Mafalda en el Siglo XXI
Laura Savino
Narración
Los chicos crecen. Al menos eso dicen. Supongo que Mafalda también. Y a esta altura Mafalda debe andar por los cuarenta, largos ya. ¿Y qué otra cosa podría ser aquella controvertida niña de la década infame? Trabajadora social. Cursa un postgrado en sociología y escucha a Los Beatles, todavía. Desordenada en sus afectos: Dos matrimonios sin terminar y un hijo de cada uno de ellos. Pero firme con sus convicciones, alquila un cuchitril de mala muerte y trabaja para la oposición de turno en los centros vecinales, en el centro de asistencia al aborigen y en los comedores de niños de la calle a los que, por supuesto, jamás les sirve sopa. Parece que tuvo algunos problemas en la segunda mitad de la década del setenta. Sus viejos? Jubilados. Su papá cumplió el sueño del pibe, instaló un vivero en un baldío abandonado del barrio. Mafalda le obtuvo la usurpación legal. Su mamá, después de superar una crisis depresiva, retomó sus clases de piano y se la ve bastante feliz con el rol de abuela-madre. Buen tipo el Guille. Malcriado y consentido. Todavía no ha destetado. Lo ayuda a su viejo en el vivero y reparte su tiempo entre las artes plásticas, videos y filmaciones. Buen tipo. Y buen tío. Para nada buen padre. Tuvo, sin darse cuenta, un hijo con Libertad. Una noche de alcohol y desenfrenos a cualquiera le pasa. Después de algunos dimes y diretes el A.D.N. terminó por aclarar los tantos. ¡Pobre Libertad! ¡Tan chiquita y tan quemada! Desde su adolescencia se las apechugó con el sostén del hogar. Más tarde nació Federico. Y ella desde su puesto de mesera en un bar, donde se reúnen bohemios de café y sicobolches de barrio, sueña con retomar su abortada carrera de periodismo. ¿Susanita? Fue diseñadora de modas, estudió peluquería con Giordano y tomó un curso de comportamiento social. Pero convencida de no poder enamorar a cualquier príncipe azul, se casó con Manolito; quien no la ubicó en las altas esferas sociales ni la llevó de luna de miel al paraíso, pero la convirtió en una novelera ama de casa, llena de hijitos, y llora teleteatros con las clientas del almacén que don Manolo le ha dejado como herencia. Manolito ha nacido para eso. No tiene otro horizonte y jamás trazó un proyecto. Lo suyo estaba ahí, como lo vaticinó su viejo. El comercio creció algo más de lo pensado gracias a las relaciones vecinales de su legítima esposa. Ya es una tradición en la zona a punto de declararse monumento histórico, aunque a veces lo asusta bastante la invasión de los monopolios. ¿Felipe? Doctor en Leyes. Asesor letrado en Minoridad y Familia. Trabajan muy parejo con Mafalda. Articulan y cubren sus baches. En sus días libres se dedica al campamentismo y la equitación. De su vida personal mucho no se sabe. Se sospecha que guarda en su coranzoncito un amor contrariado, aunque algunos murmuran que no le gustan las mujeres. Miguelito siempre la tuvo clara. Siempre quiso vivir simplemente. Por eso, apenas crecieron sus bigotes y cambió el timbre de su voz, se fue a recorrer el mundo sin norte. Conoció todas las culturas y todos los idiomas sin un peso. De regreso, convertido en un obrero yuppie, sin penas ni glorias, le dio por la filosofía; pero conserva la pureza de rescatar lo más simple de la vida y de no perder su amada Libertad. La vida ha distanciado a los siete amigos. Se telefonean para sus cumpleaños y brindan en cada año nuevo por esa amistad que los une, desde que un escritor mendocino los plasmara en una tiras de papel en blanco y negro, que enardecían a los gobiernos.
domingo, 10 de mayo de 2009
en 22:16Mafalda en el SigloXXI - Savino
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1 comentarios:
Para Laura: has sabido re - crear a Mafalda, ya adulta. Magnífico.Me gustó mucho.
FGC
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