Horacio es un espécimen asombrosamente extraño. Judío, devenido en clarividente. Hecha mano a los ángeles de la cábala y también a una suerte de piedras, cristales y sahumerios para “apoyar una terapia”.
Tiene la suficiente amplitud mental y espiritual que no le tiembla el pulso a la hora de encender una vela a algún santo y hasta a la mismísima Virgen María si lo ameritara la situación de su consultante–paciente.
“Todo lo que uno se propone, lo puede conseguir, solo si tiene fe…” Ese latiguillo es repetido sin cesar a todos sus eventuales pacientes, e inclusive, se lo repite a si mismo.
La verdad es que Horacio tienen todo lo que quiere, quiere todo lo que tiene, aunque vale reconocer que sus expectativas son bajas, sin grandes apetencias que pusieren a prueba sus creencias de auto realización. Bueno. Todo, todo no…
Horacio es un solterón de 38 años, casi virgen. Cazador de almas gemelas. Anda por la vida como un gaucho en la pampa buscando un puto ombú para refugiarse.
Lo que empezó con la serenidad de quien sabe lo que quiere y pacientemente espera, se convirtió en una fastidiosa ansiedad por acelerar los tiempos. No obstante ello, se engaña y de paso a sus acólitos, diciendo que “su alma gemela estaba aguardando como él” y que “en algún lugar y en algún momento nos vamos a encontrar y será como si siempre hubiéramos estado juntos”.
¡Ah! Te quedó picando el “casi virgen” bueno, esto es una confidencia: Digamos que Horacio es… bueno… ¿como decirlo? Digamos que Horacio es muy “precoz” para algunas cosas, y en algunos casos, esto no es un don, sino todo lo contrario.
Nuestro amigo vive en una zona montañosa, alejada de las urbanas, en los aledaños de un caserío pequeño. No hay caminos asfaltados y solo un teléfono satelital en la comuna rural para emergencias, ni que hablar de internet.
Había en un almacén un improvisado bar donde un televisor mostraba a los escasos pobladores, imágenes de Direc tv. Pocas, muy pocas mujeres, todas ellas comprometidas y alguna que quedaba suelta por ahí, seguramente era por una causa lo suficientemente valedera como para no alterar el curso de esa historia: Fea, vieja o puta, o una combinación de estas condiciones.
Solo en plena temporada estival, el pueblito se llenaba de turistas que, por unas pocas horas, hormigueaban por el lugar haciendo compras y asesorándose para emprender trekking o ascenso a los enhiestos cerros que aislaban aún más ese paraíso.
Horacio era buscado por las más conspicuas personalidades de diversas nacionalidades, ávidas de oráculos, intervenciones espirituales y/o talismanes contra diversas fatalidades, inevitables e inherentes a la raza humana. No obstante su gran actividad, también se dedicaba a la guía de turistas por la montaña. Socio fundador del Club de Montañistas del pueblo, mechaba su amplio dominio de la geografía del lugar, con leyendas ignotas, historias apócrifas y avistaje de seres etéreos y fabulosos.
Esa tarde había llegado una traffic con turistas locuaces, vestidos con mamelucos de fosforescentes y brillantes colores.
Orgullosos de sus “looks” se introdujeron en el pequeño bar. La cháchara foránea, los flashes detonados contra cualquier objeto y la danza de la bandeja portado coca cola, hacía del lugar un infierno insufrible para los apocados parroquianos que, congelando sus sonrisas, se retiraban confundidos del lugar.
Entre la cacofónica comitiva había una joven. Menor de treinta años. Cabellos rubios, recogidos con una hebilla fucsia por detrás del occipucio. (Sabrán perdonar al omnisciente su poca preparación para algunos detalles estilistas). Blanca de pies hasta el cuello, dulce como un copo de azúcar. Se sentó en una mesa junto a la ventana, y desde ahí miró la inmensidad de la montaña nevada, pasó por alto en su paneo la figura de Horacio, parado en la vereda de enfrente, observándola como un marshan a una obra de arte.
– ¿será ella? –se dijo en silencio, mientras encendiendo un cigarrillo, cruzó con grandes pasos la calle, rumbo al abigarrado bar.
