miércoles, 9 de septiembre de 2009

Misterio en el Convento - Ameijeiras



Misterio en el Convento
Cuento corto
Enrique Ameijeiras


Suena el teléfono. Son las tres de la mañana. Llueve torrencialmente. Acostumbrado a llamados en horas intempestivas, alargó el brazo y tomó el tubo.
–¿Hola?
– Carlos? Perdoname la hora, pero recién se fueron a acostar las monjas y no quiero que nadie sepa que te llamé.
– ¿Padre Juan? Que sorpresa. ¿Pasa algo grabe?
– Si, pero no te preocupes, estoy bien. Necesito verte mañana, pasá por el convento. No digas nada a nadie. Vení que te estoy esperando en la sastrería.
Hola. Hola. Padre, ¿Padre? Cortó

Al día siguiente, luego de 6 horas de viaje en tren, el joven padre Marcos llega a la Villa Deseada, Desciende del andén y se sienta en una mesa del buffet de la estación. Había que esperar una hora más para que el destartalado colectivo lo llevara hasta el Convento.
– Una gaseosa, cualquiera y un sandwichito – ordenó al moso. – ¿Hay Teléfono acá?
– Si padre, pase por acá.

El cura tomó su valija de viaje y siguió al grueso hombre dentro del local. Una vez ahí, le señaló un rincón sobre el mostrador donde lucía reluciente un teléfono negro. Sacó una pequeña libreta y con el tubo entre la oreja y el hombro, discó incómodo el teléfono. Al cabo de un largo rato atiende una voz femenina:
– San Pablo, buenos días, habla la hermana Martha.
– Hermana, buenos días, soy el padre Marcos, estoy en la estación y quería avisarle al padre Juan que estaré ahí en una hora más o menos.
– Como no, padre, ya mismo le paso el mensaje.

Cuando salió, la gaseosa y un gran sándwich estaban sobre la mesa. Por la calle pasaban carros con gente ávida de saludar.

Llegó cansado hasta el convento, subió las escalinatas y golpeó la puerta. Se abre y una monja de hábito claro le invita a pasar.

– Bienvenido Padre Marcos, que bueno tenerlo por acá.
– Gracias hermana, es un gusto volver después de tanto tiempo.
– Pase, pase, que el agua está caliente como para un té, debe estar muy cansado después del viaje.
– No tanto, dijo el cura mientras caminaban haciendo retumbar sus pasos por las galerías enceradas, – la verdad es que estoy ansioso por ver al padre Juan.
– Bueno, hagamos una cosa. Usted vaya yendo, ya sabe el camino, está en la sastrería, yo enseguida le llevo algo para comer.
– Gracias hermana, usted siempre tan servicial

Se separaron cada cual por su camino. Él llega hasta una puerta con cristales y golpea con el anillo.
– Adelante, pase por favor. – Respondió una voz desde el interior del oscuro claustro. Abre la puerta rechinante, ingresa y sobre una gran mesa con telas oscuras sobre ella, la sonrisa y el rostro alegre, casi infantil del padre Juan.
– Marquitos, que alegría verte por aquí, y que sorpresa. – Decía exagerando mientras asomaba la cabeza por la abertura de izquierda a derecha para ver que nadie estaba cerca. – Vení muchacho, sentate que tengo algo muy importante que decirte.
Ambos prelados se sentaron muy cerca el uno del otro, como si se estuvieran confesando mutuamente.
– Tengo que decirte que acá están pasando cosas muy raras. Se anda diciendo que el Padre Casimiro no murió de muerte natural.
– Pero como… ¿Le hicieron autopsia?
– No, que va… El superior dijo que aquí no hay Borgias… Eso ya lo había escuchado hace unos años… ¿Sabés a que me refiero?
Si, por supuesto, pero…. ¿Quién y por qué iba a querer eliminar al padre Casimiro?
– Eso es lo que no se, pero te cuento que últimamente se lo veía preocupado, y muy desmejorado. No habló con nadie, pero parecía que él se lo veía venir.
– Bueno, pero usted era muy amigo de mi pad… digo del padre Casimiro
El viejo cura contuvo una risa explosiva, se puso serio de golpe y le espetó.
– Vamos a hablar claro, es muy posible que Casimiro haya sido tu padre, no se, siempre se dijo, pero nunca se comprobó, pero eso no tiene mayor importancia ahora, él te cuidó y guió como un padre.
– Si, es verdad, y por eso siempre me decía que yo tenía que ser algo grande para que se justificara mi nacimiento.
–Marquitos, nunca hablamos de esto. Cuando apareciste aquí, en el convento, apenas tenías horas de nacido. La carta que, supuestamente decía que eras hijo de un cura del convento nunca apareció. Las monjas se encargaron de ocultar todo. Pero sea o no sea tu padre, la verdad es que sos un buen tipo, como él, y como él hubiera querido. Pero no me quiero alejar del tema. Yo te hice venir porque hay cosas que se tapan. Casimiro encontró algo que no debía haber encontrado, yo deduzco que se puede tratar de un libro.
– ¿Un libro?
– Si, un libro diario, una agenda de notas o algo así de Monseñor Consagra.
– Epa, me está hablando de un libro del siglo XIX.
– Si, y a juzgar por lo poco que me comentó el viejo, ahí hablaba de muchas cosas “Non Sanctas” en que estaba metido el santo.
– ¿Me va a decir que el santito del pueblo andaba en cosas raras?
– Bueno, todos tenemos algún cadáver en el ropero. No veo porque no iba a tenerlo el monseñor.
– Pero padre, la calle principal del pueblo lleva su nombre, la Orden lleva su nombre, imagínese si ese libro saliera a la luz…
– Pero no hay nada que diga que ese libro exista. Los detractores del monseñor se murieron todos, ya nadie habla del tema.
– Y ¿qué tiene que ver don Casimiro con todo esto?
– Alguna vez se le escuchó decir que ese libro existía. Como él estaba al frente de los archivos, y del museo, todos especulaban con que había encontrado el material.
– Pero, póngale que si, que lo encontró. ¿Puede ser esa la causa para que lo mataran?
–Hijo, hay cosas que nosotros no sabemos. Hay más papistas que el papa. Y la verdad es que arriba se arman tejidos que ni nos imaginamos.
– Bueno padre, cuando murió Casimiro me llevé todo lo que había en su claustro. Y no encontré nada que me diera una pauta que andaba en cosas raras.
– Lo que si es posible es que haya encontrado ese material, y lejos de él el darlo a conocer, lo tenía aquí, en el convento. Y alguno del Opus lo apretó y se asustó y lo escondió en alguna parte. ¡Ah! Cuando lo encontré tirado en el piso de su escritorio todavía vivía, y en un susurro llegó a decirme una sola palabra.
– ¿Cuál? Dijo el joven expectante.
– ¡Marrón! – Hizo un silencio estirando sus labios y levantando sus cejas.
– ¿Marrón? Y ¿qué quiso decir con eso?
– Posiblemente una pista, un lugar, una cosa, no se. Para eso te hice venir. ¿Estás seguro que nunca te dijo nada de todo esto? - Inquirió el cura.
– No padre, nunca. Pero ya mismo me pongo a investigar. ¿Hay algún lugar que se llame área marrón, una nave de la iglesia, un claustro, alguna parte de la capilla?
– No, pero vamos al depósito. Él vivía allí.

