lunes, 31 de agosto de 2009

ADN de Comisario Antúnez - Cerdá

image Algunos de estos cuentos han recibido reconocimientos en diversos certámenes.

“El Comisario Antúnez” integra la antología Nueva Literatura de Habla Hispana 2006 de Editorial Nuevo Ser, producto de un certamen internacional.

El cuento “Avaricia” es parte de la XXXIII antología Latinoamérica Escribe, concurso hecho por Editorial Raíz Alternativa, 2007.

También de la serie “El Comisario Antúnez”, “Bolas de Oro” e “Inocencia” son parte de la antología Letras y Voces 2008, Editorial Nuevo Ser.

La serie “Cuentos Australes” obtuvo el segundo premio en el Concurso de Cuentos “Homenaje a Julio Cortázar” realizado por la Subsecretaría de Cultura de la Provincia de Santa Cruz” en el año 2004.

El autor publicó la novela corta “Palenque. Morir lejos del Parque Nacional”. Editorial Esquel, 1995, y tiene inédita la novela “Caldén (El Guardaparque)”

EL COMISARIO ANTÚNEZ

ADN

El caso estaba casi liquidado.

Con la ayuda de una Brigada de la Jefatura Central, la Policía del pueblo había recuperado el dinero robado en el Escritorio de la acopiadora de frutos del país. Una cifra considerable traída por gente de la Casa Matriz para pagar la venta de la zafra lanera de cuatro establecimientos, uno de ellos propiedad de la familia del Gobernador.

El robo había sido perpetrado la misma noche que llegaron los tres que transportaron el efectivo desde la capital provincial y, pueblo chico, avisado a la madrugada, el Oficial del Destacamento enseguida cerró los tres caminos de salida y tramitó la llegada de la Brigada de Investigaciones que –pese al camino con “planchones de escarcha y sectores con nieve volada” según el parte de Vialidad- se presentó antes del atardecer.

El ladrón, intimidado, dejó la plata la noche siguiente en un plástico, en la puerta del Escritorio. Pero, de su identificación nada había debido a la falta de huellas y rastros contundentes.

Antúnez, vísperas de su cumpleaños, andaba por ahí festejando anticipado. Sólo se dio por enterado y dejó hacer a su gente y a la Brigada.

* * *

- El asunto de la gota de sangre nos interesa, mi Comisario. –el Jefe de la comisión policial- Es claro que el ladrón tendría alguna lastimadura. Así que levantamos la muestra para ver de hacer la prueba del ADN...

- ¿De qué?- Antúnez

- ADN, se lo compara con la sangre del sospechoso y, si resulta igual, ya lo tenemos.

- Ahá... conque ADN... mirá vos... ¿Y quién es el sospechoso?

- Ahí está el problema. No lo tenemos. O, dicho de otra forma, son todos los que estuvieron allí. Nadie sabía, aparte de los del Escritorio y los que trajeron la plata, que los billetes quedarían allí antenoche.

- ¿Y yo? –el Comisario- Yo también estuve. Fui a buscar un cuadro que me mandó de regalo un milico que tuve a cargo en una Comisaría de la capital.

- Disculpe, pero Ud. está descartado... se lo pasó hasta ahora en ése lugar que... sin cuestión alguna a su conducta lo digo, no es precisamente de los que cierran de noche.

- ADN... está bueno cómo la ciencia facilita las cosas... así que encontrar el ADN es igual que encontrar al ladrón... y con una gota de sangre, nomás... ¿Y ya les sacaron sangre a todos?

- Nooo... hace falta orden judicial y eso lleva tiempo, por más que un tercio del dinero sea de la familia del Gobernador.

- Qué cosa, che... –Y, a su segundo- ¡Oficial!... Me los citás a todos los que estuvieron anteayer en el Escritorio desde la llegada de la plata. Y que no se diga nada del asunto de la sangre.

* * *

Antúnez acomoda su abundante peso en el sillón de su oficina, rascándose la barriga, y sus ojitos negros estudian a los presentes: el administrador del Escritorio, su ayudante de cuentas, el chofer y mandadero, y los tres que habían traído los fondos.

- ¿Qué les pasó en las manos y las muñecas, que las tienen todas rayadas?- a dos de la Casa Central.

- Tuvimos que poner cadenas porque nos encajamos, -responde uno- y entre arrancar matas para meter bajo las ruedas y poner las cadenas que hubo que atar con alambre porque, como siempre, nunca están las bandas de goma para ajustarlas...

- ¿Y Ud. no ayudó? – al tercero, que tiene las manos sanas.

- Alguien tiene que manejar...

- Ahá... -mira ahora al chofer y mandadero- ¿Y a vos qué te pasó, que tenés raspado el brazo?

- Y, después de todos sus convites en el bar de Doña Lela, al salir le erré al portoncito y me enganché con un tornillo.

- Ahá... – al administrador, ahora- ¿Por qué tenés el dedo vendado?

- ¿Desde cuando te interesa la salud ajena, digo?... me pegué un tajito probando el filo del cuchillo. Supongo que harás el asado de cumpleaños ¿no?

- ¡Cierto! - Antúnez, como sorprendido en falta.

- Disculpe, Comisario, -el chofer de los pagadores- ¿nos citó nada más que para ver cómo estamos?

- No. Acá, el Inspector, les va a explicar lo de la sangre y la relación con ADN...

El Jefe de la Brigada habla sobre la única posible pista existente para hallar al ladrón.

- ¿Terminó? – Antúnez- Bueno, vamos a festejar mi cumpleaños. Deje la maleta con sus chirimbolos y su gota de sangre acá sobre mi escritorio, vaya con su gente y dos de mis milicos a preparar el quincho, y a conseguir algún capón gordo como para el asador ¡y bastante vino tinto!. Están todos invitados.

- Mi Comisario –El Oficial del Destacamento- ¿le aviso también al Intendente y a los de siempre?

- No. Vos no hagás nada más de lo que yo te digo. Vení que hablamos.

- Perdone, mi Comisario –uno de la Jefatura Central- ¿Qué le pasó en la uña del pulgar izquierdo?

- Sos vivo, vos también. Me la rompí de un martillazo colgando el cuadro de Moria Casán que me mandaron de regalo. –Mirando la enmarcada fotografía, al costado del General San Martín.

* * *

La tarde se torna gris y ventosa, lo que la hace sentir más helada.

El quincho, ubicado en la salida trasera del Destacamento, está templado. Hay picada de variados fiambres, el capón chorrea grasa en el fogón, y los invitados y todo el personal policial local le dan al tinto. Ni la guardia queda sin participar del asado.

Antúnez, en su despatarrado sillón, parece adormecido. Cada tanto, musita:

- ADN, ADN... ¿Cuál?

Compadecido de su preocupación, el Jefe de la Brigada le dice:

- No se haga mala sangre, apenas consigamos la orden de juez les hacemos sacar sangre y esto se resuelve.

- Ahá. Y mientras eso pasa, el ladrón se va a vivir a la China -responde bostezando el gordo, a quien los tragos parecen estarle pesando más que los años que cumple-... pero ADN, eso seguro... seguro que ADN...

- A no avivarse –el Oficial- menos el del cumpleaños, una vez cada uno tiene que ir a llenar la jarra al patio.

- ¿Por qué no traemos las damajuanas acá y nos dejamos de viajar?- uno de los comensales foráneos- ¡Afuera está helando!

- Porque al Jefe le gusta el vino frío, y lo tomaremos frío. Es su cumpleaños. Si no le gusta, no tome, pero igual acarrea cuando le toque su turno.

Las salidas al patio a llenar el jarro son a velocidad olímpica, pero con la abundancia de la comida y del trago, al rato ya ni se habla del robo y todo el mundo se siente chistoso. Las corridas al frío exterior a reponer bebida son parte de la farra.

A la hora del truco Antúnez ronca ruidosamente, pero a nadie le importa de su vida.

Cuando todos se van, él queda en el sillón, al calorcito del fogón.

* * *

A primera luz del día entra el Cabo de Cuarto, a los gritos.

- ¡Jefe, Jefe! ¡Desapareció el maletín de su escritorio! ¡Salió el Oficial con los otros a buscarlo y estaba ahí nomás, del otro lado del paredón!... Lo habían revoleado abierto y con el viento se desparramó todo lo que tenía...

- Ahá... y la sangre de ADN también -Antúnez, bostezando y refregándose sus pequeños ojos- ¿Y no estuvo cerrada toda la noche la puerta del frente?

- Sí, mi Comisario. Todo como usted ordenó.

- ¿Y el portón de acá atrás, mientras comimos?

- ¡También! Hicimos lo que nos dijo… pero igual, si entraba alguien lo íbamos a ver. La luz de la maroma estaba prendida.

- Ahá. Decile al Oficial que me traiga a todos los del asado.

Sin moverse del quincho, Antúnez mira a los presentes. Brillan sus ojos renegridos.

Todos tienen signos de haber dormido poco. No han pasado tres horas desde que terminaron la fiesta.

- No eras de los que más tomaba, ¿de dónde ésa facha?- mirando a uno de la Casa Matriz.

- Me cayó mal el capón- responde con cara de muerto- también, con el frío...

- ¿Sufrís del hígado?

- Nooo, esto fue por el frío. Con su antojo de que salgamos a buscar vino afuera ¿qué se puede esperar?... Un tecito y me compongo.

Antúnez, echado en el sillón, pasea la mirada por los presentes murmurando: “ADN... ADN...”

- Sí –dice por lo bajo el Jefe de la Brigada- al diablo la única prueba posible para hallar al ladrón.

- ADN... ADN... y el ladrón es éste pícaro al que le cayó mal la comida.

- ¡Me está acusando en falso, Comisario!

* * *

- ¿Cómo se dio cuenta, Jefe?- el Oficial

- A ése le cayó mal el capón porque se le enfrió la espalda durante la comida. De todos los que acarrearon vino, fue el único que tomó frío. Quiere decir que fue más lejos: cruzó el patio, sacó el maletín y lo tiró por sobre el muro mientras volvía.

- ¿Y la sangre?

- ¡Qué sé yo! Como dijo el de la Brigada, el ladrón era Alguno De Nosotros, los lastimados, así que había que darle espacio para que eliminara la prueba que lo podía acusar. ¡No íbamos a estar esperando una orden judicial para andar sacando sangre!... Bueno, me voy a lo de Doña Lela... al final, me pasé mi cumpleaños trabajando y todavía tengo que festejar.

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Maggie perdió una mano - Gandulfo

Maggie perdió una mano

Narración breve

Esteban Gandulfo – Las Golondrinas - Chubut

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A nuestra perrita Maggie le gusta mucho salir de paseo. Ni bien su amo -digamos padre- toma la correa y el collar, se pone a saltar llena de entusiasmo y con toda docilidad se deja colocar su arnés, que le sujeta el pecho y cuello al mismo tiempo.

¿Por qué no llevarla suelta? Los primeros tiempos de vida con nosotros, Maggie era una cachorrita silvestre, no tenía collar ni arnés ni correa, nada de eso.

