viernes, 5 de junio de 2009

Ángeles del Caribe - Bommecino

Ángeles en el Caribe
Fragmento del libro
Hugo Bommecino


Antes de iniciar el viaje, todo le parecía imposible, pero ahora que, a través de la ventanilla del avión podía observar las primeras playas de la Antigua Hispaniola, ese imposible se tornaba repentinamente en algo real, tan real que sintió un cosquilleo en el estómago al saber que se estaba acercando al destino final, ignorando por qué le llamaban el Paraíso Terrenal.
Muchos de sus amigos, que ya la habían visitado, le habían hablado así de esta maravilla, cuyo nombre de los labios de Rodrigo de Triana, hace más de quinientos años, le diera otro color y sabor al viaje expedicionario tanto a Cristóbal Colón como a los tripulantes de las Carabelas, cuando la palabra TIERRA llegó a sus oídos y hasta el más incrédulo de aquellos hombres se olvidó de su pasado reciente de incertidumbre para tratar de lograr un espacio en las embarcaciones y poder ver con sus propios ojos lo que otro decía haber divisado, ignorando, aunque más no fuera adónde habían llegado, pero eso en aquellos momentos no importaba.
Es que además, la República Dominicana, conocida universalmente como Santo Domingo, en el momento de la maravillosa Creación Universal de Dios, fue tan privilegiada que, cuando se piensa en ella, hay que imaginarse que allí, quizás el creador fue más pródigo y es que esto ocurre cuando en semejante remanso de paz, con atardeceres y amaneceres que embrujan a cualquiera, se camina por su tierra de infinitos verdes o se queda a la orilla del mar de cristalinas aguas, mientras los rayos del sol van dando al lugar un especial encanto de variedad de colores difíciles de describir.
Ella también, por momentos, se olvidó de su pasado cuando luego de recuperar su equipaje y al salir del Aeropuerto Internacional Las Américas en busca del medio de movilidad que la llevaría al Complejo Turístico donde se hospedaría, sintió que el calor reinante abrazaba su cuerpo desde la cabeza a los pies.
Se dirigió hacia la salida y al mirar a los que esperaban allí, distinguió a un joven del que, a medida que se fue acercando, notó que la piel de su rostro era de un bellísimo color moreno, y que sostenía en una de sus manos un cartel con su apellido. Se alegró al saber que no tendría que esperar.
Se paró frente al muchacho que miraba hacia todos lados a la indudable espera de que la persona que buscaba se aproximara y al verle detenidamente, le sorprendió también el color claro de sus ojos que contrastaba con el de la cara. Simplemente dijo:
-Buenos días joven… soy Raquel Trenton…
-Buenos días señora… permítame su equipaje…-dijo amablemente a la vez que le sugirió que le acompañase hasta el vehículo estacionado cerca de allí.
A pesar de la alta temperatura ambiente y del reinante sol que parecía que quemaba, no dejó de observar los árboles con florida vegetación en sus copas que iba desde un rojo intenso hasta un pálido color rosado y que estaban ubicados dentro de los canteros que circundaban la avenida que pasaba por la estación aérea. Luego supo que se trataba del "flamboyán" que era un árbol típico de la zona.
En el interior del bulevar que los contenía habían sido ubicadas armoniosamente, plantas con flores de todos los colores y formas que, mezclado este colorido con el verdor del resto de las plantaciones, embellecían el paisaje por doquier.
A Raquel se sumaron otros turistas que ocuparon los asientos de la traffic convenientemente acondicionada. El fresco del interior del vehículo le hizo sentir un alivio corporal. Por instantes pensó si sería capaz de soportar tanto calor durante su estadía en la isla. Los comentarios respecto a este tema, eran el común denominador de todos los que ocupaban los asientos del vehículo. Por las risas que provenían de un matrimonio sentado en los asientos traseros, tuvo la certeza de que hacían alusión a la gordura de uno de ellos y su relación con el calor. Acomodó su equipaje de mano para que una dama se sentara a su lado cómodamente. Sabía de antemano que el viaje duraría más de dos horas hasta el destino final.
-En Punta Cana es más fresco… -Dijo el moreno chofer al escuchar el comentario de los turistas. Raquel esbozó una sonrisa.
Desde el momento en que el vehículo inició la marcha, el trayecto se tornó bastante atractivo. Las afueras de la ciudad con los encantos propios de la misma, sus calles, sus casas pintadas con vistosos colores en las paredes, puertas y ventanas, denotaban las diferencias de costumbres con su país de origen, donde las tonalidades de pinturas no eran tan llamativas. Por sí sólo todo ya le iba hablando del baile popular de la isla "el merengue", del cual había leído en alguna revista al respecto y comenzaba a percatarlo y que se hizo sentir más aún cuando el chofer encendió la radio y se escuchaba por doquier mientras trataba de sintonizar alguna emisora.
Su gente, algunos transitando en bicicletas, otros caminando, en vehículos algo nuevos y otros bastante antiguos, también tenían un encanto especial. Cada cosa nueva que descubría le iban dando las pautas para que tomase conciencia de que se encontraba en el Caribe, que eso no era Europa, a la que había viajado varias veces cuando el "aroma de la felicidad" reemplazaba al perfume que generalmente usaba y que semi dulzón, manaba del abrigo que aproximó a sus órganos olfativos…


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