el campo, solemos soportar temperaturas muy altas. Usted estará al tanto del geólogo que días atrás se perdió por estos terrenos -Paulino sacudió la cabeza demostrando contrariedad-. Varios días estuvimos tras de él, marchaba en dirección equivocada a su campamento de base. Pobre hombre, sin agua, sin sombra, sin rumbo. Claro, acostumbrado a la vida de ciudad...
- Usted, Paulino, ¿estuvo en el contingente de búsqueda? -preguntó Feliciano.
- El comisionado de Cerro Policía nos llamó a mi hermano y a mí porque solemos rastrear animales perdidos en las sierras. Nos explicó el caso: que era hombre de ciudad, de unos 40 años, y que seguramente había perdido el rumbo. Ernesto, así se llamaba el geólogo -Paulino hacía pausas que a Feliciano le parecían interminables-. Había salido temprano aquella mañana, como es costumbre de hacer entre estos investigadores, pero nunca regresó. Entonces se dio el alerta a la policía de Roca, a grupos especiales -el paisano se alisó el bigote con sus dedos curtidos por el trabajo y la intemperie-. No resultó. Recién al cuarto día nos fueron a buscar -hizo un gesto desaprobatorio-, se acordaron un poco tarde. Era un 24 de Enero, recuerdo, y no llovía desde hacía mucho tiempo. Calor juerte pa’un hombre de ciudad… -volvió a menear la cabeza y repitió con cierto engreimiento-: Se acordaron muy tarde de nosotros. Igual hicimos la tarea… Teníamos muy pocas posibilidades de encontrarlo vivo; se lo advertimos al comisionado -se acomodó en el asiento y cruzó los brazos-. Sin agua, por estas vecindades, uno es hombre muerto.
A Feliciano le pareció que el paisano se sentía satisfecho por el fracaso de la búsqueda; al fin de cuentas habían recurrido a él y a su hermano cuando ya no quedaba nada por hacer.
Entre el ruido del motor y una radio mal sintonizada, le costaba entender a Paulino. Como tenía seca la garganta, buscó la cantimplora con agua fresca en su mochila, la sacó e invitó al compañero de viaje a tomar un trago. Después, siguieron la conversación.
- Con mi hermano no dudamos. Salimos bien montados, y cargamos bastante agua de reserva. Teníamos encargo del señor comisionado, en caso de que lo encontráramos, de que debíamos prender una hoguera, pa’que el humo los alertara y vinieran en auxilio. Nada de eso fue necesario.
- ¿Cómo es eso? -preguntó Feliciano alzando las cejas con ingenuidad, sabiendo muy bien qué había querido decir el otro.
- Pues… que nunca lo encontramos vivo. Hicimos todo lo que aprendimos en la vida pa’rastrearlo. Aquí, en el campo, mientras no llueva o no corra mucho viento, las huellas no se borran. Siempre se encuentra algo con que orientarse: brasas apagadas, ramas cortadas, ropa olvidada, pasos en busca de sombra; digo, porque con seguridad el geólogo habrá buscado algo de sombra pa’descansar… -sacó un cigarro del bolsillo de su camisa y, en lugar de encenderlo, se puso a mordisquearlo.
El colectivo tenía paradas irregulares y en todas partes subían paisanos cargando jaulas con gallinas y bolsas con productos de sus quintas.
-Van a tener una buena venta en el pueblo -dijo Paulino buscando un fósforo.
En la ruta un cartel indicaba que faltaban aún 50 kilómetros para llegar a Cerro Policía. Decidido a saber el fin de la historia del geólogo, Feliciano le confesó a Paulino lo extraño que resultaba que no hubiesen hallado rastros, así que lo apuró un poco.
- Paulino, ese hombre no pudo haberse esfumado -y se quedó mirando fijamente cómo el paisano prendía el cigarro.
- Con mi hermano levantamos un campamento en el lugar, resueltos a rastrillar bien la zona e hicimos cálculos inverosímiles de por dónde pudo haberse alejado… o arrastrado, porque le soy sincero: después de más de 30 kilómetros de marcha, de seguro el hombre ya había perdido el control de sus actos, la sed, el cansancio… -se detuvo como si se hubiese arrepentido de haber iniciado esa línea de pensamiento.
- ¿Por qué más? -preguntó ansioso Feliciano. Percibió que Paulino no estaba diciendo todo lo que sabía. Éste tardó en contestar, y sus palabras lo sorprendieron:
- ¡Por lo que pudo haber visto! Lo que nosotros encontramos, muy lejos del lugar de las últimas pisadas, fue un cuaderno, un diario personal, y un montón de güesos que sabrá Mandinga de quién serían. Francamente, apenas sabemos leer; además, era una letra borrosa, difícil de descifrar… El cuaderno fue a parar a manos del comisionado, y los güesos los enterraron detrás del cerro, cerca de donde estaban tirados.
-¿Qué decía la última página de ese diario? -inquirió Feliciano con inquietud, y observó que Paulino mostraba cierta resistencia a proseguir la conversación. Insistió-: ¿Cómo terminaba ese diario, Paulino?
- “Pisadas, pisadas raras… pisadas, pisadas raras…”
Después de estas palabras, ambos se sumieron en completo silencio. Feliciano miraba por la ventanilla y trataba de decodificar semejante respuesta.
Habían llegado a Cerro Policía y la mayor preocupación de Feliciano fue encontrarse con el comisionado, dejando de lado lo que venía a hacer: cobrar el dinero que le correspondía. No bien descendieron, Paulino saludó cortésmente y con paso apurado, ingresó a la pulpería.
Las palabras encontradas en el diario del geólogo quemaban los oídos de Feliciano. La actitud de Paulino, de no terminar de aclarar todo, fue un poderoso estímulo para seguir hurgando en aquella historia.
El comisionado era un hombre de unos sesenta años, bajo y ya casi calvo; tenía un carácter enérgico, dominante. Saludó a Feliciano sin ponerse de pie. Algo sorprendido por el motivo de la visita, hizo tomar asiento al recién llegado, y empezó a darle vueltas a la historia, tratando de obviar el final.
-¿Qué tan importante puede ser ese diario para rebobinar el calvario del geólogo? ¿Ud. encontró en él algún dato relevante? -preguntó Feliciano con voz calma, tratando de no herirlo en su orgullo.