Empezaron a caminar por las amplias galerías, detrás dejaron a la monja con la bandeja con un termo, tasas y bolas de fraile. Ingresaron a un gran salón. Ángeles y santos de yeso les sonreían mansamente.
– Marrón, marrón… repetía el joven sacerdote mientras miraba una y cada una de las imágenes.
– Cuantas cosas que hay por acá. Buen lugar para esconder ese documento. ¿Y todas estas imágenes de dónde salieron? – pregunto Marcos.
– Son reliquias, regalos de otras parroquias, de acá de Argentina y del mundo entero.
–…De todo el mundo… Susurró con el ceño fruncido el joven sacerdote. – Marrón… ¿Hay alguna reliquia de El Líbano?
– ¿De El Líbano? ¿Por qué?
– Solo dígame si hay alguna imagen de El Líbano.
– Si, de la iglesia maronita… Marón…nita. – El viejo esbozó una sonrisa amplia – Yo sabía, yo sabía que vos ibas a descubrir algo. -Decía mientras palmeaba su hombro.
– Bueno, ¿cuál es? ¿Cuál es? - Demanda ansioso el religioso más joven
– Ahí, arriba, esa tremenda imagen de San Marón. El viejo era muy devoto de San Marón, je je.
– Claro, si era descendiente de sirios libaneses. A ver, déme una mano para bajarla, debe pesar una tonelada. ¡A no…! Parece que está hueca.
– Dale muchacho, fijate bien que voy a traer unos mates. Capaz que hoy podemos festejar… ja, ja

Sale el viejo.
Solo, frente al Santo, sus manos acariciaban con veneración la imagen de ese fraile de yeso tan cercano a los afectos de su Padrecito Casimiro.
La recuesta sobre el piso y nota que está hueca. Introduce su mano por un orificio en la base de la reliquia y… Ahí está: un rollo con varios manuscritos antiguos que prestamente son retirados con sumo cuidado. Cae sentado sobre el piso relajándose de tantas tensiones. Se abre la puerta y entra Fray Juan con un mate en la mano y el termo bajo el brazo:
– ¿Encontraste algo? Pregunta ansioso
– Si, padre, me parece que lo encontré – sacudiendo las hojas amarillas como un estandarte.
– Yo sabía, yo sabía – decía el anciano con alegría – Sos un genio, igual que tu padre.
– Bueno don Juan, ya tenemos los manuscritos a salvo, ahora solo falta encontrar al asesino de Casimiro.
– No está muy lejos m´hijo. No está muy lejos. Bueno, Ahora tomate este matecito.

3 comentarios:

Anónimo dijo...

Tiene algo de cuento policial, con investigador y todo. Me hace acordar al padre Brown... Bien ambientado. Es un relato interesante, con un final discutible.
FGC

Enrique Carlos dijo...

Discutámoslo.
Gracias por tu comentario

ester faride matar dijo...

Enrique: Muy interesante e intrigante.
Lograste llevar al lector con esta misma intriga
hasta el final.
Final...
Inesperado...
Me gustó.
Un abrazo amigo.