Pero la primera vez que tuvimos que llevarla al veterinario, cuyo consultorio quedaba en el pueblo, se atemorizó tanto con la calle y el tránsito, que nos resultaba imposible controlarla. Así que le compramos su primer collar y correa.

Después, salimos unas cuantas veces a pasear con Lucas y Fiona, su perrita sharpey. Fiona es un caso especial, siente una gran curiosidad y excitación por los otros animales, ya sea ovejas, vacas, caballos… Ella se pone nerviosa, les ladra y si puede los persigue, así se trate de un animal que pesa veinte veces lo que ella, y que la podría matar de una coz o una cornada. Con toda seguridad, si el vecino llevara un elefante ella le ladraría agresivamente, con su voz de barítono, sin importarle las toneladas de peso o la agudeza de los colmillos…

Así que muchas veces íbamos los cuatro, Lucas y yo con nuestras mascotas, bien sujetas hasta que estuviéramos seguros de que no había peligros por las inmediaciones. Además, a veces nuestras caminatas comenzaban en el parque nacional Lago Puelo, y allí exigen que los perros vayan sujetos por sus amos.

La práctica establecida entonces, en mis andanzas con Maggie, era que le colocara su sujetador, y solamente le enganchaba la correa cuando veía venir algún vehículo por el callejón, o pasaba por el frente de una chacra con perros muy ladradores, que la pudieran atraer.

Un aspecto curioso de la excitación de Maggie por salir de paseo, es que ella puede hacerlo libremente, todas las veces que se le ocurra. Ella es lo suficientemente pequeña y flexible como para traspasar cualquier alambrado. Asombrosamente, cuando corre persiguiendo a una liebre, cruza los alambrados como si no existieran, a toda velocidad, por más que sus hileras estén muy próximas una de otra. De hecho todos los días se pega alguna fuga, pero es sólo cuestión de dar un fuerte silbido del modo establecido y a los pocos segundos Maggie aparece, con la lengua afuera, a tomar unos cuantos lambetazos de su bebedero.

Pero yo tengo la impresión de que, en su jerarquía de preferencias, ella le da más importancia a la actividad en familia –ancestro jauría– que a la libertad individual. Vamos paseando y ella se adelanta, investiga por los laterales, vigila la retaguardia, todo al trote o a la carrera, de manera que si damos un paseo de tres o cuatro kilómetros, lo menos que ella ha transitado, han sido diez o doce. Nunca se despega demasiado de su compañero de viaje, siempre mira y se deja ver a lo largo del camino.

Aquella tarde habíamos ido hacia el fondo de nuestra chacra, para salir por detrás al callejón que une El Puente con Bella Vista. Maggie iba suelta, con su arnés colocado y yo con la correa en la mano. No había perros sueltos ni tránsito en la zona, así que no tenía sentido sujetarla.

Alcanzado el callejón, tomamos para el lado de El Puente, que es una chacra de frutales y dulcería. Por esa zona la población es muy baja, los vecinos distan unos quinientos metros uno de otro. Es un área de bosques, alguna chacra, un potrero de pastura, una quinta de frutales, todo muy tranquilo, poca población, pocos animales.

Recién después de un par de kilómetros de caminata, acercándonos a una vivienda que tiene siete perros muy ladradores, bastante antipáticos, até a Maggie.

Cuando ella está con la correa se comporta muy bien, casi como un lazarillo. No anda tironeando ni inquietándose. Los siete antipáticos produjeron el concierto acostumbrado, y sólo fue cuestión de apurar el paso, para dejarlos atrás y volver a liberar a Maggie.

Era una tarde soleada y fresca y daba gusto caminar por la comarca, sobre todo porque en esa etapa nos tocaba una ligera cuesta abajo. De vez en cuando Maggie se internaba en el campo vecino al callejón a corretear a los teros, uno de sus entretenimientos favoritos porque los teros hacen bastante escándalo, revolotean, se aproximan en picada y luego escapan aleteando, todo para distraer al intruso y proteger sus nidos, que en esta época del año tienen huevos o pichones. Todo este alboroto a Maggie la divierte mucho y los anda correteando llena de actividad.

Ya estábamos más abajo, por el callejón que conduce a la dulcería Golondrinas, cuando advertí que desde hacía un tiempito la tenía a Maggie perdida de vista.

Chiflé tal como hago para llamarla, y después de insistir un par de veces escuché sus ladridos. Era mitad ladrido y mitad gemido, una cosa extraña.

Venían desde más atrás así que retrocedí un poco.

Maggie se había internado en el campo lindero al callejón y no podía salir de allí. La tenía a unos diez metros de distancia. Pero no nos separaba un alambrado, sino una densa mata de zarza. Para quien no está familiarizado con la zarza, también llamada murra en esta zona, es una mata arbustiva, que no tiene un tronco principal, sino gruesas varas espinosas. Su fruto, la zarzamora, es delicioso cuando alcanza su madurez caracterizada por un negro intenso y brillante de sus bayas. Si uno se deja llevar por la gula una tarde de verano, y se da una panzada de zarzamoras, estropea por lo menos dos cosas: su aparato digestivo y la vestimenta. Está garantizada una descompostura de primera categoría que lo retendrá cerca del cuarto de baño por un buen tiempo, y las manchas de un denso rojizo negruzco que quedan en las prendas no se van a poder limpiar por más empeño que se ponga en ello.

Ahora, la amenaza de la zarza era que se interponía como barrera entre Maggie y yo. Maggie se mostraba inquieta y nerviosa y yo caía rápidamente en la desesperación. Lo primero que pensé fue que, siendo tan grueso el cerco de zarzas que nos separaba, si ella forzaba el cruce, podría quedar atrapada en el medio, clavándose más espinas a medida que se quisiera mover para atrás o para adelante.

La perra no era tonta, sin embargo lloriqueaba de una manera totalmente desacostumbrada, y yo me angustiaba y no podía razonar con corrección.

Un padre que magnifica el peligro que corre su hijo, y que además no puede comunicarse con él, porque es un bebé o un perrito en este caso, cae velozmente en la desesperación.

Mi torpe razonamiento recorrió los siguientes carriles: “Debo estar rápidamente junto a ella para tranquilizarla. Si está allí es porque entró. Si entró lo debe haber hecho por donde veníamos” Miré hacia delante para ver si la mata de zarzas terminaba, o por lo menos se reducía, pero no. Proseguía bien robusta, de un par de metros de altura y dos o tres de espesor. De modo que me dirigí hacia atrás, en busca del lugar por el cual Maggie se había metido en ese aprieto. Salí corriendo. Bien, considerando un individuo de sesenta y dos años de edad todavía algo excedido de peso, que viene de una caminata de unos cuatro kilómetros, parte cuesta arriba, hice lo que pude. Digamos que corrí hacia atrás, viendo con ansiedad que la mata de zarzas no ofrecía un hueco por ningún sitio. Habré hecho unos cien metros, chiflé a ver si ella acompañaba mi carrera del otro lado de la mata, me pareció que la escuchaba lloriquear desde el punto donde había quedado. Seguí corriendo con una fatiga que si bien existía, no sentía porque estaba dominado por la desesperación…

Estaría a unos doscientos metros del sitio donde había dejado a Maggie cuando me detuve a tomar un poco de aire y volver a chiflarle. Mi estado de ánimo era una superposición de emociones horribles: Angustia, culpa, ansiedad, terror… Cosa que nunca me había sucedido, ni aún en los percances que podrían haber sufrido mis hijos humanos.

Miré y volví a mirar hacia atrás a ver si aparecía algún paso en el cerco, y cuando me di vuelta, allí lejos la vi a Maggie en el medio del camino.

La primera impresión de felicidad de ver a mi perrita a salvo, rápidamente se convirtió en horror: le faltaba la mano delantera.

Allí estaba parada, en el medio del camino, mirando hacia a mi, parada en tres patas. Mejor dicho, parada en sus dos patas y la mano izquierda.

Le grité: “Maggie, Margarita, vení para acá”… ¡Veníparacá! dicho de viva voz es una orden que ella responde con la más veloz de sus carreras.

Sin embargo esta vez no se desplazó ni un centímetro. Claro ¿Cómo iba a caminar un animalito que había acabado de perder uno de sus miembros?

Ahora el que corría era yo. Desandaba en tiempo record la distancia que había hecho, dejando la mitad de mis pulmones por el callejón. Los pensamientos iban más veloces que mis piernas:

Se habrá enganchado la manito al escapar… pero tendría que estar sangrando, quejándose, y si bien está quieta, también parece que estuviera tranquila…Dicen que los zorros cuando caen en una trampa, se amputan el miembro atrapado a los mordiscos, con tal de escapar… las ramas de zarzas son fuertes y espinosas, pero no son una sierra ni una cuchilla… Elvira me mata… yo soy el responsable, estaba bajo mi cuidado…Nunca más la veré acostadita, cruzada de manos como si fuera una señorita en un salón aristocrático…

Al acercarme y verla, si bien inmóvil, también tranquila, fui esperanzándome un poco. Era una de esas esperanzas irracionales. Todos los elementos de juicio indicaban que le faltaba la manito derecha. Pero lo último que hay que perder es la esperanza…

Cuando la tuve a unos diez metros, yo percibí que no le faltaba la manito, sino que se había transformado en una perrita contrahecha. Un miembro se le había atrofiado totalmente y del hombro le nacía, no el brazo y antebrazo sino la mano directamente.

Por suerte eso era lo que veía a diez metros. En tres segundos, cuando estuve junto a ella vi que el brazo derecho estaba totalmente encogido y la mano la tenía pegada al cuello. Como Maggie es negrita, ligeramente atigrada, no se percibía la superposición del brazo sobre el cuerpo. Cuando quise acomodarle la mano, vi que la tenía aprisionada al cuello por un alambre acerado. La pobre había caído en una trampa, de la cual, si bien pudo salir, no había podido deshacerse de ella totalmente. Más inteligente que su padre, esperaba pacientemente a que yo le quitara el alambre, como cuando se le quitaban espinas o ramas enredadas en el plumaje de la cola.

Quitado el alambre la revisé bien, y no tenía más que lo acostumbrado, espinas, ramas, abrojos, un poco de barro… Ningún daño físico, caminaba normalmente, se apoyaba bien en todos los miembros…

El que no terminaba de reponerse era yo. Como cuando la policía interroga a los testigos respecto a la fisonomía del homicida, yo no tenía las cosas en claro. No recordaba bien por dónde se había metido al campo vecino… cuánto tiempo había estado desaparecida… si cuando lloriqueaba ya estaba en la trampa o si había caído en ella cuando forzó la salida… Mis recuerdos eran confusos y desarticulados. Dominado por la felicidad de haber recuperado sano y salvo al ser querido, nunca llegué a tener bien en claro como se produjo el episodio.