-Mire -dijo encendiendo el enésimo cigarrillo al que tan sólo daba un par de pitadas y luego abandonaba- el cuaderno no contiene grandes precisiones sobre su destino final. Llaman la atención los últimos trazos que, por lo que me refiere, usted ya conoce… pero en nada nos ayudaron. Sabemos que su desorientación lo llevó a caminar más de 30 kilómetros hacia el Este, cuando debió ir hacia el Sudeste. Así lo indican las señales encontradas. El calor, la sed, el cansancio… seguramente pudieron más que su afán por reorientarse y regresar al campamento.
-¿Por qué “pisadas raras”? ¿Encontraron algo los rastreadores? -inquirió Feliciano sin mucha convicción de obtener una respuesta satisfactoria.
-Bueno, tenga en cuenta que el geólogo debería estar sin mucha conciencia por los efectos de la deshidratación… “pisadas raras”… Alucinaciones, vea don, no vale la pena considerarlo.
La respuesta tenía lógica, pero no lo conformaba.
Ya estaba Feliciano por averiguar los horarios del colectivo para emprender el regreso, cuando recordó que Paulino había enfilado rápido hacia la pulpería. Ahora o nunca, pensó, y se acercó a tomar unos tragos.
Más que una pulpería parecía ser una tienda de ramos generales. Un palenque para los caballos, cerca de la entrada, un mostrador reluciente y, detrás, infinidad de estantes con mercaderías de lo más variadas. Los paisanos, de pie y apoyados en el mostrador de bebidas, conversaban en susurros, sólo interrumpidos por la voz del dueño que iba solicitando el listado de las compras. Al fondo, derrumbados en una mesa, se hallaban Paulino y su hermano extendiendo la jornada con algunas copitas de ginebra. Paulino le hizo un gesto de saludo, pero que no guardaba intención de convite. Feliciano pidió una gaseosa con Gin y se acomodó junto a un viejo que bebía solo. El viejo, como es costumbre en los pueblos, lo saludó quitándose el sombrero y dijo:
- ¿Usted es el que está averiguando cosas?
- ¿Y usted, cómo sabe? -contestó a sabiendas de que mostraba las cartas del juego.
- Aquí se sabe todo, amigo -replicó sin mirarlo, con tono intimista.
Feliciano se acercó al oído del viejo y le preguntó en voz muy baja:
- Hable, hombre, qué me puede decir.
- Que pierde el tiempo con esos rastreadores. Si no se lo dijeron al comisionado, menos se lo van a decir a un extraño. Se han juramentado para guardar el secreto.
- ¿Qué se murmura en el pueblo?
- Que las pisadas eran largas y profundas, y que la osamenta que han enterrado no está completa.
- Pero… ¿de dónde venían, a dónde iban? Para algo son rastreadores…
- Es gente muy desconfiada.
- ¿Y el cuerpo?
- El esqueleto, querrá decir. Estaba irreconocible, no destrozado ni desgarrado, más bien… desarticulado -e hizo gestos firmes que traducían sus palabras.
- ¿Y por qué no lo desentierran y analizan la causa de su muerte?
El viejo se tomó todo el tiempo del mundo para contestar. Luego lo hizo mirando a su alrededor, temeroso de que alguien lo escuchara.
- La gente de lugar asegura que a la noche suceden cosas extrañas, como si ese finado emitiera luces desde su túmulo. Por eso nadie habla, y menos los dos hermanos que fueron los únicos que tuvieron contacto con el finado.
- Oiga, don, no me venga con esos cuentos de difuntos. Yo no creo un pito en apariciones -dijo Feliciano ofuscado ante la irracionalidad de las palabras del viejo. Un mutismo cargoso se produjo entre ellos, pero el otro con una sonrisa socarrona le largó un desafío imprevisto:
- Recorra el campo, todos conocen el lugar de las luces malas. Ande con cuidado, no sea cosa que, después, tengamos que ir a buscarlo a usted también…
Feliciano bebió el último trago sin decir nada, saludó con una breve inclinación de cabeza y salió como huyendo de la pulpería. Los dos hermanos rastreadores seguían sentados en el fondo y se incomodaron al ver esa salida tan apresurada.
A mí no me van a joder, se dijo ofuscado Feliciano.
Ya en la calle se dio cuenta de que en ese pueblo, él era un perfecto extraño, y que necesitaría ayuda para llevar a cabo la búsqueda. Enfiló hacia una capilla que enarbolaba una cruz frágil sobre su techo de paja. Encontró al cura rezando su breviario y no tuvo que esperar mucho para que le prestara atención.
- Dios lo bendiga, ¿qué hace un hombre de ciudad por estos pagos tan distantes de la civilización? -dijo el cura sin levantar la mirada de su rezo.
A Feliciano le gustó el tono bonachón del saludo, el humor que trasuntaba. Era un cura de pueblo, la imagen de don Camilo, del italiano Guareschi.
- Es que uno viene aquí como quien viaja a Japón, a orientarse un poco. -y sonrieron los dos en una tarde que ya se iba.
- ¿Sabe algo del geólogo perdido, padre?
- Hace un tiempito le recé una misa, pero sin cuerpo presente.
- Me dicen que los paisanos ven luces raras en su sepultura.
- ¿Usted cree? -y lo miró con los lentes bajos y una sonrisa que decía todo-. A mí, lo que me llama la atención, son las últimas palabras escritas en su diario acerca de las “pisadas raras”, y el silencio de los rastreadores; usted ya sabrá que se han juramentado para no decir nada.
Charlaron un rato más y, a causa de la insistencia de Feliciano en llegarse al lugar del que todos hablaban, el cura finalmente le indicó el rumbo.
- Vaya con la fresca mañana, hoy duerma tranquilo -aconsejó el cura despidiéndose.
Antes de que saliera el sol, Feliciano se puso en camino hacia el lugar en que, supuestamente, se habría perdido el geólogo. Si bien al principio descreía de las barbaridades oídas, a medida que iba subiendo y descendiendo cañadones, una mortificante duda hizo presa de él. Observaba todo con mucha atención y cuidado. De vez en cuando se daba vuelta para asegurarse de que nadie lo seguía. Su sombra se dibujaba vacilante cuando el sol ya atormentaba, así que puso su energía en buscar reparo. No fue fácil encontrar un chañar que le prodigara un mínimo refugio de frescura; por fin lo vio a lo lejos amarrado a una tierra estéril en medio de jarillas brotadas de la nada. Se sentó algo fatigado, preocupado e intranquilo. Para distraerse trató de recordar letras de canciones, pero nada le restituía la seguridad perdida.
