domingo, 7 de junio de 2009

Instantes - Bommecino

Instantes
Cuento Breve
Hugo Bommecino

Era una tranquila tarde de primavera. Sentado en un banco a orillas del Lago Lanquihue disfrutaba del paisaje.
A sus espaldas estaba la ciudad y frente a sus ojos y en la inmensidad del maravilloso y tranquilo espejo de agua, detuvo su mirada en el majestuoso Volcán Osorno, que parecía dominar todo el paisaje. Este estaba cubierto de nieve, a pesar de la estación.
Por instantes se sintió pleno de satisfacción, pues había logrado llegar al inicio de su objetivo. Volver al lugar le había significado un gran sacrificio tanto económico como sentimental y esto se debía a que había estado allí en otras circunstancias y acompañado de su esposa primero y luego con sus hijos.
No hubiese tenido la necesidad de quedarse, de no haber sido por los sueños que cada tanto revivía en su memoria a sus seres queridos.
Aquello era realidad. Una realidad palpable que no denotaba otro objetivo que el que se había propuesto cuando partió de su tierra natal, España, donde residía actualmente.
Atrás había quedado todo su accionar en aras de volver a pisar esta parte de Chile, donde había disfrutado tanto con su familia.
Tenía en sus manos un pequeño cuaderno en el cual dejaría plasmado lo que sentía en esos momentos y todo lo que debía realizar previo a tomar la decisión final. Pero, cuando tomó el bolígrafo para escribir sintió que un pequeño temblor se apoderaba de su mano derecha. No sabía si era por la utopía que estaba a punto de empezar o si era el llamado de alguien o de algo.
Respiró profundo y exhaló varias veces hasta que sintió un poco de alivio, hasta que esa presión que sentía sobre su pecho aflojara. Siempre, desde un principio, desde aquel lejano día en que lo decidió, supo que sería la tarea más difícil de emprender, de llegar a concluir y sentirse satisfecho.
Supuso siempre que sería fácil de iniciar el trabajo, pero ahora que se encontraba frente al papel y con el bolígrafo en mano, entendió que no. Que debía redoblar muchos esfuerzos en poner a ese torbellino de sueños, recuerdos, ideas y otras más que hace mucho que lo perturbaban, que lo acosaban, que lo aplastaban como si fuera una nuez para sacar el contenido fructífero.
Pero el fruto de la nuez que dejaría plasmado en el papel se trataba de otra cosa más perturbadora, más agotadora, más fatigosa, más problemática de llevar y no tan exquisito como el sabor del fruto.
Repentinamente se trasladó en el tiempo y el espacio. Los recuerdos comenzaron a fluir de su perturbada mente e inició lo que había deseado desde siempre.
En aquel entonces también era una cálida tarde de primavera en que había concurrido caminando por la Avenida La Castellana con el objeto de llegar hasta la fuente de Los Cibeles, en Madrid.
En la mitad del camino se detuvo a contemplar los floridos jardines que engalanaban la avenida por la que transitaba. Joven, lleno de vitalidad, todo le parecía tan bello que le parecía que no sería capaz de guardar en su memoria tanta belleza que lo circundaba.
Retornó lleno de gozo a su hogar y recordó aquel día cuando se sentó en el bar para degustar un café y la vio por primera vez. Se sentó muy cerca de él y cuando las miradas se encontraron, fue como que hacía mucho tiempo que se conocían. Transcurrió la tarde y así, sucesivamente, fueron acercándose cada vez más cuando se veían y sus miradas transmitían un mensaje especial para ambos. Lo sentía, lo intuía y deseaba que cada tarde se prolongara por más tiempo, que el reloj detuviese el paso del tiempo y que ese estado especial perdurase…

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