– Una señal, dame una señal tan solo…– se repetía mentalmente, mientras un resuello blanco se evadía de su labio rumbo a la montaña.
Entró al bar y, con una danza clásica en puntas de pie, sorteó algunos teletubbies gigantes hasta posar su codo en el mostrador.
– “Una Coca light, Manuel”, ordenó mientras que, con disimulo, giró lentamente la cabeza en dirección a su objetivo principal: Su otra mitad.
Buen inicio; una estrella de David colgaba graciosamente del cuello de la joven sujeta a una cadena de oro muy fina. Brindó con unos sorbos de gaseosa por la primera señal.
El guía del grupo, mediante aplausos llamó la atención del contingente. Un silencio respetuoso permitió escuchar las sugerencias del líder en idioma hebreo. Apenas sabía algunas palabras en iddish y alguna que otra canción en hebreo, se lamentó no haber aprendido el idioma cuando niño.
Varios turistas salieron del bar, y solo quedaron algunos pocos, entre ellos, la dama blanca.
Como un chamaco tequilero, bebió de un sorbo el resto de su bebida, y chocó la lata sobre el mostrador, mientras disimulaba un sordo eructo. Se limpió los labios con la manga de su camisa, y sacándose el sombrero, se acercó a la mesa donde la joven revolvía en su pequeña cartera, como buscando algo.
– I¨m sorry, madam.
La joven la miró sobresaltada, era una belleza muy particular, sus ojos habían adquirido el celeste del cielo y sus labios rosados apenas balbucearon un “yes”.
– Good moring, I´m …
– Puede hablar en castellano, soy argentina. Dijo la mujer expeditivamente.
– Menos mal, por que con el inglés me defiendo, pero con el hebreo soy un desastre, y como judío eso es un pecado…
– ¿Usted es Horacio Shmidt? Preguntó directamente la mujer.
– Servidor
– Con usted me dijeron que tenía que conectarme. Mucho gusto, soy Dalma Gemeli, de la revista YoSoy. – y le extendió su pequeña mano.
Otra señal– se dijo “Dalma Gemeli”, lo más parecido a mi “Alma Gemela”– Horacio tomó la mano mientras que, con la otra separaba la silla de la mesa para sentarse.
– Mucho gusto, y ¿quien le habló de mi?
– La directora de la revista, que vino aquí hace unos años y, aprovechando mi visita por la zona, me dijo que hiciera una nota sobre leyendas y mitos de la región. ¿Usted podrá ayudarme?
–Sin dudas, creo que soy la persona indicada. Conozco historias y lugares mágicos de toda la zona.
– Bueno, porque no nos ponemos de acuerdo con el precio y después hablamos de trabajo.
– Es que no se lo que quiere hacer.
– Quiero relatos y tomar unas fotos de los lugares donde se originaron.
– Es que los mejores sitios están en la montaña, muy arriba.
– Eso no es problema, tengo tiempo de sobra.
– Pero no es barato, yo cobro por día y para grupos de hasta doce personas.
– Por el dinero, si es razonable no se haga problemas, y en cuanto al grupo, olvídelo, tenemos que ir solos.
Otra señal, es ella.
– Bueno, de ser así, son tres días de trabajo, equipos, comida, hospedaje, y… podríamos redondear todo en unos… si, tres mil dólares.
– Horacio lo tenemos que hacer todo en un día y medio, y le pago mil dólares.
– Me parece bárbaro, que quiere que le diga…
– ¿Cuándo salimos?
– Déjeme arreglar todo, déme dos horas.
– Correcto, lo espero aquí a las 14 horas. –Se levantó, volvió a estirar su mano, saludó a Horacio y se dirigió a la caja para abonar su café.
– Deje Dalma Gemela, digo… Gemeli, pago yo.
– Faltaba más, ya le regatee lo suficiente, también cóbrese lo del señor.
Manuel, tomo el billete de cien pesos, lo apresó en la caja y dio el vuelto con una sonrisa.