Recostado en la arena, fue entrando en un sueño liviano. Cuando despertó, aparentemente todo seguía como antes, salvo un viento susurrante que se delizaba silbando entre las ramas del chañar. Feliciano se incorporó con premura y echó una mirada en derredor, pues le pareció estar viendo pisadas que antes no detectara. Pisadas largas y profundas…
El colectivo hacia Roca paró en Cerro Policía y ascendieron varios paisanos. Uno de ellos, de nombre Paulino, vestido con bombachas y ancha faja, saludó ceremoniosamente al chofer y fue a sentarse en primera fila. Una vez que el micro se puso en movimiento, estiró el cuerpo y con un tono intimista les dijo al que manejaba:
- Oiga, maestro, ¿sabe algo del caso del visitante que anduvo husmenado por aquí?
- Lo mismo que todos -contestó el chofer- es como si se lo hubiese tragado la tierra.
Una vieja emisora a transistores sonaba desde la parte trasera del colectivo y los paisanos seguían subiendo parada tras parada.
Paulino, mientras tanto, disfrutaba del viaje.
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viernes, 9 de abril de 2010
en 16:18Por Siempre - Duarte
POR SIEMPRE
Nada puede derrumbarme Ni cientos de otoños a tus pies Ciprés valiente te veo Como antaño supiste ser. Contra el viento y el invierno Dureza al afrontar El cruel clima de la vida Que te quita antes que dar. | Tus raíces profundas Se agarran al mundo nativo Del cual solo seremos Un puñado de arena al pasar. Nuestras miradas sostienen El tiempo que puede ser Sereno cuidador secreto Del bosque por siempre seré. |
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lunes, 22 de marzo de 2010
en 17:0444 Magnum
44 MAGNUM
Por fin lo tenía conmigo...!!!
Meses de sacrificio para juntar peso a peso el montón de plata que pagué por él.
Y aún más terrible la espera tensa y frustrante hasta que llegaron los benditos papeles que me habilitaban formalmente a sentirme su dueño y usarlo a mi arbitrio y responsabilidad.
Al fin sentía en mi cuerpo el abrazo de la sobaquera y el peso inquietante de mi nuevo, poderoso e intimidante amigo: el 44 Mágnum. El sueño de todo “fierrero”. El revólver mas potente del universo.
Las ansias de probarlo, la sensación de poder y el saberme envidiado por más de uno, inflamaba mi ego y sentía como si hubiera crecido algunos centímetros... y hoy era el día señalado... hoy lo usaría por primera vez.
Mientras aguardaba, convenientemente resguardado, venían a mi memoria, agitando aún más la adrenalina, relatos escuchados en rueda de cazadores, allí donde al borde de una parrilla y al impulso del vino, a medida que avanza la charla crecen cada vez más las medidas y pesos de las piezas abatidas y la potencia brutal de las armas.
Allí se comentaba con admiración especial un esquivo trofeo, lo grande de su tamaño, sus defensas imponentes talladas por mil embates en la lucha diaria. La subsistencia lo había llenado de cicatrices. Los caminos recorridos le daban una respetable experiencia.
Nadie había logrado todavía vencer su astucia y su coraje. Su fama, irremediablemente, lo llevaría a la muerte, y la legendaria cacería alimentaría las trasnochadas sobremesas de los viernes o las ahumadas madrugadas de campamento. Yo soñaba con hacerlo.
La lluvia, tenue e intermitente, formaba lagunitas a mis pies que reflejaban las luces del atardecer como cristales brillantes que se desvanecían y volvían a formarse al impulso de la brisa.
Mientras aguardaba anhelante sentía a mi alrededor los tenues sonidos del entorno. El aroma de la tierra mojada entremezclado con la fragancia de las plantas que me rodeaban y repasaba una y mil veces la estrategia a emplear y la impaciencia que me carcomía hacia que acariciara, inconscientemente, la culata de mi arma.
Cuando ya había perdido la noción del tiempo y sintiendo mi cuerpo dolorido por la tensión y la espera... Llegó.
Lo vi acercarse despacio, desconfiado, poderoso y bestial.
Su inmensa figura resaltaba con la última luz del día que lo iluminaba desde atrás.
Sus defensas descomunales y brillantes generaban reflejos restallantes.
Y su color...
Imposible describir su color, mezcla de cien matices diferentes.
Lentamente se fue acercando, como con desconfianza y guiñando los ojos amarillentos.
Me invadió su aroma penetrante de cuerpo caliente y en vibrante tensión; dispuesto a salir disparado nuevamente.
Y... por fin... estuvo a mi alcance...
Abandoné entonces mi refugio de la plaza y con un poderoso envión subí al ultimo escalón del viejo colectivo y pedí un boleto hasta el polígono del Tiro Federal.
Rubén Miguel Mir, Marzo 2010
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miércoles, 17 de marzo de 2010
en 14:38Celos – Sergio Roda
CELOS
El joven se volvió sombra entre las sombras, cuando vio que ella salía de su casa. La siguió decidido a todo sin ser advertido, hasta que finalmente llegaron a la intersección de su angustia. Alguien con una gabardina color arena la esperaba. Cuando lo vio se acercó sonriente y besó sus mejillas, tomándole ambas manos con cariño. La felicidad que irradiaban hizo que se volviera inestable. Sintió que su corazón drenaba cada gota de sangre hasta quedar convertido en una pasa. “Ajeno es todo lo que deseamos”. ¡Cuánta verdad había en esa frase! Está bien, él tenía la culpa por esperar tanto tiempo. Ahora dejaría de ser un imbécil. No permitiría que alguien más le quitara esa oportunidad.
Agazapado detrás de un puesto de revistas a sólo seis metros, y vigilando todos sus movimientos, esperó paciente. Fue un tiempo breve, pero el suficiente para que sus uñas quedaran melladas. Se contuvo de encender un cigarrillo para que el aroma no delatara su presencia. La espera llegó a su fin cuando la pareja caminó despacio hasta un pequeño restaurante. El mozo los ubicó en una mesa cercana a la vidriera y recibió el pedido. A veces se tomaban de las manos; otras, ella lo miraba con dulzura acomodando sus cabellos. Ese fue el pulsador que activó sus celos.