La peripecia tuvo sus consecuencias. Durante nuestros paseos, ahora estoy más atento sobre el tipo de cercos existentes y la posibilidad de trampas en la zona. Margarita misma tiene desapariciones más breves. Yo creo que el susto ha dejado sus huellas. Por otra parte, me pregunto ¿Cómo podré entenderla mejor? La comunicación es tan entendible cuando se trata una señal de alegría, pereza, desconfianza, pero tan difícil ante situaciones imprevistas. Como la madre que no sabe por qué llora su bebé y qué puede hacer para aliviarlo.

Como decía la tía Marta, hermana de Elvira, “es tan humana”, al verla comer gajos de manzana acomodada en mi falda, durante las sobremesas de la temporada en que Marta estuvo con nosotros. Margarita es parte de la familia, compartimos nuestros códigos y adivinamos nuestros humores, pero siempre hay algo misterioso y profundo detrás de su mirada que nunca sabré totalmente qué significado tiene. Nos unen los sentimientos y no la razón o las palabras.

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…Fue un adiós? - Bommecino

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Cuento Corto

Hugo Bommecino - Mendoza

¿FUE UN ADIOS...?

Llegó más temprano de lo que debía al Aeropuerto Internacional. Llevaba poco equipaje, por lo que hizo los tramites de Migraciones e ingresó a la sala de Embarque. Observó su reloj y disponía de más de una hora y cuarenta minutos para que lo llamaran al anunciar la salida del avión en que viajaría.

Tomó asiento en una de las butacas que había en la mencionada sala de espera. Eligió ese lugar ya que tenía una visión del movimiento de los pasajeros que salían de viaje. Dejó su bolso en una butaca, al lado de la suya y mantuvo en su poder la pequeña notebook. Tenía miedo de que se la robaran o que se olvidase de ella. Era un elemento de trabajo que lo acompañaba siempre. Cruzó las piernas y quedó a la espera de que pasara el tiempo que le quedaba para abordar el avión. No habían pasado ni siquiera cinco minutos cuando fijó su vista en la butaca que estaba cerca de él, en la cual yacía un libro envuelto en un pedazo de papel. Le llamó la atención, pero no atinó a hacer nada. Esperó casi media hora y cuando observó a una dama del personal de limpieza que venía recogiendo la basura de los contenedores, se puso de pie y se apoderó del libro. El diario que lo envolvía estaba escrito en idioma francés. Leyó el título: La nuit des temps (La noche de los tiempos), restándole importancia al autor. Seguidamente lo ojeó. Estaba escrito en francés y como algo comprendía del idioma, pensó que podría leer y entender un poco y se alegró por ello, ya que no tenía nada para hacer mientras durara el vuelo.

Le resultó fácil entender lo escrito y cuando dio vuelta la página número cinco, al pasar a la número seis, no podía creer lo que estaba escrito atravesando uno de los márgenes. Lo leyó varias veces y llegó a la conclusión de que había sido intercalada entre las letras, una dirección de correo electrónico. Alguien había jugado o quizás guardado la misma allí. Luego fue llamado a embarcar y guardó el libro en el bolso.

Una vez que el avión decoló, descifró lo escrito, pero estaba algo borroso el final. Pensó en dejarlo. Temía que fuese otra clase de mensaje. No se entendía bien, pero de todos modos, ojeó el libro en su totalidad y casi a final encontró un poema de Pablo Neruda, titulado “Ausencia”, al cual había leído alguna vez. Había sido modificado en parte, quedando redactado así:

Apenas te he dejado, vas en mí, cristalino y tembloroso, o inquieto, herido por mi misma y colmado de amor, como cuando tus ojos se cierran sobre el don de la vida que sin cesar te entrego.

“Yo”

Le llamó la atención. Hacía poco que había terminado su noviazgo con Camila, a quien le había jurado que respetaría su deseo de llegar virgen al matrimonio, pero la vida fue más cruel de lo que pensaba y fue ella la que rompió la promesa, quedándose con su mejor amigo y esperando un bebé que él estuvo dispuesto a engendrar. Por eso, por momentos pensó que podría tratarse de Camila pero desechó la idea, ya que sabía que ella no era adicta a los poemas.

Dado a que el viaje duraría unas tres horas hasta el destino final, se acomodó para dormitar un poco, sin dejar de pensar en el mensaje.

Al día siguiente, cuando estaba en su casa, se dirigió hasta la orilla del lago que había cerca y comenzó a redactar un mail para enviar a la dirección de correo electrónico que había rescatado del libro y para ello buscó uno de Pablo Neruda. Encontró el referido “Ausencia” y aprovechándolo, escribió la continuación del poema que decía:

Estimada Yo:

Amor mío, nos hemos encontrado sedientos y nos hemos bebido toda el agua y la sangre, nos encontramos con hambre y nos mordimos, como el fuego muerde, dejándonos heridas.

“El otro”

Cada vez que consultaba al correo, su mensaje resultaba rechazado por un error. No se dio por vencido y siguió enviando el mismo mail cambiando el final de la dirección que tenía, que era donde se indicaba la falla. Después de muchos intentos, le quedaba probar con la última letra del abecedario que le quedaba. Al día siguiente, después de darse un chapuzón en el lago, miró si tenía correo y se encontró con una respuesta que lo dejó estupefacto:

A “El otro”:

Pero espérame, guárdame tu dulzura, yo te daré también una rosa.

“Yo”

Bruno no dejaba de estar sorprendido por la respuesta recibida. Pensó en que quizás la mujer que se identificaba como “Yo” estuviese jugando con él. Se recostó sobre el césped y sus pensamientos giraron en torno al contenido del poema y luego de estar largo rato allí, llegó a la hipotética conclusión de que la mujer, si no estaba jugando, era posible que estuviera pidiendo auxilio. Él se encontraba en Chile y la mujer residía en Perú, cosa que dedujo al buscar las letras finales del mail en un libro que tenía sobre Correo Electrónico.

Al día siguiente pensó en la situación planteada y le envió el siguiente mensaje::

Estimada Yo:

Tú que dices ser Yo, estás tan lejos de mí, que creo que nunca te conoceré, pero tengo los medios para que mantengamos una conversación a través de nuestras PC. No hagas nada que te lastime, aunque si lo haces no tendrás medio alguno en la oscuridad de la eternidad para llegar a mí. Espero tu mail.

“El otro”

Pasaron quince días sin recibir noticias de la misteriosa mujer, que no sabía nada de ella, solo que se apodaba Yo. Buscó en el libro de Pablo Neruda y escribió del poema: “Mujer, nada me has dado”, lo siguiente, modificando algunas palabras:

Estimada y desconocidaYo:

Nada me has dado y para ti, mi vida deshoja su rosal de desconsuelo, porque ves estas cosas que yo miro, las mismas tierras y los mismos cielos, porque la red de nervios y de venas, que sostiene tu ser y tu belleza, se debe estremecer al beso puro del sol, del mismo sol que a mí me besa.

“El otro”

Bruno envió el mail y se fue a la Facultad. Estaba feliz por lo que le estaba sucediendo y se propuso mantenerlo en secreto. Todos le preguntaban sobre su estado de euforia y deducían, ante su negativa de hablar sobre ello, que se había reconciliado con su novia. Las horas pasaban lentamente y mientras tomaba apuntes y escuchaba a los profesores de las distintas cátedras, llegó la hora de salida y se fue a su casa lo más rápido que pudo. Agitado, frente a la PC titubeó en bajar correo. Temía que no hubiera respuesta alguna, pero entre todos los que habían, sí se encontraba el de ella y que decía:

Estimado desconocido “El otro”: Hombre, nada te he dado y sin embargo a través de tu ser siento las cosas: estoy alegre de mirar la tierra en que tu corazón tiembla y reposa.

“Yo”

Bruno iba entendiendo el juego de la mujer y se apuró en contestar:

Estimada “Yo”:

Ya ves, noche estrellada, canto y copa en que bebes el agua que yo bebo, vivo en tu vida, vives en mi vida, nada me has dado, pero todo me lo debes.

A continuación y para no mezclar, dejó una línea de espacio y agregó:

Estimada y desconocida Yo: no quiero que así terminemos, todo me parece que llega a su final y aunque no logremos conocernos, al menos debes saber quien te escribe y al igual quiero saberlo yo, porque tú que dices ser “Yo” y yo que digo ser “El otro”, tenemos un nombre. Soy Bruno y esto te lo dedico a vos: ¡Oh mujer –de carne y sueño-, ven a encantarme un poco, ven a saciar tus copas de sol en mi camino: que en mi barco amarillo tiemblen tus senos locos y ebrios de juventud, que es el más bello vino!

Bruno.

Ella le respondió dos días después:

Estimado Bruno:

El vino es bello porque nosotros lo bebemos en estos temblorosos vasos de nuestro ser que nos niegan el goce para que lo gocemos. Bebamos, nunca dejemos de beber.

Carla.

Bruno, a sabiendas del juego, se regocijó al decirle:

Querida Carla:

Nunca, mujer, rayo de luz, pulpa blanca de poma, suavices la pisada que no te hará sufrir. Sembremos la llanura antes de arar la loma. Vivir será primero, después será morir.

Bruno.

La respuesta llegó rápidamente.

Querido Bruno:

Y después que en la ruta se apaguen nuestras huellas y en el azul paremos nuestras escalas –flechas de oro que atajan en vano las estrellas-, Oh Bruno, hacia dónde te llevarán mis alas!!!!! Por siempre Adiós.

Yo... Carla.

Para Bruno fue como que le decían que algo se acercaba a la inminente amistad virtual que había nacido entre ellos. Y fue así, ya que pasaban y pasaban los días y en vano esperaba respuesta a los distintos mensajes que le enviaba a Carla, los que se fueron acumulando, hasta que el silencio rompió los deseos de Bruno de estar en contacto con su amiga.

Fue un mutismo que no lograba entender el origen. Se preguntaba si habría sido el culpable, pero no encontraba espacio donde dejar guardadas las respuestas que él mismo se daba.

Llegaron las fiestas de Navidad y Año Nuevo. Fue la oportunidad esperada. Bruno preparó una tarjeta y la adosó al mail que decía:

Querida Carla:

Soy un libro que espera, una espaciosa mano, una pradera y en el círculo de espera, te deseo ¡Felices Fiestas!

Bruno.

El ilusionado muchacho, cuando abrió esperanzado el correo, se encontró con un mensaje, el que había esperado durante meses:

Bruno: ¡Felices Fiestas! Todo pasó, ya se apagó la nube navegante. Gracias por ayudarle a emprender el viaje.

Enriqueta (mamá de Carla)

Para Bruno fue la noticia más triste que hubiera pensado recibir. Deambuló por la orilla del lago. Lentamente fueron apareciendo las imágenes del encuentro que había ideado tener con Carla, pero lamentablemente ella no lo podría hacer. En las noches miraba hacia el cielo, buscaba una estrella e imaginaba que era Carla. Tiempo después viajó al Perú a conocer las ruinas de Machu-Pichu y saludó a la madre de su virtual amiga y dejó sobre la lápida donde indicaba estar el cuerpo de Carla, una rosa y una plaqueta que decía: Carla:“Amé, fui amado virtualmente, el sol acarició mi faz, Vida –refiriéndose a ella- nada me debes, vida estamos en paz..