– Hasta luego, dijo el ángel y colgándose la cartera del hombro, tomó una valija gigante del piso. Horacio que no había caído en la cuenta del equipaje se ofreció para acompañarla hasta la hostería. Ella aceptó y salieron juntos del bar.
A unos pocos metros estaba la Posada del Viento. Horacio dejó la valija en la recepción y con un gentil toque de sombrero y una inclinación se despidió de su bella patrona. Se había tomado dos horas para elaborar una estrategia, avisar en su hotel que estaría ausente y que derivaran todas las consultas para la próxima semana. Pasó por la proveeduría, compró pilas, algunas provisiones, un para de petacas con wisky, cigarrillos, sahumerios orientales y varios rollos de fotos. Luego fue a su cuarto, armó su mochila, y luego, frente al espejo hizo una breve meditación.
“ Horacio llegó el momento. Todo dice que es ella, es bonita, es judía, se llama Dalma Gemeli, más señales no podés pedir. Vino a verte a vos, va a pasar treinta y seis horas a solas con vos, van a comer, dormir, caminar juntos todo ese tiempo, estarán en el paraíso que tanto amás. Tenés todo ese tiempo que, no es mucho ni poco, para definir las cosas. El sueño de toda tu vida es conocer tu alma gemela, y hacer el amor en la cima de la montaña. Bueno, esa es la meta. Mañana en horas de la noche, quiero que estés haciendo el amor en la cima de la montaña. Que el orgasmo en la montaña sea la última señal que estás buscando.”
Luego de un silencioso instante de concentración, se levantó de su posición de loto, abrió la canilla de agua caliente de la ducha, apagó las velas, puso música suave y se quitó la ropa. Entró a la ducha entre nieblas y perfumes, y sintió como una llovizna de luz blanca penetraba su aura.
Gastó a cuenta del placer del encuentro montañés con Dalma y se sintió muy bien.
Dos y media de la tarde y en el bar, el ser etéreo de Horacio estaba materializado en una despampanante rubia, con jeans ajustadísimos, borceguíes marrón oscuro, un pulóver rosa viejo con cuello cerrado. La blondura de su cabellera recogida con un rodete prolijamente desprolijo, terminando de fumar un cigarrillo muy delgado. Horacio se introdujo, dejó su mochila contra la pared y se sentó frente a la bella mujer.
– Te tapa la estrella de David… –Dijo con una sonrisa…
– ¿Qué?, ah, la estrella…. – metió la mano y la sacó detrás de la polera – si, me la regaló una turista israelí, es bonita, ¿no?
(Una señal menos, no es judía.) – ¡Oh!, si es preciosa… Pensé que…
– Qué era judía, no, soy vasca.
– Bueno, Gemeli no es apellido paisano
– Pero ese es mi apellido de casada, (una señal menos) el mío es Erraste (Chau, se pudrió todo) pero si te parece bien, podemos emprender viaje, ya pagué la cuenta.
– Bueno vamos antes que se caiga todo. – dijo angustiado
– ¿Perdón?
– Digo… antes que caiga la noche en el camino.
Salieron, la dama encantadora con el maltrecho cazador de almas gemelas, rumbo al faldeo de la montaña. Dalma le contó en el camino el perfil de la revista que representaba, los últimos artículos que había escrito, y una breve descripción del viaje. Horacio estaba turbado, al principio se alegró de la locuacidad de su cliente, pero al poco rato notó que era insoportable el contraste del silencioso paisaje con la cháchara a borbotones de su compañera.
– bueno, es hora que empecemos a charlar sobre nuestro tema. – Y sacó un pequeño grabador que ágilmente lo colocó a unos centímetros de la boca de guía.
– ¡Ah, si!, bueno, empecemos con la leyenda del Trauco…
Avanzaban por senderos sinuosos, cada tanto hacían un alto para que Dalma tomara algunas instantáneas, dar vuelta el casete o cambiar de mano el grabador. La noche estaba por caer. Habían caminado más de cuatro horas. A esta altura las ilusiones de haber encontrado su otra parte se estaba desvaneciendo, pero por ahí, ¿quién lo puede predecir? cumpliría su fantasía de una noche de sexo en la cima de la montaña.