Su rostro se enrojeció de furia. Sin pensar rompió con su puño el escaparate de una zapatería; los vidrios delataron su presencia y comenzaron sus aullidos nocturnos al instante. La sangre brotaba en abundancia de sus nudillos pero la ignoró. La alarma activada era un cuchillo cortando una rebanada de silencio. La policía, atraída por el intenso alboroto, no tardaría en patrullar el lugar. Se agachó con un movimiento sigiloso, apresurándose a tomar lo necesario antes de correr protegido con el manto oscuro que lo beneficiaba. Camuflado detrás de un árbol, vio desde la vereda contraria a la mujer que rozaba la mano de su acompañante. La rabia hizo que el objeto extraído de aquel negocio provocara una profunda herida en su mano. No sentiría el dolor hasta más tarde, cuando su destino ya estuviese marcado.
Dos horas después salían y se dispuso a continuar jugando a los detectives, ayudado por el cielo que había cerrado los millones de ojos para no ser testigo de sus actos. Consiguió seguirlos dos cuadras antes de exaltarse. Cuando el hombre de la gabardina rodeó la cintura de su pareja, el enamorado se arrojó como un salvaje sobre él; cortándole el cuello y descargando puñaladas en varias partes de su cuerpo. La embestida sorpresiva menguó cualquier intento de defensa. El frenesí únicamente se detuvo cuando los gritos quedaron ahogados por el silencio. La víctima se desplomó como un espantapájaros.
Escapó arrepentido, pero a la vez una alegría lo embargó cuando un pensamiento picoteó su cabeza para anidar allí: Ella era libre... y ahora él tenía una ocasión más para conquistarla. Corrió algunos metros y volvió la mirada. No pudo evitarlo, su instinto lo obligó a hacerlo. Un hombre sostenía el cuerpo contra su pecho. Sus gritos pidiendo ayuda, roncos por la desesperación, atrajeron a un grupo de personas. Alguien manteniendo la calma hizo una llamada desde su propio teléfono. Fue testigo de los últimos espasmos y de un detalle que tardó en comprender. Una pierna asomó por debajo del abrigo. La pierna de una mujer... una mujer aún con esa gabardina color arena, ahora manchada de sangre, sobre los hombros.
Consciente de los hechos que ocurrieron, aunque su mente se negaba a aceptarlos, volvió...
Primero muy despacio; pronto apresuró el ritmo de sus pasos, sincronizándolos con sus acelerados latidos. Se detuvo y observó más cerca el cuerpo. Pensó, “No. No es ella, por suerte no es ella... ésta mujer es pelirroja”. Pero su instinto la reconoció con una sublime angustia. Sí, era; y no se había teñido sus cabellos dorados. Advirtió la sangre que manaba de las heridas. Las lágrimas impidieron su visión algunos segundos y al enjugarlas con el dorso de la mano dejó sobre su cara, un acentuado rastro rojizo.
La muchedumbre habitual, que jamás falta en un accidente, ya había concurrido al lugar para sentirse importante y tener algo que contar durante la semana. “Mirá la apuñalaron”, dijo una mujer con varios kilos de más. “¿Está muerta?”... “Creo que sí”... era el diálogo que mantenían dos jóvenes con aretes y pelo largo de color verde. Uno de ellos tenía tatuada la cruz svástica en la base del cuello. Lo vigilaba de cerca un hombre disfrazado de payaso. Su sonrisa melancólica, pintada no sólo en su exterior, expresaba una inconmensurable angustia; aunque sus pensamientos y pesares eran ajenos a la escena. La gente proseguía concentrándose en torno a la mujer herida. Un grupo de niños andrajosos se acercó cauteloso; para ver mejor se adelantaron a empujones con dificultad.
Y continuaban acercándose al cuerpo. Algunos para curiosear; otros expresando un profundo y sincero dolor por el destino que había hallado esa joven que ni siquiera conocían. Se sentía como hipnotizado. Sin entender lo ocurrido se agachó, todavía empuñando el agudo trozo triangular de vidrio, que había conseguido unos minutos antes. Todos depositaban su atención en los trágicos hechos. Un hombre quiso acercarse pero se arrepintió y desvió su camino, reanudando la ansiada búsqueda de un trago que pudiese salvar su vida. Nadie advertía la presencia, observándolo todo desde la otra calle; un anciano sonriendo con cinismo, oculto en las sombras formadas por la antigua sotana que vestía.
El joven no podía retener el llanto; permanecía en un mutismo anormal. Su rival, el hombre que lo incitó a cometer esa injusticia, levantó los ojos para emitir una plegaria... y sus miradas se encontraron frente a la verdad, actuando de intermediaria. Vio la sangre en su cara... en sus manos... mientras escuchaba sirenas en la lejanía. Vio el arma con la cual habían arrebatado de su vida a la mujer que más apreciaba en el mundo. Siempre lo había protegido y ahora, cuando necesitó su ayuda, no pudo hacer nada para evitar que le hicieran daño.
Las sirenas ya podían palparse. Llegó la ambulancia y un par de enfermeros bajaron desplegando una camilla. Luego de revisarla se miraron entre ellos negando con la cabeza. Tres policías hacían preguntas a los curiosos, para identificar al agresor.
El hombre que no se apartaba de ella, venció la angustia que tenía atravesada en la garganta y pudo regalarle a su oponente un grito envuelto en lágrimas.
- ¡Él! –Dijo señalándolo– ¡Él la mató! ¡El maldito la mató! ¡Él, mató a mi hermana!
SERGIO J. RODA
Extraído de “El Extraño Viejo de la Noche”
ISBN: 10:987-05-0674-7
DATOS DEL AUTORNombre y apellido: Sergio J. Roda
Seudónimo: Martín Nigromante.
Provincia: Río Negro
Ciudad: Cipolletti.