BRUNO.

Se persignó, dio media vuelta y emprendió el viaje de vuelta a casa pensando si lo vivido había sido un Adiós.

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sábado, 29 de agosto de 2009

Tato Affif – Solsticio y Algo del autor

 

image “Solsticio y el viaje de las Hadas, los Duendes y el Silfo”/Por Marcelo Carlos “Tato” Affif

29/08/09 | (APP) Marcelo Carlos “Tato” Affif nació el 2 de abril de 1966 en la Ciudad de Buenos Aires y reside en El Bolsón. Interesado en los orígenes de los mitos y las costumbres americanas realizó un viaje de investigación recopilando todo tipo de material, partiendo desde la ciudad de San Juan (Argentina) y llegando hasta las antiguas ruinas de Machu Pichu (Perú). Es profesor titular de las cátedras de Historia, de Derecho e Impuestos del Cem 94 e integrante del Consejo Institucional, asimismo soy profesor titular de Cívica del Cem 48.

En el 2008 publicó en forma independiente su primera novela llamada “Solsticio y el viaje de las Hadas, los Duendes y el Silfo”, declarada de Interés Cultura y Educativo por el Senado de la Nación y el Concejo Deliberante de El Bolsón.

“Solsticio y el viaje de las Hadas, los Duendes y el Silfo” es una novela del género fantástico que está estructurado en dos momentos bien definidos. La historia inicia con el relato en primera persona de un narrador que comienza haciendo una descripción del maravilloso lugar en donde vive, y luego refiere una serie de sucesos inexplicables que ocurren en su casa…
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“Fue durante el primer invierno que pasamos en la cabaña del faldeo del Piltriquitrón cuando todo comenzó, o al menos cuando mi parte en esta historia dio su primer paso.
Hacía tanto pero tanto frío que Mariela y yo dormíamos tapados hasta la naríz y con pulóveres. Nuestra cabaña recién hecha, poseía todas las características de una cabaña recién hecha, estaba llena de chifletes. Teníamos la salamandra y el hogar prendidos durante todo el día; pero cuando llegaba la noche, esas noches en las que se pueden ver millones de estrellas, realmente nos moríamos de frío.
Nuestra casa de piedra y madera estaba construida junto a un fantástico bosque de cipreses, radales y maitenes.
Durante el verano era como vivir en un sueño, caminábamos al atardecer por sus angostos senderos, jugábamos a buscar ramitas de tal o cual árbol, o escuchábamos los sonidos que la brisa hacía entre las hojas. Pero en invierno la cosa cambiaba, no es que no fuera hermoso, pero el frío intenso y la humedad del bosque nos recluían la mayor parte del tiempo adentro de la casa. Las lluvias y la nieve se hacían sentir, y nuestra mayor preocupación en aquellos días era que no se agotara nuestra provisión de leña.
Como dije en un principio, fue durante aquel primer invierno; en una helada noche cuando todo comenzó.
Nos habíamos ido a dormir temprano; habíamos tenido un largo día de trabajo y estábamos cansados. Mariela como de costumbre apoyó la cabeza en la almohada y se durmió; y yo, como de costumbre dejé flotando en el aire mis pensamientos y comencé a viajar a países lejanos, a descubrir lugares nuevos, y a pensar como llegar a fin de mes.
Cerré los ojos… Al ratito entré en una zona en la que uno está a punto de dormirse, pero aún tiene conciencia del entorno, y se perciben vagamente ruidos y sonidos alrededor.
En ese momento, fue cuando sucedió… “ (Extracto del cap. I)
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Una tarde el narrador sale a pasear por el bosque lindante a su propiedad y escucha una melodía inquietante y a la vez irresistible. Decide averiguar de qué se trata y cae en un letárgico ensueño en el que una dulce voz que le va contando una fabulosa e increíble historia…
……………………………………………………………………………………………………………“¿Estaba despierto o me había dormido? El realismo de las sensaciones me hizo desechar la idea de estar soñando, pero a la vez… ¿Cómo era posible que fuera capaz de percibir todas esas cosas?
El corazón me latía a mil, quise levantarme y salir corriendo antes de que fuera demasiado tarde, cuando repentinamente escuché su voz. Una voz femenina que me llegaba como desde el principio de los tiempos. Una voz única, una voz mágica…
Cantaba en un idioma extraño que no conocía.
Su entonación era como el sonido de una cascada escondida en la montaña, y las frases respondían a una rima fresca, como las últimas escarchas matutinas de una joven primavera.
Me di cuenta de ello rápidamente y, aunque no comprendía el significado de las palabras, su particular pronunciación era atrapante. Entonces, caí definitivamente en una especie de ensoñación o algo parecido. Era como soñar despierto o despertar soñando…
Y comencé a esperar el sonido de las rimas de las ya indudables estrofas de una canción, y presté mucha atención a las imágenes que se sucedían ante mis ojos simultáneamente.
Al percibir que nada me apremiaba, podría decirse que me tomé mi tiempo. Me relajé como nunca en toda mi vida y me entregué, permitiendo que la música me envolviera por completo.
Noté que a cada estrofa le correspondía una imagen… y casi sin notarlo fui identificando palabras, expresiones, y frases; hasta que finalmente… ¡Comprendí el significado de la letra!
La canción contaba la historia de un bosque tremendamente viejo y frondoso, habitado por los seres más extraordinarios que jamás hubiera visto. Un bosque mágico en una tierra lejana y de leyenda. Y yo estaba a punto de formar parte de ella, aunque en ese entonces aún no lo sabía…
Cuando me di cuenta, hacía tiempo que había empezado a bailar… “(Extracto del cap.II)
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La canción va relatando la leyenda y de esta forma se pasa a los verdaderos protagonistas de la novela. Son cuatro hadas: Solsticio, Nevada, Estrella y Cenit.
Y tres duendes: Hojarasca, Frondoso y Retoño.
Y un silfo: Silbador.
Ellos vivían en Irlanda y querían dejar la isla y buscar nuevos bosques donde vivir. El suyo estaba siendo talado por los hombres y no le quedaba mucho tiempo de existencia. Pidieron permiso de viajar a los ancianos y como no se lo dieron, deciden fugarse…
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“Las tres banshees de la pequeña cascada en la frontera del bosque fueron las primeras en llegar al círculo de pierda. Se sentaron en el suelo sobre la hojarasca y esperaron con abnegada paciencia la llegada de los otros.
Al rato aparecieron los duendes, con sus barbas añejas y sus generosas barrigas. Saludaron a las banshees con una reverencia y tomaron su lugar debajo de un gran roble, entreteniéndose en una charla de lo más animada.
Las luciérnagas siempre cómplices de esos momentos, alumbraban el lugar con su fría luz agrupándose en distintos sectores siempre bien distribuidas para no dejar a nadie a oscuras.
Un Leprechaun amable y voluntarioso era el anfitrión del lugar, y el encargado de que todos estuvieran invitados; los días previos a la convención eran para él muy vertiginosos. Siempre consideró una verdadera suerte, que semejante acontecimiento se produjera cada cien, o ciento cincuenta años; de lo contrario habría enloquecido.
Vestía tal como era característico en los de su especie, con sombrero de tres picos de color verde, chaqueta y pantalones al tono y unos zapatos negros con hebilla que parecían desproporcionadamente grandes.
Hacía ya mucho tiempo desde la última vez en que todos los seres de la naturaleza del bosque habían sido convocados.
Y más aún, desde que en una convención similar, se había tomado la determinación de no mostrarse más a los humanos. Cuando gracias a la nueva religión todos los seres feéricos comenzaron a ser perseguidos sin importar su condición.
Desde las lejanas minas de oro del norte, cuya ubicación era un misterio, llegaron los gnomos, con sus recios torsos, sus vestimentas toscas, y sus picos y martillos que llevaban colgando de los numerosos cinturones que ceñían sus tallas.
Parecían estar de muy mal humor, ya que no había nada más molesto y fastidioso para ellos, que tener que discutir cuestiones que no les interesaban. La realidad era que los gnomos vivían por y para el oro; que extraían de las entrañas de la tierra en lugares absolutamente secretos. Aprendieron su oficio de sus primos los enanos germanos; y era la creencia difundida por aquel entonces, de que eran capaces de “oler” el oro.
Con sus ropas harapientas y sus miradas perdidas, arribaron los brownies irlandeses (también llamados bwciod). Se ubicaron junto a las banshees de negras cabelleras, provocando que estas se apartaran del lugar tomando un poco de distancia de aquellos desprolijos personajes. No eran más de quince o dieciséis, aunque nadie estaba totalmente seguro de este número, ya que nunca se quedaban quietos, y todos eran muy parecidos entre sí. Como prestaban servicios en casas humanas no tenían tiempo de remendar sus ropas, y por esta razón no había en la convención feérica personajes más desalineados, sucios, y desagradables que aquel grupo de brownies irlandeses, aunque indudablemente a ellos poco parecía importarles.
Precedidos por un bullicio ensordecedor, muy cerca de la medianoche, hicieron su aparición los terribles trasgos. Llegaron desde los montes y el campo, y con seguridad ninguna casa, aldea o pueblo, ya sea grande o pequeño se había salvado de sus depredaciones.
Transformaron en un momento la tensa calma en un verdadero desastre. Saltaban entre los duendes y los brownies quitándoles sus gorros, chalecos, y otras pertenencias, para luego arrojarlas a otros compañeros que los esperaban en el otro extremo de la ronda que se había formado.
Hacían equilibrio con piedritas en sus narices, que inevitablemente caían sobre algún invitado, casi dejándolo sepultado debido a la gran cantidad que habían utilizado.
Contaban grotescas historias de sus despreciables hazañas que nadie quería escuchar; y se enojaban terriblemente cuando veían que no les prestaban atención. Entonces molestos e indignados giraban como trompos sobre las puntas de sus botas rojas y golpeaban a todos los que se encontraban cerca de ellos.
Cuando los más ancianos los reprendieron, expusieron una lista interminable de excusas que como era común en estos casos, se transformó en un verdadero fastidio, ya que todos al mismo tiempo gritaban sus razones y se copiaban los más disparatados argumentos para justificar sus fechorías. Por este motivo todos se vieron obligados a escuchar como cincuenta veces la misma cantinela.
No fue nada sencillo tranquilizar los exaltados ánimos de los trasgos, pero de acuerdo a su naturaleza, cuando se les induce a contar un manojo de lentejas, como no saben contar más allá de treinta o treinta y cinco, esta empresa los agobia y a la vez los mantiene ocupados, intentando llevar adelante el conteo. Por supuesto la clave está en darles más lentejas de las que ellos pueden contar. Conocedor de esta artimaña el Leprechaun tenía preparados unos treinta saquito repletos de lentejas, las cuales repartió a cada uno de los trasgos presentes que, inmediatamente se pusieron a contar (mejor dicho a intentarlo) poniendo así fin a tan tremendo alboroto.
Las dríadas de los árboles cercanos tenían lugares de privilegio, ya que podían observar todo sin abandonar la comodidad de sus hogares.
Cuando todo estuvo dispuesto, Musgo, el duende más anciano y sabio de todos los presentes dió por inaugurada la convención feérica, y convocó al centro del círculo de piedras a los “Solicitantes” tal como lo establecía la tradición.
Entonces con paso firme y seguro, un grupo de tres duendes y cuatro jóvenes y hermosísimas hadas apareció; y ubicándose en el centro del círculo de pierda ante la mirada de todos aguardaron a que el anciano Musgo les permitiera dirigirse a los demás.” (Extracto del cap. IV)
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Los seres mágicos viajaron a Sudamérica escondidos en el equipaje del Almirante Guillermo Brown (Héroe de nuestra independencia de origen irlandés) Cuando llegaron a Bs. As. partieron inmediatamente hacia la Patagonia gracias a que las hadas pueden comunicarse con Madre tierra y, ella les dió la ubicación exacta de los bosques cordilleranos, pero en el camino debieron enfrentarse a los seres mágicos autóctonos que no los recibieron amigablemente. Finalmente luego de muchas penurias eligen para quedarse a vivir una pequeña comarca que hoy lleva el nombre de El Bolsón.
Cuando termina la canción y de esta forma el relato de la historia, la novela vuelve a donde comenzó, con el narrador volviendo en sí y, descubriendo que el bosque en donde vive está habitado por aquellos seres mágicos.

