Cuento Corto, Ganador del Premio La Matera 2009
Silvia Rodríguez – El Bolsón – Río Negro
Arrojo un espinel por mi garganta,
le dejaré esta noche por si acaso.
Mañana, la abundancia
o las ausencias...
Me bancaré el mutismo de por vida,
tan sólo por saber que llevo dentro.
Siempre supe que, de no ser médico, uno podría encontrar cualquier misterio en el interior de las personas. Al menos eso dicen múltiples tratados de espiritualismo, filosofía y otras yerbas tan interesantes.
El hombre de la noche, me tomó de la mano y a cambio de una moneda, propuso (como a esas modernas máquinas de las farmacias) penetrar por mi boca y darme cuenta de mi ser más profundo. Como no acostumbro a dudar de la magia, tomé una lentejuela que guardaba para un traje de disfraces y negocié con él. Aceptó, porque el nácar, la madreperla y cualquier brillo, me dijo, lo inspiraban.
Solicité permiso para ir al baño antes de comenzar, me calcé las pantuflas, como bien me habían enseñado y regresé con el apremio de una niña juiciosa. Él estaba listo. Me recosté cómoda, abrí levemente la boca y desapareció. Sentí placer de permanecer con los ojos cerrados. Silencio. De tanto en tanto, algún burbujeo entremezclado con la brisa nocturna y el roce del piyama contra las sábanas.
No habrían transcurrido más de diez minutos, cuando emergió, sin yo notarlo y se mostró notablemente molesto.
-Abra los ojos- me imprecó -¿Oh cree usted que yo estoy para perder el tiempo?
No sabía si permanecer callada, aunque consideré inútil hacerle algún cuestionamiento.
-Nunca me pasó algo igual- continuó -Usted está íntegramente llena de signos de interrogación, algunos de admiración detrás de los ojos, varios cántaros de lágrimas en la garganta y en las manos, unos impulsos incontenibles de acariciar. Me insurrecciona usted, señora, porque también la inunda, la culpa de lo que ha hecho y de lo que no; y si al menos, hubiese encontrado una certeza donde la mayoría...
e cuando no pude soportar y le pregunté:
-Disculpe, señor de la noche, le agradezco su serio diagnóstico, pero ¿dónde es que encuentra la certeza de la mayoría?
¿Ve, señora, por qué me saca de quicio? No sólo carece usted de ella, sino que además, desconoce el lugar dónde los otros la llevan.
Su pequeño cuerpo saltó de la cama y se dispuso a partir. El amanecer se presentaba como un poniente equivocado. Se volvió, me miró a los ojos y a manera de despedida me dijo:
-No merece que se lo diga.
Silvia Rodríguez
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