Blog´s:
www.elreinodenigromante.blogspot.com
www.oasisdetoth.blogspot.com
E-mail:
culturalescritor@gmail.com
Currículum:
http://www.redescritoresespa.com/R/rodaS.htm
www.emagister.com.
http://grupos.emagister.com/literatura_fantastica_y_de_terror/15150
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jueves, 11 de marzo de 2010
en 23:23DESCRIPCIÓN - Torres
DESCRIPCIÓN
Hay un hombre en la cabecera de la pista…
Ayudará saber que se traga el aire que viene del mar enfermo de sal…
da la espalda al conjunto de edificios que gobiernan el paisaje…
Hay hombres en ese conjunto de edificios que miran al hombre parado sobre la cabecera de su pista…
el hombre confluye desde una multitud de puntos apostados en las colinas…nódulos de prosperidad en la campiña… ¿el punto mas importante de todos…? el que esta sobre la cabecera de la pista 3. tres 6. seis. 0. cero…
TRASCRIPCIÓN
Estoy en la cabecera tres seis cero en un punto que conecta los nodos que pueblan las colinas… Lejos de los edificios los hombres miran… miran hacia aquí… la pista es larga pero también ancha… llegué hace unas horas… cruce la ruta y camine pasando por una serie de puntos que se conectan entre si a través de mis pasos… luego apareció la sed… mas tarde (pero tan solo unos segundos mas tarde) camine hasta la cabecera de la pista 360…
¿Es lógico suponer que hay un punto en uno ocho cero? Si!!! es lógico suponerlo… Entonces he de razonar del siguiente modo desde aquí este punto neural de la felicidad:
Supongamos ahora que formulamos una pregunta como posibilidad combinando los atributos dicotómicos que la presente situación sugiere: HAY OTRO EN 180 grados parado sobre un punto neurálgico de la sucesión de nódulos…
Puedo pensar que esa presencia no es obra del azar sino de la necesidad… que esta ahí, justo en frente de mi… puesto que soy el ocupante del primer punto neural de la sucesión, para traer compensación, para armonizar el sistema… El es el eje del extremo unoochocero y en tanto que yo soy el eje del treseiscero…
VARIACIÓN:
Las nubes comienzan a llegar desde el mar cubriendo de sombras las colinas arenosas salpicadas de pompas verde oscuro…
Hay otro hombre en la cabecera de la pista… en el otro extremo… luce una camisa negra con vivos rojos y cree estar ocupando un lugar importante en la larga serie que forman los nodos de la prosperidad… el piensa que ese punto encima del cual se para representa una interjección neural de la prosperidad… un ahhhh!!! De la prosperidad. La unión de las líneas silenciosas que pasan a través del desierto por los puntos ciegos asimilados en la colina que se juntan en la interjección del AHHHHHH!!!...
TRANSLITERACIÓN:
“Representar los signos de un sistema de escritura mediante los signos de otro…”
Si… hay uno sujeto alto en la tres seis cero y uno mas bajo en uno ocho cero… un cielo lleno de nubes oscuras y debajo el desierto articulado de arena y polvo de antiguas estrellas muertas… Entonces hay un sujeto en uno de los extremos que especula con la posibilidad de un sistema de ambiguación negativa… el cree estar en condiciones de producir sus propios pensamientos… su propia contemplación critica y refleja… además están las personas de los edificios…
ZOOM ÓPTICO DEL CONGLOMERADO
¿¿¿Mi nombre??? Soy Mónica empleada del bar… detesto a la gente que se para en las cabeceras de la pista y se quedan allí creyéndole antenas… siempre dicen lo mismo que son referencias insalvables de la prosperidad… líneas que unen puntos de igual prosperidad. Ellos dicen que sobre las cabeceras se posan puntos de gran intensidad… en donde hay interjecciones… yo creo que están locos y que tan solo son una molestia para las autoridades del aeropuerto…
Mi nombre es Aureliana… y trabajo en el aeropuerto desde 2016… mas o menos… no recuerdo bien ahora… ellos son dementes y mas molestos que las palomas o los megaroedores… no se porque no los liquidan…
ADAPTACIÓN
Puedo ver al sujeto e incluso puedo ver a Mónica hablar del sujeto… puedo ver sus interrelaciones en forma de grafo… SUJETO---MONICA---CONGLOMERADO---PISTA---CABECERA UNOCHOCERO---YO
Una simple articulación semántica… una red de sentidos… hiponimica, hiperonómica, meronímica… un conjunto de acciones lingüístico-narrativas o de elementos relacionados semánticamente mediante alguna relación de significado… No mas que eso…
CONTRAPOSICIÓN
Hay conjuntos V o de vértices del sistema formados en general por n elementos… los hay… se que los hay… esquemas de redes semánticas cruzándonos con sus lineas difusas… menoscabando nuestras entrañas a fuerza de trayectos y vectores… estructuras de testimonios en forma de nodos de prosperidad unidas por arcos que representan las relaciones entre los nódulos y entre los sujetos que se paran sobre los puntos álgidos del sistema… los sujetos neurálgicos… Se que los hay…
Y estas tu lector.
Que dispones de un conjunto de procedimientos de inferencia para operar sobre esta estructura que tienes entre tus manos llenas de caprichos semánticos….
Se que estas ahí lector eres el sujeto cree leer… no mas que otro nodo… un nodo dinámico que intenta darnos vida… un buscador de trayectos sobre como atravesar los puentes de Koningsberg…
La pista esta vacía hace horas que nadie se mueve que nadie habla… el hombre más alto piensa que debería hablarle al de traje negro y rojo. No hay aviones ni pájaros ni moscas ni abejorros en el aire… solo un tedioso conjunto de nubes densas y negras que creen invadir el desierto… los edificios de Mónica y Aureliana aumentan su temperatura, las trayectorias, compuestas de líneas punteadas, obstinadas, unen toda clase de puntos…
No hay nada real, salvo la sucesión de nódulos de la prosperidad y una lata de leche condensada en el segundo estante de un depósito del bar donde trabaja Mónica… la realidad.
¡¡¡Hay quienes quieren historias reales!!! Sin embargo
Una narración no es mas que un conjunto de signos combinados en función de unas cuantas reglas discretas… nodos de la prosperidad que buscan hombres para transformarlos en ejes de las líneas…
¿Quien quiere historias reales Libre de artificios……?
Toda vez que Artificio. (Del lat. artificĭum). Es decir en su primera acepción Arte, primor, ingenio o habilidad con que está hecho algo. En la segunda… Predominio de la elaboración artística sobre la naturalidad. En la tercera artefacto (ǁ máquina, aparato). || y finalmente Disimulo, cautela, doblez.