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Un trabajo… - Gandulfo

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Cuento Corto

Esteban Gandulfo

Las Golondrinas – Lago Puelo - Chubut

Un trabajo como cualquier otro

¡Qué quiere que le diga señor!... Para mí, es un trabajo como cualquier otro… Perdón, debo expresarme con corrección: Es una profesión sumamente delicada. Que no permite errores, y que por momentos requiere una inspiración artística, similar a la del pintor que con una pincelada de amarillo, enciende la brasa del cigarro, en el retrato que tiene sobre su caballete...

Ya me lo decía mi padre, el difunto coronel Don Mauro Mendonça da Costa Filho, para todos el “Coronel Don Maurón”, el aumentativo, por lo corpulento que era.

–Chico, ¡Tu sí que vas a ser bueno en esto!– exclamaba cuando hacía saltar por los aires una moneda de níquel de diez reales desde veinte pasos de distancia.

Con el tiempo llegue a repetir la proeza en condiciones más exigentes: Disparando desde la cintura. Yo creo que el estímulo de los elogios de mi padre, hacían que cada vez me esforzara más en lograr la perfección. Él vivía en la casa grande, con su esposa y sus ocho hijos legítimos. En cambio Rosinha (mi madre) y yo vivíamos en la casa de los empleados. Don Maurón era un hombre muy decente y apegado a su familia, sin embargo, tuvo un desliz con mi madre, que no era empleada de la façenda, sino una hija de empleados, que a la edad de doce años quedó preñada por el patrón, y dio a luz a un bebé pequeño y morenito, que finalmente resulté ser yo mismo. Nadie criticó al patrón por su conducta, porque era imposible que se cruzara un pensamiento de tales características por la mente de los pobladores del lugar donde el Coronel era dueño y señor. Por otra parte Don Maurón llenó de atenciones a mi madre, su familia y a mi mismo, a quien consideraba como su propio hijo, bueno, que en cierto y determinado modo lo era.

Apegado a las armas pero no a la caza, mi padre me introdujo y estimuló en la actividad del tiro al blanco, ya fueran fijos o móviles. Podía dispararle a una latita, o hasta una moneda en el aire, pero nunca a un pájaro. Y como comencé a disparar desde los doce años, edad que parece que ha sido determinante en el destino de nuestra familia, al filo de la adolescencia, era el que mejor puntería tenía en todo el estado. Dejaba a todo el mundo de boca abierta, cuando con los ojos vendados, y disparando hacia atrás, reventaba a un maracuyá colocado a cincuenta pasos de distancia.

Mi padre era también fanático de la lectura. Poseía una inmensa biblioteca en la que predominaban los volúmenes de historia y poesía. Desde que aprendí a leer yo tuve acceso libre a esa habitación maravillosa que me conducía al mundo exterior. A muy temprana edad me extasiaba con los poemas de Fernando Pessoa o veía la revolución francesa a travez de la noble mirada de Chatobriand.

Vivíamos en el Nordeste. Tierra que no conoce invierno ni otoño. Tierra de polvaredas infinitas, sol abrasador y playas de blancas arenas. Pueblos en los que sobrevivieron los colonos más fuertes y más aventureros, conviviendo con los nativos, gente pequeña de piel oscura y palabras tan escasas como escurridizas para el oído que no era del lugar.

Mi madre era muy bella, y sin duda la tentación fue imposible de resistir para mi padre. Teníamos tan poca diferencia de edad con mi madre, y ella era tan alegre y juvenil, que durante mucho tiempo la gente que no nos conocía, nos consideraba hermanos, por las coincidencias fisonómicas y hubo hasta un desprevenido que se aventuró a decir que éramos gemelos.

Y usted me preguntará, señor, como es que di con mi profesión. Fue como muchas cosas importantes que suceden en la vida: Sin querer.

–Ey Chico, a don Edson Gonçalves Mattos no podrás meterle un chumbo en el centro de su ojo derecho?

–¿Y por qué habría de ser allí mismo en la pupila de su ojo derecho?

– Porque el izquierdo es de vidrio y quiero que vea bien de cerca cuando el plomo le está llegando.

– Se me hace que el balazo va tan rápido que no le ha de dar tiempo a mirar…

– No interesa, le damos la oportunidad, y si por ventura lo ve, mejor, sufrirá más!

Mi padre dio el asentimiento para que tomara esa encomienda. Por varias, razones: Primero, porque consideraba que a esa edad ya debía conseguirme una ocupación, en lugar de andar holgazaneando por la façenda, echando humo y asustando a la hacienda; segundo, mi padre era amigo del doctor José Roberto Pires, y no simpatizaba con el pícaro Edson, que desde esa tarde comenzaba a andar lentamente el camino al cementerio.

Sucedió que el sinvergüenza de Edson, engañó en un remate de tierras al doctor José Roberto, y le birló una façenda que había salido a remate, porque la sucesión no se había podido hacer cargo de los impuestos. Edson, haciéndose el tonto, fue ofertando tímidamente durante la subasta, y cuando José Roberto lanzó una suma arriesgada, se retiró del lance. Al poco tiempo, en complicidad con el martillero y el juez, consiguió impugnar la oferta ganadora, y él, con el segundo monto subastado, se quedó con las tierras.

En aquella oportunidad, mi padre me dio un consejo que perduró por toda mi vida:

–Todos deben saber que fuiste tú, pero nadie debe poder probarlo. Lo primero, para que te respeten y valoren; lo segundo, para no terminar en la cárcel…– sentenció con una sabiduría que me aseguró una profesión honorable y la libertad de por vida.

Para aquel primer trabajito tuve que pedir asesoramiento a un veterano profesional, Don Edimilson Da Silva.

–La primer parte es fácil, porque tú lo conoces bien al viejo Edson y no tendrás que andar buscándolo entre la gente al tiempo que miras una fotografía. Debes estudiar la ocasión, en que esté solo, tranquilo, desprevenido. El disparo debe ser al corazón, en el centro del pecho, una cuarta debajo del mentón. Lo del ojo es una payasada, ni se te ocurra, los disparos a la cabeza son peligrosos, porque la cabeza está siempre en movimiento, el plomo puede deslizarse entre la piel y el hueso y la víctima sigue caminando, casi sin darse cuenta. Apenas atontada. El disparo al corazón te asegura una muerte instantánea, y que el sentenciado no sufra.

Así se hizo. Don Edson iba todas las noches de los jueves a jugar al truco a una bodeguita en el centro del pueblo. Es otro truco señor, no es como el de ustedes, pero se le parece. Salía cerca de medianoche, con bastante alcohol en el espíritu, pero no tanto que no le permitiera caminar derechito y llegar a su casa. Pero aquella noche, no llegó a su casa. A dos cuadras del barcito, y a la luz del farol de la iglesia recibió un disparo exacto, y cayó de espaldas, en un absoluto silencio después de aquel estampido. Dejé un níquel de diez reales sobre el buraquito del chaleco, porque me habían aconsejado que llevara mi rúbrica o la de mi mandante, pero como era mi primer trabajo, don José Roberto Pires insistió en que pusiera mi firma y no andar dejando una notita “Esto es por andar robando tierras” o algo por el estilo.

No vaya a creer, uno no tiene remordimientos. Es más, uno no siente culpabilidad, sino el orgullo de haber hecho en buena forma la tarea encomendada. Usted tiene que entender señor que cuando una persona quiere, seriamente, matar a alguien, y dispénseme por la dureza del término, ese pobre infeliz, ya está muerto. ¿Quién lo hace? Es lo de menos. Puedo ser yo o puede ser otro. La cuestión es que quede bien hecho. Perdón, no he sido suficientemente claro: Es de extrema importancia que esté bien hecho. Usted no se da idea de la gente inocente que termina en un cajón de cerejeira, mucho antes de que le hubiera llegado la hora, porque el que apretó el gatillo se equivocó de persona. Claro, eso sucede, porque muchas veces se busca gente de afuera para hacer el trabajo. Entonces le dicen, se llama fulano, vive en tal lado, trabaja allí enfrente, y le dan una fotografía. El resultado: como no lo conocen bien, o la fotografía no era fiel a los rasgos fisonómicos de la víctima, el muerto terminaba siendo otro. Y para colmo insisten en cobrar, y no quieren enmendar la tarea porque dicen que se les dio mala información. ¡Una verdadera vergüenza!

Somos pocos y se nos conoce bien. Todos nordestinos, no sé por qué. Hay de todo, señor, aunque felizmente predominan los profesionales serios. ¿Usted no escuchó nada de “Chapó de Couro”? ¡Ese sí que era un bandido! Un hombre sin moral ni principios. Si usted hubiera estado en el Brasil, creo que fue por el noventa y seis, tal vez noventa y siete, con toda seguridad que se habría enterado bien, todo el tiempo lo comentaban en la radio aparecía en la primera página de los periódicos.

Fue un negocio muy importante que tenía que ver con los políticos. Era una elección, me parece que la primera después que hubiera ganado la presidencia Color de Melo. Había un compadre de aquí cerca, de Ceará, que se postulaba para diputado. Cuando se conocen los resultados de la votación, este caballero verifica que él había quedado como el primero de los suplentes, y no encontró mejor camino para ingresar prontito al parlamento que hacer ejecutar a uno de los colegas que lo precedía en la lista.

