jueves, 14 de mayo de 2009

A los juncos con hondor - Rey

A los juncos con hondor
Cuento Corto
Carlos Rey

Un fuerte resplandor lo encegueció durante unos instantes al salir. No le llamó la atención, ya que momentos antes, desde su cama, había visto la ventana abierta al exterior. Entonces, supuso, fuese el sol.

Después los vio saliendo de la nada. Cualquier palabra sería pobre para decir la alegría que le causó. Una alegría llena de alivio ¡Tantas veces, en sus sueños vivía ese encuentro!, y tantas otras dudaba de que se produjera. Ahora los tenía allí delante, venían hacia él como si lo hubieran estado esperando. No los había llamado y sin embargo era uno de los encuentros más deseados en el último tiempo.
-Llegás justo –dijo el Gordo-, estábamos por embarcar.
-Un poco lerda su venida –dijo el Negro con sorna habitual en él.
-Nos enteramos de que aparecerías por acá, así que demoramos cargando el bote para darte tiempo.

Él no hablaba. No sabía qué decir. Después de tanto tiempo… ¿Cuándo había sido la última vez?, ¿años quizá? Seguro fue allí mismo, el lago preferido por los tres. Siempre había buen pique.
Reaccionaba de a poco ¿Y ellos?, ¿cómo podían hablarle así, como si se hubieran visto la semana anterior?
De pronto estaban junto al bote. El Negro saltó adentro, agarró la soga de amarre y tiró de ella para arrimarse a la orilla.
-¿Te acordás cómo era esto? –le preguntó en tono de burla- Dale subí viejito que yo te ayudo.
Cuando lo hizo, vio debajo de los asientos, junto a las cañas y los reeles, el cajoncito, y leyó “Guinnes is good for you”. La cerveza preferida de sus amigos por supuesto lo era también para él. Y ya instalados, salieron. Remaba el Negro. El Gordo iba al timón. Él iba sentado en el asiento de proa y de a poco volvía a acomodarse en aquella situación, durante tanto tiempo abandonada.
Vamos a pegarle la vuelta orillando y donde veamos buenos lugares probamos, dijo el Negro que como siempre daba las órdenes. El Gordo asintió ajustando el gorro “piluso” en la cabeza ¿Su facha?, la de siempre: pantalón caído por la escasez de culo; panza y remera chomba. Por otro lado no se sabía para qué la aclaración del Negro. En el lago Steffen el derrotero era el de siempre.

El día resplandecía en la neblina que evaporaba el agua. Era estar suspendido sobre un espejo que reflejaba confusamente el bote y tal vez el sol provocaba ese resplandor. Otras embarcaciones flotaban cada tanto por ahí hasta donde daba la vista. El silencio era casi total; sólo se escuchaban murmullos a lo lejos y de vez en cuando el chasquido de un señuelo contra el agua. Los botes parecían estar en el aire y a no ser por los círculos concéntricos que llegaban y pasaban por debajo de ellos, no se reconocía ningún movimiento.

-¡Ahí. Ahí saltó una! –señaló el Gordo. El Negro dejó de remar y agarró su caña ya preparada a un costado. El Gordo soltó el timón y tomó su equipo. Él los veía y gozaba la situación añorada. Lanzaron casi al mismo tiempo a unos cinco metros, en dirección a la orilla y separados uno del otro. Mientras hacía girar el reel el Negro le dijo:
-Dele che, qué espera, ahí tiene su caña. Para eso se la preparamos.
El Negro como siempre tenía un tarro bárbaro, o quizá era que sabía más que nosotros. Le picó una Arco iris.
-Bueno, dele, agarre el medio mundo y ayude a sacarla.
Él disfrutaba las decisiones del Negro y después cuando pasaban frente a la desembocadura del río se le ocurrió lo mismo que aquella vez: entrar a contracorriente. El Gordo, que no era para nada un intrépido protestó.
-¡Siempre la más difícil!
Pero igual remaron río arriba y él se dio cuenta que no se cansaban.
Cuando llegaron al remanso en donde el agua no podía arrastrarlos, ataron el bote a unas ramas.
Ahora le decían: ¡A los juncos con hondor!, y se reían, porque una vez habían salido a pescar con un paisano que –conocedor del lugar-, les daba esa indicación.
Al rato tenían una buena cantidad de truchas en el bote y en el descanso él se agachó debajo del asiento y sacó una botellita de Guinnes. Estaba vacía, Y pensó que era lógico porque ya no tomaban.
Después bajaron a tierra, era un lindo lugar para charlar.

¿Y saben qué muchachos? Estoy contento de haberme parecido a papá en estos últimos años. Los mismos dolores en las piernas, andar vacilante; tuve que dejar de tomar mate, ¿qué raro no? Algo sagrado como tomar mate, ese rito, ese vicio tan ineludible; era como un estado de ánimo, era no poder encarar algunas cosas sin la calabacita cargada de yerba y la pava caliente al lado. Para mí que a él también le producían arcadas. Nunca me lo dijo, venía y me cebaba; él no tomaba pero seguramente lo hacía a través mío. Me decía que no tomaba porque le caía mal. Después que murió lo extrañé mucho. Una vez lo vi por el intersticio de la puerta del baño, puñeteándose sentado. Un descuido tal vez; creo que no me vio. Los mismos vicios, debilidades que siempre tuve, no sé, quizá ustedes también. Da vergüenza, pero ahora ya no importa. Lo bueno es estar otra vez juntos, acá en el bote, remando, suspendidos en el tiempo, viendo la orilla pasar. A lo mejor, en una de esas lo encuentro al viejo también.


Carlos Rey

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