RESURRECCIÓN
Soy un hombre débil, pienso, que debe cavilar a cada instante sobre su condición sin haber logrado que el artefacto que me narra se emancipe de su propio YO… somos artefactos esperando que las líneas de igual prosperidad emerjan…
Si, digo yo, y también pienso, ARS FACTUS… eso debemos ser la “res cogitans” pendientes de las trayectorias y que la realidad se construya a si misma…
22:23 hs. La pista esta despejada.
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lunes, 8 de marzo de 2010
en 0:10Silvia Clemente – Ronquillo y Valeria
El Bolsón – Río Negro
Últimos libros editados
Ronquillo, el dragón
Esta es la historia de un dragón que vivía en un pueblito de montaña. Tenía una particularidad, roncar..., entre otras, pero el ronquido de un dragón no es fácil de ignorar por lo tanto en este libro sabremos por las peripecias que pasan Ronquillo y sus vecinos.
Es un poema escrito con letra cursiva de maestra.
Valeria, la duendecita de la Feria
Esta es la historia de Valeria y su amigo Tintín, un par de duendes que viven en el Cerro Amigo y disfrutan yendo a pasear a la Feria Regional, donde comen, juegan y hacen travesuras... Pero un día se encuentra con un gran problema y entre los seres mágicos y los humanos le darán solución.
Los dos libros son para leer y pintar
- Vale, Vale, despertate que vamos a llegar tarde… -decía Tintín mientras sacudía suavemente a su amiga tratando de despertarla.
- Sí, sí, ya me levanto -dijo mientras se estiraba y empujaba a un costado a un caracol que dormía profundamente dentro de su caparazón.
- Te dije Vale que hoy es un día muy especial, que llegan los payasos y los equilibristas en tela…
- ¡Sí, qué bueno!
El enorme tronco de coihue ahuecado ya hace muchísimos años, servía de casa a un par de duendes, por suerte estaba medio cubierto por la rosa mosqueta llena de flores y espinas impidiendo que visitas indiscretas los descubrieran.
Bajaron al pueblo correteando entre las picadas que descendían del Cerro Amigo.
Llegaron a la plaza donde se arma la Feria Regional y fueron directamente al puesto de Doña María quien siempre les dejaba un vasito con miel.
Luego salieron a recorrer la Feria mientras esperaban la llegada de los payasos.
Transitar entre los puestos no era tarea fácil en época de turismo pero la tentación de ver las piedras brillantes y de mil colores los atraía irresistiblemente.
- Vení Tintín a bailar conmigo, es muy divertido. "La lará, la gente viene y va"
- "Le leré, cuidado con los pies"
- "La ralá, qué risa que me da"
- "Le relé… ¡Cuidado no te ven!"
- ¡Divertite Tintín!
- ¿Qué te parece si vamos al puesto de los duendes?, ¡¡vamos apurate!!
Y salieron corriendo entre la multitud hasta llegar al lugar donde venden duendes, gnomos y hadas de todo tipo. Treparon rápidamente al puesto y se ubicaron entre las figuras mimetizándose con ellas.
- Mirá Tintín qué bonita ésa, se parece a mí, ¿viste?
- Shhh… callate Vale que ahí viene una turista. ¿La asustamos?
- Ji,ji,ji… no aguanto la risa
- Silencio… que te escuchará…
- Ahí viene, ahí viene...
- Dale… ¡Ahora!
- ¡Buuuuuuu!!!!!
Aparecieron saltando y agitando los brazos entre las estatuitas...
- ¡Qué susto se pegó! ¡Ja, ja, ja!
- Pero ves Tintín, después los humanos dicen que somos traviesos...
- ¡Y tienen razón! ¡Pobre señora... jamás hubiera imaginado que el duende se movería!
- Uh... mirá... le quebraste una oreja... pobrecito... -dijo Valeria besando cariñosamente al duendecito de cerámica..."
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domingo, 7 de marzo de 2010
en 22:25El Debut - Gandulfo
El Debut
Estéban Gandulfo
Las Golondrinas – Lago Puelo – Chubut
Eran otras épocas, no como ahora en que todos los pibes saben de sexo como para aprobar un doctorado. ¡Y las pendejas! Ni hablar.
Yo era muy boludo. No, gracias, no creo que fuera tanto un problema generacional. Yo estaba especialmente atrasado. Todos mentían, por supuesto, hasta un momento en que la embocaban en serio, y dejaban de mentir.
A veces te contaban las cosas con tantos detalles que vos te decías, no, este tipo no puede estar macaneando. Cuando los del equipo fueron a correr en el Panamericano, Panamá creo que fue, volvían con unas historias que te sentaban de culo: dos minas con un tipo, ahora vamos de a cuatro, y de premio el que acaba más veces sin sacarla no paga… Se ve que allí el tema de los quilombos estaba bien organizado y las putas se daban un banquetazo con los deportistas recién llegados, con las pelotas que le reventaban de hormonas.
Yo mentía, por supuesto… sí, en el barrio hay una piba que se deja con todos, y bueno, yo también le doy… pero mentira, por poco yo ni sabía por donde se le arrimaba al agujerito. No, si yo ya era grandecito. Trabajaba de cadete en una agencia de publicidad, que llevas un original, traés un cheque, buscas la pauta… trabajo de cadete, pasar taxi y viajar en colectivo o darle a pata. Entró una dibujante, Ana María se llamaba la guacha. Se llama, debe seguir viviendo. Un poco más grande que yo.
Súper callada, tímida diría. El tema era que formábamos una pareja casi obligada. Ninguno de los dos tenía novio, y éramos los más pibes del grupo. Yo me sentía como un sapo torpe, feo y pelotudazo. Ahora veo las fotos y digo ¡pero si tenía una facha de matar! Pero las cosas son así, no son como son sino como las sentís.
Ana María estaba bastante bien. Buenas tetas sobre todo. ¿Querés creer que yo todavía no le había metido mano a una teta? Para colmo era la época de los corpiños súper-armados, reduros. Vos sabías que la mina tenía mucha teta, pero de la calidad ni hablar.
Podía ser un flancito delicioso, o podía ser una operada de mamas que el carpintero del barrio, fabricante de baleros, le había hecho un parcito de madera balsa para que no le pesen mucho.