Lo llamó a Chapó de Couro, que hasta ese incidente era un hombre confiable. Hubo una serie de reuniones y conversaciones telefónicas. El mandante, que se llamaba Mauro ¿Quiere creer, como mi padre? Le da todos los detalles y le paga la bonita suma de quince mil reales.

Chapó de Couro tomó contacto con la victima, y le informó que había sido comisionado para darle muerte, pero que por el pago de veinte mil reales se daba por dispensado. Ese hombre pagó volando, porque el asesino era temidamente famoso, y porque los políticos – ¡esos sí que son delincuentes!– consiguen veinte mil reales con la facilidad que usted me paga una cervecita.

¡No señor! No se asombre porque no termina ahí la cosa… Chapó de Couro había mordido la manzana envenenada de la ambición, porque uno no tiene que ser ambicioso en esta profesión señor, uno tiene que contentarse con lo que el Señor y sus habilidades le brindan. Humildemente y con grandeza de espíritu, señor.

La cosa no terminó ahí, porque Chapó de Couro, con toda la astucia, había grabado las conversaciones telefónicas con Mauro, y le vendió las cintas a la Radio Bandeirantes. Todas las mañanas, por lo menos media hora le dedicaba la radio a pasar las conversaciones y comentarlas escandalizados.

–Sí señor, quédese tranquilo, yo puedo hacerle el trabajo

– ¿Pero… Es algo seguro?

–¡Me extraña, está hablando con un profesional! Yo le voy a enfriar a ese tipo con toda prolijidad…

–¿Y qué garantía tengo?

–Bueno, usted llegó a mi por alguna recomendación… ¿no es verdad? La garantía es que me paga un anticipo de solamente quince mil, y cuando el trabajo está hecho me da el resto

–Bueno, véngame a ver mañana… ¿Lo conoce bien al fulano?

–¡Pero, por favor!

Esa había sido la última de las cintas que registraban tres o cuatro conversaciones telefónicas. Con referencia a las reuniones, no hubo ninguna grabación. Sería porque Chapó de Couro no contaba con un aparato adecuado, o porque no se animaba a ser descubierto personalmente en un acto de traición tan flagrante.

Todo el país estaba escandalizado, pero lo más curioso es que todavía no se había cometido ningún crimen, salvo la defraudación practicada sobre ese par de bandidos. La venta del material grabado a la radio había sido una transacción legal.

Había pasado un mes más o menos, cuando el alboroto había pasado casi al olvido, porque aquí rápidamente nos renovamos señor. Y nuevamente un asesinato comienza a inquietar a la prensa, dale que dale. Sucedió que la habían matado a doña Perpetua Cardoso, abanderada de los pobres, cuyo primer nombre, tristemente no hizo honor a su breve vida, porque doña Perpetua debe haber fallecido antes de cumplir cincuenta años, señor. Ella también había sido candidata a diputada, de las primeras en la lista, porque era muy querida por todos en el estado. A ella la condujeron al obituario mediante una chacina… Claro, usted no conoce, aquí una chacina es una muerte por encargo, que se efectúa por medio de varias personas, ingresan encapuchadas en el recinto donde se encuentra la víctima, y matan a todo el mundo. Esa mañana no solo acribillaron a la pobre Perpetua, sino que también cayó su hija Adalgisa, dos perros de la familia y una vecina que había ido por un saco de frijoles.

¡Y claro que es una barbaridad esta costumbre de las chacinas! Y eso es lo peor señor, que ya estamos acostumbrados. Si hasta la Folha de Sao Paulo lleva las estadísticas: “Ayer hubo la chacina numero noventa y dos en lo que va del año, cayeron tantos narcotraficantes en la favela tal por cual”

Mire, la policía dice que es un invento de los traficantes, pero los traficantes aseguran que fue una creación de la Policía Militar, o la Rota, no recuerdo bien. La policía tenía que hacer limpieza y no quería que quedaran testigos. ¿Qué quiere que le diga? Yo me inclino darle la razón a los delincuentes ¿Cuáles? Bueno, los que acusan a la policía…

Y espere que le cuente como terminó la historia, que eso le explica bien como funcionan las cosas en este país, señor.

La misma tarde en que una multitud acompañó a doña Perpetua al cementerio, los asesinos estaban detenidos, incomunicados y a disposición del delegado, que los interrogaría ni bien regresara del entierro. El error lo cometió Don Mauro, no mi padre sino aquel que llamó a Chapó de Couro para el trabajo que nunca se hizo. Pasado el bochorno del escándalo, Don Mauro puso la responsabilidad en gente que él estimaba como de total confiabilidad: un chofer suyo y dos de sus guardaespaldas. Eligió apagar a un blanco fácil, una buena mujer que se movía con descuido por todos lados, todo el tiempo. Los tres asesinos, que merecen ser así llamados, actuaron con una torpeza gigantesca. Fueron hasta lo de doña Perpetua en un vehículo de su propiedad, fácilmente reconocible; le habían comprado las armas a un contrabandista paraguayo que inmediatamente los delató, y a pesar de que iban enmascarados, toda la cuadra reconoció al Fauston con sus ciento cuarenta kilogramos de peso, calzando botas cuarenta y siete, hechas siempre a su medida. Los asesinos no demoraron en admitir su autoría, y esgrimieron la razón de que Doña Perpetua tenía con ellos una deuda impaga. Negaron que su patrón hubiera sido el mandante, ¡Por el favor de todos los cielos! … ¿Cómo iban a pensar eso?

Bueno, ya que quiere saber cómo terminó la historia, los tres bandidos escaparon a los dos meses, sin haber llegado a ser juzgados, durante la rebelión carcelaria que hubo en el penal de Tamandaté, que aseguran que fue financiada por Don Mauro. Y Don Mauro está ahora en Brasilia, ocupando su banca de diputado federal. Ya va por el tercer período.

Pero si a usted le gusta tanto conversar, yo preferiría seguir hablando de mi profesión, que es algo limpio, señor. Es una actividad que hemos llevado con toda seriedad y profesionalismo. Y hasta sentido corporativo le diría. Durante muchos años tuvimos establecida una tarifa, que era tan conocida como respetada. En el tope de la tarifa estaba el Juez de Crimen, que al comienzo costaba diez mil reales, ¡Fíjese como pierde valor la moneda! Usted, en aquel entonces hacía un Juez de Crimen y compraba una casa y no trabajaba por dos o tres años más. Yo tuve que hacerme cargo de un juez de Crimen y ya le voy a contar cómo. En lo más bajo de la tabla, pobrecita, estaba la esposa adúltera, a quien se la apagaba de gracia, es decir sin retribución pecuniaria alguna, por aquello del honor de los hombres, porque todos los que hemos abrazado esta carrera señor, somos del tronco masculino. También en su momento me encargaron una esposa infiel, pero yo pude eludir la diligencia por suerte, y no fue fácil, porque en la profesión uno mantiene el prestigio por su eficiencia y carencia de remilgos.

¿Quiere saber cómo fue lo del juez? No le puedo decir quién me comisionó, porque todavía vive y me podrían llamar a testificar en su contra. Estuve más de un mes estudiando al hombre. Y no vaya a creer que es cosa fácil, porque uno trabaja solo, tiene que pasar desapercibido y no despertar ningún tipo de sospechas. Lo tiene que seguir a todos los sitios que puede hasta encontrar la ocasión adecuada. Usted tiene que encontrar un movimiento de rutina, una acción que se repita regularmente en forma mecánica, porque usted no puede correr riesgos, estar dependiendo de sus ocurrencias. Usted tiene que actuar sobre seguro.

Para colmo de males, este juez se movía siempre con uno de sus dos guardaespaldas. De él podemos decir el nombre, era el doctor Getulio Gonçalves. El doctor Getulio era un hombre muy delgado y de altura mediana. Sus dos guardaespaldas eran altos y corpulentos. Como siempre los llevaba por detrás, bien cerca de él, la denominación de “guardaespaldas” nunca podría haber estado tan bien aplicada. Varias veces me crucé con el doctor Getulio, tratando de encontrarle el ángulo, y siempre veía un pobre hombre, debilucho y esmirriado, e inmediatamente detrás una montaña humana que le sobresalía por arriba y los dos costados.

¿Quiere creer que el doctor Getulio era homosexual? Las malas lenguas decían que tenía amores con uno de sus dos guardaespaldas, pero yo nunca acredité en eso. Yo me inclinaba a pensar que su pareja era un mucamo que tenía en su casa, porque él vivía solo, con el mucamo y dos empleadas.

Después de haber estudiado mucho la casa, la descarté. Debía presentarme con alguna excusa verosímil para que el doctor me atendiera; y aún así, podían enviarme a su despacho en los tribunales diciendo que en la casa no atendía a nadie. Y aunque hubiera podido hacer el trabajo dentro de la casa, el escape era complicadísimo, porque estaba en la misma cuadra de la delegacía primera, en la Rua Magalhaes donde siempre había una generosa cantidad de policías en la puerta… ¿Ah, no sabía que la retirada era un punto tan importante? Ya lo decía Napoleón señor, en el siglo diecinueve: Nunca se debe encarar una batalla, por más fácil que parezca ser, si no se cuenta con la seguridad de un retiro adecuado de las tropas.

Finalmente me incliné por la salida de la iglesia de Aparecida. Él iba todos los domingos, y a la hora de salida, la plaza Pedro Primero estaba llena de gente que salía a disfrutar el día de descanso. Después de haber ensayado dos domingos el movimiento, consideré que la tarea podría ser encarada con un generoso margen de seguridad. Yo iba a la misa junto con el Doctor, salía de la iglesia al final del servicio precediéndolo por una corta distancia. Me aseguraba estar caminando frente a él, los dos en el mismo sentido, diez pasos exactos por delante. En ese punto, con total discreción repetía mi truco de reventar el maracuyá disparando por la espalda, y debía seguir caminando como si tal cosa, a pesar de que el gentío se atropellara sobre el juez desplomado.

Era un Smith y Wesson treinta y ocho, con caño de seis pulgadas, el arma de toda mi vida señor. No le había dicho, pero siempre lo llevaba bien calzado en el cinturón, en la espalda. Había probado la sobaquera, la revolvera lateral, empuñadura hacia delante, hacia atrás, probé también en el tobillo… y no hay como llevarlo en la espalda. Eso sí, tiene que ser una revolvera perfecta, que nunca se le caiga el arma y siempre la pueda tomar con ligereza. No, no estaba nervioso porque me sentía bien preparado, y todo salió como había sido previsto. ¡Una pena no verlo!, porque yo seguí caminando tranquilo, hasta la esquina en donde doblé hacia la derecha. Me informé por los periódicos que el disparo había sido certero. Inmediatamente salieron a buscar el francotirador. Lástima que el disparo me perforó la chaqueta porque lo que yo hice fue llevar mi mano derecha hacia atrás, retirar el arma, calcular el ángulo, y apretar el gatillo aún manteniendo el revolver por debajo de la ropa. El guardaespaldas declaró que no había nadie cerca que pudiera haber atacado al doctor, que él se había agachado para asistirlo cuando fue abatido, pero que el ruido del disparo había sido de lejos. ¡Fíjese como pueden llegar a equivocarse!, habiendo estado yo tan cerquita.