Llegaron al refugio de montaña, había un joven moreno, mochilero, con todo el aspecto de ser filipino. Se saludaron fríamente, cada cual se abocó a su mochila. La temperatura había bajado considerablemente pero adentro, y gracias al pariente de Marley, estaba agradable; los leños ardían en la chimenea y en la cocina económica.
Dalma organizó los casetes y escribió sus notas en un cuaderno. Horacio miraba al filipino, tratando de encontrar una explicación a su mala suerte. Puso a calentar agua y colocó un paquete de café sobre la mesa.
– ¿Y tu marido no te acompaña en estas historias?
– No, estamos separados hace dos años.
– La culpa la tuvo tu profesión – sentenció Horacio
– Nada que ver, se le cruzó otra persona.
– Debe ser una mujer muy especial, para haber dejado a semejante minón.
– Gracias por el piropo, pero… Ojalá fuera una mujer.
– No me digas que te dejó por un hombre.
– Algo así, pero prefiero no hablar de eso.
Se acercó el filipino y con acento cordobés pidió permiso, depositó una torta galesa en la mesa y con un cuchillo cortó porciones.
– En el pueblo compre esta torta, parece que está rica. Sírvanse.
– ¡Hay, torta galesa, que bueno! – Gritó histeriqueando la Barbie mientras se abalanzaba sobre la porción más grande. – ¿De qué parte de Córdoba sos?
– Dee Córdoba capiiital. – Agregó exagerando el canto y sonriendo tan dulcemente que hasta Horacio sintió afecto por él.
– Voy a hacer el café. – dijo el confundido guía.
– Maató loco, y vos ¿no me digai que sos periodista?
– algo así, estoy escribiendo un artículo para la revista YoSoy.
– No me digai que trabaaajás pa´ la dotora Miravalles
– Si, ¿la conocés?
– No pero, tengo todos los números de la reeevista. Es re cooopada. ¿Y vos escribiste algún artículo ahí?
– Si, el de Flores de Bach, Las Runas, la momias de Catamarca…
– ¿No me digai loca que vos escribiste lo de la momias…?
– Si, ¿Lo leíste?
– Pero si loca, está recopada, ¿no me digai que taambién fuiste a Catamarca?
– Más vale, las fotos las saqué yo.
La conversación parecía no terminar. Horacio hizo el café, sirvió tres tasas, asistió al partido de ping pong entre Dalma y la Mona Jiménez, hasta que un bostezo provocó las risitas cómplices de los nuevos amigos que, tenían mucho más en común que lo imaginable.
Horacio sacó su bolsa de dormir y la extendió en el suelo, cerca del fuego. Se recostó y sorteando el palabrerío y alguna que otra carcajada, se durmió prematuramente. Cuando despertó, Dalma estaba tirada en el único catre del refugio, y el “rastamán” en el piso, en su bolsa, al lado de la rubia. Conociendo su ansiedad, se levantó sin hacer ruido, se puso el camperón y salió a caminar.
Eran las seis de la mañana. La blancura de la nieve, iluminaba todos los rincones del paisaje. Una luna redonda emulaba el sol en la noche patagónica. Subyugado por la belleza de Dalma, sintió que la perdía definitivamente, aunque no fuera su alma gemela, la verdad que la piba lo volvó loco, lo tenía firmemente aferrado.
Esa obsesión por hacer el amor en la cima de la montaña, lo quemaba por dentro, pero ahora, el cordobés, esa relación meramente profesional que había logrado con la periodista, no le daban alternativas. Se metió por entre unos árboles nevados, y orinó largamente, como quien se desangra a la vez. Una sacudida llamó a la otra, y cerrando sus ojos con furia, decidió que su orgasmo en la cima de la montaña lo iba a tener, con o sin alma gemela.
Abrió la puerta del refugio, miró fríamente a su clienta, que aún dormía, avivó el fuego, puso otros leños y la cafetera sobre la cocina.
– Cuando esté el café la despierto, desayunamos y emprendemos el regreso. Y si no quiere venir, que se quede con el rasta, que se cree, mirá si ella me va a decir lo que tengo que cobrar.