Ana María tenía tetas grandes, y antes de palparlas al desnudo, vos podías tener la esperanza de que fueran suaves, blandas y tersas. Buena figura, mala sonrisa, de esos que se tapan la boca cuando sonríen, ocultando una ventana o dientes marrones. A Ana María yo la espié un tiempo, porque no iba a planear nada con una mina con un buraco en la boca o dientes marrones. El problema era que, simplemente, la sonrisa no era linda. O mejor dicho, tenía una carita que daba mejor seria que sonriendo, y como ella también debía tener su mambo, se tapaba la boca cuando sonreía. Decile al gallego que traiga otra cerveza, bien fría que esta ya está caliente.
¿Ves?, en eso los brasileros son capos, tienen unos termitos que meten la botella, perdón, la garrafa adentro, y la podés estirar media hora, una horita, y vas tomando cerveza siempre fría. No Ana María no era brasilera, bestia, estoy hablando de la temperatura de la cerveza. El plan mío, porque tenía un plan, no es que fuera ingenuo, sino que era retorcido, complicado y torpe. Yo te conté que de chicos íbamos siempre a remar.
Y de adolescentes le seguimos dando. El hecho es que de tanto andar curioseando habíamos descubierto una casillita a la que nunca iba nadie, y nos metíamos a boludear.
No me acuerdo bien si era en el Abra Vieja o en el Pajarito… ¡Alzeimer tu hermana! Pelotudo, ¿No ves que pasaron como cincuenta años? Aparte ¿Qué tiene que ver el nombre del río? Yo te estoy haciendo un análisis cultural acerca de la adolescencia y el sexo y vos te detenés en pendejadas que no hacen ni a la historia ni a los conceptos… ¿Por donde iba? Bueno, el plan era que yo me la llevaba al río, como decía Federico, que antes sí leíamos poesía, y la recitábamos, y no como ahora que leen nada más que mensajitos, y en medio de una romántica soledad, yo hacía mi debut con Ana María, sin que ella advirtiera mi inexperiencia. Era un feriado nuestro, el día de la publicidad, y ella había aceptado la invitación para ir a remar, aunque nunca lo había hecho.
Las complicaciones venían de entrada: Porque ella vivía en la zona Sur, yo en el Oeste, y teníamos que ir al Norte. No, ni auto ni moto. Nada. ¡Eran otras épocas! ¿O vos tenías auto a los diecisiete? Nos encontramos en determinado punto y de allí en tren, que en aquel entonces se podía tomar el tren a Tigre.
El comienzo fue divertido, porque todo el mundo iba a laburar, y nosotros como unos bacanes salíamos de farra. El tiempo no estaba demasiado cómplice con las actividades planeadas. Otoño, supongo, no me acuerdo bien. Problema número uno: Como yo era socio cadete en el club, no podía sacar invitados, así que Ana María tendría que abordar el bote de contrabando.
La dejé en un muelle de las inmediaciones, esperame que ya vengo, fui al club a los repedos me cambié de ropa y saqué lo que se llama un par de paseo. Un botecito chico y finito, con un punto que rema en un carrito mirando para atrás, y el otro sentadito enfrentándolo, mirando para adelante, y con un par de soguitas manejando el timón, que como yo no tenía timonel en ese viaje, ni había calzado el timón. Ya en el agua, tenía que remar hasta donde estaba Ana María, sin que me junara desde la rampa el ñato del club, que sinó me daba la cana.
El rio estaba desierto, una colectiva bien lejos, una chata cargando sauces pop pop pop acercándose de a poco, agua tranquila. Solamente el arrime por la escalera del muelle delató que Ana María no tenía la menor experiencia náutica. De esos que te escoran el bote solamente con el cagazo. Bueno, con ella a bordo empecé a pegarle despacito hacia boca del rio, como para que la chica se fuera acostumbrando y ganando confianza.
Pero el rio estuvo tranquilo no más de diez minutos. Empezó a soplar la clásica sudestada: Se achataron las nubes, bajó la temperatura y empezó a venir aire fuerte del sudeste. Esa fue mi primera oportunidad perdida. Tendría que haber dicho: Bueno, ya conociste lo que es esto. Como se pone feo mejor nos vamos al cine. Con lo que habría evitado todas las desgracias subsecuentes ¿No te digo que era muy boludo? Bueno, sobre la actualidad no emito opinión, estoy hablando del pasado.
Seguí remando y en menos de media hora estaba en la boca del arroyo, ya te dije el Abra Vieja o el Pajarito. Y ahí empezó a llover. Dentro de mi cadena de imprevisiones no le había dicho, traé ropa para cambiarte, así que ambos empezamos a mojarnos, yo con mi pantaloncito y remera y la ropa en el bolso, y ella con lo único que traía puesto. Por suerte la casillita estaba ahí cerca y llegamos enseguida. Eso sí, desembarcar otra aventura porque el muellecito era minúsculo, y de esos hechos con sauce verde que brota todo, era como atravesar el monte para salir del bote, lo aseguré con un cabito al muelle y nos metimos dentro de la casilla.
Era una de esas de madera, elevada sobre columnas también de madera, precisamente por las sudestadas como esa que estaba empezando. Chiquita, una mesa, dos sillas, una catrera… Lo primero, prender un cigarrillo, porque yo fumaba… Y, unos cuantos años después. Ella debe seguir fumando, ahora sonrisa marrón garantizada, no, nabo lo digo en joda, ¡Yo que sé! Gallego, haceme un favor, traete un quesito… Prendimos un cigarrillo y yo traté de encaminar la situación: Soledad, río, lluvia sobre el techo, intimidad… Parecía que las cosas se habían vuelto favorables. Pero no. Ana María estaba tiritando y le castañeteaban los dientes. Como yo había remado como un descosido ni me enteré de que había refrescado de lo lindo.
¡Y esa era mi oportunidad! ¿Te das cuenta Tano? Ahí tendría que haberle dicho: Pero no Mamita no tengas frío, sacate la ropa que tenés mojada que yo te caliento toda, y no me interesa que tengas los dientes negros porque yo empiezo chupándote el culo, ¡Que hoy estoy para cualquier cosa! Pero no, yo a mi me habían dado el Master de Pelotudo en Harvard y lo único que se me ocurrio fue darle una remera mía, seca, que tenía en el bolso, para que se pusiera.