¿Usted quiere saber cómo fue que me libré del encargo de la esposa infiel? Hubo varias razones, todas débiles, es verdad, pero que en su sumatoria me permitieron evadir el encargo. Primero, que nunca le había disparado a una dama, me parece poco caballeresco, y sostuve ese principio durante toda mi vida profesional. Segundo, que no estaba debidamente probado que la Marinela hubiera saltado el cerco… Usted me dirá que yo no era juez sino ejecutor, y tiene razón. Otra cosa: Yo era bastante amigo del matrimonio, y un cirujano no opera a su hijo ni un juez dicta sentencia sobre su madre. Finalmente, le pude hacer entender a quien se creía cornudo, que si yo le apagaba a la esposa, no solo cometía un acto que podía considerarse apresurado, sino que le iba a complicar mucho la vida a él como viudo con cuatro huerfanitos de madre. A él, que nunca se había entendido mucho con sus hijos.

¡De ninguna manera podría haberle disparado a esa muchacha! Era una muestra de la típica hermosura minera. Otra hermosura que tuvo un final trágico, pero que no era minera sino de Alagoas era la Suzana Marcolino ¡La pena que me dio cuando asesinaron a la Marcolino!, ¡¿No supo de eso?! Pero si fue famoso en todo el mundo, como cada vez que ganamos la copa de fútbol. El problema había sido con P.C. Farías, que había sido caja de Color de Melo. El tipo fue chivo expiatorio, carne de presidio por un tiempo. Y allí lo conoció la Marcolino, que lo iba a visitar al la cárcel y se hizo su enamorada, y cuando lo liberaron al PC se fue a vivir con él. Estaba claro que al gordo lo tenían que hacer desaparecer por una razón que desconozco. Se habló de vínculos con el narcotráfico y el lavado de dinero. Naturalmente, debía tener información con riesgo de perjudicar a más de uno. No, yo ya estaba retirado señor. Pero podrían haber encomendado el negocio a alguna otra persona que procediera con corrección. Yo no sé si lo planearon así, o si la cosa se les fue de las manos, porque el hecho concreto es que disfrazaron la escena, como que la Marcolino lo mata al PC y luego se suicida de un disparo en el pecho… ¿Puede imaginar tamaño delirio? Dicen que hubo que pagar una fortuna al médico legista, Padán Palhares, para que ajuste los horarios de óbito, de modo que se adaptara al libreto del sainete.

También era minera mi pequeña Marcia. No señor, nunca nos casamos pero convivimos más de cinco años. Ella era, como se le dice en este país, una muchacha de programa. Bueno, no exactamente; trabajaba en la agencia de la capital del estado del Banco do Brasil, era Gerente de la oficina de inversiones particulares, y fuera de su horario, acompañaba a hombres de dinero. Dos o tres salidas a la semana cuadruplicaban su salario. Yo la conocí bajo aquellas circunstancias, porque comenzaba a ganar bien, pero el dinero desaparecía de mis manos. Mi pequeña Marcia me aconsejó que no depositara en el Banco do Brasil ni en ningún otro. El gobierno podía llegar a quedarse con mi dinero, y como mínimo se me desvalorizaba rápidamente. En esa época íbamos al galope de cruceiros a cruzados y después a cruzados novos, ¡qué se yo! Que invirtiera en propiedades, que mi nivel de ingresos me lo permitía. Me convidó a conversar fuera del banco para asesorarme, y de una profesión fue pasando a la otra sin que yo pudiera advertir la transición.

No se puede decir que nos hayamos enamorado, porque en este quehacer, uno termina teniendo los sentimientos… no sé si controlados o adormecidos. Lo que sucedió finalmente fue que terminamos viviendo juntos, en una de las casas que me hizo comprar ella.

–Mira Marcia, si te gusta tanto la residencia, te quedas a vivir aquí, conmigo… el tiempo que quieras. Contratamos una empleada para que no tengas que trabajar… ¿Qué prefieres entonces, que te de una suma fija por mes, o que te pague cada vez que estamos juntos?

Acordamos con Marcia, en que para mantener las costumbres tal como se habían establecido, yo le pagaría cada vez que nos emparejábamos. Ella propuso que el monto fuera determinado libremente por mí, según mi humor y la marcha de los negocios.

Vivimos juntos muy contentos durante un poco más de cinco años, hasta que un día me habló desesperada. Había estado nerviosa un tiempo, y yo sospeché que algo le pasaba. El caso es que había quedado grávida, que el padre era un hombre joven, soltero y que querían tener el hijo. Que estaba aterrorizada por el dolor que esto podría causarme. Yo le repuse que me parecía que estaba en una edad conveniente para formar una familia, y que su hijo o hija sería como un nieto para mí. Les regalé una casa y participé del bautismo del bebé. Más adelante dejé de verlos porque sospeché que mi presencia le molestaba a Paulo, el marido de Marcia. No, no vaya a creer que fue un final triste para mí…

Con la mafia nunca tuve nada que ver señor, se matan entre ellos. Hoy la vida no vale nada. Un vendedor de crac de Sao Paulo asesina a su cliente por una deuda de cincuenta reales. Dicen que no es cuestión de dinero, sino de mantener el respeto de la clientela. La droga le ha hecho mucho daño a este país, envenena, antes no era así. No sé si vio una película, de los sicarios. Yo la vi, ocurre en Colombia, donde los jovencitos asesinan sin piedad. Y hasta les place hacerlo. En cambio, yo siempre sostuve que esta profesión debe practicarse dejando las emociones bien lejos. Nada de odio ni venganza. Uno no tiene que dejarse influir por los motivos del mandante. Uno debe, simplemente, asegurarse que la decisión está tomada, que la víctima ya fue, y entonces hacerse cargo de practicar el encargo de una forma limpia y precisa. Ya le dije, disparar al corazón, una sola vez y guardar el arma. Me lo explicó un cirujano señor, el tiro al corazón no solo destroza la circulación, sino que también produce un colapso nervioso, afecta… ahora no recuerdo bien si al cerebro o el sistema nervioso central. Nada de hablarle “¡Esto es lo que te buscaste!”, o andar soplando el cañón del revolver, no, ninguna de esas payasadas. Tampoco hay que amenazarla, o hacerla sufrir, que uno no es un torturador señor.

¿No está de acuerdo conmigo en que es un trabajo como cualquier otro?

Culpa no se siente nunca, porque el destino de las personas está en manos del Todopoderoso. Nosotros, los hombres, somos hormiguitas que hacen lo que les mandan. Es la voluntad del Señor la que decide si uno vive, muere, goza o sufre.

Bueno, es verdad, yo ya estoy retirado hace mucho tiempo. Cuando empecé a dudar de la vista o el pulso. Este año cumplo ochenta y cinco. No, no me haga reír, en esta profesión no hay jubilación… pero como ya tengo catorce o quince propiedades, no recuerdo bien, el alquiler me permite vivir como un rey. Sin contrato, ningún tipo de papel, pero todos vienen hasta aquí y pagan muy puntuales, se ve que tienen miedo que les vaya a cobrar a los balazos… ¿vio? Ahora le hice reír a usted. Bueno, el arma la conservo, porque el día en que no me pueda valer por mi mismo, vestirme, hacer una comidita, ir al baño, esas cosas; bueno ese día me visto bien prolijo, dejo una nota en la puerta, me acuesto cómodamente en el dormitorio, y practico la última encomienda… ¡Qué lujo… que El Señor me de la orden!

O Quién le dice el corazón me juega una mala pasada y ya ni tengo que buscar el arma…

Para mi también señor, un privilegio haber conversado con una persona tan culta como usted.

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viernes, 28 de agosto de 2009

Carlos Sacamata - Fotos

carlos_sacamata carlos_sacamata-Hugo_covaro

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lunes, 24 de agosto de 2009

Comentarios en el Blog por publicación

Carlos Sacamata - Datos del Autor

hola soy GERARDO PISCO NIETO de DAVID ARACENA Y ANITA , ME EMOCIONA HABER ENCONTRADO ESTE SITIO , OJALA ESTA SOCIEDAD RESCATE LA LITERATURA DE ESTAS PERSONAS COMO POR EJEMPLO CARLOS SACAMATA Q LE MANDO UN GRAN ABRAZO ACA LES DEJO M EMAIL PARA CONTACTARNOS Y CHARLAR MI EMAIL ES gerardopisco@hotmail.com

Laberintos – Ameijeiras

No todo es lo que parece, Enrique, Te seguí por el laberinto y delante de mí iba tan solo el deseo de hacer el moño, de ver dónde diablos iba todo eso. Es un poco la esencia del relato, él puede más que nosotros , los lectores. Me gustó.

Certeza – Ortiz Ochoa

Anónimo dijo...

Hermoso relato, un final intrigante, demoledor.
Me gustó.
FGC

La noche de las Arañas – Ameijeiras

Es un cuento con suspenso, conflictos, algo de humor, sensual....qué más? Yo creo firmemente que los miedos son astucias de la vida que nos previenen de traiciones impensadas, Guauuuu
Veo que te gusta el Yo autobiográfico (a mí también), es que sin querer nos escondemos allí, en ese narrador, A veces sacamos la cabeza sin querer y nos descubren... Lindo relato.
FGC

Festejar la Vida - Rudolph

Qué hermosa aventura, ahora que uno conoce el final feliz.Son de esas que parecen estar dirigidas por el dedo de dios...y uno nunca las termina de creer. De esas que uno nunca termina de aprender y de sentir la delicada relación que hay entre la vida y las decisiones que tomamos en cada momento.
Afectuosamente,
Rodi.

17 de agosto de 2009 18:56
Anónimo dijo...

Sorteando inconvenientes se forjan buenas personas, agradecidas y entusiastas. Conocí a alguien que vivió una aventura exactamente igual y y lo puedo corroborar!!!

18 de agosto de 2009 11:58
Felicidad trunca o prolongada? – Bommecino
1 comentarios:
Anónimo dijo...

Hay en el relato un devenir narrativo que desliza al lector. Los hechos se van concatenando, y crece un aire de conflicto...¡que no sucede!
FGC

14 de agosto de 2009 20:02
Te debo una - Valls
1 comentarios:
Anónimo dijo...

Querido amigo,Daniel De foe y Jak London fueron los que en mi infancia me hicieron sentir esa sensacion muy parecida al relato de Te debo una una" El mauser es que usamos en algunas oportunidades en el tiro Federal de Ciudadela por los años sesenta? un fuerte abrazo de tu compañero de Paracaidismo. Miguel Angel

12 de agosto de 2009 13:19

 

1 comentarios:
Don Abelardo Epuyén González - Valls

grasias por estar y seguir recordando a ese cantautor cordillerano q al leer sus historia me fui volando tiempo atras y recorde su casa porq cada ves q paso por ese lugar me lo imagino a abelardo con su guitarra "no lo conosi pero me lo imagino" soy cesar de epuyen me gustaria q me escriba le puedo contar otra hitoria .
mi correo cesar72epuyen@yahoo.con.ar

24 de agosto de 2009 12:41
Feliz día del Amigo - Matar

Me gusta cómo manifestás sentimientos hondos y para ello utilizás un léxico que los traduce con tanta eficacia. Como lector quedo embobado. Te leo y te releo. Y sigo.
FGC

 

Veníme a ver, infeliz - Ameijeiras

Tu cuento "Vení a verme...." tiene un ingrediente fuerte, que amarra el alma. No pude dejar de leerlo hasta más de la mitad, y se me iba como inflando el alma...
Debo confesar (y esto es muy subjetivo) que no es el final que esperaba, y que me fui "desinflando"... cuando entra en la búsqueda de los diamantes en el colchón.
FGC

14 de agosto de 2009 17:03
Miguel Ángel – Bommecino

 

Ester Faride MATAR dijo...

Miguel: Realmente un cuento muy bonito, triste en su historia. Me transportó a reflexionar sobre la soledad y aquellas cuestiones no elaboradas o resueltas en la vida. En la vida de cualquier persona. Historias y mochilas que se llevan a veces de por vida.
un abrazo sincero.

18 de julio de 2009 17:42
Anónimo dijo...

Pobre chica, la soledad y el desequilibrio que ella sufre son ingredientes fuertes de este cuento. A veces las ilusiones constituyen el motor para seguir viviendo.
Me gustò.
FGC

14 de agosto de 2009 20:10

El Sacerdote - Ameijeiras
3 comentarios:
Anónimo dijo...

HOLA A TODOS, FELICITACIONES POR LA PAG. LES QUIERO CONTAR QUE ESTAMOS HACIENDO EN VIEDMA - PATAGONES (Y ALREDEDORES), UNA REVISTA DE INTERES GRAL. DE DISTRIBUCION GRATUITA, MENSUAL. CON UNA TIRADA DE 2000 EJEMPLARES. APUNTAMOS A LA BELLEZA TURISTICA Y ARTISTICA DE LA ZONA (RIO NEGRO)
ESTAN INVITADOS A PARTICIPAR ENVIANDONOS SUS DATOS PERSONALES (UN POCO DE ANTECEDENTES) Y POEMAS O CUENTOS.
ENVIEN A: orillasdelrionegro@gmail.com+
SALUDOS
ESTEFANIA SIGILLI
DIRECTORA

1 de julio de 2009 20:53
Ester Faride MATAR dijo...

Enrique:
Muy bonito el cuento.
Interesante porque lleva al lector a continuar su lectura hasta el final.
Un abrazo sincero y mi reconocimiento por permitirme ser parte de este maravilloso grupo de escritores.

18 de julio de 2009 17:37
Anónimo dijo...

Este breve cuento sorprende y esto es lo que más me gusta. El reino de las apariencias está instalado en todo el mundo. Nada es lo que parece, nada. Ni lo más sacrosanto. ¿No lo vemos a diario? Es un relato bien amasado...
FGC

14 de agosto de 2009 17:26
El Inmigrante - Matar

Kellypocharaquel dijo...

Hola Ester querida, bellisimo tu trabajo, con tu magia que agazapa.Felicitaciones !!! Hermoso blog, este nutre hondamente al pensamientto.
Abrazos y besos desde Mar del Plata
Raquel Luisa Teppich
www.kellypocharaquelmdp.com.ar
http://sentimientos-kellypocharaquel.blogspot.com

23 de junio de 2009 22:25
Misterio en el Convento - Ameijeiras

Anónimo dijo...

Tiene algo de cuento policial, con investigador y todo. Me hace acordar al padre Brown... Bien ambientado. Es un relato interesante, con un final discutible.
FGC

14 de agosto de 2009 19:40
La Libertad y el Mono

L@ Ros@zul dijo...

MARAVILLOSO CUENTO OSCAR...HASTA ME IDENTIFIQUE CON EL MONO!JAJA
TE DEJO UN REGALITO...
DESTINO...
En la profundidad compleja
de tu raro universo
me atrapas...
Encarcelas mi existencia
en jaulas doradas de esperanza.
Mas nunca
…has poseído mi alma…

30 de junio de 2009 22:57
Terapias Complementarias - Ameijeiras

Ver para creer...
Diálogo fluido, pleno de humor y de picardía.
Lindo, che.
Cuando era soltero una viejita me ponía "yuyo pal amor" en la sopa...
FGC

Nahuelito, el misterio sumergido – Rey

 

2 comentarios:
Ester Faride MATAR dijo...

Carlos:
Muy interesante tu escrito.
Me llevó desde el principio hasta el final, a la intriga.
Cariños sinceros.

18 de julio de 2009 17:35
Anónimo dijo...

Me resultò interesante el fragmento. Claro, me queda un saldo deudor: leer todo el libro....
FGC

Mafalda en el SigloXXI – Savino

 

Anónimo dijo...

Para Laura: has sabido re - crear a Mafalda, ya adulta. Magnífico.Me gustó mucho.
FGC

15 de agosto de 2009 20:41

Angel Linyera - Ameijeiras

Relato inocente, humano, que alegra el corazón al leerlo.
FGC

Puertas Abiertas – Perotto

Ester faride Matar dijo...

Marta: Siempre agradecida por el libro que me obsequiaste. Aquì dejo una señal para que sepas que estuve. Regresaré a leer tu poemario y los otros. Por esas cuestiones que únicamente el universo sabe, abrí justamente este Cuento. En este cuento, justamente me detengo y me quedo un ratito.
Un abrazo y ¡aquì estoy!

24 de junio de 2009 19:47

Ester faride Matar dijo...

Enrique: Gracias por la generosidad de todos los Escritores de El Bolsòn, en permitirnos compartir este maravilloso sitio web.
También de eso se trata la vida. De compartir y de agradecer. No quedarnos con nada, porque la vida es un ratito y la debemos vivir con los sentimientos en la piel y con la mirada en los ojos.Regresaré a deleitarme con el bello poemario de todos.Hoy quiero dejar mis huellas aquì para que sepan que estuve. Los invito también a visitar mi pàgina..."que los espera".

24 de junio de 2009 19:38

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domingo, 23 de agosto de 2009

Mirá donde estás viviendo – Ameijeiras

Dramatización breve

Enrique Carlos Ameijeiras – Lago Puelo

image

– Cariño, despertate que ya son las seis.

– Que lo parió, que cansado que estoy… Cómo si no hubiese dormido nada

– También, si nos acostamos a las tres de la mañana

– Si el casamiento de anoche me mató, no se iban más los pesados.

– Si. Y el padrino y los borrachos amigos del novio, se quedaron hasta que les tuvimos que decir que se vayan. El patrón los quería echar.

– Si, negra, no hay culo que aguante. Y Hoy tenemos otra…

– Si, bodas de oro. Espero que por ser domingo termine más temprano.

– Cuando te pagan a vos cielo?

– Espero que esta noche, mañana quedé con la dueña para que pase a buscar el alquiler.

– Bueno, yo entonces sigo juntando para la tarjeta, los servicios y el cole de los nenes.

– Dale gordo, andá a bañarte que se hace tarde, en una hora viene el remis a buscarnos.

– Ah, me olvidaba, tenemos que achicar la cuenta con la remisería.

– No hay problema con ellos, siempre vienen al restaurante a buscar comida y ya quedé con el dueño para que me lo anote en mi cuenta.

– Si, pero es plata igual.

– Bueno, dale, que llegamos tarde, los chicos ya están desayunando.

– Haceme unos mates vida…


– Don Alberto, abra… Somos nosotros…

– Ya va, ya va…

– Qué le pasa patrón, que tiene cara de no haber dormido.

– Pasa que de nuevo faltó la mujer de la limpieza, llego y me encuentro con el salón de arriba como lo dejamos anoche.

– ¿Anoche? Hace tres horas querrá decir.

– Esto no es vida chicos, ahora: ¿Cómo vamos a hacer?

– No se preocupe don Alberto, yo hago las compras y cuando vengo me encierro una par de horitas y limpio todo.

– Gracias chica, ustedes si que son gente trabajadora.

– Y usted también patrón, es el primero en llegar, el último en irse… ¿Cómo no vamos a darle una mano? Bueno cielo, te doy la lista del supermercado y yo me voy a preparar la parrilla.

– Saben muchachos, yo los quiero mucho, y cuando nos enderecemos vamos a tratar que ustedes puedan ganar un poco más. Primero tengo que juntar la plata para el juicio.

– Encima eso don Alberto, las chicas del Ministerio de Trabajo piensan que el trabajador es el empleado, y le llenan a uno la cabeza para que le hagan un agujero.

– Esas brujas de escritorio no trabajan para mejorar las condiciones laborales, sino, fíjese… Si tiene que cerrar el boliche por quiebra, cuantas fuentes de trabajo se pierden…

– Cuantas familias vivimos de esto patrón. Y usted no se merece esto.

– Bueno chicos, vamos, hay que seguir para adelante, pasá por la oficina que te doy la plata para el mercado.


– Patrón, me voy a tirar un ratito arriba, la parrilla está limpia.

– Andá nomás, yo me quedo una rato más. Decile a tu señora que deje las mesas como están, después vengo con mi hijo y levanto las mesas.

– ¿Ya se fue a buscar a los chicos al colegio? No paró un rato la flaca.

– Si es una gran mujer, y vos también. Qué sería de mí sin ustedes.

– Chau, me voy a echar un ratito.


– Ya llegaron los viejitos, son amorosos.

– Deben tener como ochenta años cada uno.

– Más… Él tiene noventa y dos, ella es más joven: Ochenta y cinco.

– Entonces se casaron grandes. Bodas de oro, con cincuenta años.

– Bueno cuando quieras mandamos las empanadas, el asado estará en media hora más o menos.

– Dale, Decile al viejo que vaya sirviendo el vino.


– ¿Qué hora es, cielo?

– Las dos y cuarenta y dos. Bueno, pero ya estamos, una horita más y nos vamos para casa. Ahí viene don Alberto.

– ¿Y muchachos? ¿Cómo andamos?

– Reventado pero contento, patrón.

– Bueno mañana nos tomamos el día, no abrimos.

– Bien ahí, jefe.

– Gracias don Alberto, no sabe lo bien que me va a venir un descanso.

– Hace treinta días que venimos de noche y salimos de noche.

– Si, tenemos que parar la chata sino, no vamos a rendir esta semana que viene.

– Miren, la foto que me regalaron los viejitos.

– A ver, que buena foto.

– ¿Dónde está tomada?

– Desde el Piltri, ¿ven? Este es el Lago Puelo, la Loma del Medio, y acá estamos nosotros.

– Mirá cielo… Mirá donde estamos viviendo.

– Si, es el paraíso.

– ¡Qué buena foto!

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