Y lo único que hice fue mirar de reojo cuando se cambiaba. No debía haberse mojado mucho porque se dejó el corpiño, y sus tetas seguían siendo una incógnita. Che ¿este queso está bueno? Tiene gusto a papa hervida… Gallego, por favor, traete un salame, con gusto a salame de ser posible… ¿querés? ¿Dónde andaba? No comer, no me acuerdo…
Aunque yo debía de haber llevado algo, porque fui morfón toda la vida. Ponele que llevé un pancito, o algunas galletas, o un salamito, mejor que éste, y para que sea medio simbólico para la situación. Digo, la cosa fálica que puede tener un salamín. Imaginate la escena: Joven pareja en una cabaña, por la ventana se ve un juncal, comiendo pan y salame y mirándose lujuriosamente a los ojos. Bergman: Un poroto. ¿Te acordás? El tipo hacía una película inocente y un ejército de críticos argentinos encontraba una tonelada de símbolos que dejaba al mismo Bergman rascándose la cabeza. Antonioni, ni hablar.
Yo me la imagino más onda neorrealismo, porque esa casillita era bastante miserable. Tipo Rocco y sus Hermanos, en que Alain Delon ¿O era Renato Salvatori? no se podía lavar la cara porque se le había congelado el agua de la palangana. No ahí ni baño había, literalmente: Los yuyos. Bueno…
¡Esperá un segundo! Claro, terminamos en la cama. Vestidos por el momento, y yo, dentro de mi boludez, me animé y le saqué el corpiño. Las tetas, al tacto, eran bastante buenas. Tetas generosas, suaves, maternas. Estaba medio como para quedarse a dormir un rato, pero no, las hormonas y el amor propio hacían lo suyo, y era cuestión de arremeter. Pero no pude: Ana María me dijo que estaba muerta de frío, no pareció que estuviera mintiendo.
Hasta yo mismo empecé a sentir la baja temperatura. Esa fue la segunda oportunidad de cancelar el ataque y emprender la retirada. Pero no, además de pelotudo, cabezón. Me dije, vamos a calentar el ambiente. Había una de esas estufas rusas: Un tacho de metal con una puerta para alimentarlo y un tiraje hacia arriba.
El problema es que no había leña a la vista, así que tuve que salir. Al bajar pude ver que el repunte, porque le llaman así cuando el agua sube con la sudestada, venía a los piques. Encontré unos tronquitos y me metí en la casilla a encender el fuego.
No te cuento el laburo que me costó porque sinó se nos va la tarde, primero que no encendía, después que parecía un ahumadero de arenques y al final, la rusa encendió de lo lindo. Pero la cama estaba medio lejos de la estufa, así que nos levantamos y pusimos el colchón a una distancia prudencial de la estufa, como para que nos diera calor.
Ahí traté de montarme a Ana María, pero yo era como la luna ¿viste? La mitad helada y la mitad que quema. Si vos mirabas para la rusa, nos veías a los dos de perfil, como los egipcios, y la mitad del lado de allá que se achicharraba, y la mitad del lado de acá: congelada. Hice un par de pruebas: misionero, perrito, pero no hubo caso, no la embocaba.
Mejor dicho, promediando una de las posiciones perdí el equilibrio y en mi inconciencia me apoyé en la rusa: Un bife de chorizo me quedó la mano. Un olor asqueroso y un dolor que ni te cuento: agua, aceite, de todo le metimos a la mano, y tenía que volver remando: figurate que diversión la mía. No te voy a aburrir a vos ni hacer sufrir a mí, porque me acuerdo y todavía me duele. El tema es que decidimos volver, manoteamos nuestras pertenencias y subimos al bote, que para ese entonces ya se había elevado casi al nivel de la casilla.
No me preguntes como hice para remar en esas condiciones ¿No te dije Tano que no me preguntaras? La cosa es que volvimos al muelle donde había subido Ana María y ella se bajó y yo seguí al club a devolver el bote y cambiarme… Galleguito ¿no te traés unas aceitunas por favor? Entonces, en el vestuario me avivo que me había olvidado el Lee blanco.
Estaban de moda, eran blue jean que en realidad eran white jean. Unos pantalones caros, muy de moda, andá a saber si no eran importados ¡Verdes! Y unas papitas fritas ya que venís… Así que me tuve que laburar al tipo del vestuario para que me consiguiera unos pantalones, unos tipo buzo de gimnasia me prestó.
Así, todo ridículo y con la mano vendada volví a mi casa. No, no hablábamos casi nada. Ves esa era una virtud de Ana María, hablaba poco, y en una mina, eso vale oro. Digamos, una tetona callada… Al fin de semana me voy a buscar los Lee y estaban hechos mierda, llenos de manchas barrosas, lo peor es que tuve que explicarle a mi vieja, que era quien me lavaba la ropa, y que se esforzaba infructuosamente en volver a dejarlos blancos.
En la escalera los había dejado apoyados, mejor que se los hubiera llevado el río… Y bueno, seguía preocupado, el amor propio ni te cuento, si hasta pensaba si yo no sería medio puto, pero no, los tipos no me atraían, me gustaban las pendejas.
Finalmente debuté, pero fue más adelante, otra vez te cuento porque sinó me voy a quedar sin temas. El problema es que no estaba sistematizada la iniciación. Sin ir más lejos, en Samoa…
Bueno, sí es lejos. En Samoa los veteranos instruyen a los que se inician. Clases prácticas digamos. Entonces los que tienen experiencia, se acuerdan y todavía pueden, les enseñan a los que no saben y quieren como locos, porque los pendejos están que se salen de la vaina en todo el mundo. Si aquí fuera así, a mi me habría agarrado una madurita canchera, y yo no tendría esta cicatriz en la palma de la mano, y de paso, yo ahora podría estar dando clases con alguna potranquita…
¡A tus hijas no las voy a tocar! Quedate tranquilo… A tus nietas en todo caso… ¡Pará! Largá la botella, te imaginás el titular de crónica “Reyerta entre borrachos en el bar del club Brisas del Plata arrojó un herido de arma blanca” si es que una botella de cerveza reventada contra el piso puede considerarse un arma blanca.
Sí Tano, la próxima vez te cuento como pude perder mi virginidad. Ahora, si te acordás, contame las memorias de tu debut. Gallego, otra cervecita… Fría por favor.
Publicado por Enrique Carlos en 22:25 Podes dejar tu cometario, trataremos de contestarte
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